Nuevos relatos publicados: 11

El despertar de mis escondidas intenciones (Parte 2)

  • 10
  • 46.570
  • 9,17 (18 Val.)
  • 0

Después de limpiar el desperfecto salí de la habitación, sin saber a ciencia cierta las consecuencias de mi acto; sabía que las habría, no tenía excusa alguna…

Desperté muy tarde por la mañana aún con la resaca anímica de la noche anterior, mi esposa ya no se encontraba a mi lado y el silencio en la casa auguraba lo peor; así que con no poco temor dirigí mis pasos para enfrentarme con la realidad de mi situación, aceptar las consecuencias por nefastas que fueran estas.

Después de llamar a mi esposa en reiteradas ocasiones y sin recibir respuesta a las mismas, me encaminé al comedor para saciar mi sed y de paso comer algo; el remordimiento no menguaba mi apetito después de todo.

Tras preparar algo ligero y a punto de sentarme a devorarlo, se abrió la puerta principal; ¡mi esposa con toda seguridad!

De nueva cuenta la intriga por saber en qué concepto me encontraría, primero si mi cuñada se dio cuenta de la que hice y segundo si esta se lo contó a su hermana… ¡menudo lío en el que me había metido!

Así que sin más y esperando lo peor, me encaminé a su encuentro; no me consideraba devoto pero en ese momento recé todo lo que sabía.

Allí estaba ella, tan hermosa como siempre y, después de dirigirme una sonrisa, corrió a mi encuentro a darme un beso que hizo que mi alma regresara a mi cuerpo.

—¡Hola amor!, ¿apenas despertando?; ¡eres todo un flojo!

—Acompañé a mi hermana a hacer unas compras, ya sabes, por la prisa de salir de su casa olvidó algunas cosas.

—Ok, ¿todo bien con ella?

—Si, bueno, en lo que cabe; pero y tú, ¿ya desayunaste?

Iba a responder esto último cuando mi cuñada hizo acto de presencia, quedando a unos pasos de nosotros; me miró y en ese momento el color desapareció de mi cara, se dirigió hacia mí con paso firme y me dijo:

—¡A ti te estaba buscando!

No supe que hacer, sentí un escalofrío que recorrió mi cuerpo; temblaba solo de pensar que en ese momento y lugar reclamaría mi acto del día anterior, no tenía salida.

—¿Sería mucho pedirte que bajaras mis cosas del coche?, hace un calor tremendo y quisiera darme una ducha.

Dijo esto dándome un beso en la mejilla como si nada hubiese ocurrido, incluso ya no se notaba abatida como lo estaba el día de ayer.

—Anda ayúdala, me dijo mi esposa, ¡no te quedes ahí parado hombre!

Salí al garaje con la satisfacción de alguien que ha librado la muerte, bueno, casi.

Mi esposa me encontró cuando aún estaba por sacar la última bolsa del auto y, ayudándome con algunas de ellas, comenzó a contarme acerca de su hermana.

—Parecería que se encuentra bien, pero no me engaña; cuando despertó la vi algo rara pero no ha querido contarme algo.

De nueva cuenta la preocupación del porque su hermana no había querido contar algo de lo ocurrido paso por mi mente, tal vez esperaría la oportunidad propicia para reclamármelo solo a mi o, en el mejor de los casos, efectivamente no se había dado cuenta y solo estaba confundida por la situación que estaba pasando.

—No te preocupes tanto, no es la primera ni la última a lo que le pasa esto; va a estar bien, solo dale tiempo.

—Sé que tienes razón, pero no deja de preocuparme; más aún que tengo que dejarla sola.

¡Cierto! Tenía que ir y hacer la presentación de su proyecto y, por lo menos, esto le tomaría la mitad del día.

—Por favor no te separes de ella, nos necesita ahora y no podemos darle la espalda.

—Pero que puedo hacer yo mujer, no sabría cómo hacer para distraerla.

—Solo serán unas horas, llévala a comer; o tal vez ni siquiera salga de su habitación y se ponga a hibernar como un oso.

Así que, sin argumentos válidos, vi como tomaba el auto y emprendía el camino a su trabajo.

Entré a casa y traté de continuar con mi desayuno, cosa rara pero el apetito voraz de la mañana dejo su lugar a la inapetencia.

Comencé a ordenar la mesa de la cocina cuando escuché que mi cuñada salía de su habitación y se dirigió a la sala.

—¿Puedes venir por favor?, necesito hablar contigo.

Me dijo sin la dulzura de la mañana y con un dejo de enojo que marcaba su voz.

—Ahora voy, permíteme terminar con esto.

Traté de serenarme y tomar fuerza para el enfrentamiento que sabía que venía, iba sin excusas y a aceptar las consecuencias.

—Sé que pasó algo anoche, lo sé porque me conozco; pero no puedo asegurar algo.

—Si te refieres a la forma en como tomaron o de que tuve que limpiar sus desperfectos no te apures, ya he pasado por esto…

—¿También has pasado por aprovecharte de mujeres inconscientes?

Sentí como un balde de agua caía por mi cuerpo, efectivamente sabía lo que había hecho. Solo callé.

—¡Dime que hiciste conmigo!, ¿de qué forma te aprovechaste?

Silencio.

—¡Ten el valor de aceptarlo!, ¡eres un maldito violador!

—Cuando mi hermana se entere te va a abandonar, ¡como a un perro!

—¡También voy a denunciarte y hacer que pases mucho tiempo en la cárcel!

Por mi cabeza paso una vida sin mi esposa, preso no solo físicamente sino también de remordimiento por un momento de calentura.

—¡Perdóname!, le dije tomándola por los hombros.

—¡No sé qué fue lo que me pasó!, pero no volverá a suceder.

—¡Suéltame maldito!, dijo esto apartándose de mí y propinándome una cachetada en el rostro.

—¡Eres un maldito violador!, voy a contarle a todo el mundo lo que hiciste; ¡que sepan la clase de hombre que eres!

—Plaf! Plaf!

—¡Maldito!

—Plaf! Plaf!

Otro par de golpes más que hicieron que el miedo pasara a enojo, tomé sus brazos para evitar siguiera golpeando y la empuje al sillón.

—¡Deja que te explique!, le dije, ¡en ningún momento hubo penetración!

—¿Y eso me debe hacer sentir bien?, ¡eso no te quita que sigas siendo un pervertido!

El estado de ansiedad hizo dar al traste con el poco sentido común que aun tenia, volví a tomar sus brazos zarandeando su cuerpo para tratar de calmarla.

—¡Mírame!, ¡dije que no va a volver a pasar y así será!

—¡Suéltame maldito!, ¡sí que pasó y por esto te voy a denunciar!

—¡Suéltame!

Un certero puntapié en mi entrepierna le permitió que la soltara.

Dolor, pero sobre todo enojo; sentirme vapuleado hizo desbordar mis sentidos, ya no razonaba.

Volví a tomarla, esta vez por la cintura y, sin miramientos, la tumbé por enésima vez al sillón; cayendo de mala forma y golpeando su cabeza en el respaldo.

—Si lo que quieres es denunciarme… ¡hazlo con provecho!

Acto seguido tome su ropa intentando quitársela, sin resultado tanto por el tipo de prenda como por sus movimientos que no facilitaban mi tarea.

—¡No!, ¡Suéltame cabrón!

—¡Ayuda!, ¡Ayu…

No le fue posible terminar la frase, tapé su boca y recargue mi cuerpo sobre el suyo; con la mano que tenía suelta comencé a desgarrar su ropa terminando por dejarla solo en interiores.

—Mmmggghhhhh, Aaaaggghhhhhh!

Fuera de mis cabales comencé a golpear sus nalgas, con la excusa de callarla y por el morbo de hacerlo sobre su níveo trasero.

—¿Querías una excusa para denunciarme?, ¡te voy a dar una, pendeja!

Dicho lo anterior, tiré de su tanga hasta que esta quedo hecha un guiñapo; con esfuerzo me coloque entre sus piernas y comencé a besar su cuerpo.

—Mmmmggghhhh, mmmmgghhhhhhh!

Comencé besando su cuello y terminando hasta donde su sostén me permitía hacerlo, lamía como animal en celo, disfrutando de su sabor y ese olor a recién bañada confundían mis sentidos.

—Mmmmggghhhh, mmmmgghhhhhhh!

Intentaba en vano zafarse de mi abrazo, mi fuerza aunada al peso de mi cuerpo no le permitían deshacerse del trabuco que yo representaba.

Introduje mi mano por entre mi cuerpo y el de ella, tratando de llegar a su entrepierna; cada movimiento me acercaba primero, a su maraña de pelo, para continuar hasta su intimidad.

Inútilmente movía brazos y piernas tratando de quitarme, pero mi afán enfermizo por poseerla no permitiría que lograra su objetivo.

Mi mano abarcó completamente su sexo, mi libido por esta acción no consentida me tenía a mil; introduje con dificultad un par de dedos entre sus labios vaginales y pude notar su calor, mi pulgar tocaba su clítoris en un intento por lograr que lubricara.

—Aaaagghhhhhhhh!

Masculle entre dientes al sentir como los suyos mordían mi mano, esto me distrajo por un momento permitiéndole soltarse de mi abrazo y darme, de nueva cuenta, otro golpe; ahora de lleno en mis partes que de nobles no tenían mucho.

—Ahhhhhh, ¡Auxilio!, ¡Ayu…

Volví a hacer que se callara, pero esta vez no tapando su boca, sino dando un golpe a la boca de su estómago; acción que surtió efecto ya que trataba de tomar aire de forma desesperada para continuar gritando.

—¡Cabrona!, ¡como carajos duele!

—¿te gusta jugar rudo?, vamos a ver que tanto…

Tiré de sus piernas y la hice caer a la alfombra, la coloque boca abajo aun a pesar que ella tiraba golpes a diestra y siniestra y me tumbe sobre ella; aun me dolía su golpe y aproveche el momento para tratar de recuperarme.

—Te va a costar el golpe que me diste.

Dije esto tratando de tomarlo como excusa para lo que tenía en mente.

Rápidamente y, aprovechando que aún no se recobraba del todo, comencé a quitarme la ropa; solo mi bóxer impedía que mi amigo saliera de su encierro.

Tomé sus brazos colocándolos tras su espalda, tiré de la última prenda que me separaba de ella para colocarlo directamente entre sus nalgas.

—¡No por favor!, le escuché apenas decir, ¡no quiero!

—¡No diré nada!

Tarde llegó esta suplica, había pasado el punto de no retorno y nada me haría cambiar de planes.

Sin decir algo dirigí mi herramienta directamente a su esfínter, situación que le hizo intentar una vez más el librarse de mí.

—¡Voy a cogerte como según tú dices que hice!

Diciendo esto me introduje en su cavidad haciendo que ella diera un grito que con esfuerzo pude hacer callar

—¡Aaaagggghhhh!, AAAAGGGGHHHH!

—¡No!, ¡por favor no!, Por fav… Mmmmggghhhh

Me salí de ella dándole un respiro solo para casi inmediatamente volver a estar dentro suyo.

—¡Me duele!, por favor ¡sácalo!

El placer por sentirla sodomizada embotaba mis sentidos, así que continué; su esfínter me apretaba intentando en vano deshacerse del intruso, provocándome espasmos de placer por cada contracción.

—Ahhhhhh ¡si!, ¡Tu culo es la gloria!

—¡Noo!, ¡NOOOOO!!! ¡por favor ya no!

El momento, su cuerpo, sus gritos hicieron mella en mí, provocando la pronta explosión y un orgasmo como nunca lo había tenido; inunde su intestino bombeando una cantidad enorme parte de la cual comenzó a derramarse entre sus piernas.

—¡No!, ¡no!, ¡no!

Ya no gritaba, solo sollozaba su infortunio.

—¡No!, ¡no!, ¡no!

Me retiré de ella aún con una mediana erección, tomé una parte de tela que con anterioridad había sido su top y me limpié.

Restos de esperma, heces y un poco de sangre salían de su esfínter, aún expandido por mi brutal ataque.

Ya no lloraba, con dificultad se incorporó y, sin decirme algo, se encaminó a su recamara; dio un portazo y se escuchó el seguro de la misma.

Lo que pasara de ahora en adelante el destino ya lo había decidido, tomé mi ropa y me dirigí a la salida…

(9,17)