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El vecino del fondo (3)

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¡Ay, qué dolor cuando el ariete comenzó a entrarme!...

Tanto dolor que gemí fuertemente suplicando por el fin de ese tormento… Pero para mi sorpresa, el dolor fue atenuándose hasta desaparecer cuando la verga ya estuvo metida totalmente y empezó a ir y venir dentro de mi culo… Y entonces, ¡cuánto placer sentí!...

Don Abelardo me tenía aferrado por las caderas y jadeaba cada vez con más fuerza y a mí el placer me llevaba al delirio… ¡Ay, no podría vivir sin una buena verga!, pensaba…

Cada tanto, el viejo sátiro se inclinaba y me besaba en el cuello, me lamía la espalda y yo ardía con esos besos y lamidas y esa verga que me taladraba…

De pronto, después de no sé cuánto tiempo, don Abelardo empezó a jadear cada vez más fuerte y en medio de un rugido casi animal me soltó varios chorros de semen caliente en el fondo de mi culo… ¡Aaaahhhhh, qué goce!... Después de correrse, mi violador cayó sobre mi y enseguida sobre la cama, donde quedó de espaldas, con los ojos cerrados y respirando por la boca…

Yo ardía de calentura y me atreví a preguntar: -Do… don Abelardo, ¿puedo ir al… al baño a masturbarme?...

Él emitió una risita: -Te dejé caliente, ¿eh, Jorgito?... ¡Qué puto eres!... Sí, ve al baño y hazte una buena puñeta…

-Gracias, don Abelardo…

-Pero antes, límpiame la polla con ese hocico de perro putito que tienes…

-Sí… Sí, don Abelardo, lo que usted mande… -y me incliné sobre él para quitar con mi lengua ávida los últimos restos de semen…

Después, ya en el baño, sentado en el inodoro al revés, me hice una buena paja, acabé en la palma de mi mano izquierda y tragué todo mi semen…

Cuando volví al dormitorio el viejo parecía dormitar, pero me sorprendió sentándose en la cama y ordenándome que me echara de espaldas a su lado y lo escuchara con atención…

-¿Sabes, niño? Ya es un rollo para mí tener que ocuparme de la limpieza, es mucho… Esta habitación, el patio, la cocina, el baño… -lo miré tratando de entender y entonces él empezó a revelar su costado perverso…

-Tú vas a ocuparte de todo eso, serás mi mucamita… -sentenció el viejo y ante semejantes palabras quedé helado, tragué saliva y después de un silencio dije: -Pe… pero, do… don Abelardo, yo…

-Seré muy claro, Jorgito: o te conviertes en mi mucamita y me haces todo el trabajo de la casa o despídete de mi polla…

Su amenaza fue para mí como un mazazo en la cabeza… O me degradaba siendo su mucama, y lo había dicho así, en femenino, o me quedaba sin su verga… La sola posibilidad me angustió al punto de sentir que estaba al borde del llanto…

-Venga, Jorgito, ¿qué decides?

Volví a tragar saliva, salí de la cama y le pedí que me diera hasta el día siguiente para contestarle…

-Vale, mañana te quiero al mediodía con la respuesta, si aceptas te pondrás inmediatamente a trabajar y luego, cuando termines, una buena follada como premio…

-Hasta mañana, don Abelardo… -me despedí y en cuanto abandoné la habitación di rienda suelta a los sollozos que me atenazaban la garganta…

Esa noche no pude dormir, daba vueltas y más vueltas en la cama sin poder quitarme de la cabeza el brete en el que me había metido don Abelardo… Cuando me levanté me dolía todo el cuerpo, me preparé un café para despejarme, me puse un slip, un jean y una remera, me lavé la cara y los dientes y llamé a la puerta de la habitación del viejo…

-Pasa… -me ordenó con expresión tensa y cuando estuve adentro no se me ocurrió nada mejor que arrodillarme ante él: -Soy suyo, don Abelardo, usted… usted puede hacer conmigo lo que quiera, soy… soy lo que usted quiera, su mucama, su puta, lo que usted quiera…

Yo no podía controlar lo que sentía muy intensamente ante ese viejo perverso que se había apoderado de mí por completo…

Él me humilló con una risa sádica, me enderezó la cabeza aferrándome por el pelo, me ordenó que lo mirara a los ojos y me dijo: -Muy bien, niño, muy bien, veo que eres razonable y sabes que no podrías vivir sin mi polla porque eres muy, muy putito, un putito tragapollas y sediento de leche…

-Por favor, don Abelardo… -le supliqué mientras sentía que los sollozos estaban a punto de asaltarme…

-Bueno, basta ya de tonterías, Jorgito, que tienes mucho que hacer, anda, en la cocina están los elementos de limpieza; lava la vajilla que hay allí, luego limpia el baño, el inodoro y el piso, bárreme bien esta pieza y el patio y si quedo conforme te echaré un buen polvazo… ¡¿Y qué haces con ropa?! ¡Quítatela y no vuelvas a presentarte ante mí vestido! ¡Anda, desnúdate ya!

Intimidado por los modos del viejo, me quité la ropa y me puse a trabajar consolándome con ese polvo que había prometido echarme después…

(Continuará)

(8,44)