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Las desventuras de MaryAnn (Tercera parte)

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EP. III: DÍA 24

Tres golpes en la puerta despiertan a MaryAnn. Ha dormido (es un decir) desnuda por orden de frau Hildegard. Su cuarto abarca poco más de una estrecha cama y una silla. Se levanta como un resorte. La puerta se abre. Quien lo hace es Ryan, que sonríe lúbricamente mientras se rasca la entrepierna. En la otra mano lleva la misma capa de ayer.

— venga, frau te espera. Ponte esto.

Frau Hildegard está en la cocina. MaryAnn le hace una pequeña reverencia al llegar frente a ella.

— déjate de tonterías MaryAnn y escucha atentamente. Aquí tienes este vestido. Póntelo. Tendrás que mantenerlo limpio y cuidado. No llevarás corsé ni calzones. Cuando te vaya a bajar el periodo debes decírmelo, pero antes de empezar a sangrar. Cada gota debe ser guardada. Si no lo haces serás azotada. Estarás todas las horas del día a disposición del Señor? Cuando te solicite dejaras lo que estés haciendo y le complacerás. Está claro.

MaryAnn asintió y se vistió ante la atenta mirada de Frau Hildegard.

— ahora desayuna y a trabajar. Irás junto al lago a las caballerizas. Pregunta por Biddy.

MaryAnn cruza el puente y ve más abajo unos edificios que identifica con las caballerizas. Cuando llega no ve a nadie.

— Biddy... Biddy...

En lugar de una chica aparece un hombre. Tendrá unos 30 años y lleva gafas. Vestido muy informal, lleva un extraño artefacto metálico en su mano.

— Biddy no está aquí. Está al otro lado del puente. Quién eres?

— soy MaryAnn.

La muchacha no se atreve a decir que es una esclava, pero el hombre es curioso y perspicaz.

— MaryAnn... qué más

— soy... soy.

Traga saliva. No sabe qué decir. Él la ve azorada. Se ríe.

— eres la inglesa que mi madre compró, verdad? La esclava.

MaryAnn bajó la cabeza asintiendo.

— ya has probado la minga de Sir Lawrence? O te ha secuestrado mi hermanita?

MaryAnn enrojece. No está acostumbrada a ese lenguaje tan soez.

— sabes? Me gustas. Hablaré con mi madre. Quiero que vengas también a mi guarida.

MaryAnn no entendió bien el significado de las palabras de ese libertino. Mejor así. En ese momento una chica baja corriendo y se une al grupo.

— eres MaryAnn? Soy Biddy. Hola Sir Cedric. Vengo a buscar a la esclava. Su señor padre la reclama. Están muy enfadados.

Cedric sonríe. Sabe de qué va la cosa. Las dos chicas suben la cuesta.

— que te diviertas MaryAnn.

Con el vestido por la cintura y el torso desnudo, su brazo derecho sigue los pasos del izquierdo y es amarrado al muñequero. El sudor de sus axilas se desliza por sus costados. MaryAnn llora. Enfrente tiene a Lady Isabelle, a Sir Lawrence y a Frau Hildegard. Un brusco y doloroso estirón de la soga la eleva diez pulgadas sobre el suelo.

— te dije muy claro que no quería volver a verte llorar. Serán 10 latigazos más.

El primer azote con el largo látigo impulsado con fuerza por Ryan surcó su espalda desgarrando la piel, y del impulso, la bolita metálica golpeó su pecho derecho desnudo. MaryAnn dio su primer grito de dolor.

Un segundo y terrible golpe le surca la espalda de arriba a abajo. Lleva los cabellos recogidos y no pueden parar la violencia del cuero trenzado quemando su piel. Vuelve a gritar y solloza.

El tercero es obra de maestría de un redomado sádico. Ryan recorta el latigazo para que el daño sea delante de la espalda. Una profunda herida abre la carne del vientre. Un desgarrador aullido es testigo del salvaje castigo.

Sir Lawrence gruñe y gesticula. Lady Isabelle no puede perder la compostura pero sus calzones están mojados. Frau Hildegard, hierática como un ciprés, goza en silencio. Ninguno de los tres se dan cuenta que Alanna se está masturbando escondida. Por nada del mundo se perdería el primer castigo a una muchacha nueva. Sabe que no habrá otro tan apetecible para Ryan. Y su bulto bien visible es testigo de que está disfrutando con la odiada inglesita. Cuando va a descargar el cuarto, Lady Isabelle lo interrumpe.

— espera. Hildegard, la quiero desnuda.

MaryAnn hipa de dolor mientras la carapalo tira hacia abajo su vestido.

— sigue Ryan.

Al octavo latigazo pendía desmayada. Su barriga era un poema explícito de la maldad derramando gotas de sangre para pintar el suelo.

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