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d) Davy, el castaño de ojos rasgados

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Continuación de: Favor con favor se pagan

Ayudé a mi padre que preparaba la cena antes de que llegaran los chicos, Óliver llegó el primero, le dio un beso a mi padre y luego a mi antes de subir a cambiarse. Diez minutos más tarde escuchábamos las risas de los gemelos en la puerta de la casa, entraron atropellados y sin saludar se quitaron los zapatos.

-Al pasar hemos visto a J.C. que ha cambiado de coche, a ver cuando te lo puedes comprar tu y nos sacas de la ciudad algún día. -hablaba Rafael mientras José venía hacia mi descalzo para abrazarme.

-Alonso ya hace bastante, no le exijáis más. -papá pegó una pequeña y cariñosa colleja en la nuca a Rafael y luego lo besó.

Los miraba a los cuatro, comiendo la rica tortilla de patata que papá había preparado, pimientos verdes fritos y la gran ensalada de su huerta, aún no estaba en pleno apogeo pero conseguía que el pequeño invernadero de plástico que había montado le rindiera sus frutos.

Los cuatro se parecían muchísimo entre ellos y el único que tenía alguno de mis rasgos era Óliver, resultaba un ser diferente entre ellos, como de otra especie, ellos eran chicos viriles como papá y morenos, altos más que yo, me había quedado sin llegar al metro setenta y no había solución, así sería toda la vida.

Los quería a los cuatro hasta sentir dolor en mi corazón cuando pensaba que pudiera pasarles algo malo, mi predilección se orientaba a Óliver, por ser de edad parecida a la mía, compartir habitación, más intimidad, y por el apoyo incondicional que siempre me había dado entendiendo mi orientación sexual.

-Mamá nos ha pedido que pasemos el fin de semana con ella. -Rafael miraba a mi padre esperando su aprobación.

-Si José cuida de ti de acuerdo. -papá siempre aprovechaba cualquier oportunidad para hacer resaltar que su hermano era más responsable y se le podía dejar solo.

José estaba a mi lado y me agarró del brazo dudando en hablarme.

-Me preguntó por ti la vez pasada, bueno siempre lo hace. -aparté el brazo para que me dejara y todos fijaron la vista en mi.

Habían pasado seis años desde que nos abandonó para irse a vivir con aquel tipo, ¿aún sentía odio?, ¡no!, el odio se había ido pero no el olvido. No me importaba si había sido de mutuo acuerdo con papá, ni el motivo que fuera, había preferido a otro en lugar de a su marido y sus propios hijos, dejando toda la carga de cuidarnos sobre sus espaldas.

No había querido volver a verla, ella había renunciado a nosotros como si fuéramos una carga insoportable y ahora pretendía que sintiéramos cariño.

No me parecía mal que los gemelos fueran a su casa alguna vez, Óliver también había ido después de que estuvo en el hospital enferma, ellos eran más pequeños cuando sucedió, o son mejores personas que yo pudiéndola perdonar, y olvidar.

Yo tuve que consolar a papá cuando pasaba las noches llorando y solo en su cama, el más lastimado de todos y la perdonó. Pasé página en un momento determinado y no quería volver a recordar.

Me levanté completamente dormido y era tarde, sacudí el cuerpo de Óliver tendido en la cama a mi lado.

-Venga, levántate, me he dormido. -me encaminé deprisa al baño antes de que otro lo ocupara, en el piso superior solo teníamos un baño y abajo un aseo, insuficientes para tantos a esta hora del día.

Me di una ducha muy rápida y me peiné para bajar a calentar los desayunos cuando Óliver salía de la habitación.

-Tengo clases toda la mañana, ocúpate de ellos por favor. -no me hizo caso y entró en el baño, le seguí y metí la cabeza antes de que cerrara la puerta.

-¿Me escuchaste? -se estaba quitando el pijama a toda prisa para ducharse y ya estaba desnudo.

-Tranquilo, y vete a lo tuyo. -le lancé un beso y corrí para vestirme, desayunar y salir pitando, me lavaría la boca en el aseo de abajo.

Estábamos en un descanso entre clases y me acerqué a la cafetería con otros estudiantes para tomar algo caliente y tenerlo entre las manos. Había estado distraído durante las clases y ahora seguía lo mismo.

María me sujetó de la mano que tenía libre.

-Estas toda la mañana en el limbo, ¿hay alguna chica que te quite el sueño? -María es una chica estupenda a la que conozco poco, desde que comenzamos las clases, es más alta que yo, eso no es difícil de conseguir, y tiene una cara ovalada preciosa igual que los rizos rubios de su pelo, y los ojos azules pero no como los míos, son más oscuros y misteriosos.

-A la tarde no puedo venir a clase, tengo un trabajo que hacer.

-¿Y eso es lo que te tiene así? No te creo, otras veces también faltas por tus trabajitos, me tendrás que contar un día lo que ocultas, y una vez más intentaré guardar la clase en mi cabeza y en el cuaderno para ti.

¿Había dicho que era una chica estupenda? Resultaba más que eso, era mi ángel de la guarda, la abracé con el brazo libre y la besé en la mejilla.

-¡Para!, ¡para!, van a pensar que hay algo entre nosotros y si nos ve Mikel se va a molestar. -dejó salir de la boca una alegre carcajada sin dejar de abrazarme a su vez.

-Gracias Maria, sois estupendos los dos, os quiero. -sí, su novio Mikel era igual que ella, sensacional y buena persona, hablaba con algunos compañeros de clase pero nadie era igual a ella.

Me sorprendía la amistad que nos teníamos en tan poco tiempo de conocernos, desde el primer momento que crucé los ojos con ella nos gustamos mutuamente, y lo mismo sucedió con su novio cuando me lo presentó.

Solo los conocía de hablar con ellos en la facultad, a veces me habían invitado a sus fiestas, debían pensar que yo era de su mismo nivel social y así me trataban, no podía aceptar de ninguna manera, no me interesaba que descubrieran que su amigo era más pobre que las ratas. Así era mejor y estábamos todos bien.

Volvía rápido para casa, tenía tiempo suficiente, pero los nervios me traicionaban. Papá me esperaba con la comida en la mesa.

-Tengo que prepararme y salir para hacer un trabajo. -nunca me preguntaba lo que hacía, cual era mi trabajo, ni me cuestionaba mis salidas, a veces en horas extemporáneas.

Tomé una relajante ducha de diez minutos mientras me hacia efecto el inyectable anal que me entregaba Santi, para limpiarme por dentro, tenía que ir preparado al desconocer lo que aquel hombre pretendiera hacer conmigo.

Escogí un pantalón de tela no muy gruesa, una camisa sin magas negra y la chaqueta de abrigo, a Noa y María les había gustado como estaba con ella y, al menos de María, confiaba en su buen gusto. Colonia de Rochas, un capricho que ahora me podía permitir comprar, y mocasines planos; rebajaban aún más mi estatura y eso, según J.C., encantaba a los hombres al hacerme más vulnerable, despertando sus instintos viriles de protección.

Me miré en el espejo. No me gusté. ¿Pero que le iba a hacer? Desde luego un modelo de pasarela no podía ser, guiñé un ojo a la imagen del espejo y coqueto me pasé los dedos por el pelo desordenándolo.

Los peldaños de la escalera protestaron como aquella vez y lo consideré un buen presagio. Mi padre había recogido la cocina y no estaba presente, supuse que estaría en su huerta y ya se me hacía tarde, llamé a un taxi para que me pasara a recoger y salí a la parte trasera para despedirme.

Eran las dieciséis cincuenta cuando pulse el llamador de la puerta, aún faltaban diez minutos para la hora en que mi cliente me esperaba. Alguien me habló por el portero automático, era una voz de mujer y debían esperar mi llegada, me dieron instrucciones de como llegar a la casa.

Antes de que la puerta se cerrara a mis espaldas pensé que no debía entrar a ese lugar, la verdad sentía miedo. Atravesé el enorme jardín y me fui calmando al ver lo bien cuidado que estaba con diferentes centros de flores.

La casa aparecía gigantesca, o para mi lo era. La puerta de entrada estaba de frente a la avenida flanqueada de altos pinos que dirigía directamente a ella, y a cada lado había veinticinco metros de fachada de piedra de grisáceo granito, el primer piso tenía una balconada de hierro corrido a lo largo de toda la fachada y en el segundo eran todas ventanas.

No pude indagar mucho más y mi vista se fijó en el uniformado hombre de la entrada que me esperaba con una de las hojas de la puerta abierta, iba vestido de negro, camisa blanca y corbata gris, llevaba guantes blancos y una de sus manos sostenía la puerta para que no se cerrara. Antes de que yo hablara lo hizo él.

-Pasé, el señor le espera. -entró detrás de mi y la puerta se cerro ella sola, en la calle hacía un poco de calor y aquí la temperatura era perfecta. Avanzó delante de mi indicándome el camino y comencé a escuchar el sonar de un piano, se detuvo ante una puerta y me invitó a que entrara con un gesto.

Me encontré en un enorme salón que parecía desproporcionado al contener un escaso mobiliario, al fondo, ante un gran ventanal, había un piano de cola y detrás de él la persona que lo hacía sonar, no se movía más que para mirar el teclado y caminé hacía allí sobre el brillante mármol rosa.

La luz que penetraba por el ventanal me deslumbraba y no podía ver el detalle de lo que tenía al frente, la música dejó de sonar y la figura sentada levantó la cabeza, al lado del piano tenía una pequeña mesa de ruedas con la tapa de cristal negro y un portátil plateado encendido sobre ella. El mayordomo se me adelantó y llegó hasta la pared, apretó algún dispositivo y las cortinas se corrieron dando un tono de luz dorada al salón.

-Gracias Juan. Acerca una silla para el señor, por favor. -al escuchar su voz fijé la mirada en él. No era el señor mayor que, no se el por que, esperaba encontrarme.

No me había dirigido la palabra aún, miraba a su sirviente caminando con una silla en las manos hacia donde me encontraba. Seguramente no tendría más de veinticinco o veintiséis años, su pelo color castaño oscuro perfectamente peinado con raya a la izquierda, y tirado hacía atrás dejando ver libre todo su rostro anguloso y labios algo gordo el inferior.

Me dirigió un ligero vistazo para volver a fijar la vista en el sirviente, tenía los ojos ligeramente rasgados, no como un oriental pero algo parecido.

-¿Deseas tomar algo?, ¿tienes sed? -la voz le salía suave arrastrando las palabras, algo quebrada y profunda.

Miraba tan centrado en él que no me di cuenta de que me hablaba a mi.

-No, no gracias. -me encontraba muy sorprendido por todo lo inesperado de la situación. Volvió a dirigirse a aquel hombre.

-Fuera hace calor, lleva después limonada a la terraza. -parecía una despedida y se retiró, escuché como cerraba la puerta al salir.

-Siéntate, no iras a quedarte de pie para crecer. -no se había movido de donde estaba y seguía sin saludarme.

-¡Alonso! - hablaba para él mismo. -Alonso Quijano, tengo un amigo en Sudamérica que se llama como tu, pero no, él es diferente. -lograba que la voz le saliera melodiosa, como la música que antes interpretaba.

-¿Es tu nombre verdadero? -cada vez me sentía más inquieto, ¿qué querría aquel joven de mi? Afirmé con la cabeza.

-Háblame, deseo escuchar tu voz, en tus películas hablas muy poco. -recordé las palabras de Guillermo, que aquel cliente compraba todo lo mío, hasta lo que no salía al mercado.

-Es mi nombre verdadero, ¿qué quieres de mi?… -quedé en suspenso haciéndole ver que no sabía quien era él, ni su nombre, y captó con rapidez mi mensaje.

-¡Ah! Disculpa mi grosería. -me parecía que me hablaba con afectación, queriendo marcar la diferencia que había entre los dos.

-Davy, puedes llamarme así, también es mi verdadero nombre.

-¿David? -le salió una risita irónica y volvió a decir su nombre marcando muy bien como sonaba.

-Da - vy, es inglés, bueno no importa puedes llamarme como desees. -estaba intentado ridiculizarme y cada vez entendía menos lo que deseaba de mi.

Hubiera sido más fácil que me desnudara y que me utilizara como la diera la gana ya que me había pagado bien, luego marchar olvidando esta locura.

-¡Davy!, puedo decirlo muy bien, no soy un cretino imbécil. -ahora si que se reía con ganas.

-¡Oh!, no eres un necio, lo se. Y ya que resultas tan agudo, ¿para qué supones que yo pueda querer a una persona como tu? -sin elevar el tono su voz sonaba acerada y dura.

-Imagino lo que puedas querer, resulta obvio suponerlo. -me miraba tenuemente irritado durante unos segundo, volviendo a su pedante sonrisa acto seguido.

-Vamos a la terraza, Juan nos habrá llevado la limonada. -pensaba que ahora se pondría en pie y vería como era, lo imaginaba muy alto y fuerte aunque estaba muy delgado, y entonces creo que se me caía la mandíbula por mi asombro.

Salió de detrás del piano manejando una silla de ruedas y avanzó hacia la puerta dejándome allí sentado y estupefacto, la manejaba como si fuera un elemento más de su cuerpo y se las ingenió para colocarla lateralmente y coger la manilla para abrirse camino sin mirarme.

Le seguí casi corriendo, se movía con suma rapidez, pasamos por el lateral de un enorme patio donde había muchas plantas, con el techo cubierto de cristales formando una pirámide de cuatro caras, no me daba tiempo a mirar con detalle ya que iba delante y seguía muy veloz, volvimos a atravesar otra ala del edificio y llegamos a las terrazas que daban al paseo del mar.

Juan permanecía delante de una mesa redonda con mantel de hilo blanco, donde había una jarra de cristal alta y dos vasos, vertió el líquido hasta la mitad y espero las órdenes, Davy se acercó a la mesa e hizo un gesto a Juan para que nos dejara solos. Miro la mesa y luego se volvió hacia el paseo con un vaso en la mano. Yo continuaba de pie mirando el paisaje que se perdía en una ligera bruma, hasta las montañas lejanas al otro lado del río, los barquitos en la bahía, a la derecha la playa que se perdía a la vista y el mar azul oscuro.

-Siéntate y prueba la limonada, la ha preparado Juan y seguro que no está envenenada. -después de la rápida carrera y con el calor que hacía allí al aire, me apetecía y tome asiento enfrente de él cogiendo el vaso y me lo llevé a los labios.

Sabia bueno y bebí otro poco, Davy estaba de perfil mirando el paseo y descubría lateralmente el verde fuerte de sus ojos, brillantes recibiendo la luz del sol.

-¿Deseas saber lo que quiero de ti? No se trata de lo que tu supones, para eso los hay mejores, quiero escuchar tu voz, oírte hablar. Se que los demás querrán lo que ofreces en tus películas, pero este no es el caso. Háblame de ti, de tu familia, supongo que tienes familia, de lo que haces y no me interesa tus experiencias sexuales, eso puedo verlo cuando me apetece. -dejó el vaso sobre la mesa para mirarme directamente a los ojos.

-Cuéntame tu vida, “ojos de cielo” -no dejaba de mirarme y los suyos resultaban muy bonitos, ese verde que cambiaba dependiendo de donde los mirabas.

Si eso era lo que deseaba de mi le daría lo que quería. Posiblemente sufriera alguna dolencia que lo mantenía en esa silla, o podía ser impotente, pero ese no era mi problema, él había pagado, y muy bien, por tenerme durante dos horas y deseaba escuchar mi voz, pues muy bien me oiría.

Y comencé a hablarle, desordenadamente al principio y sin centrar mis ideas y sin valorar si lo que decía estaba bien o mal.

Dejó de mirarme para hacerlo mirando hacia el paseo y a la gente que caminaba mientras yo hablaba y hablaba, de lo que recordaba de mi niñez, de aquellos felices años con mis padres todos juntos, los juegos con Óliver y luego con los mellizos.

-Es la hora, Juan debe haberte pedido un taxi. -durante cuarenta minutos había permanecido impasible, me había dejado llevar y el tiempo se me pasó volando.

Me levanté y esperé inútilmente a que me mirara y se despidiera, actuó como a mi llegada y me di la media vuelta para marchar de aquella casa.

Habíamos bebido bastante en la fiesta, Juan Carlos más que Noa y yo juntos, ella, al ser mayor resultaba más responsable y yo por que no me gusta terminar borracho. Como había prometido a J.C., quedamos para hablar, beber y pasar un rato juntos, primero en un bar donde comenzamos con cerveza. Mi amigo quería que le contara como me había ido en mi primera cita con un cliente de puto, y realmente poco tenía que decir sobre aquel insólito encuentro.

-Guillermo dice que no solamente a pagado mil euros por ti, además le ha remitido otros quinientos para tus gastos de taxi, no te hagas de rogar y cuenta como te ha ido, ¿qué maravillas le has hecho en la cama? -así llevaba dos horas entre cerveza y cerveza.

-Nada, no he tenido que hacer nada, bueno, solo hablar y escuchar a veces sus descortesías, no me quería para follar, y no hay más que contar. -describí un poco la personalidad de Davy, o como yo había entendido que era, que estaba en una silla de ruedas y como era la casa donde vivía.

Nos despedimos del resto de los amigos y Noa quería que fuéramos a bailar, entramos en un local conocido de ambiente gay, frecuentado también por chicas, para relajarnos y hacernos los locos, bailamos unas dos horas hasta que todos estaban borrachos, algunos drogados, sin camisas y más que bailar parecían buscar una pareja para terminar en un rincón o la cama follando.

-Vamos a mi casa, hoy estoy sola, quiero estar con vosotros. -Noa estaba solamente con el sostén en la parte de arriba y J.C. hacía tiempo que se había quitad la camisa, bailábamos los tres abrazados, envueltos entre otros cuerpos que se frotaban con descaro con los nuestros, cada uno buscando con quien quedar.

Terminó de convencernos al ofrecernos la boca que mi amigo y yo besamos, por separado y uniendo las bocas los tres, ahí tenía mi ventaja al ser de la misma altura que mi amiga y J.C. más alto. Noa es la única chica a la que he besado y penetrado, por la vagina y el culo, y a veces creo que era yo el follado por ella, a mi amiga María solamente la beso en la mejilla.

Llegamos a su casa en nuestra misma calle, J.C. vive en la pare más alta y en la otra acera, luego está mi casa al otro lado, y más abajo y casi pegando al río la de los padres de Noa, ellos son hijos únicos y nunca les ha faltado de nada, o al menos, no han pasado las dificultades que mis hermanos y yo.

Sacó algo de beber mientras J.C. se tiraba sobre la butaca y yo encima de él, volvieron a preparar un trago y sacaron la mierda de la maría, ahora me la ofrecían por cortesía, sabían que no tomaba.

Noa se quitó la ropa de arriba dejando libres sus preciosos pechos y los dos chicos nos prendimos de ellos, puedo decir que es lo único que me gusta de los cuerpos de las chicas, admiro el cuerpo femenino pero en el sentido artístico, no erótico o sexual, aunque haya comido el coño a mi amiga y se la haya metido por sus tres agujeros.

Juan Carlos la desnudó mientras ella y yo nos besábamos y escondía la cara en sus tetas.

-Chúpalas un poco más Alonso, pareces un precioso niño mamando. -saltaba de pezón en pezón y ella gemía, podía ser por mis caricias a sus pecho o por la comida de coño que J.C. le hacía sorbiendo la fuente de su vagina.

Montaba como una amazona, abierta de piernas cabalgando la polla de J.C., puse la mano en la base de la verga y se sentaba sobre ella salpicándome los jugos que le salían del coño, disfrutaba sintiendo la dureza del pene de nuestro amigo y cuando ella aplastaba mi mano queriendo que la verga fuera solo para ella, la dejé que lo disfrutara y me incliné para lamerle los jugos y la verga cuando salía del coño jugosa y húmeda.

Noa se agacho colocando los pechos sobre el tórax de Juancar, elevando el trasero, tentándome cuando miraba el moreno hoyo.

-Métemela, dame por el culo bonito. -recogí sus líquidos y le preparé el ano metiéndole los dedos, J.C. la follaba lentamente sacando nuevos jugos cuando retiraba la polla, la sujetó de las caderas elevándola y para facilitarme el acceso, me apoye en su espalda y se la metía lentamente sin parar hasta tenerla toda dentro.

Era maravilloso estar en su interior, yo quieto, sintiendo el movimiento de la verga de J.C. discurriendo por su vagina y moviéndonos al unísono los dos, haciendo que Noa gritara cada vez que le llegaba un orgasmo, quedándose rígida y agarrotada un instante, estuvimos follándola hasta que me cansé de estar soportándome en esa postura y me salí de su ano que ahora quedaba abierto y redondo.

Mientras me masturba observaba como mi amiga no cesaba de gritar y se corría hasta caer exhausta sobre el pecho de J.C. y resbalar a su lado, dejando a mi amigo con la verga dura y sin haber eyaculado.

Juan Carlos se levantó arrodillado y se tumbó junto a mi empezando a besarme la boca..

-Ahora tu cabroncete, he reservado algo para mi peque. -rápidamente me coloqué arrodillado delante de él y se abrazó a mis caderas, mi culo se abría solito por el deseo que sentía, no necesitaba lubricación, ni que me lo dilatara, estaba preparado para recibirle y me penetró de golpe.

Me montó unos minutos, pocos, los dos deseábamos llegar al orgasmo, emprendió una carrera loca entrando y saliendo de mi culo, recibía los golpes de sus colgantes testículos sobre los míos y ambos jadeábamos, hasta que me clavó todo lo que pudo su pene, y se detuvo para dejar trabajar a su polla sacándole el semen que entraba como un torrente en mi vientre.

Noa se dio cuenta de que estaba en la puerta del cielo y me empujó para que entrara de golpe, agarró mi verga y la meneó un segundo hasta comenzar a escupirle el semen en la mano.

Esa noche dormimos los tres en la cama de sus padres abrazados…

(9,50)