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Destino equivocado

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Por fin habían llegado las vacaciones de agosto, y Joaquín, que no había hecho planes acerca de dónde las pasaría, se quedó en la cama después de despertarse, haciendo un esbozo de última hora en su mente, decidiendo dónde las pasaría. No estaba seguro, y, por un momento, casi se decidió a quedarse en su casa; pues recordó que las playas están muy congestionadas, con una agobiante cantidad de personas. Mejor se dedicaría a ver algunas películas en la tranquilidad de su hogar y a leer algunos libros. Mientras razonaba sobre aquella cuestión el móvil, que había dejado sobre la mesita de noche, reclamó su atención.

—¿Sí?

—Hola, ¿Joaquín? Soy yo, tu prima Evelyn.

—Sí, lo sé… ¿Qué brillantes ideas tienes para estas vacaciones de agosto? —preguntó con cierto desgano Joaquín.

—Pues... nada, es que hemos decidido ir a pasar un par de semanas a la Provenza.

—¿A Francia?

—No… a la Antártida, ¿a dónde más podría haber otra Provenza? —respondió Evelyn en tono sarcástico.

—Vaya, no te burles de mi asombro. Pero en realidad no me interesa.

—Bueno tú te pierdes de acompañarnos durante las dos semanas que estaremos de viaje. Pero si te decides, podemos conseguirte un vuelo en…

—De verdad que no me interesa, te lo agradezco, pero no me interesa.

—Bueno, allá tú con lo que decidas hacer en estas vacaciones…

—De verdad Evelyn, prefiero quedarme a descansar aquí, tranquilo en la casa, donde no tengo que vérmelas con las aglomeraciones de las playas ni de los aeropuertos.

—Vaya, como quieras… a propósito, la casa de montaña de mi padre va a estar desocupada durante toda la temporada, si quieres puedes irte a pasar unos días allí.

—De verdad Evelyn, te lo agradezco pero quizás me quede toda la vacación de ermitaño, aquí encerrado en mi choza.

—Que aburrido… pero bueno, es tu decisión… chao.

Joaquín estaba decidido a pasar otro rato en la cama cuando de pronto una idea cruzó por su mente: «¿un vuelo? —Se preguntó— sí, ¿por qué no? Pero no a Francia sino a un lugar más lejos». Se levantó, y así, únicamente vistiendo los boxers, se fue al estudio, abrió una de las gavetas de su escritorio y sacó unos panfletos turísticos que le habían dado en varias agencias de viajes. Comenzó a revisarlos, despacio: San Petersburgo, Estocolmo, Roma… Buenos Aires, Santiago de Chile… mientras buscaba un lugar que le llamase la atención encontró un folleto con un sitio que le pareció atractivo, una isla en medio del Caribe: Antigua, un paraíso con playas de arena blanca, cielo azul, agua cristalina y palmeras. Siguió examinando el panfleto y encontró que había pequeñas embarcaciones para una breve exploración alrededor de la isla y, por si eso fuera poco, también se podía disfrutar de buceo turístico. Se decidió en un instante, iría a esa isla a pasarse un par de semanas, sin importar lo que aquel viaje de placer implicase económicamente para él, no iba a ponerse a hacer cálculos de lo que le costaría, pues eso le arruinaría sicológicamente el disfrute de aquella vacación en el Caribe, al fin y al cabo no se iba a quedar pobre por aquel pequeño obsequio que pensaba darse. Decidido ya, habló por teléfono a la agencia de viajes:

—Buenos días, Agencia de viajes El Mejor Destino, cómo podemos ayudarle.

—Buenos días, deseo arreglar un viaje a Antigua.

—Para cuándo.

—Para ahora mismo, si es posible.

—Mmmmm, por favor, permítame un momento en línea.

—De acuerdo…

—Existe una posibilidad para el domingo 6…

—¿No es posible antes?

—Me temo que no; y sólo tenemos un asiento en clase turista en el vuelo 6341 de IBE que sale a las 12:30 p.m. Hay más posibilidades en los días siguientes…

—¿Directo a Antigua?

—No, señor, no hay vuelos directos a Antigua… tiene que ser vía Guatemala, y al salir del aeropuerto va a encontrar la persona que lo llevará.

—De acuerdo, por favor resérveme ese asiento… y además organíceme todo el itinerario, incluido el hotel.

—¿Alguna preferencia con respecto al hotel?

—No, únicamente que no pase de 200€ la noche.

―¿Para cuántos días la reserva?

―Para diez días.

—Bien, ¿va usted a pasar a pagar a nuestra oficina, o lo va a hacer en línea?

—En línea.

—Su nombre por favor.

—Joaquín Quiroga.

—Bien, señor Quiroga, ingrese a nuestra página web para efectuar el pago. Usted va a recibir su boleto y todos los datos referentes al itinerario en su correo electrónico. Muchas gracias por preferirnos.

Acto seguido, Joaquín encendió su ordenador y efectuó los trámites necesarios para asegurar su viaje e Antigua. Después de unos cuantos minutos estaba todo hecho.

El domingo a la hora adecuada se presentó en el mostrador de la aerolínea, y para su sorpresa la chica encargada le preguntó:

—¿Desearía usted hacer un upgrade a primera clase? —al parecer alguien había decidido cancelar su viaje.

Joaquín lo pensó por un momento, pero luego aceptó la propuesta, pues la cantidad que tenía que agregar le pareció razonable. Y así, con mucho entusiasmo, una hora después, ya en el avión, se mostraba ansioso por disfrutar de aquel paraíso del Caribe. El aerobús, entre tanto, se deslizaba por los aires rumbo a Guatemala. Mientras disfrutaba de la comodidad de los asientos de primera clase, una de las azafatas, de muy buen ver: trigueña de ojos verdes y cabello negro lacio, que caía sobre sus hombros, se le acercó para preguntarle si deseaba algo. Joaquín la vio con bastante detenimiento y, cuando ya estaba cerca de él, exclamó, parodiando una frase de Romeo y Julieta: ¡Oh! Para brillar, la luz toma ejemplo de su belleza.

La chica sonrió y le dijo:

—Romeo y Julieta —para darle a entender que sabía de dónde provenía aquella expresión; y luego le preguntó—: Puedo servirle algo…

Y Joaquín, que se encontraba de broma, ante la vista de aquella bonita azafata continuó con su lisonja, siempre parodiando la obra de Shakespeare:

—¡Prosigue hablando, ángel resplandeciente! Pues al alzar, para verte, la mirada, tan radiante me pareces, como un celeste y alado mensajero…

La chica se sonrió todavía más, y, al verla de ese talante, Joaquín aprovechó para preguntarle su nombre. La azafata se le quedó viendo con una sonrisa encantadora, y también bromeando respondió:

—Julieta, Julieta Capuleto…

—Vaya —dijo Joaquín en tono socarrón siguiendo la broma—, y yo me llamo: Romeo…

—¿Montesco?...

—Vaya, cómo lo ha adivinado…

La chica, entonces, casi dejó escapar una carcajada, pero se contuvo, y haciendo un esfuerzo para recuperar la compostura le volvió a preguntar a Joaquín:

—Desea que le traiga algo en especial…

—Por ahora —respondió Joaquín—, un emparedado y un refresco de cola me vendrían bien.

—¿Desearía algo de licor para calmar los nervios?

—No, no es necesario. Además, quiero admirarla bien despierto cada vez que usted se acerque por aquí.

La azafata sonrió nuevamente y luego se retiró, para regresar con el encargo de Joaquín, quien aprovechó nuevamente para piropearla. Las siguientes horas de vuelo continuaron de la misma guisa: piropos y floreos que a la chica parecían agradarle. Sin embargo, por la monotonía del viaje, Joaquín recostó su cabeza en el respaldo del asiento y lo inclinó para, de una manera cómoda poder tomar una siesta. Y comenzó a pensar en cómo sería realmente ese edén al que se dirigía. Se imaginó reposando en una tumbona en la playa viendo a muchas chicas, chicas en bikini, y algunas incluso toples jugueteando sobre la arena blanca. El pensamiento consciente se fue quedando vencido por el sueño, y poco a poco comenzó a deslizarse al universo onírico. En ese mundo comenzó a verse en una playa de fantasía, en la cual una chica de cuerpo espectacular caminaba sobre la arena de una playa con el fondo de la puesta de sol más perfecta que alguna vez hubiese imaginado. La chica de la playa, de cabello lacio negro y piel trigueña, vestía ―si acaso se puede decir que vestía―, un minúsculo bikini que dejaba menos a la imaginación que si hubiese andado desnuda. Joaquín corría tras ella para verle la cara, pero cuando parecía que iba a alcanzarla, un caballo blanco, alado, similar a Pegaso, aparecía en el firmamento, se colocaba a la par de la chica, ella lo montaba y ambos remontaban el vuelo como siguiendo el sol que comenzaba a ocultarse; y él se quedaba frustrado, incapaz de poder alcanzarla y conocerla. Luego soñó con Laura, la chica que había conocido en la casa de montaña de su tío, el padre de Evelyn. Soñó que se encontraba con ella en aquel paraje paradisíaco junto a la ribera del río, y que volvían a tener un encuentro erótico, en el cual estando ambos desnudos en aquel edén, ella inauguraba las acciones con una sesión de sexo oral. De pronto, en el sueño, Laura dejaba de hacer lo que con tanto placer disfrutaba Joaquín, para llamarlo:

―Joaquín, Joaquín, despierta… señor, señor…

Joaquín abrió los ojos y se encontró con el rostro de la azafata con la que había estado flirteando.

―Disculpe que lo despierte, señor, de sueño tan exquisito ―y, disimuladamente, dirigió la vista hacia la entrepierna de Joaquín, en la cual se podía apreciar sin esfuerzo un abultamiento considerable―, pero es que en unos minutos vamos a aterrizar en el aeropuerto de Guatemala.

Joaquín se percató de aquella mirada de la azafata, que trató de hacer con disimulo, y se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo con sus partes íntimas. Le había vuelto a ocurrir lo mismo que con Laura, cuando se bañaba desnudo en la piscina de la casa de montaña creyendo que estaba solo. «¡Qué vergüenza! ―pensó― ¡Joder! esto me ocurre por esos sueños eróticos que se meten en mi mente sin que yo pueda evitarlo; menos mal que no he de volver a ver a la azafata».

A las cuatro de la tarde CST, con algunos minutos de retraso, el aerobús aterrizó en el aeropuerto de La Aurora en Guatemala. Cuando estaba por salir del avión, antes de entrar en el puente de abordaje, para más vergüenza, se percató que un par de azafatas estaban despidiendo a los pasajeros, una de ellas era, precisamente, la chica que había sido objeto de sus requiebros, la misma que lo había despertado en aquella situación tan embarazosa. La saludó levantando la mano en gesto de despedida, sin poder mostrarle la cara; pero, antes de que pudiera dar dos pasos, escuchó que una de las aeromozas dijo:

—¡Marisol!

—¿Perdón?...

—Marisol —repitió la chica—, así me llamo —completó con cierta zalamería y una sonrisa maliciosa; luego, alzando también la mano, se despidió de Joaquín.

Las sorpresas del viajero estaban por comenzar.

Una vez en la terminal aérea, el recién llegado turista se dirigió a la ventanilla de control.

—¿Cuál es el motivo de su visita? —le preguntó el encargado.

—Turismo, en realidad voy hacia Antigua, a pasar unos diez días.

—¿Tiene reserva de hotel?

—Sí…

—Bienvenido, que disfrute su estadía.

El encargado en la ventanilla le entregó el pasaporte y siguió su camino para salir de la terminal aérea un poco desconcertado, porque no había visto el menor indicio de algo que le indicara dónde tenía que abordar el avión para la isla de Antigua.

Antes de salir le preguntó a una de las personas de servicio de la terminal.

—Disculpe, ¿dónde puedo abordar el transporte para Antigua?

—Es necesario que salga de la terminal, luego allí afuera puede preguntar…

—Es que yo tengo ya arreglado todo el viaje hasta Antigua…

—Ah, ya veo. En ese caso al salir de la terminal seguramente va a encontrar a alguien que lo esté esperando, probablemente con un rótulo en el cual esté escrito su nombre.

Cuando salió del aeropuerto sucedió tal como le habían dicho: una persona le aguardaba con un rótulo en el cual estaba escrito, con grandes letras. Joaquín se encaminó hacia él, se saludaron, el señor que le aguardaba tomó su equipaje y luego abordó el transporte, un microbús bastante cómodo. Unos minutos más tarde iban de camino a Antigua, pero no a la isla paradisiaca con la que Joaquín había soñado en el avión, sino a un pueblo que estaba a kilómetros de cualquier playa posible. Había habido un malentendido, y en lugar de enviarlo a la isla de Antigua lo habían enviado a Antigua Guatemala, lugar que muchos conocen únicamente como Antigua.

Unos cuantos kilómetros antes de llegar al pueblo, Joaquín, muy confundido, le preguntó al conductor:

—¿Está muy lejos el aeropuerto?

—Pues sí, lo hemos dejado atrás ya hace bastante rato.

—¿Cómo?

—Pues que ya tenemos más de una hora de haber salido de él.

—…

—Ya estamos cerca de Antigua…

—Me quiere usted tomar el pelo…

—De ninguna manera señor.

—Perdone, pero es que Antigua es una isla.

—Pues verá usted, no sé a qué “antigua” se refiere y tampoco a qué isla.

—¿Dónde estamos?

—Pues cerca de Antigua Guatemala. Donde don Pedro de Alvarado fundó la primera capital de Guatemala.

—Joder, y qué demonios estoy haciendo yo aquí…

—Usted disculpe, pero en el hotel me encargaron venir al aeropuerto y recoger a un señor de nombre Joaquín Quiroga. A menos que usted no se llame así, mi deber es llevarlo al hotel.

—¿Qué hotel es ese?

—Veranda de las capuchinas. Le va a gustar.

—¡Vaya hombre! —dijo ya enojado Joaquín—, usted no entiende que yo no debo de estar aquí, debería de estar o ir en camino de la isla de Antigua. ¡Ande, vamos!, dese la vuelta y regresemos al aeropuerto en donde me recogió. Voy a ver cómo me las apaño para ir a la isla en la cual se supone que debo pasar mi vacación.

—No puedo hacer eso, señor.

—¡Por qué no! —explotó Joaquín.

—Pues porque me las tendría que ver con la policía si no lo llevo al hotel, y luego piensan que lo he secuestrado.

—…

—Si no lo llevo al hotel alguien puede pensar mal y…

—Bueno, bueno, de acuerdo. Al nomás llegar al hotel voy a hablar a la agencia de viajes para que me resuelvan este embrollo. ¡Demonios, once horas de vuelo para no estar en donde debería estar!

Cuando llegó al hotel, lo primero que pidió Joaquín fue el teléfono para comunicarse con la agencia de viajes y hacer el reclamo correspondiente, pero en su país nadie respondió, lo cual era obvio pues allí estaba comenzando la madrugada. La chica de relaciones públicas del hotel, al ver a Joaquín de aquel talante, intervino para apaciguar la situación, ofreciéndole además la estancia de esa noche gratis. Eso logró calmar un poco la incómoda situación, pero además le ofrecieron llevarlo también gratis de vuelta al aeropuerto, al día siguiente, al momento que a él le fuera conveniente. Por otra parte, le ofrecieron la cena en uno de los restaurantes de más lujo de la ciudad.

Mejor, pensó por un momento, se hubiera quedado en su casa, como había planeado desde el principio, pues allí tenía algunos libros para leer y películas para ver, entre ellas una un poco antigua pero cómica, que desde hacía mucho tiempo deseaba poder ver, llamada: “Café, té o yo, las memorias eróticas de dos azafatas”.

Después de cenar, cuando ya el sol se había puesto, con los ánimos ya un poco calmados, comenzó a caminar un tanto sin rumbo por las calles empedradas del pueblo. Llegó hasta el centro, se coló por el Parque Central y se ubicó frente a un portal profusamente iluminado en su fachada. No sabía qué era aquello; le preguntó a una indiecita que todavía tenía expuesta su mercadería sobre una manta en el piso:

—Señora, qué es ese edificio que está enfrente.

—Es el Palacio de los Capitanes Generales.

—¿Se puede entrar?

—Ahora ya está cerrado, pero mañana por la mañana estará abierto para que lo visite la gente. Allí adentro hay un cuadro de un señor que vivió hace mucho tiempo y que vino de España: don Pedro de Alvarado.

—¿Y la iglesia que está a este lado? ―preguntó Joaquín señalando con la mano el templo, también abundantemente iluminado.

—Esa es la Catedral, estará abierta mañana por la mañana.

Se despidió de la señora dándole las gracias por la información y se fue al portal que estaba al otro lado del parque, opuesto al Palacio de los Capitanes; y mientras lo recorría comenzó a leer los letreros que estaban colocados en las entradas de los locales ahora cerrados: Museo del Libro, Museo del Arte del chocolate, etc. El enfado se le fue difuminando todavía más, y comenzó a interesarse por el pueblo, y reflexionó que aquella pequeña ciudad se encontraba entre la devoción y la frivolidad; y entre lo arcaico y lo anacrónico; valía la pena averiguar un poco más de él.

Mientras continuaba caminando, el malestar que había experimentado se le iba convirtiendo en curiosidad. Aquella ciudad rezumaba historia, que en gran medida estaba ligada a la de su país. Cerca de las diez de la noche llegó al hotel con su mente indecisa: ya no estaba seguro de querer irse a su paraíso caribeño, ni tampoco de hacer el reclamo a la agencia de viajes. Esa decisión la dejaría para el siguiente día. De momento se sentía con sueño y bastante cansado. De manera que, ya dentro del hotel, el cual era pequeño, pero bastante acogedor, atravesó el jardín que le llevaba hasta su habitación y subió las gradas hasta el segundo piso, antes de entrar a su recámara apenas si se dio cuenta de que sólo un breve pasillo lo separaba de la entrada de la otra habitación que también estaba ubicada en ese nivel del bloque de habitaciones en que lo habían alojado. Cansado Joaquín, se encerró en su habitación y se dejó caer en la cama, apenas si pudo quitarse los zapatos. Estaba agotado por todos los sucesos del día, incluido el vuelo de once horas desde el aeropuerto de Barajas. Afuera del hotel reinaba el silencio y la calma, las calles aledañas estaban solitarias, pues la mayor parte de los turistas que visitaban la ciudad ya se habían marchado.

A la mañana siguiente le aguardaba otra sorpresa.

La claridad del nuevo día no encontró obstáculo alguno para penetrar en la habitación de Joaquín, pues éste al acostarse, por encontrarse tan fatigado olvidó correr las cortinas de su ventana. Pero la mañana se presentó de un azul radiante, esto hizo que Joaquín olvidara los problemas y contrariedades del día anterior y se levantara de muy buen talante. No sabía a qué se iba a dedicar en aquel lugar durante los días que permaneciera en él. De manera que antes de tomar la decisión de irse, iba a hacer un recorrido por el pueblo, para ver qué cosas de interés había en él; para lo cual pediría en el hotel que le recomendasen alguna actividad turística. Una vez decidido aquello se dio un baño, luego se rasuró, se vistió y salió decidido a sacar provecho de aquella equivocación de destino. Unos cuantos segundos antes de que él saliera de su habitación, la persona que estaba hospedada en el otro cuarto del pasillo salió de él y comenzó a bajar las gradas, Joaquín comenzó a bajar unos segundos después, y pudo darse cuenta que quien ocupaba la habitación contigua era una chica de muy buen ver. La vio detenidamente mientras descendía y le pareció conocerla, buscó rápidamente en su mente una figura parecida y la llamó por su nombre, no sin cierta duda.

―¿Marisol?

La chica, al escuchar su nombre, se detuvo en la última grada y se volvió para ver quién la había llamado. Cuando se percató de quién era, dijo:

―Hola señor Romeo, buenos días.

―Buenos días Marisol.

La chica se sonrió un tanto maliciosamente.

―¿Usted por aquí?

―Sí, por una equivocación.

―¿Por una equivocación?

―Sí, así es.

―Vaya me gustaría enterarme de cómo ocurrió eso.

―Si no tiene inconveniente, y desayunamos juntos, puedo contarle lo de la equivocación.

―No, no tengo inconveniente, me encuentro sola, de manera que puede acompañarme, señor Romeo.

―Bueno, en realidad me llamo Joaquín, Joaquín Quiroga.

―Ya que estamos presentándonos, mi nombre es Marisol Velarde.

Cuando estuvieron sentados a la mesa en el pequeño restaurante del hotel, Joaquín le narró todo el embrollo de su llegada hasta Antigua Guatemala.

―Y qué ha decidido ―le preguntó la chica.

―Bueno, al principio estaba decidido a salir de aquí lo antes posible, pero luego, por alguna razón, comencé a interesarme por este lugar y, nada, pues resulta que ahora ya no sé si quiero irme.

―Bueno, usted lo decidirá, pero, si no estoy equivocada, para llegar a la Isla de Antigua, tendrá que tomar un avión de Guatemala a Panamá o a Bogotá, y luego de allí a la isla de Curazao; en esta isla deberá abordar un pequeño avión de las líneas entre islas, o un trasporte acuático: una especie de yate u otra embarcación pequeña, que lo lleve hasta Antigua. ―Así como pinta usted la escena, las pocas ganas que me quedaban de ir, ya desaparecieron.

―Mejor quédese y me acompaña a visitar los diferentes sitios turísticos de este lugar.

Joaquín rápidamente analizó que aquella invitación no estaba para ser despreciada, sobre todo si se trataba de acompañar a Marisol, la bella azafata. Luego su mente comenzó a divagar, pensando que aquel encuentro bien pudiera servir de tema para una película romántica como las que tenía en su videoteca; y en su mente conjeturó algunos títulos para tal imaginaria producción: La historia de M; este luego lo desechó porque parecía título de película pornográfica. Amantes de Agosto, no, tampoco; sonaba un poco a tema erótico. Amor en el Aire… no, tampoco, pues ya existía una película que se llamaba así. Cupido en Antigua, no le pareció porque sonaba a película rosa para quinceañeras. Al final decidió que dejaría para después la elección del título de su película imaginaria.

―Qué le parece si nos tratamos de tú… ―sugirió Marisol.

―Me parece muy bien ―alcanzó a decir Joaquín al tiempo que su mente salía de sus fantasías.

Esta situación le hizo entrar en más confianza, y Marisol aprovechó para preguntarle, no sin cierta picardía bromista:

―Joaquín…

―¿Sí?

―Me preguntaba si ya no has tenido otro sueño tan placentero como el que tuviste en el avión.

Joaquín comenzó a sonrojarse visiblemente, mientras Marisol hacía un gran esfuerzo para no sonreírse. Pero en ese instante, el camarero llegó en auxilio de Joaquín llevando las viandas del desayuno. Lo cual le sirvió a él para llevar la conversación por otros derroteros.

―Y cómo planeas hacer el recorrido turístico que me propones.

―Eso no es ningún problema, podemos llamar un taxi, o un microbús de turismo y nos van a dar un recorrido que durará tanto cómo la cantidad de dólares o euros que paguemos.

―Me imagino que para hacer un recorrido que de verdad valga la pena, en el cual podamos detenernos en cada sitio que nos llame la atención, debe ser bastante caro.

―Sí, definitivamente… de manera que te propongo lo siguiente:

―Cuál es tu propuesta…

―Vamos en “tuk tuk”…

―¿Qué demonios es eso?

―No te asustes, es algo así como un triciclo grande con motor de moto. Nos vamos a sentir como si estuviéramos dentro de una licuadora, pero vamos a disfrutar al máximo nuestra estadía.

―Vaya esta aventura comienza a gustarme cada vez más.

―Ya verás que no te vas a arrepentir de haberte quedado aquí.

―Con estar aquí contigo ya es imposible que me pueda arrepentir.

La chica sonrió un tanto maliciosamente al escuchar el piropo, y un cierto cosquilleo se deslizó por su columna vertebral.

Unos minutos después el desayuno había finalizado, y el mesero comenzó a recoger los platos mientras Marisol y Joaquín se retiraban, cada uno a su habitación, a prepararse para la aventura que estaban a punto de emprender.

Después de algo así como una media hora se encontraron en el pasillo que conectaba las entradas a las habitaciones de ambos, y juntos bajaron por las escaleras decididos a disfrutar el día.

―Por lo que puedo entender ―dijo Joaquín mientras salían por la puerta del hotel―, tú ya has estado antes aquí.

―Sí, el año pasado. Por un problema en la programación del personal, me vi obligada a quedarme cuatro días en Guatemala y, como compensación, la compañía me pago el viaje y la estadía aquí en Antigua. Viéndolo bien, fueron únicamente dos días completos; los otros dos, como comprenderás, los empleé en los viajes de venida del aeropuerto y regreso al mismo.

―Bueno, como quiera que sea, jamás hubiera imaginado tener una guía turística tan bella.

La chica volvió a sonreír.

Cuando ya habían recorrido un par de cuadras, un “tuk tuk” casi les salió al encuentro, le indicaron que se detuviera, lo abordaron, y sin más Marisol le indicó que fueran al Terrado: una finca de café muy grande, donde se hacía un recorrido en el cual se explicaba, paso a paso, el procesamiento del café; y al final, en un pequeño comercio, podían adquirir los productos que ellos hacían, entre los cuales había un chocolate y un café, ambos mezclados con vainilla en polvo, que les daba un sabor muy agradable. Después de esta primera visita turística, y con algunos cuantos paquetes en sus mochilas caminaron hasta el cercano poblado de Jocotenango, abordaron otro “tuk tuk” para que los llevara de regreso al hotel, ya pasaban las dos de la tarde.

Más tarde, después de haber descansado cada uno en su habitación, decidieron hacer un recorrido por el centro de la ciudad, cerca de los lugares que había visitado Joaquín la noche anterior. Pasaron por una joyería donde procesaban el jade, que era también un museo de esa piedra y se mostraban en el interior algunas joyas de diferentes tonalidades de la piedra de los reyes. Aquella casa, donde estaba la joyería, también tenía historia, se decía que había sido el hogar de la hija de don Pedro de Alvarado: doña Leonor de Alvarado Xicotencatl. Cuando salieron de la joyería habían aprendido varias cosas, entre ellas cómo identificar en la naturaleza una roca de jade; y también una nueva palabra: nahual, esto último se refería a una serie de símbolos que, supuestamente, utilizaban los mayas para la adivinación del carácter y el futuro de una persona, lo cual, de alguna manera, estaba también ligado con la diosa Ixchel.

La tarde devenía extrañamente fresca, y con un sutil e inexplicable atractivo casi mágico, Tal parecía que Ixchel, la diosa maya del amor y de la luna, estaba preparando el escenario para hacer caer a Marisol y Joaquín en uno de sus encantamientos amorosos. Como quiera que sea, unas cuadras más adelante, Marisol y Joaquín avanzaban tomados de la mano.

Cuando regresaron de nuevo al hotel, a eso de las nueve de la noche, bastante cansados; apenas si lograron despedirse antes de dirigirse cada uno a su habitación.

Entrada la noche, cuando ya dormían profundamente, el espíritu de los sueños eróticos visitó a Marisol: Soñó que estaba de visita en la hacienda de un gran terrateniente, el cual tenía el aspecto de ser Joaquín Quiroga, que la invitaba a ver el cultivo de orquídeas de vainilla que tenía dentro de su propiedad. Cuando llegaban, se bajaban de los caballos y ella caminaba hasta donde se encontraba una liana de la cual se desprendían varias flores amarillas de un agradable aroma. Se acercaba a una de ellas, y aspiraba profundamente aquel embriagante perfume que le embotaba sus sentidos, produciéndole una incontrolable lubricidad.

—Lo has conseguido —le decía al hacendado—, ¡deseo con todas mis ansias que me poseas!, ¡quiero ser tuya en este instante! Tómame… haz conmigo lo que quieras.

Entretanto, ella comenzaba a desnudarse desatando las cintas anteriores de su vestido, dejando libres sus turgentes pechos; pero el hacendado la tomaba de la mano y la llevaba hasta la ribera de un río, al lado de los vainillales, donde el aroma del ambiente exacerbaba la lujuria de ambos. Luego se tumbaban sobre el pasto y hacían el amor de todas las maneras imaginables. Cuando Marisol se despertó, pronto tomó conciencia de que estaba desnuda, y que una de sus manos masajeaba su entrepierna, mientras la otra acariciaba sus propios pechos.

En el exterior, el sol anunciaba que el nuevo día había llegado.

Tomaron el desayuno juntos, y luego, cuando hubieron terminado, se quedaron un momento sentados decidiendo qué lugar irían a visitar ese día. Marisol le propuso, entonces, a Joaquín, que fuesen a las ruinas de un convento. Marisol era, prácticamente, la guía turística; y a Joaquín le entusiasmó la idea. Esta vez no abordaron ningún “tuk tuk”, vieron el plano de la guía turística y decidieron ir caminando; el sitio no estaba realmente lejos y, además, esa caminata les permitiría conocer un poco más de aquella ciudad.

Después de cancelar la tarifa para poder ingresar a lo que quedaba del convento, penetraron en él y se encontraron con unos amplios jardines producto, probablemente, de los conservadores actuales. Joaquín sacó su teléfono móvil con cámara de alta resolución y comenzó a fotografiar cuanta cosa le pareció interesante. Luego se introdujeron en un salón de lo que todavía permanecía en pie; y en el cual había unas gradas que conducían a lo que parecía que había sido el coro de una capilla. Después descendieron y se introdujeron por un pasillo bastante oscuro. Aquí, Marisol, que estaba un poco inquieta por el sueño que había tenido la noche anterior, y con la libido casi fuera de control, detuvo a Joaquín y se abalanzó sobre él, besó ardientemente y con fruición la boca de su compañero en un ataque de ansiedad erótica y, sin muchos miramientos, deslizó su mano derecha hasta la entrepierna de Joaquín diciéndole:

—¡No sabes cuánto deseo tenerte dentro de mí…!

Joaquín, ante aquel ataque de lujuria femenina desmedida, no le quedó más remedio que responder a aquella agresión deliberada de la misma forma pero, en ese preciso instante, se escucharon cerca las voces de otros turistas que, al parecer se dirigían a donde ellos se encontraban. Entonces, muy a desgano y contrariados, tuvieron que dejar aquel combate en el que estaban enfrascados para reanudarlo posteriormente en otro lugar, probablemente en el hotel. Continuaron viendo los atractivos turísticos del convento pero con las mentes obnubiladas por las anteriores acciones sicalípticas de ambos. Cuando salieron de las ruinas del convento intentaron regresar andando hasta el hotel, pero en el camino se encontraron con la Casa del Hilado del Algodón, donde encontraron algunos tejidos autóctonos; y Marisol compro algunas cosas. Luego, en ese mismo trayecto encontraron otro comercio en donde vendían joyas de Jade, entraron y, mientras Marisol se entretenía observando las alhajas, Joaquín estuvo observando muy detenidamente un calendario maya elaborado una tonalidad poco usual de jade con inscripciones doradas. Como Joaquín lo observaba con mucho interés, una de las dependientas lo sacó del exhibidor y lo dejó encima para que él lo pudiese manipular a su antojo, y así lo hizo durante un buen rato. Al final decidió comprarlo, esto llevó un poco de tiempo, pues había que elaborar la garantía y una serie de papeles agregados. Pero al final, contentos con sus compras, salieron de aquel almacén y, como tenían hambre porque ya la hora del almuerzo había quedado atrás, decidieron entrar en una pizzería, con la fama de hacer las mejores pizzas de Antigua, la cual estaba en las inmediaciones del almacén de las joyas de jade. Mientras Joaquín estaba lavándose, Marisol recibió una llamada en el móvil. Y luego un mensaje. Hizo una cara de manifiesto desagrado y guardó aquel artilugio en su mochila.

De vuelta en el hotel, después de las ocho de la noche, lo que vendría a continuación estaba prácticamente decidido, lo único que quedaba por determinar era si Joaquín se iría a dormir a la habitación de Marisol o si Marisol se iría a dormir a la habitación de Joaquín. Decidieron lo último, pero antes Marisol le dijo a su acompañante que pasaría primero por su habitación para darse un baño. Joaquín estuvo de acuerdo pues él también se metería en la ducha. Unos minutos más tarde Marisol llamaba a la puerta de su vecino. La noche comenzaba y, lo que ocurrió en el transcurso de ella entre los dos amantes, hubiera sido suficiente para sonrojar al mismo Giacomo Casanova.

A la mañana siguiente, cuando los rayos del sol comenzaban a colarse por los intersticios de las ventanas de la habitación de Joaquín, éste se despertó y, medio dormido como estaba, se acordó de que en la noche anterior había vivido un paraíso con su compañera de turismo. Palpó el espacio de la cama a la par suya esperando encontrar el cuerpo desnudo de Marisol… pero no encontró a nadie. Esta impresión lo acabó de despertar, se levantó, se cubrió con una toalla que tenía a la mano y fue hasta la puerta, pensó por un momento que por alguna razón la chica había regresado a su cuarto. Abrió la puerta de la habitación y vio que la habitación de Marisol también tenía la puerta abierta, recorrió el espacio que le separaba de ella y, antes de entrar, llamó:

—¡Marisol… ¡Marisol!

Pero nadie respondió. Entró, y encontró la habitación vacía y la cama completamente arreglada, lo cual era de esperar pues nadie había dormido en ella. En el momento no supo que hacer, pensó bajar a la recepción pero no podía hacerlo así como estaba. Y decidió regresar a su habitación, vestirse y luego ir a preguntar qué había sido de Marisol…

Cuando regreso al cuarto se fijó en algo que no había visto: una nota, un dije y una especie de tapete que mostraba un tejido autóctono.

Tomó la nota entre sus manos y leyó:

Joaquín:

A mí no se me dan bien las despedidas, discúlpame. Pero es que ayer me llamaron de la línea aérea para que me presentase hoy de manera urgente.

No trates de seguirme pues, cuando tú te despiertes, seguramente yo ya estaré volando.

Marisol, tu bella guía turística.

PD Te dejo un hilado de algodón con el tejido del sol para que te acuerdes de mí. (Mar y Sol).

Te dejo también un dije con el Nahual de tu fecha de nacimiento. (Si nos volvemos a encontrar recuérdame que te diga cómo me enteré de esa fecha).

Pienso regresar a este lugar el próximo año siempre en agosto.

Hasta pronto (si tú quieres).

Epílogo

Joaquín se quedó en Antigua unos días más, pero la diversión ya no fue la misma sin Marisol. Esta vez una chica parecía haberle perturbado su natural tranquilidad y, además, no había podido conocerla más a fondo. En realidad no sabía mucho de ella.

Marisol tuvo que retornar a su trabajo antes de lo esperado; de lo que no se enteró Joaquín es que al avión en que partió ella, la aerolínea lo había bautizado con el nombre de Pegaso.

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