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Mis confidencias con Alexia (I)

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Conocí a Alexia por una concatenación de casualidades... la primera, coincidimos en una boda lejos de nuestros lugares de residencia. La segunda, fuimos solas. Eran parientes lo suficientemente allegados como para obligarnos a desplazarnos, e insuficientemente próximos para provocar una invasión familiar. La tercera, las familias de los novios eran gente de dinero y tuvieron el detalle de reservar habitaciones en el mismo lugar donde se celebraba la fiesta, el Parador Nacional. Alexia y yo compartíamos habitación. Por último y más importante, nos sentaron juntas en esa mesa “escoba” que recoge a gente suelta. Además, fallaron 4 invitados, quedando solo 4. A partir de la tarta, la pareja que nos acompañaba nos dejó solas... y ahí empezó todo.

- ¿Alexia? ¿Princesa griega, por un casual? Dije cuando nos presentaron...

Ni que decir tiene que la química entre nosotras empezó a emanar a borbotones, y que en poco tiempo intimamos mucho más de lo que podría considerarse prudente. Yo llevaba el mismo vestido de kookai que provoco el mini escandalo familiar de la entrada del 2000, y no sé si cuando lo llevo se enciende la libido a mi alrededor o fue debido a los vapores del brut nature, o qué, pero fue Alexia la que acerco su boca a mi oído para decirme:

- que a gusto besaría tus pechitos...

- eso no te saldrá gratis...

- cuanto debo pagarte...

- te lo diré en la habitación...

- hazme un adelanto...

- te dejaras hacer lo que yo quiera...

- ¿solo eso? - Pregunto inocentemente Alexia...

Di mi callada por respuesta mirándola fijamente a los ojos. Apure la copa de cava y me levante.

- voy al aseo...

- te acompaño.

Nos dirigimos al espacioso baño. Estaba vacío. Nos metimos en una de las cabinas y candamos la puerta. Yo me senté en el inodoro y baje los tirantes del vestido dejando mis senos al aire. Alexia se sentó de frente sobre mis rodillas y rozo con sus labios secos ambos pezones. Para humedecerlos me beso en la boca, introduciendo apenas su lengua hasta tocar la mía. Busco mi pechito derecho y lo chupo... pero de verdad. Era como si fuera un bebe extrayendo leche. Nunca me habían libado así. No era precisamente mi forma favorita de ser besada y cuando iba a hacer parar el ordeñe abrieron la puerta del aseo y un sinfín de gritos y parloteos retumbo en las asépticas paredes. Así que deje hacer los segundos suficientes para empezar a notar algo, y... ya me abandone definitivamente al chup chup. Note como mi pezón parecía estirarse, y mi vagina empezó a sudar. Aunque tenía las manos unidas al tórax a causa del vestido caído, con una mano tome la cabeza de Alexia y la lleve al otro pecho. Con la otra me abrí paso entre sedas y carnes alborotadas hasta separar el elástico de mi ingle y buscar la profundidad de mi sexo. Con mis dedos lubricados acaricie mi clítoris ya enervado mientras estaba a punto de manar leche de mis senos por tanta succión. Yo no soy demasiado gritona pero tuve que reprimirme mucho cuando me vino el orgasmo.

No sé cuánto tiempo paso hasta que pude recuperar el aliento y las fuerzas suficientes para incorporarme. Alexia permaneció de pie, risueña, esperándome.

- joder, tía, un día te dará un colapso.

- ya te he contado que no soy multiorgásmica, pero que cada uno mío vale por diez - dije mientras me recomponía el vestido.

Cuando salimos al salón le dije por lo bajini:

- no creas que doy por saldada tu deuda.

- eso espero -, contesto Alexia.

- no sabes lo que te dices.

- ya será menos.

- espera a que subamos y veras.

Seguimos de cháchara el tiempo prudencial para no hacer un feo a los novios y a la concurrencia. Cuando por fin subimos a la habitación nos comíamos con la mirada ascendiendo por la amplia escalera. Cuando Inés cerró la puerta se quedó inmóvil mirándome fijamente. Sus ojos brillaban de deseo, pero era un deseo salvaje, impío... tanto que me dio un poco de miedo.

- quítate el vestido Alexia.

La obedecí sin replicar. Mientras me desvestía note como crecía una especie de ahogo en mi pecho, señal inequívoca de que algo iba a ocurrir, que deseaba fervientemente, pero que seguro no podría controlar. Mi vulva estaba humedecida desde mucho antes de que me cebara en los pechos de esa zorra. Mmmmmm, que cosa más buena... Como se pusieron duros de repente a poco de entrar la jauría de adolescentes... y la muy guarra, como se corrió.

Cuando iba a quitarme el suje me hizo parar.

- no sigas... y no te quites las bragas. Arrodíllate en la cama. En la esquina. Los talones fuera.

Hice lo que me pidió. Me sentía a su merced. Empecé a pensar que me había equivocado. No me va el sado. Nada de nada. A ella sí. Me lo había confesado. Y sin embargo...

La habitación era muy grande y espaciosa. Detrás del lecho de baldaquino había mucho sitio. Yo oía a Inés haciendo cosas pero no la veía.

- ¿qué me vas a hacer? Pregunté.

- daño, me respondió.

- ¿mucho?

- el que tu quieras.

Callé. Y espere. Unas manos recogieron mi pelo en una coleta, y unos labios besaron mi nuca. Se me erizaron los vellos. Inés arrastraba su boca por mi cuello, suave, delicadamente, casi sin tocarme. No pude evitar gemir. Sus manos me rodearon y se posaron en mis pechos forrados por la suave seda marca Cacharel, y bajaron gozando de la piel de mi tórax hasta mi vientre. Los labios se desviaron a mi hombro y mordieron el tirante estirándolo, estirándolo... hasta que no dio más de sí creo, por la violencia del golpe al soltarlo.

- ayyyy -, medio grité. No pude evitarlo. Me había dolido. Pero no me moví. Aquello no era nada. Inés bajó el tirante deslizándolo con sus dientes... y volvió a besarme las cervicales, mientras sus dedos jugaban con el elástico de mis braguitas, estirándolo y dejando que volviera a su lugar. El tirante del sostén que todavía quedaba en su sitio corrió la misma suerte que su gemelo, después de besar un poco más violentamente mi hombro. La dentadura de Inés terminó con mis arneses íntimos, en mi cintura, sin que las gomitas de mis braguis dejaran de hacer su trabajo. Con mis pechos al aire estaba en evidencia. Los pezones erectos, duros, pedían guerra, que Inés, desde luego no les iba a negar.

- estas caliente, ¿eh princesa?

Animada por la, - hasta entonces- delicadeza de trato, me envalentoné.

- ¿este es todo el daño que ibas a hacerme? Dije girándome sobre mis rodillas hacia ella.

- de ti depende. De ti depende- contesto, todavía enfundada en ese sutil e insinuante vestido de seda oscura, causante de no-se-que escándalo sansilvestrino. Ante mi cara de extrañeza continuó:

- ya sabes que me gustan los juegos, y vamos a jugar a uno. Y tú serás la protagonista-

- y tú. ¿Qué serás?

- yo te haré cosas. Si aguantas diez minutos esas cosas, ganas. Si no, pierdes, contestó con un pelín de sorna.

- ¿qué cosas? y... ¿qué tengo que aguantar? - Pregunte con cierto resquemor.

- Contestare a lo segundo. Aguantaras lo que te haga sin correrte.

- ¿sin correrme has dicho? ¿sin correrme? - repetí incrédulamente ante lo que había oído decir, y con indisimulado alivio. La prueba estaba chupada.

- si. Lo que oyes: 10 minutos sin correrte - añadió sin inmutarse.

- ¿porque 10 y no 20?

- es el récord.

- Ah... ¿y si me corro...?

- Entonces te azotare... con esto – Y me tiró un cinturón de tiras de cuero trenzadas. Lo tomé con mi mano. Era duro pero flexible. Debía de hacer bastante daño, desde luego.

- ¿Te han azotado alguna vez princesa?

Lo dijo en un tono de voz, como si lo estuviera haciendo todos los días, y yo sabía que no era así, que se alimentaba de fantasías... sus fantasías, como yo tenía las mías. Pero su aplomo y seguridad me fascino. ¿Y si me había mentido? ¿Y si su inexperiencia relatada era falsa? ¿O era puro teatro, una representación del papel de ama-dominante-torturadora, su papel soñado?

- ¿No me vas a contestar, cielo? Dijo Inés rompiendo mis pensamientos.

- Ya te lo dije. No me gusta el sado – contesté.

- pues de ti depende que esta no sea la primera vez.

- ¿y si supero la prueba Inés. Entonces qué?

- Entonces me azotarás tú a mí – contesto sin inmutarse.

- ¿Y si no quiero?

- Eso es cosa tuya.

Desde luego que lo haría, desde luego. Tenía unas ganas locas de bajar los humos a esa zorra perversa, prepotente y... encantadora.

- ¿quieres que te tape los ojos, Alexia?

- No. No quiero.

- Gírate otra vez de rodillas hacia el cabezal. Con los talones fuera, solo los talones. Así. Muy bien. Toma – Y me dio unas pinzas de pelo, pequeñas, puntiagudas.

- ¿Y esto...? - pregunte probando el muelle, muy duro, por cierto.

- quizás las necesites – y acto seguido me bajo las bragas, quitándomelas por debajo de mis rodillas.

- ahora ponte a cuatro patas. Así, bien apoyada. Abre bien las piernas. Bien abiertas. Muy bien.

Tomó los almohadones de las camas, y... ya no vi más. Yo miraba mis dedos, mis manos. Imaginaba que se estaría quitando su vestido escandaloso, mientras contemplaba mis partes traseras, bien expuestas, bien accesibles a esa mirada lasciva, impúdica, lujuriosa, obscena, que descubrí apenas quedamos solas; y que pronto ¡muy pronto por favor!, serian objeto de a saber que perversas caricias.

Sí. Ella estaba ya desnuda. Las puntas de sus senos rozaron mis nalgas, mis muslos. Las de sus dedos mis costados, mi vientre, mi espalda. Su pubis se paseó por mi trasero. Empecé a agrietarme, a abrirme, a abandonarme... No, ni hablar. Alexia piensa en hacienda. En tu citación del mes pasado. En aquel desagradable funcionario... siento unos labios que recorren mi hendidura, acariciándola, casi sin tocarla... y una lengua húmeda y cálida se desliza aviesa alrededor de mi esfínter, como jugando al escondite con él, amagando, retirándose. Alexia piensa en esa oficina siniestra. Ese desprecio. “A ver, papeles. Justifique ese gasto”. Me derrito... esa ramera ataca mi punto débil. Su músculo unta de impía saliva en un prolongado beso negro la estrecha puerta. Entra sin llamar. Me está sodomizando una lengua larga, increíblemente larga... y dulce. Siento como late, como vibra, como se estremece mi anillito... joder, ahora me toca mi vientre, mi pubis, esos dedos, esos dedos que juegan con mis pelitos ensortijados. No. El pulgar no. Hay Inesita... así... así. Uffff. Que bien... que gusto. Así, así, en mi clítoris. Joder, la lengüita, no para. Me voy a ir...joder, hay que aguantar un poco más... El IVA, si, mañana vence el plazo... mmmmm que bueno. Sí. Sí. Así. Mételo dentro de vez en cuando. Nota mi humedad. Siiiiiiii, muy bien. Sigue Inesita... Joder, no voy a aguantar...

La pinza. Si, la pinza. Donde más duela... en mi pezón. Jo, si, si que duele. Uff, que gusto, si Inesita... así así, sigue así, mueve tu dulce lengua en mi culo... no pares. Voy a apretar la pincita con mis dedos. Tiene que dolerme más, más. Mmmmmm, si, duele. Joder, esto no hace nada, es peor... ay, así me gusta, que bien, coño, estoy chorreando. Inés... puta, cabrona. No pares si, así, así... uy no, no, noooo...

...

- Princesa, levanta. Venga, que no es para tanto.

- que bien mi amor, que bien... ven conmigo... bésame.

Me tendí a su lado y la bese despacio... en su boca, en sus mejillas, tiernamente.

- entonces... ¿te ha gustado?

- siiiiiiiii, me ha encantado Inesita.

- ¿sabes cuánto has durado cielo?

- me da igual. No me importa.

- once minutos y medio.

- Vaya, gané.

- Si Alexia ganaste. ¿Qué vas a hacer conmigo?

Me quede un rato haciendo la pose del pensador. Se me habían ido las ganas de azotarla. A pesar de los detalles sado había sido tan dulce, tan tierno... hacía años que no había tenido un orgasmo así.

- Inés, quiero saber cosas de ti, de tu vida, de tus experiencias.

Me arrellane cómodamente en la cama. El balcón estaba abierto y una suave brisa hacia muy agradable el estar, pero, Alexia sugirió salir fuera. Apagamos la luz y salimos. Nos sentamos desnuditas en los cómodos cojines sobre los sillones de mimbre:

- De verdad... ¿Te han azotado alguna vez Inés?

- Sí. Lo han hecho... y más de una vez.

- Inés, quiero que me cuentes la primera vez que lo hicieron.

- Esta bien - tome aire y empecé la historia de mi tía Balma...

Continuará...

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