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Las desventuras de MaryAnn (segunda parte)

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DÍA 23

Aterida de frío, cubierta solo por una raída manta, MaryAnn, despierta tras su quinta noche de viaje. Lleva los muslos resecos por la regla que no ha cesado de bajarle desde la segunda jornada de infernal traqueteo. Le duele todo el cuerpo, en especial su cabeza. Aun así lo que más le molesta es la suciedad de sus cabellos, que su aya peinaba cada noche antes de acostarse. Está amaneciendo. Un gélido viento levanta las faldillas del carromato. Unas incontenibles ganas de orinar hacen que, una vez más, se trague sus vergüenzas y se mee encima, no sin antes destaparse para no mojar la manta, su único abrigo. Su sexo mojado por la incontinencia se congelará pero es necesario. Además, el orín caliente le vendrá bien. Una vez descansada vuelve a malarroparse y cae de nuevo en un inquieto sueño.

La despierta un vergazo en su muslo.

—venga, despierta. Hemos llegado.

MaryAnn asoma la cabeza. Es un día gris plomizo. Ve un lago de aguas oscuras con orillas empinadas de piedra, coronadas por terreno verde sin apenas árboles. Un viejo castillo emerge de una roca, unida a tierra firme por un puente. Una bandera azul con una cruz blanca ondea en la torre del homenaje. Estamos en Escocia, sin duda. MaryAnn sale del carromato. Tiene los miembros entumecidos. Un nuevo y duro golpe casi le hace caer. Oye a la Señora abroncar a quien la ha golpeado.

—Ryan, idiota. Quieres estropear el regalo de Lord McQueen?

—perdón mi Lady.

Un regalo? Piensa la joven MaryAnn. Soy un regalo?

—Ryan, condúcela con Frau Hildegard. Venga!!

Nuestra heroina es conducida al interior del castillo. En la puerta una mujer que más parece un palo la espera.

—cómo te llamas?

—MaryAnn señora.

—la examina de arriba a abajo, desnudándola con la mirada. MaryAnn va lo más arropada que permite la sucia manta. Ante la inquisitorial revisión se tapa todavía más.

—vamos.

Tras ser lavada y peinada por dos sirvientas con bigote y malas maneras, MaryAnn es llevada en presencia de Lady Isabelle. Un hombre mayor de aspecto enfermizo está a su lado, sentado en un sillón con ruedas. Ella solo lleva una capa cubriendo su desnudez. El hombre la mira interesado.

—qué te parece querido, te gusta?

El hombre asiente con la cabeza. Hace un gesto con su mano dando un gruñido.

—MaryAnn, Sir Lawrence quiere que te quites la capa.

Una vez la prenda en el suelo, muerta de vergüenza, oye a la mujer que reclama cercanía.

—acércate, aquí.

Cuando MaryAnn se acerca, Sir Lawrence extiende su brazo y su mano le agarra el sexo. Ella gime y él aprieta más. Después la dirige a las nalgas buscando su orto. Protesta con gruñidos. Lady Isabelle interviene.

—agáchate frente al Sr... más cerca. Así. Abre tus muslos.

MaryAnn llora hipando de vergüenza mientras el paralítico juguetea metiendo sus dedos entre los íntimos pliegues. Sus gruñidos y ruidos denotan que está disfrutando.

—aparta MaryAnn.

De un empujón Lady Isabelle quita de la escena a la chica.

—mira como lo hago. Aprende. En adelante lo harás tú.

La señora pone un cojín a los pies de Sir Lawrence, se arrodilla, separa la bata. Unas escuálidas y huesudas piernas aparecen acompañando un largo e inhiesto miembro viril. Isabelle lo toma con sus manos, lo masajea y lo introduce en su boca deleitándose al lamerlo. El Sr. gime, jadea y da un gritito, otro, otro...

Le leche sale disparada a borbotón por grito, ensuciando el rostro y vestido de Isabelle, que chupa y traga los últimos escupitajos de esperma. Se saca un pañuelo de entre los abultados pechos, se limpia la boca y las gotas que han explotado en su escote. MaryAnn no puede parar de llorar ante lo que le espera. Una seca bofetada cruza su boca y deja de gimotear.

—ya no estás en tu casa arropada en algodones MaryAnn. Ahora eres nuestra esclava. Si vuelvo a verte llorando te daré diez latigazos, entiendes?

Apenas reprimiendo los sollozos, MaryAnn asiente.

—frau Hildegard, lleva a MaryAnn a su cuarto.

—un momento, un momento...

Una joven hace su aparición en la sala. La frau la mira con gesto adusto. Isabelle parece expectante. En cambio el lisiado abre los ojos y comienza otra vez con grititos.

—qué hermosura es esta. A ver...

La nueva posa suavemente el dorso de la mano sobre el hombro de MaryAnn y lo desliza hasta su pezón.

—qué quieres Alanna?

—qué voy a querer madre? Ver a papá. Y mira que cosa más bonita veo.

Sin dejar de acariciar a la avergonzada MaryAnn, se inclina y la besa entre sus pechos.

—no es para ti.

Alanna se incorpora y se encara a Lady Isabelle.

—ah, no. Claro. Así que pretendéis quitarme a papá, no?

Se acerca a su padre que la mira con fruición. Toma su mano y la introduce debajo de su falta, llevándola hacia arriba entre sus piernas. El viejo jadea.

—ya basta Alanna.

La desvergonzada retira la mano y se ríe.

—mamá, no pasa nada. Llevo ropa interior, ja ja ja.

Y sale de la estancia sin cesar de reír.

(9,00)