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Desafío de galaxias (capitulo 46)

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La zona de influencia del Ares se había reducido drásticamente. Las minas nucleares se recolocaron para crear una zona segura donde la flota del República pudiera abrir vórtices de salida y llegar con cierta seguridad. La presión bulban sobre las defensas estáticas era tremenda, estaban casi al límite, pero todavía tenían un pequeño margen para aumentar su rendimiento. Las baterías Petara disparaban constantemente, y por primera vez desde que Marión las descubrió al comienzo de la guerra, sus acumuladores se resentían y no recargaban con la suficiente rapidez. Aun así, la situación no era peligrosa, aunque si preocupante, y el general Esteban, para darlas un respiro, las desconectaba por secciones y las patrulleras efectuaban ataques de saturación en la misma zona.

Desde hacia días, toda la infantería aliada había pasado por el portal y estaban a salvo en las zonas de reagrupamiento, cercanos a Telesi 2. En la zona del Ares, la presencia federal y kedar era la mínima indispensable para mantener en marcha las operaciones de defensa, y todas las infraestructuras en la superficie de los planetas ocupados, ahora en manos bulban, había sido destruidos concienzudamente, para evitar que tecnología federal cayera en manos enemigas.

El Odiseo, la nave que transportó los sistemas Petara, estaba preparado para embarcarlos de nuevo junto a otra nave gemela que albergaría a los interceptores y lanzaderas de combate del acorazado República y a parte de su tripulación.

Hacia un par de días que un bombardero de gran capacidad, había llegado y se encontraba a la espera de recibir la orden para efectuar un bombardeo de cobertura con cohetes Delta para proteger el repliegue definitivo de las últimas unidades federales.

Todo estaba preparado, solo faltaba que la flota de Bertil llegara, definitivamente, a la zona de control de Ares.

El Fénix, se había trasladado a las inmediaciones de Telesi 2. Marisol quería estar presente para recibir a sus amigos, Esteban y Bertil, y a los tripulantes que todavía combatían en Magallanes. Durante todo el día, estuvo recorriendo todos los acuartelamientos provisionales diseminados por los sistemas de alrededor, levantando pasiones entre la tropa. Dio miles de besos y abrazos, posiblemente cientos de miles, y la vitoreaban llamándola por su nombre, algo que era habitual desde hacia varios años. Ya no era el general Martín: para sus tropas, era Marisol. Sus escoltas, y la propia Anahis, se vieron totalmente desbordados, y en ocasiones la perdían de vista causando desasosiego y alarma en ellos. Un afán desmedido impulsaba a los soldados a querer tocarla, sentir la presencia física y real de su heroína, y Marisol se entregaba en cuerpo y alma a ellos en una visita retransmitida en directo por los canales federales de televisión. Recibió regalos, bebió todo tipo de licores que la ofrecieron, algunos de dudosa procedencia, todo con sonrisas sinceras y agradecidas.

Cuándo llegó el periodo de noche en el Fénix, regreso totalmente agotada y se retiró a su camarote sin pasar por el centro de mando, algo inaudito en ella, mientras Anahis ultimaba algunos asuntos. Cuándo esta llegó al camarote, Marisol ya se había duchado, y desnuda, estaba recostada en su sofá preferido ante el ventanal.

—¿Ya te has duchado mi amor? —la preguntó con una sonrisa.

—Si. Yo ya estoy.

—Me ducho y me arrojo en tus brazos.

—Con lo cansada que estoy seré yo quien se arroje en los tuyos, mi amor.

—Eso no es problema, —dijo riendo y se fue a duchar. Unos minutos después, apareció desnuda, con dos copas de vino español en las manos y se sentó junto a ella.

—Te advierto de que ya estoy lo suficientemente borracha.

—Has bebido como una bestia, te bebías todo lo que te daban, —dijo mientras con la cola la acariciaba las piernas.

—Nena, no podía decir que no, compréndelo.

—Si lo comprendo, pero cuándo te has bebido esa cosa marrón que te dieron y vi la cara que pusiste, se me erizó hasta la cola. Y eso que a ti te gustan los licores fuertes.

—A si, me acuerdo, que cosa tan horrible, me quede hasta sin aire, no fui capaz de identificarlo, ni quiero, la verdad.

—¿Y lo que has comido? Mira que tripón se te ha puesto, —dijo Anahis riendo mientras pasaba la mano por su tripa.

—Es verdad, parezco una boa, —respondió riendo—. Cuándo mañana vaya al baño voy a echar una plasta de elefante.

—En algún momento la cosa ha estado complicada: estábamos muy preocupados.

—No exageres nena, yo no he visto ningún peligro.

—Díselo a tus escoltas, que ahora mismo están todos en la enfermería.

—¡No jodas! ¿Pero…?

—No te preocupes, que no es nada grave: magulladuras, arañazos, y la teniente Martínez, un ojo morado. Incluso a mí, uno, me han dado un tirón de la cola para hacerse sitio.

—¿Qué te han tirado de la cola? —preguntó Marisol cogiéndola con la mano y acariciándola—. ¡Sana, sana, colita de rana, si no sanas hoy, sanaras mañana!

—¿Qué cojones estás cantando?

—Una cancioncilla de la Tierra que le cantan las madres a sus hijos cuándo se hacen pupa.

—Yo no soy una niña pequeña.

—Por fortuna, porque a mí me gustan las mujeres, no las niñatas, —y se abalanzó sobre ella buscando sus labios.

—¿No estabas muy cansada?

—Para ti, nunca.

El vórtice se abrió en las coordenadas previstas dentro de la zona preparada por las defensas federales. El República y su flota, emergieron de él, e inmediatamente, comenzaron a recibir disparos desde las fragatas enemigas, pero con escaso efecto debido a la distancia. Para cubrirlas, mientras se retiraban hacia una zona más segura, las defensas automáticas intensificaron el fuego de cobertura contra el enemigo. Instantes después, con la flota ya junto al portal, Bertil y Aurre se reunieron con Esteban a bordo del Ares. Su reencuentro fue muy caluroso: con Bertil se abrazó y a Aurre, además, la dio dos besos como buen español.

—¿Hay alguna novedad o seguimos con lo previsto? —preguntó Bertil.

—Todo sigue igual, —y riendo, añadió—: Marisol ha estado muy ocupada, ¿no habéis visto las imágenes que os envié?

—Sí, sí! Que flipe, —exclamó Aurre— no sé, pero ahí hubo una falla de seguridad. ¡Seguro!

—Es imposible protegerla Maite; principalmente porque ella no colabora. Sé de buena tinta, que sus escoltas, terminaron todos en la enfermería.

—¡Es que está tía es la hostia! —exclamó Maite— parece que no comprende la importancia que tiene.

—Lo sabe perfectamente, —afirmó Esteban— lo que ocurre es que lucha constantemente para no subirse en el pedestal y endiosarse. Eso la aterra.

—¿Y en el estado mayor como están las cosas? —preguntó Bertil.

—Ahora bien, pero no le han facilitado las cosas: ha tenido que pelear contra una cascada de dimisiones y patear un par de traseros. Incluso Anahis lo ha intentado, imaginaros.

—¡Es que ha sido una cagada increíble! —exclamó Maite—. No me puedo creer que solo Oriyan la apoyase.

—Parece que han sido los demás los que se han subido al pedestal, —dijo Bertil.

—¡Pues se han caído de cabeza! —añadió Esteban riendo—. En fin, tú Bertil ya sabes que tienes que tener preparado al ejército para partir en tres días.

—Sí, sí, lo sé. Estaremos, no te preocupes.

—En cuanto a ti, —dijo mirando a Maite—. Marisol te quiere de inmediato en Mandoria, con toda tu familia. Embarca en la primera nave que puedas.

—No, tenemos que preparar el República y eso solo lo puede hacer mi madre.

—De acuerdo, pero cuándo todo este listo, os largáis.

—De acuerdo, y tú, ten mucho cuidado.

—Lo tendré, no os preocupéis, pero va a ser peliagudo de cojones.

Comenzó el periodo de día en el Ares cuándo todo estaba ya preparado. Los Petara habían retrocedido a posiciones más cercanas al portal, mientras las naves bulban, en un intento desesperado, se lanzaban contra los campos de minas en un alocado intento de abrir un pasillo entre ellas. El República, había sido preparado en lo posible con una función especifica, efectuar un ataque suicida contra las formaciones enemigas. Sus interceptores y lanzaderas, habían sido embarcados en un transporte, junto con toda la tripulación y ya estaban de camino. La familia Aurre, al igual que Bertil, también viajaban ya por el corredor hacia Telesi 2.

—¿Condición del República? —preguntó Esteban desde el puente de guerra del Ares.

—Escudos: al 86 %. Defensas de perímetro: 70 %. Baterías secundarias: 93 %. Torres principales: solo una activa. Piloto automático: en línea, — en un lateral del puente, se había instalado tres puestos para controlar las funciones del República.

—Adelante la primera fase, —ordena Esteban.

—Primera fase en marcha: replegando minas Petara al Odiseo. Los satélites armados reconfiguran su posición y disparan contra el enemigo.

—Mi señor, al ritmo actual, el enemigo abrirá brecha en el campo de minas en dos horas treinta minutos.

—¡De acuerdo!

—Todas las minas están en el Odiseo. Fase uno completada.

—Adelante fase dos. Activen el República y avante toda, —lentamente, las luces de situación del República, se fueron activando y comenzó un avance decidido contra la flota enemiga a través de uno de los corredores secretos del campo de minas, al tiempo que lanzaba nuevas minas para tapar el corredor. Cuándo estuvo a distancia, todos sus sistemas de armas, ofensivos y defensivos, comenzaron a disparar.

—Replegando sistemas ofensivos Petara.

—Que comience la retirada de las patrulleras y entren al portal.

Los minutos pasaban inexorables, mientras en perfecto orden, las patrulleras federales, entraban al portal y emprendían el regreso a casa. Mientras, el República avanzaba entre las naves enemigas con todos los sistemas de armas a pleno rendimiento, pero recibiendo, al mismo tiempo, una cantidad exagerada de impactos en sus escudos de energía.

—Escudos al 43 %.

—Hemos perdido la única torre que quedaba.

—Escudos al 35 %.

—Perdemos energía rápidamente.

—Sistemas de armas al 65 %.

—Perdemos los reactores, estamos en impulso.

—Escudos al 29 %.

—Todas las patrulleras han partido. Estamos solos.

—¿Cómo va el Odiseo?

—Diez minutos para completar la operación de recogida de los Petara.

—¡Atención puente! —exclamó Esteban por su comunicador mientras se sujetaba a causa de las sacudidas de los impactos—. Avante toda e interpóngase con el Odiseo para protegerlo, —los minutos seguían pasando inexorables.

—El República ha perdido los escudos. Los impactos enemigos lo están destrozando.

—Que los sistemas de armas sigan disparando mientras sea posible. Preparada secuencia de autodestrucción.

—Secuencia de autodestrucción activada y a su orden.

—Nuestros escudos al 80 %.

—El Odiseo ha completado la operación. Todos los Petara a bordo.

—Que se largue, rápido, —y por el comunicador dijo—: Puente, preparados para partir.

—A su orden, general.

—Active la autodestrucción del República: ¡ya! —por fases, la gigantesca nave moribunda comenzó a estallar en mil pedazos ante la mirada de todos desde el Ares.

—El República ha sido destruido.

—Esteban a puente: nos vamos, ¡ya!, —el Ares, acusando los terribles impactos de la artillería enemiga, viro en redondo y a toda maquina se aproximó al portal y penetrando en él, inicio el regreso a casa, abandonando definitivamente la Pequeña Nube de Magallanes.

Las gigantescas compuertas exteriores, estaban abiertas para facilitar el tránsito a través del descomunal hangar subterráneo donde se generaba el corredor a Magallanes. Las naves, según emergían del portal, atravesaban el hangar y salían al exterior para estacionarse en la zona de espera para recibir instrucciones. Varios cientos de patrulleras y naves auxiliares, llegaban en un goteo constante precediendo al Odiseo y al Ares, últimas naves que llegarían por el corredor. Bertil, se trasladó inmediatamente a los campamentos que albergaba al ejército, mientras Maite y su familia, embarcaban en una nave que los estaba esperando y partían hacia Mandoria. Cuatro horas después de partir, el Odiseo, seguido unos minutos después por el Ares, emergía del portal y se dirigía al exterior. El Ares, atracaba en el puerto interior mientras las compuertas del complejo se cerraban. Rápidamente, Esteban y su estado mayor, salieron de él y se dirigieron a la sala de control.

—El presidente y Mari… el general Martín, están por video enlace, —le dijo el oficial de operaciones cuándo le vio llegar.

—Señor presidente, mi señora, buenos días.

—Buenos días y enhorabuena, general, —dijo el presidente.

—Buenas Paquito, —dijo Marisol mucho más afable.

—Gracias señor presidente, mi señora.

—El presidente y yo hemos pensado que deberías ser tú, quien apague la luz.

—Será un honor mi señora, señor presidente.

—¿Cómo está el corredor?

—Abarrotado, mi señora, —respondió el oficial de operaciones—. Calculamos que unas mil naves enemigas están de camino, y siguen entrando por el portal.

—Pues parece un buen momento, ¿no le parece señor presidente?

—Estoy de acuerdo. General Esteban, cuándo lo desee.

Esteban se inclinó sobre el cuadro de control, liberó cuatro conmutadores de seguridad, y los acciono.

—Sistemas de seguridad desconectados. Se requiere código de acceso para liberar el pulsador de desconexión.

—Esteban, general, comandante en jefe, España, Almagro, 363636, Marisol.

—Código aceptado. Todo listo para desconexión general.

Esteban colocó el dedo sobre el pulsador, y sin dudarlo, lo acciono. Instantáneamente, las alarmas de aviso se dispararon, los inyectores de materia se desconectaron, los generadores de plasma dejaron de emitir, y el portal desapareció definitivamente.

—¿Ha sido tan duro como preveíamos Paco? —preguntó Marisol cuándo todo hubo finalizado.

—No mi señora, ha sido más fácil, dentro de lo que cabe, —respondió Esteban—. Ocurrió algo que no habíamos previsto…

—¿Si, el qué?

—Se cebaron con el República confiados en que no íbamos a abandonar a la tripulación, —Marisol soltó una carcajada— y que iríamos a socorrerlos. Se debieron quedar con un palmo de narices cuándo lo destruimos y salimos cagando hostias.

—¡Qué fuerte! Claro, no sabían que estaba automatizada, —y mirándole con afecto, añadió—: siento que no puedas descansar.

—No lo necesito mi señora, estoy para servir.

—Pues entonces, al lío. Ya tienes tus ordenes.

—Me pondré en marcha de inmediato, cuándo el Ares y la flota hayan repostado.

—De acuerdo.

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