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El que me hizo mujer en todos los sentidos

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Tengo que comentar que acabo de cumplir 21 años, vivo en la capital con mi madre y estoy próxima a graduarme como abogada. Mi padre vive en otra ciudad pues tiene un hogar aparte, y si bien no nos visitaba tanto como mi madre y yo hubiéramos querido, cada vez que llegaba a nuestro apartamento era un período en que todo cambiaba tanto para mi madre, que lo explotaba sexualmente de lo lindo, como para mí que podía sentirlo cerca, abrazarlo y disfrutar su grata compañía.

Desde que me acuerdo siempre vi a mamá casi desnuda en casa, pues tenía la costumbre de despojarse de su ropa tan pronto llegaba de su oficina, y permanecía en el sofá con una pequeña pijama de franela mirando televisión. Como era apenas natural yo hacía lo mismo y muchas veces nos recostamos así, hasta que ella se despertaba y me llevaba a mi cuarto, arropándome para que no sintiera frío. Nunca percibí nada extraño con su contacto y muchas veces me recosté en su cama porque me daba miedo o no podía conciliar el sueño... así fui creciendo, al tiempo que mi fisonomía iba cambiando.

Había una cosa que nos causaba mucha curiosidad a las dos, y hacíamos bromas acerca de eso, y era de que el pubis de mamá era muy abultado, mientras que el mío no se veía tanto, pero de un momento para otro comenzó a crecerme igual que a ella, y ya desde los doce años se notaba que mi sexo era enorme, por lo cual evitaba colocarme pantalones muy estrechos pues mi raja se partía totalmente y lógico se notaba a leguas.

Mi madre tiene un bonito cuerpo, nalgas grandes y piernas rollizas y torneadas, y un busto talla 36, lo que para su estatura de 1.55, la hacen ver provocativa y más bien vulgar, por lo que aprovechaba para darse sus escapadas con amigos y por supuesto para que le hicieran el amor, ya que para colmo de males vive arrecha, como decimos en Colombia; es decir con ganas de sexo a toda hora. Yo afortunadamente heredé un poco la estatura de papá, y aunque nuestras medidas son iguales con mi mamá, tengo 1.72 de estatura, lo que me da muchas ventajas por encima de ella, al punto que desde que tenía doce años muchos de sus compañeros de trabajo ya hacían bromas estúpidas llamándola de suegra, cosa que a mí me incomodaba. Nunca tuve novios y opté por tener amigos sin permitirles que se sobrepasaran o me llevaran a la cama como era habitual con mis compañeras.

Mi madre siempre fue muy abierta en cuestiones del sexo, y cuando apareció mi primer período menstrual ya sabía exactamente que era y cómo afrontarlo. Ella comprendía que en cualquier momento podría iniciarme sexualmente y era preciso que tomara las precauciones del caso; y esto ocurrió pero justo con el hombre que ella amaba: mi padre. He querido comentar esto para que sepan que vivo en un hogar normal, que no tengo traumas, y que mi conducta no obedece a patologías o cosas por el estilo. Simplemente he amado a mi papá desde que tengo uso de razón y mi complejo de Electra si así deciden llamarlo, pues sigue vigente y con posibilidades de no acabar pronto.

Yo aprovechaba que en las tardes al regresar del colegio estaba sola, me desnudaba y maliciosamente dejaba las cortinas del apartamento ligeramente abiertas para que los vecinos pudieran verme como Dios me trajo al mundo, en especial un señor ya de unos cuarenta años que madrugaba a las cinco de la mañana, hora en que yo me levantaba, para mirarme mientras me vestía para ir al colegio, pues el bus me recogía a las seis am. Creo que ese pobre hombre todavía debe estar masturbándose con mi recuerdo, y me agrada saberme deseada de forma subrepticia; me excita que me miren, pero siempre mantuve la distancia necesaria para entregarme a cualquier hombre. Soy seguramente una exhibicionista, y también lo acepto, porque me gusta, y precisamente cuando sé que me han observado, me excito y procedo a masturbarme ya sin que me vean, claro está.

Mi padre por lo regular viajaba cada dos meses a vernos y permanecía los fines de semana con nosotras. Paseábamos, salíamos a cine, al parque y a todas esas cosas que hacen las parejas normales. Por las noches le pedía que me contara un cuento antes de dormirme, lo abrazaba y podía darme cuenta de todo lo que significaba para mí, estar al lado de ese hombre, alto, bien parecido pero extremadamente serio, aunque muy tierno conmigo. Me encantaba que me sobara la cabeza con sus manos para dormirme y le pedía que me masajeara la espalda y la colita pues esto aparte de ponerme muy loquita me hacía dormir plácidamente. En las mañanas yo era la primera que me despertaba, entraba a su cuarto para tomar mi baño, dejaba la puerta abierta y salía en toalla para vestirme en mi cuarto. Sé que él, a pesar de haberme visto desnuda desde niña evitaba fijar sus ojos más de lo debido en mí, y volteaba su rostro por el respeto que me tenía. Muchas veces me recosté en su cama sorpresivamente y comprobé que tanto él como mamá dormían desnudos, lo cual me daba una sensación de placer inigualable, ya que por lo regular cuando ellos creían que yo dormía, hacían el amor y yo escuchaba pegada de la puerta, como mi madre le pedía cosas con las más grandes vulgaridades que jamás pensé que ella fuera capaz de pronunciar. Era normal que yo también hiciera lo propio en la soledad de mi cuarto, y en algunas ocasiones dejé volar mi fantasía imaginando que entraba desnuda, me acostaba con ellos y hacíamos un delicioso trío, hasta que quedáramos rendidas de tanto amarlo. De hecho eso quedó en fantasía pues mi madre y él jamás hubieran aceptado tal cosa.

Para no alargar la historia, lo cierto es que cuando cumplí dieciocho años, mi padre viajó a vernos y decidieron que saldríamos de la ciudad por todo el fin de semana. El sábado de madrugada tomamos el auto de mi madre, y ella me pidió que me hiciera en el asiento derecho delantero, pues por estar bebiendo la noche anterior, y haciendo el amor como una puta con mi padre, estaba indispuesta y quería dormir en el asiento de atrás durante el viaje. Muy obediente acepté acompañar a mi gran amor mientras conducía en el camino hacia tierra caliente. Cuando habíamos descendido por la carretera casi una hora comenzamos a sentir el cambio de temperatura y sin pensarlo dos veces me despojé del pantalón de mi sudadera, pues ya el calor era evidente. Tenía puesto debajo un short de hacer gimnasia que era bastante ancho, y como ropa interior una tanguita de color blanco que en realidad no cubría mayor cosa ya que se me metía entre los labios de mi vagina y mis nalgas, que son bien grandecitas por cierto, pues tengo 110 cmts de caderas. Nunca acepté usar ropa interior de gran tamaño y si mi madre usaba hilo dental todo el tiempo y andaba con su culo al aire, pues yo le hice saber que también tenía derecho a hacerlo. Para estirarme me quité las medias de hilo, y coloqué mis pies sobre el interior del parabrisas. Mi papá que observaba mis piernas largas, me dijo que era peligroso y que lo más conveniente sería que las pusiera encima de sus piernas pero sin moverme mucho, algo que acepté al instante. Al colocar mis pies encima de él, rocé su cosote por encima del pantalón y fingiendo quedarme dormida comencé a poner mi pie izquierdo justo en medio de sus piernas. A esa altura mi pobre padre se notaba agitado, y delicadamente tomo mi pie, lo acarició y lo estiró un poco para evitar el contacto con su verga, ya inquieta.

Entonces me decidí a atacar y encogiendo mis piernas, las abrí calculando que la abertura del short, le permitiría a mi padre observar el espectáculo de mi sexo, aprisionado por la tanguita blanca. Al voltear a mirarme a ver si dormía, se encontró de frente con mis piernas largas abiertas de par en par, y la dulzura de mi sexo, a un metro de sus manos. Ahí fue Troya. Desde ese momento no pudo evitar extasiarse con lo que le brindaba su hijita. No sé si para evitar la tentación o porqué otra razón, mi papá decidió que nos estacionáramos un poco en un paradero de la carretera para tomar un café. Despertamos a mi mamá, pero ésta dijo que prefería seguir durmiendo. Yo aproveché para ir al baño y lo primero que hice al entrar al sanitario fue quitarme la tanga que ya estaba totalmente mojada con mi sudor y mi excitación. Regresamos al carro, tomamos la carretera y entonces volví a acomodarme con las piernas encogidas, recostada en puerta del carro y las abrí de nuevo que él pudiera observar mi sexo hinchado, mis labios anhelantes y los pocos vellitos que me quedaban en medio del culo, pues me daba miedo depilarme en esa zona. Milagrosamente no nos estrellamos, porque mi hombre estaba casi alelado, observándome cada minuto como toda una mujer y olvidando que era su hijita, mientras pasaban quien sabe cuántas cosas por su atormentada cabeza. En un momento que hizo el cambio de velocidad tocó mis pies con su mano derecha y soltando la barra empezó a acariciármelos suavemente, subiendo por mis pantorrillas, y devolviéndose hasta casi la rayita de mis nalgas, comprobando que éstas estaban sudorosas y melosas por todo lo que me bajaba de mi vagina, y untando sus dedos, los olió y los llevó a su boca mientras, yo lo observaba haciéndome la dormida. Esto lo repitió varias veces, prácticamente tocando mis labios vaginales ansiosos, hasta que al acercarnos a la ciudad, supuestamente me despertó para que me acomodara, llamó a mamá y nos dirigimos al hotel.

Llegamos a la habitación cerca de las 10 de la mañana. Como hacía mucho calor, sugirió que nos pusiéramos los trajes de baño para ir a la piscina donde desayunaríamos. Así lo hicimos y pasamos casi todo el día en ese sitio. El leyendo o intentando hacerlo, yo nadando con mi madre, y bronceándonos cerca de un kiosko. Mamá se puso un hilo dental amarillo, soltó el brasier y se acostó de espaldas, mientras él le embadurnaba la espalda, las piernas y la cola con el aceite bronceador. Yo llevaba un vestido de baño de dos piezas e hice lo mismo. Le pedí que me aplicara el bronceador, lo cual hizo con sus manos temblorosas, mas aun cuando lo esparció por mis piernas y mis nalgas. A las cuatro de la tarde regresamos al cuarto, tomamos una ducha y nos acostamos a hacer una siesta. Aproveché entonces para la segunda parte de mi plan. Le dije que esa noche quería dormir a su lado, y que mamá durmiera en la cama adicional. Dijeron que si, pero siempre y cuando no me moviera mucho, pues papá tiene un sueño demasiado leve. Estuve de acuerdo.

A las ocho de la noche luego de vestirnos adecuadamente, bajamos al comedor, cenamos y entonces les dije que les tenía una sorpresa. Regresé al cuarto, saqué una botella de ginebra y les ordené que brindaran en mi honor por mis quince añitos. Como sé que mi mamá es muy mala para beber, me encargué de que tomara bastante para que una vez estuviéramos en el cuarto durmiera bien profunda. En tanto conversábamos en el ambiente campestre, llenaba sus vasos cuidando de beber muy poco. A las doce de la noche entramos en nuestra habitación. Mamá bastante mareada me pidió que la llevara al baño, y sin más ni más se quitó todo. La conduje hacia la cama acompañante y la arropé, después de orinar una muy buena cantidad. Papá entro al baño, se duchó y salió vestido con un pijama corto y sin camisa. Yo entré a ducharme, y me coloqué una pequeña pijama de seda, sin interiores. Me acosté a su lado, tomé la sábana que lo cubría y me arropé con ella. Apagamos la luz y él dándome un beso en la frente me dio las buenas noches.

Esperé pacientemente una media hora, hasta que calculé que mi madre no saldría de su sopor. Subí mi pijama hasta mis senos, y me acerqué lentamente a mi padre, que ya estaba dormido. Sentí los vellos de sus piernas duras, musculosas, y poco a poco pegué mi cuerpo al de él. Estaba casi desnuda, con mi vagina dando gritos de ansiedad, totalmente mojada. Subí mi pierna encima de las suyas, acariciando su pecho y agarrando una de sus manos, la llevé a mis nalgas para que las acariciara como lo hacía desde muy niña, solo que esta vez sin la menor inocencia y con toda la putería del mundo. Sé que se despertó pero prefirió hacerse el dormido para ver hasta donde yo llegaba. Pasé mis manos por su short y noté que su miembro estaba erecto, grande, delicioso. Metí mi mano en medio del calzón y lo toqué delicadamente, mientras sus pulsaciones eran más evidentes. Acaricié sus bolas hermosas, y sin poderme contener me deslicé hasta él para chuparlo todo y mamar esa leche que tanto deseaba, sintiendo que me llenaba la boca con ese semen que no tardó en venirse con toda la carga de emoción que jamás pude imaginar. Todo estaba consumado, es decir casi todo. Me quité la pijama y bajando su calzón me acosté encima de él, que trató de rechazarme pero mi boca le impidió que hablara, pues mordí sus labios y lo besé con sevicia, mientras se dejaba llevar por la tentación y el deseo que debí despertarle durante el viaje. Acarició mis nalgas, apretándolas. Totalmente fuera de sí, me recostó en la cama, boca arriba y comenzó a besarme los senos y el vientre hasta que llegó a mi cosita, que tanto lo deseaba, me chupó con locura, y tuve que morder la almohada para no gritar de placer por mis orgasmos de virgen puta. Le pedí que me iniciara, pues quería que me desvirgara ahí mismo, pues sería su amante a partir de ese momento y esa cuquita solo estaría dispuesta para él. Abrió mis piernas colocando su miembro en la entrada de mi niña, y poco a poco fue metiéndolo, hasta que yo en un arranque de locura lo agarré por las nalgas y lo empujé con fuerza desgarrándome toda, pero era tal el placer que mi dolor era lo más delicioso que alguien pueda haber sentido. Empecé a moverme como había visto en las películas porno, acompañando el ritmo de sus movimientos dentro de mí, hasta que algo se desgarró de mi alma, al tiempo que me sentía inundada por el semen caliente que una vez me engendró. Entonces todo el peso de su cuerpo se desvaneció encima del mío.

Al recostarse a mi lado, mudo, quizás con el remordimiento de haberme comido toda, lo comencé a acariciar dulcemente como su mujer, su otra mujer, besándolo, dejando que mi lengua invadiera toda su boca, tomando su coso en mi manos, mimándolo y diciéndole que ese sería nuestro más dulce secreto; el que hemos guardado hasta ahora, cuando al venir a la Capital, se hospeda en un hotel discretamente, pues mi mamá, cansada de esperarlo decidió tener una relación estable con un médico y dar por terminado el asunto con él. Como no tengo problemas para verlo siempre que llega, reservamos el cuarto con cama doble, salimos en la noche, bailamos y bebemos como dos enamorados, y me quedo el fin de semana acompañándolo, durmiendo desnuda a su lado, como me encanta estar a toda hora. En algunas oportunidades nos hemos citado en cualquiera de las ciudades que visita periódicamente. Así vivo ahora; disfrutando porque tengo el hombre más maravilloso y tierno del mundo conmigo; mi padre, mi amante, el que me hizo mujer en todos los sentidos, y su mujer por todo el tiempo que podamos estar juntos.

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