Nuevos relatos publicados: 13

Inmigrante (05)

  • 16
  • 54.848
  • 9,67 (24 Val.)
  • 0

Contra mi costumbre de llegar al trabajo un poco antes para controlar cómo estaba todo, ese día, entre hablar con el personal y entrar en la oficina para ver lo que pudiesen haber dejado, me hice cargo de la sala unos minutos tarde, cuando ya habían entrado los primeros clientes.

Allí me esperaba una sorpresa. Ana estaba en una de las mesas, sola. El local abre a las seis de la tarde como bar normal, añadiendo música a partir de las ocho.

Me acerqué a ella y le pregunté extrañado qué hacía allí, sola y fuera de su día habitual.

-Tengo que hablar contigo, pero como no podemos hacerlo en casa por los horarios y, cuando coincidimos y podemos hacerlo, parece que terminamos enfadados, he pensado en venir a tu terreno para ver si conseguimos no enfadarnos.

La hice ir a la oficina, donde nos sentamos en las dos únicas sillas que había, además del sillón de oficina que estaba al otro lado de la mesa.

-Tú dirás.

-Mira, he pensado mucho en lo de ser madre y no me siento cómoda. He estado a punto de abandonar y si no lo he hecho, ha sido porque la herencia no llegue a los vagos y putas de mis primos.

Hizo una pausa y continuó:

-Eso no significa que me guste. Nunca he llevado idea de casarme, y mucho menos de tener hijos. La jugada de mi abuelo ha trastocado mi vida y me encuentro desorientada.

No me veo capaz de ser madre por el procedimiento de ir a una clínica, que me implanten un óvulo y tener un hijo a su tiempo. Así, tan frío. Sin ilusión, sin apoyos…

-Imagino que has tomado una decisión.-Le interrumpí.- Y antes de que sigas, te adelanto que estoy de acuerdo en lo que decidas. Si quieres romper nuestro contrato, no te voy a poner ninguna pega. Si estás pensando en alguien con quien podrías compartir tu vida más adelante, cuando todo esto termine, no me importa que lo intentes mientras seguimos casados…

-No es eso. No soy de carácter abierto. Me gustan los hombres, sí, pero también las mujeres. No tengo ningún amigo con el que compartir esos momentos. Solamente están mis amigas, pero están casadas y tienen sus obligaciones, maridos e hijos, bueno, y ahora a ti.

-¿Y tu camarero?

¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha contado? –dijo dando un respingo.

-No, pero lo he visto salir alguna vez.

-En la cama hace su trabajo, la mayoría de las veces bien, pero no tenemos nada en común. Solo sirve para la cama, y no siempre. Además, no puedo tener hijos con otro que no seas tú, mi marido oficial.

-Entonces… ¿Qué has pensado? ¿Qué vas a hacer?

Tras un momento de duda, me dijo:

-Quiero hacerte una proposición: En estos meses he visto que eres una persona educada, culta, inteligente y trabajadora. Mis amigas están encantadas contigo, al menos como persona, porque si tienen otra relación contigo, no me han dicho nada, y por lo que oí la noche que fui para hablar contigo, tampoco debes estar mal en la cama.

Con todo eso, quiero proponerte el aumentar nuestra relación, encontrar lo que nos gusta al uno del otro y hacer que vayamos conociéndonos. Si surge el amor entre nosotros, estupendo, si solamente es una fuerte amistad, también estupendo. En ambos casos, podría seguir adelante. Pero si no conseguimos llevarnos bien, abandonaré todo y cancelaremos el contrato.

¿Crees que es buena idea? ¿Estarías dispuesto a llevarla a cabo conmigo o tienes otros planes?

-Como te he dicho, estoy dispuesto a aceptar lo que digas y te apoyaré en la medida de mis posibilidades. Lo de mantener una relación, tampoco entraba en mis planes, aunque puedo cambiarlos, pero te debo mucho para negarme. Y si el premio eres tú… No puedo poner pegas.

-No hace falta que me halagues, sé cómo soy.

-No son halagos, es la realidad. ¿Qué te parece si el próximo sábado que tenga fiesta comemos y pasamos la tarde juntos?

Puestos de acuerdo, pensé que tendría que luchar contra su frialdad y para empezar le pedí que nos abrazásemos. Fue lo único que se me ocurrió.

Nos pusimos de pie y nos abrazamos, y tengo que reconocer que me gustó. Su proximidad no me la puso dura, aunque tuvo un intento que no llegó a nada, achacado a que me había corrido un poco antes. Acaricié su espalda sobre la ropa, una fina camisa abotonada delante, sin bajar de los riñones y sin llegar a los hombros.

No sé si ella deseaba algo más, pero yo no avancé y ella no se insinuó. Un par de minutos después nos separamos y volvimos a la sala. Estuvo sentada en un rincón de la barra hasta que cerramos. De vez en cuando me acercaba, según me permitía el trabajo para hablar con ella.

Tres veces vi que se le acercaba el camarero que se la llevaba a la cama, o mejor dicho, el que iba a su cama. Y no me gustó.

En la universidad había salido con chicas con las que practicábamos el sexo en grupo, e incluso en bukakes, sin haber sentido nada, y ahora, una conversación me estaba molestando ¿serían celos?

A media noche se fue a casa y ya no volvimos a vernos hasta un mes después, que volvían a coincidir mis festivos en fin de semana.

Pero eso no fue obstáculo para que estuviese perdiendo el tiempo. Incluso hubo sorpresas.

El mismo lunes me llamó Marisa para decirme que me necesitaba urgentemente, que ya no podía aguantar más. La cité en el piso sobre el local y allí fui antes de empezar a trabajar.

Ya nada más cerrar la puerta, saltó sobre mi boca, comiéndomela con avaricia, mientras sus manos iban directas a mi pantalón, que junto a la camisa y zapatos, fueron quedando por el camino hasta la cama.

Empujó sobre mis hombros para hacerme caer de espaldas sobre ella, con los pies colgando sobre el borde, para que la viese mientras se quitaba el vestido y aparecía ante mí totalmente desnuda.

-Mira, como a ti te gusta, sin ropa interior y con el coño depilado.

-¿Cómo te has enterado?

-Ayer estaba con Marta cuando la llamaste. Me puso muy celosa que la llamases a ella y a mí no, pero esta mañana, los celos se han convertido en deseo. No veía la hora de encontrarme contigo.

Señalé mi polla con un gesto que ella entendió a la primera, arrodillándose entre mis piernas y tomándola con la mano para pajearla un par de veces.

Metió en su boca el glande, todavía cubierto en gran parte por la piel, y empezó a chuparlo a la vez que seguía pajeando.

-Mmmmm. –Era el sonido que emitía, además de los habituales de la felación.

Alternaba metiéndosela toda en la boca, hasta que sus labios chocaban con mi pubis, para volver a sacarla succionando, y bajar, recorriendo con la lengua, el agujero, glande, frenillo y tronco, llegaba a los huevos, los lamía y chupaba, volviendo a subir nuevamente para metérsela entera.

Cuando alcanzó tamaño y dureza suficiente, y sobre todo cuando alcanzó su máximo esplendor, se dedicó a tragarla, poco a poco, hasta que consiguió que toda entera cupiese en su boca.

Se la sacaba, la recorría con su dedo, dejando que rozase la uña, la pajeaba un par de veces, y volvía a metérsela nuevamente.

-¿Te gusta como lo hago?

Me preguntó una de las veces que se la sacó, sobre los hilos de babas que la unían a su boca.

-Sii. Mucho. Has aprendido bastante. ¿Te has entrenado con alguien?

-No, pero mi ordenador echa fuego de la cantidad de páginas porno con fotos, vídeos y relatos que he visitado. También me he comprado una polla de goma.

-¿Mejor que esta?

-Como esta no he encontrado ninguna.

Y continuó con la mamada. Se había convertido en una experta.

Pronto me llevó al borde del orgasmo, pero yo tenía otro interés.

La hice ponerse a cuatro patas en el borde de la cama, me arrodillé en el suelo y me dediqué a comerle el coño, al tiempo que mojaba el dedo en mi saliva y con él, acariciaba su ano y presionaba para abrirlo.

-Oooooh. Que gusto. Tú también sabes comer bien un coño. Y eso que me haces en el culito me está dando mucho morbo.

Poco después, echó la mano atrás para presionar más mi cabeza y se corrió.

-Aaaaahhhh. Siiii. Qué ganas teníaaaa.

Yo mantuve la presión sobre su clítoris hasta que acabó de correrse y continué comiéndoselo y acariciando su ano.

Cuando ya entraba el dedo, me separé ligeramente para poder alcanzar un frasco de lubricante que una marca de preservativos acababa de sacar, y que anunciaba que tenían de distintos sabores.

A partir de ese momento, mojaba mi dedo en el lubricante y se lo metía en el culo, luego metí dos y más tarde tres. Y efectivamente, el lubricante que escurría, tenía sabor a fresa. Ella seguía con sus gritos y gemidos.

-Ooooohhhh. Cómo me haces disfrutar.

-¿Más que tu marido? –Pregunté con ánimo de cortarle el placer.

-No te pares, cabrón. Sii. Más que mi marido, que no pasa de una sosa corrida. Disfruto más cuando me acaricio yooooo. Me corrooo.

Calculé que estaba preparada, me puse en pié, lubriqué bien mi polla, le di varias pasadas por la entrada de su coño y directamente la llevé hasta su ano donde la apoyé y fui presionando despacio pero con firmeza hasta que entró el glande.

Ella me decía:

-Noooo. Por ahí no que dolerá mucho y la tienes muy grande.

Tuve que recurrir al chantaje.

-O por ahí y ahora o a tu casa y para siempre. A mí no me niegas nada.

-Por favor, con cuidado y despacito. Y detente cuando te lo diga.

No le hice ni caso. La cabeza entró a pesar de sus quejas.

Con más aceite y más presión, conseguí que entrase toda ella, sin que se quejase más. La mantuve un rato para que se acostumbrara, mientras llevaba mi mano a su coño para masajearle el clítoris.

Luego empecé a moverme, sin dejar de acariciarla. Mientras ella decía.

-Mmmmm. Que sensación más extraña. Me da mucho morbo. Oooohh Sigue, sigue.

Aceleré los movimientos en su culo y coño, hasta que lanzó un fuerte grito y se corrió.

-Aaaaahhh. Siiii, no pareess. Que buenooo.

Seguí un poco más hasta que solté mi carga dentro de sus intestinos.

Cuando bajó la erección, se la saqué e inmediatamente salió corriendo hacia el baño. Al mirar mi polla, vi algo de suciedad, por lo que fui tras ella.

No había cerrado la puerta, por lo que entré y fui directo al lavabo para limpiarme, justo cuando ella se sentaba en el inodoro y empezaba a soltar su carga

-Pero… ¿qué haces? ¿Cómo se te ocurre entrar cuando estoy así?

-Voy a limpiarme, y me da igual lo que estés haciendo. ¿O prefieres limpiármela con la boca?

Roja de vergüenza, me respondió entre ruidos de todo tipo.

-Eres un cerdo.

-Hoy la lavaré yo, pero, a partir de ahora, procura venir bien limpia por dentro, porque me la tendrás que lavar tú con la boca.

Cuando terminó, la hice entrar en la ducha, donde nos mojamos y enjabonamos mutuamente. Nos volvimos a calentar y la hice ponerse de espaldas, apoyada en la pared, se la metí desde atrás por el coño, la agarré de las tetas y, mientras se las acariciaba y frotaba sus pezones, me la follé con furia.

Ella gritaba pidiendo más y más. Llegó al orgasmo minutos después, yo no detuve mis movimientos, pero llevé una de mis manos a su coño y froté toda la zona de su clítoris hasta que volvió a correrse y poco después lo hice yo.

Mientras nos vestíamos, le pregunté si había sido su primer anal, confirmándolo y que si le había gustado y me dijo que casi más que por el coño.

Me contó que su marido, las pocas veces que follaban, nunca se lo había pedido. Alguna vez se la había mamado, pero pocas, porque al poco de metérsela en la boca se corría y ahí terminaba su follada.

Nos despedimos con un beso, yendo cada uno a lo suyo.

El viernes vinieron las cuatro, como era habitual, igualmente las invité y hablé con ellas todo o que pude. Me pareció observar que Sonia se comportaba como si quisiera decirme algo, pero se mantuvo callada y todo quedó así.

Pero el martes siguiente se convirtió en un día clave. Durante la tarde y el inicio de la noche, no hubo nada que reseñar que no fuese habitual. Sobre las once de la noche pasé a un bar cercano, donde todos los días cenaba alguna cosa, y unos pocos minutos después volví al trabajo.

Al entrar eché un vistazo general a la sala, como suelo hacer siempre, para ver cómo está todo.

Esta vez me llevé una sorpresa. En la barra se encontraban los maridos de las tres amigas, con tres mujeres que no eran las suyas. Me oculté mientras el camarero los acompañaba a una de las mesas, donde se sentaron y empezaron a hacer comentarios, reír y manosear a sus parejas.

Quise averiguar la relación entre ellos, si eran amigos, compañeros o se habían buscado unas putas.

Lo comenté con mi amigo el camarero sin explicarle bien quiénes eran, sólo que los conocía, y le pedí que intentase averiguar su relación. Directamente me dijo que eran putas, porque las conocía de otros sitios donde había estado, pero que intentaría hacer oído para informarme. Mientras, les hice todas las fotos que pude con la cámara de mano y desde las de seguridad.

Según se pudo enterar, me confirmó que eran putas, y que quedaban todos los martes y jueves para cenar, tomar copas y follar.

Cuando se iban, pedí que me cubrieran y los seguí. Tomaron dos taxis para ir relativamente cerca. Yo tomé nota de la dirección donde iban, esperé un rato hasta que vi en qué piso se encendían luces y volví al trabajo.

Al día siguiente guardaba fiesta, junto con el jueves, Por lo que decidí ir a visitar la casa. Entré a la vez que un vecino y subí hasta el tercero, donde había visto luces. Tuve suerte. Sólo había dos puertas, la de la derecha tenía una placa anunciando el nombre de un doctor podólogo.

En la de la izquierda no ponía nada. Llamé a ella y me abrió una de las tres, cubierta por una bata. Era la que iba con el marido de Marisa.

Me preguntó qué deseaba y yo me hice el tonto, diciendo que había oído una conversación sobre alguien que tenía unas amigas, donde dieron esa dirección, pero que pensaba que me había equivocado. Me confirmo el sitio, me hizo pasar y me presentó a las dos que faltaban y otra más, mientras se quitaba la bata. Todas estaban en lencería muy sugerente.

Me informaron de que podía elegir a la que quisiera o a varias si quería, y que hacían todos los servicios. Incluidos anales y felaciones completas, aclaró, porque muchos iban solamente por esos servicios.

Ya que estaba, pedí una felación por parte de mi anfitriona. Me hizo pasar por el baño, donde me lavó bien la polla y poniéndomela dura a la vez, quedándose admirada por el tamaño, o por lo menos lo aparentó, y diciendo que no veían muchas así por allí, me pidió permiso para llamar a sus compañeras, que acudieron rápidas, acariciándola y llevándosela a la boca.

Estuvimos bromeando un rato, hasta que mi anfitriona, que dijo llamarse Eva, me llevó cogido de la polla hasta la habitación, seguidos de las demás y sin dejar las bromas.

Me hizo acostarme y se puso a hacerme la mamada de inmediato. Las demás, se pusieron alrededor haciendo apuestas entre si se la metía entera o no.

Yo animaba también. Realmente, la situación era esperpéntica, pero ofrecí dinero a las que consiguiesen metérsela entera y aguantar más con ella dentro o conseguir que me corriese.

Todas pasaron por mi polla, ensalivando y metiéndosela entera. Hacían lo que podían para hacerme correr y no dar opción a la siguiente, pero no lo consiguieron. Cuando se dilucidó quién se la había metido más tiempo, que fue la nueva, hice otra oferta de dinero a la que consiguiese hacerme correr, haciendo una rueda de un minuto para cada una.

Se aplicaron como buenas putas para conseguirlo, y después de varias rondas, fue Eva la que se tragó toda mi corrida.

Estuvimos un rato de conversación y risas, hasta que llegó otro cliente y yo me marché.

Era bastante tarde cuando llegué a casa, encontrándome a Ana dormida en el sofá con la televisión en marcha.

La desperté con suavidad y al preguntarle qué hacía allí, me dijo que había ido a informarme de que ya teníamos fecha para la boda al mes siguiente, y que la iglesia había dado permiso para casarnos. Se había sentado a esperarme y se había quedado dormida.

Debía desear algo más, pero me limité a darle las gracias y la acompañé a la puerta. No tenía el cuerpo para juergas.

En los siguientes días, recibí una carta en respuesta a uno de los currículums enviados para que me pusiese en contacto con unos laboratorios de la ciudad y concertar una entrevista.

Hice la llamada, una señorita me puso en contacto con alguien de dirección y acordamos una cita dos días después.

Cuando me presenté en las oficinas y me identifiqué ante una secretaria, probablemente sacada de un concurso de belleza, ésta me preguntó:

-¿Jomo? ¿Qué clase de nombre es? ¿O es un apodo?

-No señorita, es un nombre africano. Uno de mis antecesores era un guerrero Masái y el resto de mi familia, aunque mezclados con europeos, todos han vivido hasta su muerte en África.

Estuvo coqueteando conmigo descaradamente, tanto que seguro que me hubiese dado cuenta aunque no estuvieses acostumbrado a ello en la discoteca. Me dijo cosas como que “qué alto era y si lo tenía todo igual de grande” o “si la fama de los africanos era cierta” a mi pregunta de qué fama, me respondió “de penes enormes”.

Yo también coqueteé con ella, diciéndole que si quería, podría comprobar ambas cosas en persona cuando quisiera. Siguió sin cortarse ni un pelo, escribió en un papel su teléfono y hora de salida, entregándomelo mientras me decía: “llámame por la mañana para quedar”.

Tras esto, llamó a la persona con la que tenía que hablar y tuve mi entrevista, que fue bastante bien. Me informaron que en unos meses se iba a jubilar el jefe de uno de los equipos de investigación, y que el resto del personal del equipo ya era algo mayor, por lo que estaban buscando personas jóvenes que pudiesen ir sustituyéndolos a medida que se fuesen jubilando, pero con tiempo suficiente para que pudiesen transmitir su experiencia.

Parece que les gusté y quedamos en reunirnos más adelante, pues tenían más entrevistas que realizar. Cuando salí, la secretaria me acompañó y abrió la puerta, echándome mano al culo y presionando, al tiempo que decía bajito:

-Un buen culo y duro.

Me dio tiempo de echar mano a su cuello y darle un beso en los labios.

Cuando entré a trabajar me esperaba Sonia, la amiga de mi esposa, para hablarme. No se había atrevido el viernes anterior, y venía de propio a hacerlo ahora.

Muy nerviosa estuvo dando vueltas hasta que con algo de ayuda de mi parte, en un primer intento empezó a decirme que se juntaban mucho con Marisa y Marta, por la amistad de sus maridos.

En un segundo intento, me dijo que hablaban mucho de mí...

En el tercero, me dijo que habían comentado el precioso piso que tenía encima de la sala.

No queriendo hacerla pasar más mal rato, le pregunté si querría verlo alguna tarde. Dijo “si” antes de terminar de decirlo. Le pregunté los días que podía y me dijo que los martes o jueves, que su marido estaba ocupado. El martes iba a jugar partidos con sus amigos y luego cenaban y tomaban algunas copas y los jueves el banco abre por las tardes y su marido no comía en casa.

Quedamos para el día siguiente, jueves y se marchó.

Gracias por sus comentarios y valoraciones.

amorboso arroba hotmail punto com

(9,67)