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Jadea mama, jadea que ya te cogeré

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Llevaba años espiando a mi madre y escuchando cómo jadeaba cuando la follaban, hasta que un día decidí irrumpir en plena follada, echar al repartidor que se la estaba montando y terminar yo mismo la faena que la estaban metiendo.

En la vida sólo hay diez cosas que merecen la pena. La primera es el sexo y las nueves restantes... ¿Las nueve restantes?, pero a quién le interesan las nueve restantes. Hablemos de sexo y no perdamos el tiempo. Soy Pancho Alabardero, tengo casi cuarenta años, vivo en Madrid y estoy creando el "Circulo de los Incestuosos" es decir aquellos que mantenemos relaciones incestuosas entre adultos.

Pero no piensen ni por un momento que esto es un grupo de amiguetes, aquí se encuentra lo más glamoroso, lo más erótico, lejos de la pornografía vulgar y zafia, este es un circulo para auténticos gourmets, no para triviales pajilleros que unas simples líneas de ahhh, ohhh, ya se sienten los reyes de la zambomba. El erotismo fino, insinuante y trasgresor es la más bella lectura que un ser humano puede degustar. Aquí les ofrezco un relato de un distinguido miembro del Círculo. Que lo disfruten.

Soy Cristóbal Zarzo, tengo 32 años soy médico psiquiatra de un hospital de Madrid, no estoy casado ni tengo novia, aunque ando tras los pasos de una celadora del hospital un tanto mayor que yo, y mi vida sexual si tuviese que definirla con dos palabra la definiría como: simplemente monótona.

Eso quiere decir que folló más bien poco, que me la casco más bien mucho y que la variedad es más bien escasa, así que con ese bagaje entenderán mis ansias por transformar tan sombrío panorama, de modo que cierto día, cuando me tropecé por casualidad con una ocasión que ni pintada, decidí aprovechar la oportunidad y dar un salto de gigante en la calidad e intensidad de mis relaciones sexuales.

Primero debería ponerles al corriente de mi afición por las mujeres maduras. Verán ustedes, el caso se remonta a mi adolescencia. Resulta que mis padres viven en una casa pareada, es decir, tiene pegada otra casa exactamente igual en la cual vivían mis tíos, hasta que mi tía, hermana de mi padre, se quedó viuda y aparentemente desconsolada.

Digo aparentemente, porque ella, al poco de enviudar y encontrarse joven, con una pensión de viudedad digna y unas cuentas bancarias saneadas, pues se pasa la mayor parte del tiempo en la costa. Ella dice que el bullicio de Madrid le sienta mal, pero a lo mejor es otra cosa, pero el caso es que como ellos no tenían hijos y yo soy hijo único y desde siempre le he dedicado mucho empeño a mis estudios, pues mi tía decidió ponerme un despacho para estudiar en su casa para estar más concentrado dado sus largas ausencias, y justo el despacho lo puso en su antigua habitación de matrimonio, porque ella acondicionó otra que no le trajese recuerdos.

No sé en las demás casas pareadas, pero en la de mis padres y la de mi tía, una casa es espejo de la otra, eso quiere decir que mi despacho de estudios hace pared con pared con el dormitorio de mis padres y si quieren que les diga la verdad, se escucha todo lo que sucede con una claridad meridiana, pero para no perder detalle, yo instalé en mi despacho un amplificador de sonidos pegado a la pared, de modo que a veces, cuando mis padres dormían la siesta y follaban, yo me calzaba los cascos y a escuchar tranquilamente los jadeos de mi madre.

Bueno, tranquilamente no, porque mi madre cuando la follan brama como una burra y a mi eso me empezó a poner a cien y así, poco a poco y día a día, empecé a pajearme a la salud del polvo que la estaban metiendo a mi madre.

Todo esto funcionó relativamente bien hasta que terminé la carrera de medicina y me preparé para afrontar el MIR que como quizás ustedes sepan, es la prueba de acceso para una especialidad en medicina. Durante esos meses que transcurren entre el final de la carrera y el examen del MIR yo me encerré en el despacho y pasé casi todo el día estudiando y así fue como descubrí que cierto día por la mañana temprano, escuché ruidos en la casa de mis padres.

Mi padre estaba trabajando y mi madre estaba sola, pero en el piso de abajo se escuchaban ruidos que yo no llegaba a identificar, de modo que quise salir corriendo a casa de mis padres para ver qué sucedía, pero me retuve a tiempo, saqué mis cascos y mi amplificador de ruidos y los pegué a la pared desde donde creía que salían los ruidos y los identifiqué, vaya que los identifiqué, era mi madre, que bramaba contenida mientras alguien se la estaba cepillando en ausencia de su marido y de su hijo.

Yo me quedé a la vez atónito, contento y empalmado. Atónito porque descubrí la infidelidad de mi madre, contento porque me daba morbo que a mi madre se la estuviesen follando y empalmado porque me imaginaba a la cachonda de mi madre cometiendo adulterio.

Cuando regresé a casa al mediodía para comer, mi madre me entregó una carta certificada que había llegado de la Universidad y me dijo que le había tenido que firmar al cartero el comprobante. Joder, pensé para mí, no sólo le firmaste el comprobante, además te la ha metido y lógicamente debía ser un desconocido, de modo que eso me dejó aún más perplejo: mi madre debía follar cuando se le presentaba la ocasión.

Eso me dio pie a estar atento a cuánto ocurría en casa en ausencia de mi padre y cuando mi madre estaba sola, pero el caso es que pasaron los días y no sucedía nada, aunque pasadas un par de semanas y como a eso del mediodía otra vez ruidos y conversaciones en casa de mis padres. Bajé corriendo con mis auriculares y mi amplificador y a ponerlo en la cocina. Esta vez le habían traído un pedido del supermercado y el recadero se estaba trajinando a mi madre. La muy ladina se estaba follando a un chaval joven.

La cosa se repitió, y se repitió, y se repitió y llegué a tres conclusiones. Primero, mi madre era una salida y follaba con quien se le presentase y cuando se le presentase. Segundo, el poder de la mente y de la pasión debía ser un impulso inmenso, porque mi madre jadeaba como una demente y todo a su alrededor pasaba a un plano secundario cuando se la estaban montando, y, tercero, me había hecho tantas pajas a la salud de los polvos de mi madre, que me había conjurado para que un día fuese yo quien se la metiese y quien la hiciese jadear.

Y quizás eso me hizo decantarme por la especialidad de psiquiatría, sentía pasión por esa fuerza y deseaba estudiar los entresijos de la mente humana. Con ese bagaje inicié en un reputado hospital de Madrid la práctica de la especialidad y, poco a poco, me fui adentrando en las miserias y grandezas de la mente humana.

Sexualmente la cosa para mi no pintaba nada bien. Era tímido e introvertido, de modo que pillar, la verdad es que pillaba poco, aunque gracias al contacto con otros colegas, chicos y chicas, y compañeros sanitarios, poco a poco fui abriéndome y haciendo amigos y amigas.

Yo soy bastante alto, algo más de 1,90, delgado, de ojos verdes y de tez morena, de pelo azabache y ligeramente desprendido sobre la cara, es decir: más que guapo, resulto vistoso. Mi madre es bajita, apenas 1,60, rechoncha, de culo redondo y pronunciado, de tetas generosas, de manos amorcilladas, de labios gruesos e insinuantes, de ojos hundidos y vivarachos, pero sobre todo posee el mejor muslamen de la barriada. Además le gusta vestir siempre con la lencería más insinuante.

Su regalo preferido son los ligueros, las braguitas imposibles para cubrir un culo tan generoso, los sujetadores de copa abierta. No es que yo se los regale, pero cuando estoy sólo en casa, registro minuciosamente su cómoda y me recreo largamente con sus insinuantes prendas. Pues decirles que en el hospital hay una celadora con poco menos edad de mi madre, divorciada, con un chico algo menor que yo y que últimamente nos hicimos muy buenos amigos.

A nada que me lo propusiera estoy seguro que conseguiría mantener relaciones sexuales con ella, pero la señora no se merece una relación intrascendente, se merece alguien con quien compartir su vida y que la haga lo feliz que hasta el momento no ha sido. Y se preguntarán ustedes que, si eso es lo que me gusta, y razonablemente es posible conseguirlo, qué es lo que me retiene.

Pues lo único que me retiene es mi madre.

Estoy obsesionado con poder mantener relaciones sexuales con mi madre y hacerla jadear con la intensidad que ella jadea. Me parece que tantas y tantas pajas escuchando sus jadeos no pueden quedar sin fructificar. Estoy seguro que de por vida echaría en falta esa experiencia trascendental y también soy consciente que, o lo intento ahora o ya no será posible en el futuro.

Con esas perspectivas y aprovechando que estaba terminando la tesis para el doctorado, decidí tomarme una semana de vacaciones, encerrarme en mi antiguo despacho de la casa de mi tía para dedicarme a la tesis, y estar ojo avizor por si surgía la oportunidad, y la oportunidad surgió más pronto de lo esperado. Al día siguiente a media mañana escuché que alguien tocaba el timbre de la puerta de la casa de mis padres. Me asomé discretamente por la ventana y allí estaba un repartidor mirando a derecha e izquierda y un tanto nervioso.

Ese ya sabe a que viene, me dije para mí. Les di un tiempo prudencial, y cuando empecé a escuchar los primeros jadeos de mi madre, salí a la calle, y con mi llave entre sigiloso en casa de mis padres hasta abrir de repente la puerta de entrada. Nada más entrar al interior de la casa, escuché en la cocina un pequeño alboroto, me desplacé hasta allí y me encontré al repartidor recomponiendo a duras penas su vestimenta y a mi madre, envolviéndose en la bata y disimulando en la alacena guardando unos tarros.

El repartidor salió de la casa escopetado, pero mi madre se quedó tan campante colocando las latas de conserva.

-Que hacíais- le pregunté inquisitorialmente a mi madre.

-Nada, colocando el pedido- me dice cínicamente. Menos mal que me encontré sus bragas tiradas en medio de la cocina. Me agaché a recogerlas, se las enseñé y le pregunté:

-Y que hacen tus bragas tiradas en medio de la cocina-

Ya saben aquello de que cuando te pillan "in fraganti" lo mejor es negarlo todo, y eso es lo que hizo mi madre, como si la cosa no fuese con ella me dice con todo desparpajo:

-No sé, se me abran caído- a lo que yo, tan descarado como ella, le abrí la bata, le metí la mano entre las piernas y al descubrir su chocho al aire, le dije:

-Si, se te han debido de caer, porque estas sin bragas-

Pero claro, ya no retiré mis dedos de su chocho, lo palpé descaradamente y cuando comprobé, más allá de cualquier duda razonable lo empapado que estaba le dije:

-Tienes el chocho muy mojado, se ve que estabais follando- a lo que ella contestó:

-Eso es lo que pretendíamos pero nos lo has interrumpido en lo mejor- a lo que naturalmente no pude hacer otra cosa que ofrecerme para rematar la faena.

Quieres que yo lo continúe, le pregunté mientras la arrastraba hacía una pared de la cocina. Ella no dijo nada, pero se dejó llevar y ya con su espalda en la pared se abrió discretamente de piernas. Como les dije, yo mido algo más de 1,90 y mi madre algo menos de 1,60. Esos 30 centímetros representaban un incomodo, porque meter, se la metí, pero a todas luces se veía venir que iba a ser un polvo mal acoplado, de modo que nada más darme cuenta de los esfuerzos que hacía mi madre para empinarse y conseguir un buen acoplamiento, decidí tumbarla en medio del suelo de la cocina, subirme encima de ella, abrirla las piernas de par en par y metérsela hasta la cintura.

Ella nada más sentirse penetrada y notar en sus carnes los envites comenzó a jadear, en principio tímidamente, pero según ganaba en intensidad y profundidad, los jadeos se iban convirtiendo en resoplos, resuellos, hasta que pronto no eran otra cosa que auténticos bramidos de hembra en celo.

Yo la miraba a la cara para verla y créanme era un espectáculo para no perdérselo. Si los aullidos te ponían los pelos de punta, su cara de gozo extremo te hacía sentir el rey del sexo. Parecía imposible que una mujer gozase tan intensamente, pero la cosa iba a más y a más. Aquellos jadeos que tanto habían alimentado mi imaginación y que tantas y tan buenas pajas me habían proporcionado, hoy eran protagonizados por el polvo que yo la estaba metiendo. Ella, lejos de desconcentrarse, estaba tan ensimismada en lo que hacía, que me tenia clavada las uñas a la espalda y me marcaba los tiempos para acompasarlos a los envites de su culo.

Apoteósica la follada, pero lo mejor estaba por venir, porque según aparecieron sus primeros estertores, la cara se le descompuso, los ojos parecían salírsele de las orbitas y, por un momento, creí que se iba a desvanecer, cosa nada más alejada de la realidad, porque lo que realmente le ocurrió es que cruzó sus piernas para atrapar mi cuerpo, me abrazó con todas sus fuerzas y me vacié dentro de ella mientras ella me tenia atrapado y presa de convulsiones espasmódicas que parecía nunca iban a finalizar.

Pero finalizaron después de una eternidad de convulsiones y jadeos. Yo me quedé literalmente exhausto tendido en medio de la cocina, ella no, ella, nada más finalizar sus convulsiones se levantó con presteza y ya de pie me preguntó con total naturalidad si me hacía un café.

Me tomé el café y me tomé la libertad de sobarle las tetas, de sobarle el culo, de llevarme sus bragas como recuerdo y aún, antes de salir de la casa, de buscar su entrepierna dentro de la bata y meterla un dedo en su jugoso chumino.

Como pueden suponer, esa experiencia fue un punto de ruptura en mis relaciones sexuales. Ahora lo veía todo con mucha más naturalidad y pensé que no era tan trascendental metérsela a mi madre. Empecé a madurar la idea de formar una familia con mi compañera de trabajo, la celadora madura que tanto se parecía a mi madre y comencé a follarla también a ella, pero algo turbador estaba a punto de suceder: Mi padre acaba de salir unos días de viaje de trabajo y mi madre me ha llamado para que la saqué a cenar y a visitar una sala de intercambio de parejas.

-Quiero que me veas follar con otros hombres. A tu padre le vuelve loco, seguro que a ti también te gusta- me dijo explícitamente, sin preguntarme si me apetecía, si tenía disponibilidad o si mi nueva pareja me lo iba a permitir, aunque ella y yo sabíamos la respuesta.

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