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Patrizia e Isabel amándose en España

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Estuve de visita en España por varias semanas. Durante ese tiempo me sentí muy juguetona y al final de cada día mi mano terminaba acariciando "mi botón" para trasportarme a la exquisita felicidad.

Cada tarde salía a dar un par de vueltas con la excusa de tomarme mi sagrado café. Al ver una bella chica y escucharla hablar con su acentuado español, en mi mente se reproducían excitantes escenas, a tal punto, que sentía como mi venus se humedecía y pedía a altavoz su dosis de placer.

La bella chica española se dio cuenta que la observaba con deseo desde su mesa al otro lado de la cafetería, no pude disimular bien mis miradas furtivas. ¡Se ha levantado y viene hacia mí; su minifalda al caminar hace que se le marquen unas caderas preciosas, al llegar a mi mesa, sosteniendo su café en una mano me pregunta:

—Hola, he visto que me mirabas, no sé si me conoces o solo he llamado tu atención, preciosa, me llamo Isabel, ¿me puedo tomar mi capuchino en tu mesa?

—Claro que sí, será un placer; me presento, me llamo Patrizia y soy de Italia, y estoy pasando unos días en España. Te miraba porque, sin mala intención, me has parecido además de muy bella, no sé, una mujer muy especial.

—Muchas gracias preciosa, me has ruborizado un poco; pero tú sí que eres guapa. Percibo tras esas monas gafitas que llevas, y que te quedan tan bien, la mirada de una mujercita muy pasional y decidida, me gustas. No sé si has venido sola en este viaje, pero si es así, me ofrezco a acompañarte a enseñarte la ciudad, bueno, a enseñarte lo que tú desees primor.

— Gracias a ti Isa, por atreverte a venir a mi mesa y presentarte. Sí, he venido sola y sí acepto que seas mi guía. Una compañía como la tuya no podría rechazar y menos llevando esa minifalda; te queda muy bien. Tienes un cuerpo celestial.

Mientras nos terminábamos el café, hicimos una ruta de los lugares que íbamos a visitar ese día. Mientras ella con gran emoción me mencionaba el recorrido, yo lo que deseaba era conocer el cuerpo de la bella española.

Isabel organizó una agenda para pasar todo el día juntas y me dijo con picardía:

— Preciosa, el último lugar es sorpresa que estoy segura que te encantará. Voy a asegurarme de que disfrutes mucho conmigo y sea un día que no olvides jamás.

— Puedes estar segura que no lo olvidaré. Una belleza como la tuya es imposible de olvidar.

Nos montamos en el autobús que Isabel eligió, la dejé decidir sin conocernos, porque quería que fuera ella la que mandara en mi ese día. Su melena rubia y mis pantalones vaqueros ajustados eran el foco de atención en el autobús lleno de hombres, Isa, muy desenvuelta acercó su rostro al mío como mirando algo en mi barbilla y me dijo:

—Parece que tienes una mancha de café en la barbilla Patrizia.

Mientras yo me tocaba la barbilla queriendo quitar la mancha de café "inexistente" como me confesó después; Isa, audaz se acercó más aún y me plantó un beso en la boca con sus bellos labios, "muy apretado" y con lengua… sentí su lengua jugando con mis dientes como una gacela cálida y agradable que me había penetrado la boca. Mi sexo estaba empapado, el bus era un murmullo. Al bajar Isabel les dijo a los ocupantes:

—Que os follen a todos.

Habíamos llegado a un parque muy grande y bonito, en el centro del parque había un lago con barcas de remos, El Retiro. Me llevó detrás de un conjunto de arbustos desde donde se veía a la gente tras ellos levemente y me dijo:

—Patrizia, bombón; hoy quiero ser tu guía, tu amante, y tu Ama, ¿me dejas?

—No sé Isabel, ¿no será algo malo?

—Al contrario, lo más bueno que hayas probado.

Le dije que sí, y tras esos arbustos me hizo quitarme los pantalones para intercambiar nuestras braguitas, ella se puso mi tanga rosa bajo su falda y yo me pondría sus braguitas blancas de encaje; tenían una gotita de su pis, y antes de colocármelas las olí, olían a Isa, ella al verme oliendo los rastros de su sexo me dijo:

—No te las pongas aún, que estás tan mona desnuda de cintura para abajo, sin braguitas ni pantalón, que tengo que hacer algo con ese bollito gordo que tienes, mi zorrita italiana.

Se acercó a mí con una mirada felina que derrochaba lujuria. Seguidamente, me apretó hacia a ella con sus manos en mi redondo trasero desnudo y, luego de otro beso, comenzó a bajar.

Mis latidos fueron en ascenso e Isabel en descenso buscando disfrutar de mi depiladito y gordito chocho.

La bella española colocó su mano en mi conchita y metió dos dedos, provocándome un tímido suspiro.

—Estás empapada. ¿Quieres sentir mi traviesa lengua, zorrita?

— Sí. -Respondí en un tono de voz bajo y dudoso.

— ¡No te escuché! Sé que quieres que te lo chupe, pero quiero escucharlo de tu bella boca. ¿Quieres saber lo que puedo hacerte con mi lengua?

— Definitivamente, ¡sí!

Isabel sonrió con picardía y clavó sus rodillas desnudas sobre la hierba, colocando su boca a la altura de mi conchita. Sacó la lengua y la paseó despacio por toda la raja, agachándose más, para llegar a la tensa piel entre mi coño y mi ano. Ahí hizo círculos con la lengua, y volvió a mi chocho mordiendo y chupando mis gruesos labios externos, ¡tiraba de ellos con sus dientes!, como una tigresa devorándome.

Me hizo darme la vuelta y ponerme de rodillas con el culo alzado en pompa. ¡Que puta Isabel!, y que mandona; agarró del suelo uno de sus zapatos negros con tacón, y con una toallita húmeda que sacó de su bolso, limpió delante de mi cara el tacón de su zapato con esmero, para que yo lo viera; luego me dijo poniendo la palma de su mano junto a mi boca:

—Patrizia, mi putita, haz bastante saliva y escúpela en mi mano.

—Sí,

No rechisté, hice saliva moviendo mis pómulos y de un buen escupitajo la deposité en su mano. Me dio la vuelta para ponerse a mis espaldas, con su mano humedeció mi ano, "con mi propia saliva", después me dijo:

— ¡Quieta!, que te voy a meter el tacón de mi zapato, con cuidado.

No dije nada, pero sentí como el tacón estrecho de su zapato estaba clavado en mi ano, lo soltó dejando que yo sintiera el peso de su calzado colgando de mi culo, y preguntó:

—Patrizia, ¿te puedo hacer una foto con el móvil?

—Me da vergüenza, pero vale.

La hizo y me la enseñó, era morboso ver su zapato clavado en mí, con el hueco para meter el pie mirando al cielo; me contó:

—Voy a orinar en mi zapato clavado en ti, y después te atizare un poco con él, ¿vale?

—Que se le va a hacer Isabel, estoy en tus manos.

Sentía como vibraba el tacón dentro de mi culo al llenarse el zapato con su orina, me corrí, al momento me sacó el tacón, vacío el zapato y con él me dio varios zapatazos en mis cachetes, con la suela del zapato, agarrándolo ella por el tacón.

Mi culo ardía, y mis redondos cachetes saltaban en el aire; "me corrí otra vez". Fue el "orgasmo más intenso que nunca había tenido". Nos vestimos y nos fuimos de allí, detrás de los arbustos había varios jóvenes, que creo que vieron el espectáculo por cómo nos miraron, me excitó que nos hubieran visto.

Cogimos otro autobús para continuar con el recorrido.

No aguanté y me acerqué al oído de la bella española y le dije (en tono seductor):

—Olvidemos el paseo. Vamos al hotel. Quiero que nos devoremos. -Finalicé dándole un pequeño mordisco en la oreja.

— Te haré gozar, zorrita. ¡Vamos!

Al cerrar la puerta de la habitación del hotel en donde me estaba quedando, nos comenzamos a besar, tocar el cuerpo y a desvestirnos desenfrenadamente.

Isabel y yo nos tumbamos en la cama abrazadas. No parábamos de besarnos. Mis atención se concentró en sus redondos senos (entre mis manos tenía a esas dos bellezas), las apreté y clavé mi cara en ellas. Luego chupé sus pezones, que me señalaban con deseo.

Nuestros cuerpos temblaban. Estaban sudados.

Besé todo su abdomen y me detuve en su venus: palpitante y mojada. Abrí mi boca y de un chupón absorbí los jugos de mi putita española.

Con mis manos rodeé su piernas y pegué más su cuerpo hacia mi boca. Mi lengua se movía sin control, jugando con su clítoris, entrando y saliendo sin permiso.

Pasaban los minutos y con ellos el ritmo aumentaba. Mi putita española estaba poseída por la lujuria con mi boca en su chochito, su cuerpo vibra, sus manos se aferran a la sábana y comienza a gemir con locura.

— ahh, ahhhh... ¡sigue así! ¡Qué bien me la chupas! Te voy a llegar en la cara, zorrita. - me dice mientras posa sus manos en mi cabeza y me aprieta contra su mojada conchita-.

Me corrí con sólo escucharla agonizar de placer y sentir sus fluidos en mi boca. Su cuerpo daba espasmos, pero al tiempo, pedía que continuara la acción.

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