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La fiesta sorpresa

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Cuando Pablo entró a la habitación, Silvia ya estaba allí, sentada al borde de la estrecha cama, iluminada por la suave claridad de una lamparilla en la mesita de noche.

"Hola, Silvia", dijo Pablo; "Hola", respondió Silvia': Pablo cerró la puerta.

Se oía ruido de conversaciones y risas al otro lado, pero ellos permanecieron en silencio durante unos minutos, observándose: él, sobre el suelo; ella, sobre el colchón.

"¿Quién te ha invitado, Silvia?", preguntó Pablo; "Fue Oscar"; "A mí, Marina". Pablo se sentó junto a Silvia. "Supongo que pretenden que nos reconciliemos"... observó Pablo; "No te quepa ninguna duda", aseveró Silvia; "Bien"... exhaló Pablo, "me desnudaré", añadió; "Creo que será la mejor manera, eso haremos", dijo Silvia. Y ambos comenzar a despojarse de sus ropajes.

Una vez se hubieron desnudado, ambos se miraron. Silvia seguía teniendo esa piel pálida de flexo, pantalla de Led y folios; Pablo, la misma oscuridad que le otorgaba su abundante vello negro. De pie, frente a frente, se miraron.

"Silvia, prometo olvidar mis adicciones"; "Pablo, juro dedicarte más tiempo". Dichas estas frases, ambos se metieron en la cama.

Empezaron por besarse: sus labios se estrujaban, sus lenguas colonizaban sus bocas: era demasiado el tiempo que había pasado desde la última vez que follaron y ese recuerdo de familiaridad volvió a sus cuerpos: ese "recuperar el tiempo perdido", tan tontamente: las eternas oposiciones, las insaciables adicciones, ¡qué lacra!

"Silvia sigue tan blanca y flaca como siempre, no hace deporte, apenas sale a la calle, pero adoro esa blandura, y esas tetas caídas y blandas como plastilina", pensaba Pablo.

"Pablo está cada vez más hinchado, pero sigue siendo muy seductor, y su polla está tan gorda como antes", pensaba Silvia.

El sonido de la fiesta que habían preparado sus amigos seguía oyéndose en la pequeña habitación, mientras ellos continuaban besándose y acariciándose:

Silvia ha empuñado el cipote erecto de Pablo y se lo ha metido en la boca para chuparlo entero; Pablo está suspirando y dice que qué bien lo está haciendo, que continúe, que por favor que pare, que va a eyacular y no quiere hacerlo tan pronto, y ahora le está sugiriendo a Silvia que por qué no se sube a horcajadas sobre su boca para comerle bien el coño, que le está deseando; Silvia le ha contestado que sí, y ahora está ayudándose de sus brazos para colocar su pubis sobre la cabeza de Pablo, que emite un gutural sonido de satisfacción y comienza a devorarla apretando con una mano el culo de ella para poder penetrar mejor con su lengua mientras con la otra se masturba, más, más, más, hasta que unas tibias gotas de semen salpican la espalda arqueada de ella, que grita, grita, grita.

"Pablo, sigues teniendo la mala costumbre de eyacular fuera de mí"; "No empecemos a discutir, Silvia". Y rieron.

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