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El pintor de mi edificio

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Estaban pintando mi edificio y cada vez que yo entraba o salía veía a este colombiano, trigueño, musculoso con una ligera pancita, brazos velludos y llenos de tatuaje, cabello ensortijado y alborotado, con los jeans sucios y las manos callosas. Estaba lleno de pintura y se veía que se zurraba con el trabajo. Su pantalón tenía un paquete, un butote que hacia juego con las nalgonas que se veían redondas con unos muslos grandes y gruesos, llenos de pelos que asomaban por entre los jirones de su mezclilla. Tendría unos 30 años y mediría unos 178 cms de altura, macizo, rudo, dominante, con una barba descuidada de varios días pero unos dientecitos blancos brillantes y grandes.

Cada vez que pasaba o me lo encontraba lo saludaba y cada vez le buscaba más y más conversación. Hace unos días me fijé que se quedaba hasta tarde y me dice que su compañero lo habían asignado a otro proyecto y estaban atrasados.

Yo solo sonreí amablemente y le indiqué que si necesitaba algo que solo tocara mi puerta y le di el número del apartamento. Pasaron dos tardes y me coincidimos al subir al ascensor y me le quedé viendo el paquetote que tenía entre las piernas. El sencillamente puso su mano enfrente de su verga y se tapó. Me puso tan arrecho, tan caliente verlo que no pude menos que bajar la cabeza y mirar para otro lado.

A la media hora siento que tocan mi puerta y ahí estaba el pintorcito. Me preguntó si podía regalarle un vaso de agua fría y le pedí que pasara. Estaba yo todavía vestido con camisa y corbata, mi uniforme usual. Regresé con agua fría y me le quedé viendo fijamente. Ya sabíamos los dos que iría a pasar si yo lo dejaba. Se pasó de nuevo la mano por el bulto en el jeans y yo me le acerqué sin decir palabra.

El, nada romántico, solo me agarró la cabeza por la nuca y comenzó a empujarme hacia su entrepierna, sudada, sucia, olorosa por todo el día bajo el sol. Se sacó la verga, oscura, gruesa, dura. Era una pingota larga y con un olor a berrinche entre insoportable e insufrible. Se veían los pelos asomar entre su calzoncillo y solo me la metí en la boca con todas las ganas del mundo, Tragué todo lo que pude hasta el fondo de la garganta.

Me puso las manos en la nuca y comenzó a bombearme como si fuera una vagina la que se estuviera cogiendo. En cada impulso yo sentía ganas de vomitar pero mi arrechera era tal que me las aguanté. La verga le salía babeada, chorreando mi saliva y sus juguitos sabrososos.

Solo me puse de espaldas y le zurré el pantalón contra la pinga mojada y ahí él me dijo que me bajara el pantalón. Me puse nuevamente de espaldas y el escupió en su palma y me puso la tranca en toda la entrada del culo. Así fue metiéndola, suavecita, abriendo, estirando y con un dedo me acomodaba el huequito para que su pinga no me hiciera tanto daño. Luego, de manera más brusca, la zampó toda en lo profundo de mi ano.

Ahí me volteó y me puso contra la pared, De lo duro que me daba me levantaba. Solo sentía como este tipo me estaba destrampando el culo. En una de esas sacó su verga y me pidió que buscara algo para limpiarla y secarla. Volví del baño más aseado y me trabó como si fuera un muñequito. Casi no decía nada, se concentraba en darme huevo como si quisiera venirse rápido pero le estaba costando.

Me llevó al sillón y me recostó contra el respaldar y siguió dándome una pinguera tal que yo solo apretaba el culo para que se viniera rápido. Ya no tenía yo mi verga parada, solo sentí el dolor de la culeada una y otra y otra vez. En una de esas me mordió la espalda a través de la camisa y sentí los trallazos de leche entrando en mi culo, varias veces, leche caliente y espesa que me taponaba el hueco.

Para mi sorpresa se agachó y me chupeteó una nalga tan duro que casi sangré. Luego me dio dos cachetadas y se levantó el jeans, me dio las gracias (si, las gracias) y salió. Si acaso demoramos 15 minutos desde que me metió el huevo hasta que quedé chorreando leche y cojeando. Esto se va a repetir!!!

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