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Un culito aduraznado y adictivo

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Doña Purificiación, que de ahora en adelante y según las necesidades de este relato será simplemente llamada doña Puri, me trajo un sobre raro, armado con hojas de una revista de actualidad, de esas que publican los periódicos los fines de semana, y lo dejó caer sobre mi escritorio, con la indiferencia sutil con que trata a las personas que ella desprecia, entre las cuales tengo el honor de contarme. El sobre tenía un chocolate, la palabra sesenta y nueve escrita con lápiz labial sobre una tarjetita blanca y un trocito de elástico de una tanga. Guardé todo rápidamente en un cajón, antes de que Maura y Yesenia notaran nada y seguí trabajando mientras la pila de carpetas que debía despachar parecía crecer hacia arriba como si tuviera vida propia. El día se hizo lento y pesado, en el reloj de pared de la oficina dieron las diez de la noche y yo seguía trabajando, seguro de que al llegar a mi departamento ya no encontraría a nadie. A la una de la mañana, cuando puse la cabeza sobre la almohada, me quedé profundamente dormido y el rostro de Amira se me aparecía por todas partes, multiplicado en espejos, para gritarme cosas y reprocharme por mi ausencia de esa noche. Apenas me levanté, la llamé a su celular.

-¿Amira?

-Dime, esclavo, ¿no te pudiste escapar del yugo anoche?

-Tú sabes cómo es eso… pero hoy tengo la tarde libre, desde las seis en adelante…

-¿Y?

Permaneció en silencio casi veinte segundos, de manera que cerré el celular y me di vuelta en la cama, remoloneando hasta la hora de levantarme, mientras odiaba a mi jefe, a mi trabajo, a la vida, mientras pensaba que el temido final había llegado, porque sé que un día Amira se irá de mi vida como se han ido todas las mujeres, pero ella se irá porque es demasiado joven y yo…

Mi celular me sacó de mis temores. Lo dejé sonar a propósito dos veces.

-¿Sí?

-¿Por qué me cerraste, gilipollas?

-Pensé que fuiste tú.

Una carcajada siguió a mi respuesta.

-Mire, señor, a las siete en la fotocopiadora de Maggie ¿sí?

-De acuerdo.

La ciudad ruidosa es una pesadilla que transcurre afuera, que se queda lejos, los camiones que pasan por el puente de cemento semejan truenos de tormenta pero aquí, abajo, en este cuarto de la cabaña donde pasaremos la noche todo es diferente. Amira apaga todas las luces y enciende el televisor pero no pone el canal porno, pone dibujitos animados que yo no veo porque ella comienza a desnudarse mientras me cuenta su exposición en la clase de ética periodística, miro el espejo, miro cómo cae su pantalón marrón, después cae su blusa, cae su brasier negro, la tanguita no cae, se desliza suavemente mientras sus senos se hamacan levemente, Amira agachada hacia adelante se quita la tanga con deliciosa lentitud mientras no deja de hablar y sus senos también se mueven como en cámara lenta y cuando ella se endereza de nuevo el triangulito negro sobre su rajita depilada es el tesoro soñado, la tierra prometida, la piedra filosofal y el talismán que sana todos, absolutamente todos los dolores.

-Si serás carota- me amonesta ella con fingida solemnidad porque la he estado mirando y corre hacia el baño. Me pongo de pie pero no la sigo, primero apago las imágenes de Tom y Jerry dándose golpes, aprieto el botón de la música y solo cuando escucho una canción romántica de La Oreja de Van Gogh me meto en la ducha, le quito el jabón y me enjabono, la abrazo y su cuerpo se me escurre como una joya resbaladiza, la vuelvo a enjabonar y abro el duchador manual mientras mis manos acarician y amasan ese culito espectacular, redondito y adictivo. Amira se deja bañar como una nena hasta que su piel tersa y estirada queda completamente limpia. El aire de la cabaña está un poco fuerte pero no importa. Me paro junto a la cama y le muerdo el dedo gordo y eso la hace reír.

La risa de Amira es una campana de viento.

Mi boca sube por sus muslos y ella gira y me ofrece la visión de ese culito aduraznado y respingón que me enloquece, le paso la lengua por el huesito dulce, le acaricio todo el coxis con la nariz, lo abro con los dedos y Amira levanta la cintura hacia arriba, ahora tengo todo el panorama a mi disposición, mi lengua juega en los bordes de su almejita cerrada, la hago brillar a lengüetazos y Amira se deja caer, se toma los pies con las manos y ahora esa almejita está completamente abierta y mi lengua se deleita mientras siento cómo se entibia, como comienza a latir mientras Amira gime, se mueve, me aprieta la cabeza, gime y se mueve, es como una danza que conozco de memoria, gime y su piel se eriza, plumitas invisibles pueblan los bordes del pequeño templo trasero, Amira gime y estalla en un orgasmo que me hace sentir feliz, como un niño que ha ganado el premio mayor en una prueba difícil. Amira apenas recupera el aliento y un calor húmedo en la punta de mi bastoncito de carne me enciende como si mi sangre estuviera llena de pólvora, Amira se monta sobre mí y otra vez sus pezones me invitan, me llaman, se mueve, me muevo, respiro, me agito, exploto dentro de su chochito tibio y Amira me muerde despacito el cuello y se queda sobre mí y enseguida se duerme.

Me siento culpable a veces, como si estuviera cometiendo un incesto. Hace diecinueve años me casé con la tía de Amira, cuando Amira era apenas una bebé de cuatro o cinco meses, me dediqué a malcriarla hasta que ella cumplió cinco años y sus padres se radicaron en España. Me divorcié de su tía hace casi una década. Mayra también vive en Madrid y mis contactos con ella eran más bien esporádicos, una que otra carta, un email después, porque no tuvimos hijos y porque ella se fue con uno de mis mejores amigos. No volví a casarme y pasé más de dos años en una especie de encierro monacal, me maté trabajando y ahorré unos pesos con los que pienso asegurarme una vejez tranquila, es más hasta hace unos meses estaba convencido de que esa vejez estaba al llegar, a la vuelta de la esquina. Me compré un departamentito, dos dormitorios, una cocinita, una sala cómoda, balcón, nada del otro mundo, hice una cuentita de ahorro en dólares, en fin, cuando la soledad pesaba un poquito solía llamar a Yixi o a Nadia, dos chicas de lo más complacientes y no muy caras que me hacían sentir bien, casi éramos amigos, cuando pasaba más de un mes que no las llamaba hasta se preocupaban y me llamaban al banco donde trabajo. Cuando me fui de vacaciones esperé a que llegara mi cumpleaños número cincuenta y Yixi me recomendó a una amiguita suya que era un encanto. Finalmente no acepté porque mi intención era descansar y porque, en ese momento me pareció que era cosa de la edad, empecé a tener problemas de erección. Tras estudios y análisis y ecografías y montones de otras zarandajas, el médico me dijo que no había nada orgánico, y me derivó a un siquiatra amigo suyo que me diagnosticó una depresión y me recetó medicamentos y un montón de otras cosas que no hice. Simplemente me dediqué a comer más sano, dejé la bebida, fui a un gimnasio y me olvidé por completo de Nadia y de Yixi.

Fue en el supermercado. Entré a comprar algo de fruta, unas cajas de té y unas galletas, y hasta me entusiasmé con unos filetes de pescado que estaban especiales para ponerlos al horno, con unas papas, pero eso debiera ser acompañado por un buen vino blanco, pensé, y cuando enfilé hacia la góndola de los vinos un carrito empujado por una muchachita de mediana estatura me llevó por delante, con tanta mala suerte que me desparramó en el piso con mi pescado, mis galletas y mis naranjas y limones, y la asustada muchachita me ayudó rápidamente a levantarme mientras en un seseo evidentemente madrileño me preguntaba si me había hecho daño y yo me quedé petrificado, como si hubiera visto un espectro, un fantasma o algo así. Era la cara de mi ex, pero también la cara de mi ex cuñada, el pelo negro rizado, los ojos dorados, los labios carnosos, la sonrisa que una vez me derritió…

-Disculpe usted, caballero, le juro que… joer con mi torpeza…

Me recompuse rápidamente, recogí mi mercadería y salí rápidamente de ese lugar, como quien huye de un temor demasiado conocido, y pasé varios días sin poder olvidar ese rostro que era en verdad mucho más hermoso que el de Mayra y que el de su hermana. Casi un mes después, cuando ya había olvidado el episodio, entré a una fotocopiadora en la zona universitaria para que me fotocopiaran unos documentos. Entre los estantes había algunos ejemplares un poco ajados de Asterix y algunos libros usados. Comencé a hojearlos mientras la muchacha que me atendía me miraba con aire de fastidio. Entre los libros había algunos títulos interesantes de Agatha Christie, de Rex Stout y de Raymond Chandler.

-¿Esto está en venta?- pregunté a la morenita mal encarada.

-Amira- llamó ella sin responderme.

Una muchacha de piel blanca, enrojecida por el sol, apareció en ese momento. Vestía una bermuda roja de algodón y una camiseta blanca suelta, sin mangas. Estaba descalza y llevaba el pelo recogido.

-El señor está interesado en esas vainas- dijo la morenita que, decididamente, ya me estaba empezando a caer mal.

-Nos volvemos a ver ¿Cómo le ha ido? ¿Se acuerda de mí, verdad?

No pude evitar reírme al recordar el episodio del supermercado.

La chica tomó los ejemplares que le pasé, los acomodó, y me dijo el precio.

Asentí con la cabeza.

-¿Le gustan las novelas policiales? Digo, también tengo algunos tebeos que le pueden interesar.

-Soy casi un fanático- contesté mientras veía las curvas que sus ropas sueltas ocultaban y me sonaba raro ese acento español, propio de los turistas.

-No los tengo aquí, pero si usted me da su número de móvil acaso podría…

-Está bien- dije y le pasé mi tarjeta.

Cuando llevaba algunas cuadras conduciendo resonó en mi memoria el nombre con que la otra muchacha la había llamado, Amira, carajo, es Amira, tiene que ser ella, me dije a mí mismo y estuve a punto de volverme al localcito pero decidí esperar.

Amira me llamó al otro día.

-Verá, es que estoy aquí, abajo, si a usted le parece, pues puedo subir y mostrarle lo que le he traído…

Le dije a doña Mati que le abriera y en pocos minutos la chica estuvo en el apartamento. Esta vez estaba vestida con una falda un poco larga, una camiseta más formal y llevaba una mochila negra. Se había soltado el pelo y estaba en verdad muy bonita.

-Tiene una casa muy bien decorada, es que usted tiene buen gusto, ¿o es su esposa la decoradora?

Tragué saliva antes de responder.

-Vivo solo. Soy divorciado.

-Oh, perdón, es que a veces soy algo latosa…

-No te preocupes, ¿quieres café?

Asintió mientras yo miraba el paquete de cosas que me trajo. Recuerdo que estuve tentado de decirle sé que eres Amira, eres casi mi sobrina, cómo has crecido… pero me contuve y solamente le pregunté cuánto costaría todo eso.

Amira saca una palm de su mochila y hace la suma, ante mi asombro porque ella puede ver las letras diminutas de ese aparatejo sin necesidad de lentes.

-Seiscientos veinte pesos ¿vale?

-Oh, claro- asiento y saco de mi billetera mil pesos y se los doy.

Amira enrojece levemente.

-No tengo para devolverle…

-Me lo traes después, cuando tengas tiempo, cuando puedas- digo y le tomo la mano, se la cierro y la despido sin más.

Doña Puri pasa a mi lado con la bandeja del café y me ignora. Me levanto para ir a la cocina y, cuando vuelvo con una taza humeante que me ha dado la otra asistente, Yesenia me dice que mi celular ha sonado. El mensaje de voz tiene la vocecita de Amira, me pide que la llame.

-¿Aló?

-Me pediste que te llamara

-Pues que parece que a usted le sobra el dinero, que no me ha llamao, joer, he pasao por su casa ayer pero no había nadie…

-Oh, pero no te apures muchacha, si quieres paso por la fotocopiadora.

-Vale, lo espero a las siete de la tarde, si usted puede…

-Hecho.

Esa noche llovió, y al día siguiente también, los días de lluvia no me gusta moverme de mi casa. Amira apareció la tarde siguiente a devolverme mi dinero. Era demasiado honesta en realidad, porque no era mucho lo que me debía, un poco más de 300 pesos. Solo cuando la vi entrar supe exactamente que Amira me gustaba, que se me había metido por los ojos y que eso era peligroso para ella, pero más para mí… carajo… pensé mientras la invitaba a sentarse junto a mi equipo de música.

-¿Te molesta tener deudas?

Me pareció que la pregunta la tomó desprevenida. Solo asintió con la cabeza, sacó de su mochila un monedero de color metálico y me entregó mi dinero.

-¿Quieres tomar algo?

-¿Qué tiene usted?

-No sé, café, refresco, algo más pesado, pero tal vez para una muchacha como tú…

Me miró con los ojos entornados, como si me estudiara, después sonrió.

-¿Qué supone usted que debe beber una muchacha como yo?

-Nada de alcohol.

Amira soltó una carcajada.

-Parece que usted tiene miedo de que me haga mal, o de que me transforme en arpía o algo así ¿verdad?- dijo y volvió a reír mientras yo empezaba a preguntarme a mí mismo cosas que jamás me había preguntado.

-Quiero lo mismo que usted bebe.

Saqué del estante junto a mis libros una botella de ginebra Tanqueray que me había regalado mi jefe y busqué dos vasos.

Amira bebió dos sorbos y siguió en silencio. Me arrimé a la ventana cuando un relámpago y un trueno alteraron el pesado silencio. La luz se apagó y el estruendo de la planta de emergencia la regresó de inmediato.

-Es como el sonido de los barcos- dijo Amira y apuró su vaso.

-¿Qué estudias?

-Comunicación, bah, periodismo, y antes de que me pregunte por qué vine a estudiar aquí en lugar de estudiar en España… pues… no lo sé, me parece que estar sola en un país desconocido, sin la sombra de mi madre dándome vueltas, pues, eso me vuelve más responsable… si ella supiera que estoy vendiendo cosas para tener mis propios fondos, creo que le daría uno de esos sofocones que siempre le dan… ella no es mala… solo que está vieja, demasiado vieja… los viejos son archipesados…

-Gracias por lo que me toca- ironicé.

-Oh, no, usted no es como los viejos, ni siquiera se les parece, usted es transparente, es previsible, es…

-¿Y tú eres telépata?

Amira volvió a reír y esa fue la primera vez que se me ocurrió comparar su risa con una campana de viento.

-Menuda falta me hace la telepatía para saber lo que usted está pensando en este momento, oh…

-¿A ver?

-Hmmm, veamos, no me ha ofrecido más ginebra porque tiene miedo de que me emborrache… usted me corrige si me equivoco ¿vale?

-Sigue.

-No se me ha insinuado ni me ha insinuado nada porque piensa que es demasiado viejo para… pues para seducirme… ¿vale?

Asentí.

-Pero le encantaría alejarme… espere… le gustaría verme un tanto lejos de mi ropa ¿verdad?

-Me temo que como telépata eres altamente peligrosa, aunque tu mérito no es tanto, cualquier hombre tendría esa misma intención con una chica como tú, y ahora, antes de que esto se ponga inmanejable para ambos, me parece que es mejor que te vayas.

La última parte de la frase fue tapada por un trueno y esta vez la lluvia se desató con absoluta impunidad.

-Te pediré un taxi antes de que leas en mi mente que soy violador y asesino en serie, descendiente de Jack el destripador y de Caril Chesman.

Amira volvió a reír.

-¿No le gusta el juego de la verdad?

-La verdad asusta, sobre todo a mi edad, uno tiene miedo de morirse, de no ser feliz, de no haber gozado lo suficiente… pero nunca es suficiente…

-¿Y tiene que llorar por eso?- preguntó mientras cargaba más ginebra en su vaso y entonces el viento hizo sonar los cristales de la ventana y Amira bebió y carraspeó después porque, evidentemente, el alcohol le hizo arder la garganta. Me estaba sintiendo incómodo, busqué mi celular pero, como siempre, no recordaba dónde lo había dejado, fui hasta el teléfono y cuando iba a marcar Amira me lo impidió.

-Sigamos jugando, digo, si usted quiere, que ahora ya ninguno de los dos tiene nada que ocultar… salvo lo que queda bajo la ropa.

-En mi caso es más bien lamentable, prefiero que se quede ahí…

-¿Seguro?

-¿Y qué tú piensas?

-Hmm… puede arreglarse…

Iba a responder que mejor no, pero entonces Amira comenzó a desnudarse. Se desprendió los botones de la blusa, el botón del pantalón, bajó el cierre lentamente.

-Ahora tú… perdone que le tutee… pero es que si vamos a ponernos en pelotas no seremos tan gilipollas de tratarnos de usted ¿Verdad?

Me quité la ropa con rapidez pero también con torpeza, tanta que Amira me tuvo que ayudar, y me senté desnudo frente a ella. Puso la blusa sobre el respaldo de la silla, sobre la blusa colocó el pantalón, llevaba un brassier negro y una tanga amarilla, el brassier le dio un poco de trabajo, la tanga se convirtió en un bollito que colocó junto al equipo de música y entonces encendió el radio y buscó hasta que una canción de la insoportable Shakira llenó todo el espacio.

-Bailemos- dijo Amira.

Y bailamos pero en realidad no fue un baile, fueron mis pasos desmañados y torpes mientras ella me abrazaba y solo entonces reparé en que estaba totalmente desnuda, sus senos eran dos globos carnosos, en el derecho tenía un lunar apenas unos centímetros más allá de la confluencia, su cinturita graciosa, su sexo sin depilar que me rozaba por momentos los muslos, su aliento suave que resoplaba el pecho, toda Amira era una revelación demasiado grande que se me imponía sin que pudiera reaccionar. Comencé a besarla despacio, como si me negara a creer que aquello fuera cierto, la cargué en mis brazos y la llevé hasta mi dormitorio, jugué con sus pezones enrojecidos como si fueran dos cerezas oscuras, me detuve en su vientre, abrí su almejita húmeda y olorosa y le hundí la lengua como si tratara de comprobar que la miel verdadera me esperaba en el fondo, sentí su botoncito crecer mientras Amira gemía, seguí allí sin soltarla mientras ella apoyaba sus pies sobre mi espalda, apreté un pezón y abrí la boca para beberme todo el brillo de su chochito empapado y la sentí gemir y después Amira dio un gritito y luchó por soltarse hasta que mi boca la liberó. Me tendí a su lado y me sentí feliz aunque no lograba la erección deseada, era como si el impacto de que ella me desafiara a que nos desnudáramos me hubiera asustado… Amira se puso de pie un momento y otra vez admiré esos globos de carne apetecible y vi la espesura de su vellón mojadito y entonces sentí mi bastón enhiesto y la tomé por la cintura, la acosté sobre la cama, le abrí las piernas y me hundí en Amira, comencé a bombear despacio al principio, ayudado por los resortes del colchón que hacían hamacar el cuerpito rellenito y tibio de Amira y vi que sus mejillas se coloreaban y que comenzaba a gemir de nuevo, eso me excitó tanto que aceleré mis embestidas hasta que la sentí llegar nuevamente al orgasmo y entonces me sentí caer, todo mi cuerpo se tensó y se aflojó al mismo tiempo y caí junto a Amira completamente rendido y desperté después, cuando ella se acurrucó en mi pecho.

-Dijiste que eras un viejo, gilipollas, menos mal que me lo creí. Eres un carota, ¿lo sabías?

-Soy un viejo.

-Soyunviejo- me remedó ella con voz de falsete –pues tu polla no ha envejecido tanto como te crees, chaval. Ahora sí tengo que irme, en la casa se van a preocupar.

-¿Dónde vives?

-En la parte de atrás de la fotocopiadora. Alquilo un cuarto donde una familia conocida de madre. No joden mucho pero el tema de los horarios… que en eso son un poco pesados… que esto no es Madrid, que acá es peligroso que patatín y patatán…

-Vamos- dije y comencé a vestirme.

-¿Me llevarás?

Mientras Amira iba al baño puse un billete de mil pesos en su monedero. La dejé en la esquina de la fotocopiadora casi a las once de la noche. Bajó del auto y caminó hacia su casa sin siquiera despedirse.

Al día siguiente doña Puri me ignoró como siempre con el café, pero no me molestó en absoluto. Yo estaba más que contento. Mi celular sonó antes de las tres de la tarde. El mensaje de texto me decía que debía comunicarme con una dirección de correo electrónico. Lo hice y, al cabo de menos de veinte minutos recibí un mail de Amira.

Tengo un monedero mágico, se me apareció adentro un billete de mil pesos. ¿Tú sabes algo de eso? Estoy a mitad de camino entre la rabia y la risa. Espérame esta tarde en tu casa porque me tienes que oír ¿Vale? Si serás guarro, gilipollas y… pelotudo… ¡Coñazo!!!!!

En realidad imaginé que podría llegar a ofenderse pero en el momento en que lo hice no me importó demasiado.

Doña Puri pasó a mi lado y comentó algo sobre las personas que se ríen solas.

Amira llegó como a las ocho de la noche. Estaba furiosa. Puso el billete sobre la mesa del comedor y me insultó con todo el vocabulario de malas palabras españolas y su seseo se hacía más intenso a medida que hablaba y hasta lloró al final y me abofeteó y me arrojó un florero de plástico, quise agacharme pero con tanta mala suerte que solo me coloqué en la dirección exacta del disparo. Fingí desmayarme y eso la asustó.

-¡Dios! ¡Háblame! ¿qué hice? ¡Dios mío!

Tosí para no preocuparla más de la cuenta pero ella sospechó y comenzó a golpearme hasta que la tomé en mis brazos y comencé a besarla. Se resistió al principio, pero después terminamos desnudos sobre mi cama y mi lengua terminó de calmarla con una lenta sesión de cunilingus.

-Mira, mi intención no fue pagarte nada, sé que cuando uno es estudiante siempre se necesita dinero, además, sé que no te acostaste conmigo por dinero, tú no eres… y si te lo hubiera dado no lo habrías aceptado… en fin… creo que fue una pendejada.

Amira consultó su reloj.

-¿Estás apurada?

-Tengo una clase a las ocho. Ven.

Me monté sobre ella y la fui penetrando despacio pero ese chochito húmedo estaba tan tibio y tan bien lubricado que terminé hundiéndome en una gozosa tempestad y terminé rápidamente, aun antes de tomar conciencia de que estaba teniendo sexo con las más hermosa criatura que pudiera presentarse en mi existencia.

Llevé a Amira hasta la universidad y al regresar a casa me tumbé sobre la cama y me quedé dormido.

Es el atardecer en mi memoria y en mi presente. Afuera hace frío porque estamos en una hostería de montaña donde pasaremos el fin de semana. Por la ventana del cuarto veo una ladera cubierta de verde y un caminito sinuoso y desierto que Amira ha comparado con un pueblito de Aragón que no he escuchado nombrar jamás. Es un paisaje imponente. Amira regresa con un paquete de dulces que compró en el pueblo, trae también una botella licor de menta. Comemos un chocolate pero de pronto Amira se pasa la lengua por los labios y el dulce se desparrama y ahora parece un payasito, boquita de chocolate. Lamido. Otro dulce de color rosado me empalaga. Huele a miel, o a canela, Amira deja caer su falda, la ayudo con la camiseta deportiva de lana y contemplo embelesado sus senos redondos y la piel de gallina que el frío dibuja sobre su superficie. Voy corriendo esa tanguita negra como si le quitara a una fruta exótica y sabrosa una piel delgada y crujiente, Amira camina desnuda hasta la neverita, sirve dos vasos de licor de menta y bebemos con lentitud, la misma lentitud con que ignoramos el frío para acariciarnos mientras le unto el cuerpo con un masajito de sabor de cereza, mis dedos caminan entre sus muslos, la tiendo sobre la cama y pongo brillosas las colinas redondas de ese culito respingón y aduraznado que me enloquece, dejo caer un chorrito del jarabe viscoso y Amira levanta un poco sus curvas y ay no puedo resistirlo, siento necesidad de entrar ahí, primero con la lengua, le doy uno, dos, tres besos negros…

-Entra- pide Amira y comienzo a entrar lentamente.

-Despacito…

-Entra un poquito más… así… oh…

Me muevo despacio, es como el ensayo progresivo de una danza que me hace responder con todos los sentidos, Amira gime y se mueve hacia arriba, cada vez más, cada vez más, cadavezmás… hasta que la oigo tensarse y como si hubiéramos sincronizado cada movimiento siento que estoy por estallar, salgo de allí en el momento en que el orgasmo se apodera de mi cuerpo y tiemblo en una convulsión maravillosa que me eleva por encima de las montañas y Amira me abraza pero sé que es su turno, pongo mi boca en su almejita enrojecida y me deleito con esa golosina hecha de miel salobre, de magia, la siento latir y acelero mis estocadas hasta que mi lengua se convierte en un estilete y el chochito ardiente de Amira se abre, se cierra y A mira grita de placer y me abraza y nos echamos encima una cobija y antes de que ambos nos quedamos dormidos pienso por enésima vez que jamás le diré quén soy, que nunca le contaré que una vez estuve casado con su tía ni que la conozco desde que ella era un bebé.

(9,00)