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Una experiencia inesperada (Parte primera)

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Como todos los viernes en la tarde, terminada mi semana de trabajo, en la compañía che estaba en otra ciudad, a casi quinientos kilómetros de la mía, había tomado el tren que me llevaría a la estación central en donde el lunes anterior había parqueado mi coche para así poder regresar a mi casa. Tenía mi bolso de viaje y también la mochila con mis documentos y mi Tablet. Pero como casi todos los viernes en la tarde, a mi regreso, el tren estaba repleto y los pasajeros amasados como ‘sardinas en lata’. Yo había logrado apoyar mi bolso en una esquina en el fondo del vagón del tren, mientras yo estaba parado teniéndome sujeto a una barandilla para no perder el equilibrio en las tantas curvas del recorrido. Más o menos a mitad del camino, muchos pasajeros bajarían y los puesto se librarían para así poder completar la última parte del viaje sentado.

Mido 1,75 y peso 70 kg. Tengo pelo castaño claro y ojos azules. Mi aspecto es el de un hombre de media edad que cuida mucho su apariencia a empezar por su cuerpo, que entreno en el gimnasio tres veces a la semana y practicando varios deportes entre los cuales natación. Toda mi vida he sido etéreo, y desde muy joven, el aspecto sexual ha tenido una parte importante en mi vida. No recuerdo, después de haber cumplido dieciséis años, un periodo en el cual no tuviera alguien con quien tener sexo. Perdí mi virginidad con una mujer muy ‘experta’ que tenía más del doble de mi edad.

Como “me inicie” (aron) al sexo…

Todo comenzó cuando una compañera de liceo, con la que en ese tiempo teníamos relaciones inocentes que no pasaban del tocarnos y besarnos, me presento una vecina que vivía en su mismo edificio, y la cual, vendría a saberlo después, la estaba ‘educando’ sexualmente sobre el cómo debía comportarse con los chicos. Mi amiga le había contado que, cuando estábamos besándonos y acariciándonos había notado el bulto bastante grande que se evidenciaba en mi entrepierna y que la cosa la había un poco asustado visto que estaba decidiendo tener sexo conmigo y perder su virginidad. La amiga le dijo que quería conocerme para dar su opinión si yo fuese la persona más indicada, esto por lo menos era lo que le había dicho a ella. Una tarde, con la excusa de ir a estudiar con mi amiga, tome un autobús que después de casi una hora me llevo hasta su casa. De allí fuimos a conocer su vecina. El motivo que mi amiga me había dado era que su vecina, a pesar de ser ‘mayorcita’ tenía una buena colección de discos de música moderna, cosa que a mí me interesaba mucho, apasionado como era de rock and roll.

Cuando nos abrió la puerta, lo que se me apareció me dejo casi sin respiración. Era una mujer hecha y derecha con un cuerpo escultural y que estaba vestida con una bata semi-trasparente que dejaba muy poco a la imaginación. Yo con mis hormonas a millón, no pude dejar de demostrar el limo que casi me salía de la boca, y tampoco el inicio de una erección, por debajo de mi pantalón de gimnasio, que en forma descarada empezaba a embarazarme. Pasamos la tarde escuchando música y yo no perdía oportunidad de mirarla de reojo. Ella, con su experiencia, me rozaba, cruzaba sus largas piernas y agachándose ponía en resaltos unos pechos enormes y firmes, excitándome como nunca me había ocurrido antes. No pudiendo resistir más pedí el baño en el que me desahogue masturbándome como un endiablado. Cuando salí ya era bastante tarde y en esa época, no me estaba consentido regresar más tarde de las nueve de la noche, así nos despedimos y yo con tremenda calentura. Note que entre ellas tenían una miradas de complicidad, pero no entendía del porqué. Miriam, ese era el nombre de la vecina, me despidió con un beso en la mejilla, y con una voz sensual me dijo al oído:

«Aquí tienes mi número, llámame cuando quieras»

Y puso en mi mano una tarjeta de presentación. Inútil decir que estaba súper excitado nuevamente mi erección otra vez ‘a millón’. Creo que esa fue la noche que me masturbe más veces en toda mi vida. Por lo menos cuatro o cinco veces y durmiendo muy poco. Tenía la imagen de esa preciosidad de mujer en la cabeza y me imaginaba teniendo sexo en todas las formas que mis fantasías sexuales podían sugerirme. Al día siguiente, me levante más temprano que de lo costumbre, me duche y me vestí con ropa de salir. Cuando baje a desayunar mis padres asombrados me preguntaron:

«Y tu adónde vas tan elegante?»

Invente una de mis excusas, contándoles que no tenía clase ese día y que iba a aprovechar para visitar un museo con algunos compañeros de clase. No tuvieron dificultad en creerme visto que era un estudiante con buenas notas y por lo general no les daba problemas. La verdad es que yo era muy astuto y ellos no sabían de todas mis travesuras, en las que pero faltaba el sexo, aquel practicado físicamente con otra persona. Me fui a un parque que estaba cerca de la casa de mi amiga y allí espere que dieran las diez de la mañana. Me acerqué a una cabina telefónica (no había móviles todavía) y llame a Miriam:

«Hola, buenos días, soy Manu»

Mientras hablaba casi me atragantaba. Estaba emocionado, nervioso, con miedo pero al mismo tiempo excitado. Ella me contesto con la clásica voz de quien se acababa de despertar.

«Manu, buenos días! Pero qué horas son?»

Yo casi colgué el teléfono por la pena. Quizás había mal interpretado los mensajes subliminales, las miradas sensuales y los gestos del día anterior? Me quede en silencio sin saber que decir.

«Manu, estas allí todavía? Qué te pasa, porque no hablas?»

Con su experiencia, había entendido que estaba lleno de timidez y también que era virgen. Yo tratando de disimular conteste:

«Discúlpame por la hora, estoy apenado, te llamo más tarde si quieres…»

«No seas tonto, ninguna molestia. Donde te encuentras?»

Yo intimidado y estaba por decir una mentira sobre donde me encontraba pero en ese momento paso una ambulancia que claramente se escuchó en ambos teléfonos. No tuve otra posibilidad de decir la verdad:

«Estoy en el parque cerca de tu casa, hoy no fui para el liceo y quería echarme un paseo por estos lares y así me acorde que vives por aquí y se me ocurrió llamarte, discúlpame si te he despertado, estoy muy apenado y la verdad…»

«Manu, por dios, deja de decir pendejadas. Sé que has venido porque tienes ‘ganas de escuchar música’ así que sube para mi casa»

Cuando llegue me abrió el portón de entrada y dejo la puerta de su apartamento entreabierto. Yo entre y recuerdo que era tanta la emoción y los nervios que mis labios temblaban.

«Cierra la puerta y pasa la llave, por favor. Dame unos minutos me estoy duchando. Pasa adelante y sírvete lo que quieras, hay café preparado o si prefieres jugo o ron y whisky. Pon música, haz como si estuvieses en tu casa»

La puerta del baño estaba entreabierta y yo mire tratando de ver si se veía algo. Su cuerpo bajo la ducha se entreveía por los vidrios de la ducha y el espectáculo era indescriptiblemente erótico. Para esa época yo no tomaba café ni consumaba licores, solo una que si otra cerveza de vez en cuando íbamos a comer hamburguesas a la fuente de soda. Pero ese día necesitaba tomar coraje. Para mi estaba claro lo que iba a pasar. Iba a tener sexo con esa mujer, pero estaba apenado porque nunca lo había hecho antes. Tenía que aparentar de ser un ‘hombre experto’, no podía decir que todavía era virgen! Me serví un buen trago de ron, que bebí de un solo sorbo y me serví otro más. Puse un long play del grupo Yes y empecé a curiosear por el apartamento.

«Manu, ven y pásame una toalla por favor»

Los dos tragos de ron, porque no estaba acostumbrado y por la hora habían surtido efecto y estaba medio mareado. Pero un resultado lo había obtenido: Mi pene estaba erecto y la cosa no me apenaba y no sentía pena alguna. Entre en el baño y allí estaba ella: Parecía una diosa, completamente desnuda, con su pelo azabache mojado y su sexo bien en vista. Era una visión celestial.

«Desnúdate y pasa para adentro»

Su voz era autoritaria y no dejaba chance para replicar. Yo obedecí y entre en la ducha con ella. Ella me pego de la pared y metió su lengua en mi boca mientras con una mano sujetaba con fuerza mi verga que a pesar de mi joven edad ya media 18x3,5 cm.

«Haz tomado ron, eh? Que paso, necesitabas tomar coraje? Tranquilo, mira que he entendido que eres novato, no te preocupes, yo me encargare de ti, vas a salir de aquí echo todo un hombre!»

Y así fue. Me enjabonó lavándome con mucho detalle y esa fue la primera vez que alguien metió sus dedos en mi trasero. Ella noto mi reacción pero indiferente siguió sin parar. Fue la primera vez que probaba ese tipo de placer. La combinación de sus besos, una mano que me masturbaba y sus dedos que con delicadeza per decididos entraban en mi esfínter, obtuvieron como resultado una corrida como nunca había tenido antes. La excitación era tal, que mis piernas temblaban por la reacción, y mi pene, ni siquiera perdió su erección. Era la primera vez que después de correrme, mi erección había quedado prácticamente intacta. Ella de ‘experta’ que era , supe después que era una escort de lujo que pero tenía un débil por los jovencitos, mientras con los hombres maduros, tenía sexo para ganar dinero, mucho dinero. No es fácil describir todo lo que paso ese día. Prácticamente tuvimos sexo desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde. Ese día perdí mi virginidad y lo hice en la mejor de las maneras posibles. Mejor dicho, ella lo hizo como solo una experta de sexo, una ninfómana hambrienta de jovencitos. Me practico más de una vez la felatio, tragándose mi esperma y demostrándome cuanto le gustaba hacerlo. Siendo multi orgásmica mientras la penetraba gozaba y acababa una y otra vez haciéndome sentir un super hombre. En una de las veces que mi pene estaba nuevamente endurecido por las ganas que no terminaban de pasar me dijo:

«Ponte el condón porque ahora me tienes que dar por el culo!»

Esas palabras me mandaron fuera de quicio. Sexo por el culo era una de las fantasías que me acosaban durante mis sesiones de masturbaciones y esa mujer me lo estaba pidiendo, mejor dicho, ordenando! Miriam era muy ‘educadita’ y hasta ese momento de su boca no había salido ninguna grosería ni indecencia, pero desde ese momento en adelante, me ordenaba que le dijera ‘cochinadas’ así llamaba ella las palabras sucias que la excitaban aún más de lo que ya estaba. Yo ni corto ni perezoso, empecé a llamarla perra, puta, sorra, puerca y como si fuera poseído, arrastrado por la excitación y la pasión de ese momento que estaba viviendo con fogosidad desbordante, empecé a darle nalgadas y maltratarla tratándola como una puta callejera. Ella se transformó en otra persona y a cada azotada y palabrota, unido a las embestidas que mi miembro le arremataba, tenía orgasmos y gritaba de placer. Todas las posiciones posibles e imaginables fueron practicadas y nada falto en esa sesión de sexo a 360 grados. En más de una oportunidad llevo mi boca a su sexo para que se lo comiera, haciéndome tragar sus jugos abundantes. También sus dedos, bien lubrificados inspeccionaron mi ano más de una vez haciéndome probar el placer del orgasmo producido por el masaje a la próstata. Por los primeros dos meses yo pasaba por su casa casi todas las tardes, o por lo menos tres o cuatro veces. Máximo a las siete de la noche tenía que irme y regresar a mi casa, no solo por mis padres sino también porque ella tenía que ‘trabajar’. Nunca logre entender ni conocer otra mujer que lograra tener sexo todo el día sin perder su deseo y excitación. La cosa marcho adelante por casi seis meses en los cuales cumplió su promesa y convirtiéndome todo un hombre, sexualmente hablando. Después de ese periodo, mis intereses se volvieron hacia otras mujeres, más o menos jóvenes y desde ese momento, no pare de ser el etéreo amante de mujeres. Pero no me imaginaba que las cosas cambiarían en el futuro...

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