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Quitarme las bragas

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Aquel día sentí un deseo muy primitivo de desnudarme y provocar a los tres jóvenes que me acosaban con la mirada descaradamente desde la mesa de al lado. No sentí vergüenza, al contrario, deseaba ser más descarada que ellos y saborear la sensualidad en mi cuerpo de una forma vulgar.

Esa tarde yo llevaba una minifalda plisada color azul cielo, me acababa de sentar a tomar un refresco en una mesa de aquella terraza de verano. Era observada por tres jóvenes desde la mesa contigua, desde que me senté, los cuales "me comían" con la mirada y hacían gestos entre ellos, soltando risotadas nerviosas también; sin dejar de mirarme, ¡como si tuvieran derecho a ser frescos conmigo! Me sentí, en cierto modo, acosada por ellos y ese sentimiento provocó en mí una extraña rebeldía y el deseo de ser más descarada todavía que ellos, e ir más allá, jugando con mi cuerpo, sintiendo un deseo primitivo de desnudarme y desafiarlos, provocándolos". Bajé una mano y la introduje entre mis muslos, sin apenas abrir las piernas, agarré mis bragas por la goma de la cintura y tiré de ellas suavemente, hasta que, arrastradas y enrolladas por mi mano, llegaron hasta mis rodillas. Una vez allí y, bajo la atenta mirada de los tres jóvenes de la mesa vecina, las llevé hasta mis tobillos; terminando de bajármelas con las dos manos. Luego me las quité del todo alzando primero un pie y luego el otro; las saqué rozando con sus encajes los tacones de mis zapatos. Sostuve en mi mano la prenda mientras miraba a los tres jóvenes a los ojos, con expresión serena y muy seria; moviendo a la vez mi melena larga y pelirroja. Mis braguitas eran de color rosa, con encajes de flores; una prenda muy delicada de hilo. Las puse sobre la mesa y las dejé allí un minuto, mientras bebía mi refresco de Coca-Cola; después abrí mi bolso y doblándolas cuidadosamente las introduje en su interior.

Los tres jóvenes, de unos diecinueve añitos, estaban extasiados al haber visto como yo ponía mis bragas sobre la mesa. Hablaban entre ellos, en la terraza de verano solo estaban ocupadas nuestras dos mesas, la de ellos y la mía, yo me sentía bella y traviesa. Con mis veintitrés años nunca había hecho algo así en público, ¡quitarme las bragas!, y dejar que las vieran sobre la mesa los que poco antes "me devoraban con la mirada". Me atreví a ser tan ordinaria porque me parecieron, a la vez que algo groseros por la forma de mirarme, unos muchachos muy guapos y sobre todo muy normales y corrientes, no parecían peligrosos ni mala gente y yo tenía ganas de ser muy traviesa, me encanta dejarme llevar por mis deseos.

El frescor de la tarde comenzó a envolver mis muslos bajo la minifalda, el viento rozaba mi sexo rasurado y desnudo, sentía como mi vulva se abría como una flor. Estar desnuda y sabiendo que, con solo separar mis piernas bajo la mesa, mi abultado y clarito sexo quedaría expuesto ante las miradas de los tres jóvenes de la mesa de enfrente, me excitaba mucho.

No sentí rubor, al contrario, en este cálido mes de julio mis pezones se endurecieron y mi sexo se me puso ardiendo y muy húmedo; mientras yo movía mi melena rizada y pelirroja sin dejar de mirar fijamente a los tres jóvenes con mis ojos claros. El más guapo y corpulento de los tres, tras hablar bajito con los otros dos, se acercó a mi mesa muy sonrojado, pero decidido a la vez y, me dijo el jovencito:

—Disculpe señorita, ver como se quitaba la ropa interior nos ha puesto a cien por hora, una pregunta, ¿usted alquila su cuerpo?, perdona, nos puede la curiosidad; ¿quitarse las bragas ha sido una propuesta a nosotros?

—Mira, guapetón, tengo mucho calor y me he despejado un poco de ropa, ¡cómo te atreves a decirme, que si me alquilo, descarado!, ¡no tengo necesidad de alquilar nada!, por cierto: cuando me senté en la mesa no dejabais de mirarme descaradamente, ¿os estabais insinuando?, porque pensaba que os estabais ofreciendo, cobrando o no.

—Disculpa pelirroja, pero es que esto no nos ha pasado nunca —dijo y se marchó a su mesa, más sonrojado que había venido a la mía y con la frente sudando.

Se acercó el camarero y me dijo con un tono de voz audible para la otra mesa:

—Señorita, ¿la están molestando estos chicos?

_ En absoluto, no se preocupe, son un encanto —y se marchó.

No podía resistirme a seguir provocarlos, más aún... abrí mis piernas, separando la una de la otra dos cuartas; la minifalda era tan corta que al separar las piernas no tapaba mi sexo, el cual, abultado y clarito, se hizo "el protagonista" de la tarde. Sin recato abrieron sus bocas los tres jóvenes en señal de "subidón carnal", diciendo en voz baja, los tres a la vez —¡qué pedazo de coño tiene la tía!— Efectivamente, siempre me lo han dicho, no solo lo tengo grande; tengo un bollo muy bonito. Levanté mi pierna izquierda cruzándola sobre la derecha y dejando, en esa postura, mi coño igualmente desnudo a la vista de los tres jovencitos, pero apretado entre mis muslos, haciendo que se me viera más abultado todavía, marcando una forma ovalada y muy sensual. Yo sabía que ellos me veían así, porque esa postura la había ensayado frente a mi espejo en mis sesiones fotográficas privadas, y sé a ciencia cierta, que mi coño visto de ese modo, ¡no es un coño cualquiera!

Me sentí morbosa viendo cómo sudaban los chicos sin saber que hacer o qué decir. Llamé al camarero, que vino al momento, me cobró y me dio la nota. Me levanté de la mesa mirando de frente a los tres jóvenes, me alisé mi melena pelirroja y rizada sin dejar de mirarlos. Cogí mi bolso de la mesa y, a la vez que rebuscaba en su interior mi gire sobre mis tacones dando la espalda a la mesa de "los pimpollos". En ese momento dejé caer delante de mí mi barra de labios, di un paso lateral con mi pierna derecha, creando una abertura entre mis muslos, por la cual, la brisa que ascendía del mar refrescó la raja de mi empapado coño. Agaché mi espalda para, alargando una mano, coger mi barra de labios del suelo; pero como la minifalda me llegaba donde acaba mi blanco culito, al agacharme con las piernas separadas la falda dejó ante la vista de los jóvenes mi bonito culo desnudo y mi sexo asomándoseme por detrás; sintiendo yo como la brisa refrescaba mis inflamados pliegues internos, que en ese momento asomaban ya fuera de mi coño. Me sentí caliente como una perra, pero no me giré; comencé a caminar de espaldas a los tres. Mientras me dirigía hacia el sendero que baja de la montaña pude escuchar decir bajito al más guapo de los tres:

—¿Habéis visto que culazo tiene la panocha?, ¡Y que pedazo de coño!, cojones tíos; estoy que me corro.

No me detuve, pero me gustó escuchar su extrema excitación; seguí el sendero imaginando el pene empalmado del fuerte y guapo chaval. Unas cuantas curvas más abajo del sendero encontré el nacimiento de agua natural y el pilarcillo de mármol viejo donde desembocaba el agua. Esa fuente también es un abrevadero donde beben los ponis asilvestrados que viven en esa montaña; ya los había visto beber en otros descensos a pie, en otras visitas a esa isla en el yate de papa. Me dolían los pies, hacer ese descenso con zapatos de tacón había sido una temeridad; para refrescar mis pies me encaramé al pilar y sumergí mis piernas en el agua fría, el agua me llegaba a la altura de los pliegues íntimos de mi coño por delante, los cuales colgando parecían bucear; y por detrás el agua fría me llegaba al ano. Miré hacia todos lados, no se veía a nadie, solo se escuchaba el sonido de las chicharras alrededor. Me quité la falda, ya mojada, dejándome puesta solamente la camiseta blanca de tirantes. Me agaché sumergiéndome en el agua fría hasta que esta llegó a mis generosos pechos.

Me mantuve así unos minutos, notando como el frío "evacuaba" el calentón tan grande que me había provocado exhibirme ante los tres amiguitos. Luego me senté en el filo del pilar con las piernas aún en el agua y mi chocho aplastado contra el frío y viejo mármol y mis posaderas mirando hacia el camino. Vi acercarse desde el monte un poni negro que levantó una nube de polvo al bajar campo a través, en dirección a mí, ¡sentí temor!, algunas veces esos ponis salvajes se habían mostrado agresivos con los senderistas. El precioso poni negro solo me miró, luego se puso a beber en el otro extremo del "pilar abrevadero", sin prestarme atención. Me fijé en su amplia lengua al entrar y salir del agua frente a mí, tenía sed el animal, se veía manso. Me acerqué a él desde dentro del pilar, sumergida como antes, hasta la altura del comienzo de mí rasurado sexo. Acaricié su cabeza situada frente a él, le gustaba; sus pelos duros, negros y mojados estaban calientes; con las dos manos jugué con sus negros pelos, alzando mi cuerpo un poco y apoyando mis pechos contra su frente caliente. Me pinchaban sus duros pelos en las tetas, mis pezones querían reventar por la excitación que me provocó restregarme contra la cara del animal; pero en aquella postura mi cuerpo se elevó unos centímetros, los suficientes para que mi coño desnudo quedara frente a la cara del animal fuera del agua. Su olfato detectó mi sexo y, mientras yo me abrazaba a su cabeza y mis piernas estaban sumergidas en el agua fría, el poni, ¡comenzó a darme lengüetazos en mi grieta!, muy seguidas, ¡abarcando toda la longitud de mi sexo!; mis mejillas ardían y mi coño se convulsionaba frente a la gruesa, áspera y carnosa lengua del animal. No sabía qué hacer, me sentía muy confusa, me gustaba y no me gustaba a la vez; una voz desde lo alto del sendero dijo:

—Fueraaaa, fueraaaa, arreeee…

Miré al camino y vi a los tres jóvenes de la terraza de verano, el más guapo, el que habló conmigo; era el que voceaba al animal, al tiempo que le lanzaba guijarros para espantarlo; el poni dio dos pasos atrás, despegando mis tetas de su frente y alejando su lengua de mi vagina y salió corriendo cuesta arriba. Se acercaron los tres jóvenes corriendo hasta el pilar, preguntándome si estaba bien, que si me había hecho daño el poni. No podían evitar mirar alternativamente mis tetas transparentándose tras mi camiseta mojada y mi pubis rasurado y blanco como la leche; entonces les dije:

—Estoy bien, algo nerviosa, pero no ha sido agresivo el poni; solo que. (Acerqué mi boca a la oreja del más guapo y le dije): me ha lamido el sexo, no creo que me haya hecho nada, pero su lengua era muy áspera, como la lija; ¿quieres comprobar que no tengo heridas?, pero solo tú, los otros mirándote mirármelo, me da vergüenza —el jovencito guapetón habló, a mí y a sus amigos, lo hizo con prisa y con ganas:

—Claro que sí, por supuesto chica. ¡Raúl, tu sube el camino!, y avisa si viene alguien, tu, Pablo, baja la cuesta y avisa si viene alguien; pero poneros donde no veáis la fuente, ¡vamos!, que no nos estéis espiando, ¿vale chicos?

—Vale Jaime —dijeron los dos amigos a la vez, sonriendo socarronamente.

Mientras sus amigos se alejaban "el chico fuerte y guapo" me preguntó:

—Cómo te llamas preciosa.

—Me llamo Margarita.

Subí mi culo en el filo del pilar, con las piernas flexionadas, apoyándome en mis talones y en mis posaderas, ¡exponiendo mi sexo a la mirada del guapo jovencito!; le pregunté:

—Te calculo diecinueve años, ¿cuantos tienes?

—Margarita, ¡casi aciertas!; el mes pasado, el doce de junio, cumplí los dieciocho años, ¿cuantos tienes tu pelirroja? —le respondí:

—Pues estas muy bueno, pareces algo más mayor. Yo tengo veintitrés años Jaime, desde el diez de diciembre. Mírame el sexo, por favor, no creo que me haya hecho nada el poni, pero su lengua rozaba fuerte.

Jaime estaba colorado como un tomate viéndome sentada en el filo del pilar con las piernas abiertas, enseñándole mi abultado y clarito chocho; yo estaba cogiendo de nuevo "calor", no me había hecho ningún daño el poni, ¡al contrario!, pero de algún modo tenía que conseguir acercarme a Jaime, "mi héroe fingido" y justificar también que vieran al caballito pegado a mi cuerpo. Jaime su agachó, quedando mi "aguado sexo" a la altura de sus ojos castaños, los cuales parpadeaban, muy, muy abiertos; me preguntó:

—Margarita, ¿te lo puedo tocar?, para "revisarlo bien", y comprobar que no tienes heridas —le respondí:

—Claro Jaime, tócame todo lo que quieras, por favor guapo.

Los dedos suaves de mi pipiolo de dieciocho añitos buscaban entre los pliegues de mi sexo, acariciándomelo; no pude evitar posar mi mano derecha en su melena castaña mientras "me inspeccionaba el coño", ¡yo ardía!, mi coño estaba empapado, otra vez; le pregunté:

—¿Tengo heridas Jaime?, o está sano —Me respondió con la voz entrecortada:

—No tienes ni un arañazo, está sanísimo y es precioso, me vuelve loco tocarlo; ¿te lo puedo comer un poquito? —le respondí:

—No, un poquito no; Jaime, ¡cómetelo del todo!, muérdeme.

Pegó so boca a mi sexo y me lamió el chocho como nunca me lo habían chupado, su lengua no era grosera, me acariciaba más bien. Después Jaime se desnudó, su pene, ¡era enorme para su edad!, ¡muy recto y mirando al frente!, un pene que me causó impresión, de piel oscura y venosa, umnnn que rico. Nos metimos los dos en el pilar, me desprendí de la camiseta mojada y Jaime "me comió las tetas", tirando de mis gordos pezones con sus labios, ¡apretándolos fuertemente! Luego me sumergí en el agua fría hasta el pescuezo, buscando su polla, que me apuntaba como un torpedo salido del agua. La sentía fría entre mis labios, pero cuando "me la tragué" su tronco me daba calor a la altura de la campanilla. Apoyé mi vientre sobre el filo del pilar, dejando mi melena colgando hacia afuera, hacia el camino. Jaime, detrás de mí, alzó mi culo con las dos manos, levantándolo en el aire... su polla me entró entera al primer "encontronazo", como cogiendo lo que era suyo; su juventud se notaba en su intensidad, utilizaba sus músculos para impulsarse "dentro de mí", ¡cómo me dolía el coño al principio!, ese ritmo no era normal; el dolor se transformó en placer, un gran placer... me corrí intensamente, notando una gran relajación... su ritmo no cesó, me sentía arponeada por ese niñato, me follaba sin piedad, ¡y no se corría el cabroncete!, no, ¡me corrió cuatro veces el niñato!, como si fuera un chulo, mi chulo. Jaime paró en seco, aun sentía su dureza dentro de mi dolorida vagina. Me la sacó "de golpe", sentí como si me sacara una muela; me dijo:

— Chúpamela Margarita, por favor.

Yo, muy deprisa, me di la vuelta y me metí su glande en la boca, olía a mi flujo del que estaba impregnada su polla. Apreté la parte estrecha de su polla, donde acaba el glande, con mis dientes; mientras con mi mano izquierda agarraba sus dos huevos a la vez, ¡gordos como los de un toro!; ¡tirando de ellos!, hasta que la pelusilla del vello de su escroto rozó el agua fría del pilar... él se corrió en mi boca, como un manantial, como si fuera un yogur líquido; dulce y caliente. Su semen bajó por mi garganta y, mientras saboreaba su dulce esencia no pude evitar apretar sus huevos, que aún sostenía con mi mano izquierda; ¡al apretar sus testículos!, su polla manó de nuevo, soltando un chorrito que atrapé al vuelo con mi gran lengua, también "soltó" tres gotas blancas sobre el agua inmaculada, que se disiparon después como el vertido de un barco, un barco con forma viril.

Ese día me acompañaron a mi yate los tres jóvenes, Jaime y yo abrazados. Hace una semana desde que Jaime me folló esa primera vez y desde entonces hasta hoy, día en que hemos regresado a mi isla, cada día, me ha vuelto a follar en el yate de papa.

Al visitar esta tarde a Susana, con la que llevaba poco tiempo reconciliada, no le he contado nada de mi jovencito "vital". Jaime me ha escrito hoy y me ha dicho que quiere salir conmigo; y no sé si decirle que sí, o que no, su semen es tan dulce como el sabor del coño de mi amada Susana, a la que he dejado exhausta sobre la cama hace un rato, después de haberme comido su sexo como el mejor manjar. Aún me dura la excitación de la no muy lejana reconciliación con ella. Mi lengua cada vez es más experta y audaz, tanto que esta tarde Susana se ha corrido, ¡más de seis veces sobre su cama!, ¡me encanta "exprimir su coño" con mi boca!, mientras oigo a su madre en la sala contigua hablar y hablar con las invitadas.

Mientras Susana duerme en su cama como si nunca antes la hubieran amado, he escrito estas palabras, contando todo lo que me ocurrió en esa isla, en mi última travesía en el yate de papa.

(C) {Margaryt}

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