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Aurora boreal (1)

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Hola, me llamo Luna. Tengo 20 años. Mido 1'70cm, tengo el pelo largo y ondulado, soy morena de ojos marrones y tengo buen cuerpo; pechos contundentes y culo atlético.

Hace tres años, conocí a una chica estupenda. Nos presentó un amigo en común, de quien ambas nos enamoramos y de quien ambas nos arrepentimos de habernos enamorado. Nosotras conectamos enseguida y comenzamos a hablar a diario, pero no podíamos quedar ya que vivimos en provincias diferentes.

Ella es Aurora, tiene mi edad y es tan preciosa, que ni siquiera las auroras boreales le hacen justicia. Es rubia, tiene el pelo largo y lacio, los ojos de color miel, es un poco más bajita que yo y con un cuerpo de infarto. Tiene unos pechos más pequeños que los míos, pero también con un buen tamaño, y un culo que me pasaría toda la vida mordiendo.

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Tras tres años comunicándonos a través de redes sociales y llamadas telefónicas, me surgió la posibilidad de ir a visitarla. Me propuso quedarme todo el fin de semana en su casa y acepté encantada. Nunca pensamos la una en la otra de ninguna manera más allá que una amistad; de hecho, nunca pensamos en ninguna mujer con esas intenciones.

Llegó el día, eran las seis de la madrugada de un viernes, me subí al tren y partí hacia mi destino. Ella me esperaba en la estación, literalmente, con los brazos abiertos. Corrí hasta alcanzarla y nos abrazamos de una manera tan tierna que la gente nos miraba y nos sonreía. Ninguna se podía creer aquella situación, por fin juntas. Después de tantos años contándonos nuestros problemas, hablando de nuestras aventuras y nuestras ambiciones, riendo y llorando juntas, mi amiga y yo nos pudimos mirar cara a cara y sentirnos cómplices de verdad. Ya nada podría destruir nuestra amistad, a partir de ese momento, se había hecho más fuerte, si cabía.

Después del saludo, nos dirigimos al aparcamiento y, como ambas estábamos cansadas, fuimos directamente a su casa. Vivía en un chalet con sus padres y me había preparado la habitación de invitados, ya que su cama era individual y no había suficiente espacio para ambas.

Estuvimos un rato hablando y riendo mientras yo guardaba mi ropa en el armario, y luego salió del cuarto para dejarme dormir un poco.

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Cuando me desperté, ya era la hora de la merienda y decidimos salir a tomar un café y aprovechar para hacer un poco de turismo. Me enseñó sus rincones favoritos, los lugares a los que iba siempre que necesitaba un poco de espacio y tranquilidad, y acabamos en la playa. Estábamos a finales de primavera, así que hacía un tiempo muy agradable y ambas llevábamos vestidos cortos. Empezamos a hacer el tonto en la orilla y yo, al no darme cuenta de que había una roca, me tropecé y caí empapándome entera. Ambas reímos muchísimo, ella más que yo, y decidimos que sería nuestra primera anécdota. Me sequé como pude, me puse una rebeca y fuimos a cenar a su restaurante favorito. Con la cena, bebimos algo de vino y alcanzamos el puntillo, pero no nos emborrachamos.

Decidimos volver a su casa en cuanto acabamos, entre las copas y las charlas se había hecho tarde. Nos dimos una ducha, nos pusimos el pijama y nos fuimos a mi habitación para continuar con la charla. Estábamos tumbadas boca arriba, hablando y riendo, contando locuras, hablando sobre nuestros mayores miedos e inseguridades. Y, de repente, sin venir a cuento, ella estalló en una carcajada.

- Pero Aurora, ¿qué te pasa? - Dije, poniéndome de costado hacia ella.

- Se me acaba de venir a la mente tu caída de esta tarde - decía, mientras reía cada vez más fuerte.

A mí me divertía verla así, ella siempre ha sido una chica muy tímida e introvertida, y ver cómo reía a carcajadas, hablaba con tanta soltura y transmitía tanta seguridad, me encantó.

- Sigue riéndote y te juro que me vengaré... -dije retándola. Pero ella dio un paso más adelante.

- ¿Ah, sí? ¿Y qué harás? ¿Te volverás a tropezar?

- Aurora, te voy a morder - dije, riéndome yo esta vez y pegando bocados al aire acercándome a ella. Y noté que cada vez se ponía más seria.

- Si me vas a morder que sea en el labio, Luna.

Esa frase me impactó. Nunca se me había pasado por la cabeza esa idea, y me encendió en cuanto salió por su boca.

- No me tientes...

- Muérdeme aquí - dijo, señalándose el labio inferior con el dedo índice.

Alargué el brazo para poder acariciar su mejilla suavemente y, con las uñas, rocé su cuello. Noté que su respiración cada vez estaba más agitada. No me hice de rogar y la besé. Tenía los labios más suaves que había besado nunca, eran carnosos y su color natural era de un rosado que quedaba de maravilla con su piel clara. La besé como si tuviera entre mis labios algo tan sumamente frágil, que se podría romper en cualquier momento. Su lengua me buscaba, y la acaricié con la mía. Me aparté y la miré directamente a sus ojazos. Sonreí. Y volví a acercarme a su boca, esta vez para morderla antes de seguir besándola, acelerando cada vez más el beso. Suspiró y se removió en la cama, seguía boca arriba, pero su rostro estaba girado hacia mí. Se removió tanto, que la camiseta del pijama se le subió, dejando al descubierto medio pecho.

Bajé de los labios al cuello, besándola, mordiéndola, pasando la lengua; la mano que antes lo rozaba, ahora acariciaba su abdomen plano. La fui subiendo poco a poco hasta la parte inferior de su pecho, y la miré buscando su consentimiento. Una mirada suya me bastó para levantarle la camiseta, dejando ambos senos al descubierto. Tan redondos, tan preciosos, con una aureola pequeña y oscura, y un pezón que gritaba ser mordido.

Seguí besándola, dando suaves pellizcos en ambos pezones, primero en uno y luego en otro, escuchando sus gemidos leves que buscaban ser liberados de su boca. Con mi otra mano pellizcaba uno de mis pezones. En este punto de la noche ambas sabíamos cómo queríamos que acabara, lo deseábamos tanto, que ninguna se dio cuenta de que sus padres habían llegado a casa. Hasta que, de repente, se escuchaba el taconeo de su madre por el pasillo de las habitaciones. Nos levantamos sobresaltadas, nos pusimos bien la ropa y nos peinamos como pudimos y salimos de la habitación en cuanto nos calmamos un poco.

Saludamos a sus padres, quienes fueron a la cocina a beber agua. Nosotras decidimos irnos a dormir y, de camino a las habitaciones, ella me abrazó por detrás, me besó el cuello y posó sus manos en mis pechos, agarrándolos fuerte, presionando mis pezones con la yema de sus dedos. Cuando llegamos, me puse de frente a ella, me mordió el labio y se fue a su habitación. Me miró antes de cerrar su puerta, me guiñó un ojo y me susurró "buenas noches".

Continuará...

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