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Quero (V): El androide

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"Abuela"; "Qué".

Ambas, nieta y abuela, se hallaban sentadas en el salón comedor disfrutando de aventuras, la primera, de paisajes, la segunda, con sus gafas de realidad virtual.

"Abuela, ¿cuándo vas a ir a triscar de verdad?, en fin, ya sabes, la realidad virtual no puede sustituir a la realidad carnal siempre". La abuela Quero se ruborizó, "¿Qué insinúas?", preguntó deshaciéndose de las gafas; "Abuela, a mí no me engañas, hace meses que no triscas con un hombre de verdad": "Bueno, ya se presentará la oportunidad, por cierto, ¿dónde está tu hermano?"; "En su cuarto", respondió la nieta; "Triscando", observó la abuela Quero; "Sí, con la vecina de arriba", añadió la nieta; "¡La vecina... de arriba!", exclamó la abuela, "¡tiene mi edad!"; "O más, pero dice mi hermano que rebota de maravilla"; "Vaya, pon la cámara", ordenó la abuela Quero.

Las imágenes eran precisas; aunque el cuarto estaba a oscuras se podía distinguir perfectamente la silueta de la sexagenaria casi saltando sobre el pubis de su nieto. "Pon el audio", ordenó la abuela Quero a su nieta. También se oía a la perfección: ella daba grititos agudos entrecortados, mientras que él emitía quejidos roncos de placer. "Habrase visto", pensó. "Apaga la señal", ordenó. La nieta cerró el dispositivo.

A los pocos minutos, la abuela Quero vio salir del cuarto de su sobrino a la vecina; se ajustaba el camisón escotado de tirantas hacia abajo y sonreía. "A más ver, Quero", le dijo, y salió.

"Lo ves, abuela, tú también deberías"...; "Ya, vale, me has convencido". La nieta la abrazó.

La abuela Quero salió a las calles del barrio dispuesta a cualquier cosa por conseguir una aventura carnal. "Hoy sí", se dijo. Un chico sentado en una silla de ruedas eléctrica la adelantó rozando su cuerpo. "Mira por dónde vas, chaval", advirtió; el otro giró su cabeza y le dedicó un saludo. Pocos metros después la adelantó un hombre vestido con ropa deportiva, pantalón corto, zapatillas y camiseta sin mangas; estaba musculado, y también la rozó, con sus bíceps. "Perdone, señora", dijo deteniéndose frente a ella. La abuela Quero se había puesto un vestido palabra de honor y unas sandalias de tacón elegantes. Sí, estaba arrugada, pero ella sabía que el conjunto la favorecía. Se sintió observada. "Hola, n-n-no pas-s-sa nada", tartamudeó.

Media hora después estaba en la casa del deportista, sentada en el sofá, junto a él.

La abuela Quero lo miraba, lo requetemiraba. El otro de vez en cuando le palpaba las tetas bajo el vestido, o la besaba en el cuello, luego miraba al frente, hacia una pantalla a oscuras. Así hacía; eso hacía, a intervalos.

"Chico, no te decides", decía Quero, y le introducía la mano bajo el faldón de su vestido. "Bah", murmuró. Entonces, le bajó el pantalón corto al hombre, se subió a horcajadas de él, se levantó el vestido, apartó unos centímetros el tanga de su rajita, empuñó su pene, que vibraba poderosamente, y se lo metió dentro. ¡Qué gusto le dio!

Rebotó sobre él. "Vamos, Quero, vamos, Quero", se animaba en voz alta. "Vamos, Quero, vamos, Quero", repetía el otro. "Vamos, oh, Quero"; "Vamos, oh, Quero". La abuela Quero sacó sus tetas del vestido y se las dio a morder. "Muerde, muerde", pedía al otro. "Muerde, muer"... Se paró en seco. La abuela Quero siguió, ya que el acero que esgrimía aquel hombre en su entrepierna no se aflojaba, hasta que llegó al orgasmo con un escalofrío que le recorrió el cuerpo y la trasladó al mismo cielo. El grito de placer fue oído en el descansillo del piso. Menudo grito. Y justo en ese momento oyó que la puerta de la casa se abría.

"Has estado fantástica, he disfrutado como pocas veces", le dijo un muchacho que se acercaba en una silla de ruedas desde el vestíbulo. "¿Quién eres tú?", preguntó la abuela Quero asustada, metiéndose las tetas bajo el escote; "Soy el dueño del... androide, ¿te ha gustado?": "S-s-sí, n-n-no, ¿quién eres?", volvió a preguntar; "Te cruzaste conmigo por la calle casi te atropello, ¿no te acuerdas?, te miré, me gustaste y te elegí"; "¡Cómo!"; "Este androide está lleno de sensores, lo que le has hecho a él me lo has hecho a mí, ¡ha sido magnífico, qué forma de triscar, qué polvo".

La abuela Quero volvió a su casa más bien desconcertada. "Para una vez que tengo sexo carnal, y voy y lo hago con un robot".

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