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Unos minutos en la vida de un mirón de colegialas

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Ella era una chica rubia de unos 26 años. Tiempo atras la había bautizado como Elena. De cabello largo y liso, recogido en una trenza que le caìa sobre el hombro izquierdo. Tez pálida, y unos ojos verdes grandes como las esmeraldas de la corona de una Reina. Jugueteaba aburrida con el lapiz, mientras con su mano libre se retorcia el extremo de la trenza, lo enrollaba en su dedo, simplemente se evadía con la mente en blanco, combatiendo el aburrimiento de la clase de Historia del Arte.

Yo la vigilaba atentamente, desde una habitación en sombra de mi apartamento,desde el fomdo de la habitación. Sentado en un sillón cómodo, con un tripode de fotografo ante él. sobre el que había ajustado mis prismáticos Zeiss. Era un mes de Mayo, pero cálido. A las cuatro de la tarde el cielo tenía un color azul, puro y distante, solo turbado por algunas nubes algodonosas, muy dispersas. El sol se encontraba a mis espaldas, asi que desde la calle yo era invisible. O desde el colegio. Sudaba frente a los prismáticos. No sudaba tan solo debido a la temperatura, sino a que llevaba ya unos 15 min masturbandome lentamente. Sin prisas. Como venía haciendo desde hacía días. Estaba completamente vestido, con la excepción de que tenía el miembro por fuera de mis vaqueros. Me tocaba suave, con movimientos lánguidos. Me gustaba hacer durar mis pajas de la tarde.

Todo había comenzado hacía dos semanas. Una herida en un pie me tenía encerrado en casa, de baja. Un día, de puro aburrido, recuperé del fondo del armario unos viejos prismáticos alemanes, y comencé a fisgar con disimulo. Nunca estaba en casa en las horas en que en el colegio al otro lado de la plaza había alumnos.. y alumnas. Descubrí el placer que me daba mirar a esas chicas de los últimos cursos. Admirar sus cuerpos, sorprenderme de que algunas fuesen a clase vestidas como las putas de hacía unos años. Lo que no lo mostraban... lo insinuaban. Imaginar de que conversaban. Verlas mirar a los chicos que les gustaban. A veces besarse con ellos. Pero sobre todo me gustaba mirar a las alumnas de aspecto más dulce e inocente, a las princesitas de aspecto virginal, que no tenían aspecto de rameras descocadas, ni vestían de modo estrafalario. Chicas como las que me atraían cuando tenía su edad. Pronto identifiqué a mis favoritas, les puse de modo arbitrario un nombre. Elena era mi favorita.

Elena estaba tan aburrida, sin duda. El callo de profesora se limitaba a repetir el rollo que debía haber estado soltando durante 30 años, de modo monótono y sin pausas. A veces movía un poco las piernas, e incluso apretaba un poco los muslos. El amplio ventanal me dejaba verla con un buen grado de detalle. Las lentes de aumento me acercaban a ella. No era perfecta, las muy bellas no lo son. Tenia algunos granitos en la mejilla izquierda. Los muslos un poco demasiado llenos. La boca ligeramente grande. Es decir... era divina. Mordisqueaba un poco el lapiz, se removía un poco en el asiento. No solo estaba aburrida, sino algo excitada. Del modo en que la mente de una adolescente se excita cuando, aburrida y obligada a estar quieta, deja volar su imaginación. Yo casi podía leer su pensamiento, fijo en ese muchacho de la motocicleta con pegatinas de unicornios alados que venía a buscarla a la salida del colegio, siempre puntual. Los celos, de modo irracional, me agarraban el corazón cuando les veia así abrazados. Besos entregados, de amor adolescente. Me preguntaba que harían cuando esa moto saliese del casco urbano. A donde irían. De noche imaginaba lo que podrían hacer, pero yo tenía la intuición de que Elena aún era virgen. Una de sus manos se poso sobre su muslo, desnudo, cerca de la rodilla. Su falda era corta, pero no escandalosamente escasa. Se lo apretó un poco... al estar mi piso más alto que su clase, podía ver lo que nadie más.

Había llamado a Elena de ese modo porque me recordaba tremendamente a mi segunda novia. Yo aún era virgen... y lo fuí hasta un tiempo después de dejarla. Fue un verano, en Salou. Veraneabamos en la misma urbanización de chalets baratos. Me quedé prendado cuando la ví salir de la piscina, y me hice el moscardón alrededor suyo hasta que conseguí que me dejase acompañarla un día a hacer un recado. En los 23 días siguientes no me separé de ella más que lo imprescindible. Su pecho fue el primero que toqué por debajo del sujetador. La suya fue la primera mano de mujer que acarició mi entrepierna. Ahora, mientras me tocaba, imaginaba que la suya era la mano que me daba placer. Con ella aprendí a besar con lengua. A Elena fue la primera mujer a la que le compuse una canción.

La monotona clase ya duraba 30 minutos. Elena sudaba un poquito más de lo normal. Era la última clase de la tarde, en 20 minutos más saldría. Junto al chico de la moto. ¿Sabría él lo cerca que estaba su chica de entregarle su tesoro?. No lo pensaba así. Tal vez entre el fin de las clases y su encuentro con el flaco y moreno chaval, recordaría las palabras de su madre sobre ser "una buena chica". O tal vez no, y esa tarde de viernes la Hermandad de las Virgenes iba a perder una asociada más. Una tarde para el amor... sol, viernes, calor... muchas niñas iban a dejar de serlo esta tarde. Su mano dejó el muslo, para jugar con el botón superior de su blusa blanca. Nada de tops escandalosos o camisetas ajustadas con manos dibujadas sobre los pechos. Una blusa blanca, encantadoramente demodé. Como si supiese que la estaba mirando, se echo un poquito hacia atras. Su busto ya estaba desarrollado, y lo noté contra la tela. Pero mi visión quedó centrada en su rostro. De hecho moví el dial de los aumentos hasta el máximo. Su rostro llenó mi campo de visión. Ese rostro delicioso. Ya me subía...

La tarde que nos despedimos, los dos éramos plenamente conscientes de que no nos volveriamos a ver. Prometimos llamarnos, escribirnos... mentiras. Otros rostros llenarían nuestros sueños. Nos inflamarían de deseo. Los jóvenes olvidan pronto. Y años después recuerdan dolorosamente, cuando la vorágine de la vida cotidiana nos deja respirar. En días como los que yo vivía ahora. Esa tarde nos dimos algo para recordar. Yo besé el interior de sus muslos, incluso su misterioso y embriagador sexo, sobre la tela de sus braguitas. Era tremendamente vergonzosa con respecto a su sexo. Nunca se lo ví, más que apartandole las braguitas. Tenía el vello del sexo cortito y de un rubio casi blanco. Creo que la hice gozar, nunca estuve seguro del todo. Ella movió su mano sobre mí, esa vez sin retirarla cuando le dije que me iba a correr. Se la manché de semen, y le dio tal asco que tuve que limpiarsela yo con mi pañuelo. Me subia....

Ella llenaba la lente frente a mi. Mordisqueaba de nuevo el lapiz, con esa expresión entre ausente y excitada, la vista perdida. ¿ Que estaría viendo en su imaginación ?. El pelo sobre el costado, esa mano jugando con el botón superior, los dientes blancos y perfectos sobre la madera del lapicero. Mi vista se nublaba... Ya estaba...

Cerré los ojos mientras mi polla palpitaba entre mis manos, mientras me hacía la que iba a ser mi última paja admirando a Elena. El lunes me reincorporaba al trabajo. Probablemente no volvería a verla. Cuando la oleada de placer me abandonó, desmonté los prismáticos del trípode. No iba a espiarla mientras subía a esa motocicleta, y la falda se le subía un poquito. No intentaría adivinar que pasaría esa noche. La ofendía al espiarla de esa manera, pero su presencia me había ayudado mucho en esos días de soledad, de depresión. Su figura, sus olores, sus formas, eran de ese muchacho. No mías. Yo solo se la había robado durante un corto periodo de tiempo, en que las manos de la Elena original habían vuelto a posarse sobre mi cuerpo. Y por ello, le estaba eternamente agradecido.

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