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La mujer del disidente (01) El arresto

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Habían pasado ya unas semanas desde el golpe de estado, y aunque Antonio y Amalia habían oído algo sobre actuaciones represivas del régimen contra la oposición, no sabían hasta qué grado serían ciertas, pues los medios de comunicación no habían informado de ellas y había quienes pensaban que eran meros rumores morbosos e infundados. Pero la verdad era que desde que el General Muñoz había tomado el poder por la fuerza, todo el mundo sabía que los medios estaban controlados por el gobierno, y la información que llegaba no era de fiar. Ni siquiera los medios extranjeros tenían certeza de lo que realmente estaba ocurriendo en el país, dado que desde el cambio de gobierno el país se había hecho muy hermético y los medios no afines habían sido expulsados durante los primeros días del nuevo gobierno. Bien es cierto que Antonio y Amalia, en privado, se habían expresado sus miedos del riesgo de continuar en el país, pero finalmente parecía que la situación se había calmado y habían continuado con su vida y sus rutinas.

La verdad es que años atrás, a pesar de la reticencia de su mujer, Antonio había hecho ciertos guiños a la política. Tenía amigos que estaban muy implicados dentro de Alianza Democrática, el partido que anteriormente se consideraba la oposición. Antonio admiraba sus valores y le agradaba quedar con ellos para conversar sobre temas de actualidad e incluso proponer ciertas ideas políticas que a sus amigos les parecían interesantes e incluso llegaron en algún caso a poner en práctica. Hasta llegó a ir un año en las listas del partido al gobierno del distrito donde vivían, si bien es cierto que iba muy abajo en esas listas, como mero relleno y sin posibilidades reales de ser elegido concejal. La verdad es que su partido perdió las votaciones con rotundidad, y según iba ganando peso político el Partido Nacional liderado por el General Muñoz, Antonio fue perdiendo interés en la política y se hizo a la idea de que sería muy difícil que el partido con el que simpatizaba, la Alianza Democrática, llegara a tener un peso suficiente como para llegar a cambiar las cosas. Con el paso del tiempo, el General y su Partido Nacional llegaron a tener tanta aceptación popular que los partidos de la oposición pasaron a tener resultados residuales en las elecciones. Y entonces llegó el golpe de estado. El General Muñoz no se contuvo con tener una aplastante mayoría absoluta en todas las instituciones, si no que emprendió una reforma que le otorgaba aún más poder, dejando toda decisión política, legislativa y judicial en sus manos. Obviamente nadie en el país ni en los medios controlados por el gobierno hablaba de golpe de estado, pero la reforma transformó el país en una dictadura, a pesar de que teóricamente se definía como un estado democrático.

En cualquier caso, la vida seguía, y aunque algunos líderes de la oposición habían huido del país por temor a represalias, al resto de la población no le quedaba más remedio que adaptarse a los cambios y seguir con sus trabajos y sus rutinas diarias. Y este era el caso de Antonio y Amalia, quienes seguían con su trabajo en la gestoría él, y con sus clases como profesora de instituto ella. Ante la pérdida de libertades habían fantaseado con la idea de mudarse a otro país, pero al final se dieron cuenta de que su vida la tenían establecida aquí y sería difícil dejarlo todo y empezar de nuevo.

Nada hacía pensar que aquel día en la escuela fuera a ser diferente al resto. Ya habían pasado varias semanas desde el golpe de estado, y parecía que la vida había vuelto a la normalidad. Tanto Amalia como el resto de profesores de su instituto seguían impartiendo sus clases, corrigiendo los exámenes de los alumnos, y en definitiva seguían trabajando con normalidad. La verdad es que la mayor parte de la población apoyaba el gobierno del General y sus ministros, con lo que la gente seguía con sus rutinas como de costumbre, y en las calles, en las tiendas o en los puestos de trabajo no se respiraba nerviosismo ni indignación.

Aunque ni Amalia ni su marido comulgaban con el nuevo gobierno y los recortes de libertades que se estaban imponiendo, estaba tranquila, dado que, a pesar del cambio de gobierno, nunca había hablado de política con nadie en el trabajo. Aunque sus ideas eran diferentes a lo que la mayoría había aceptado, de ahora en adelante ni ella ni Antonio iban a hacer comentario alguno que pudiera contrariar a nadie, ni iban a entrar en discusiones políticas. Así lo habían acordado y sería el precio que tendrían que pagar para continuar en su país, y poder seguir con sus trabajos, sus propiedades y en definitiva su vida. Pero todo cambió de repente en el momento en que el Director del colegio entró en su clase seguido de tres hombres trajeados. Tras ellos también iba una pareja de policías, uno de ellos armado con un rifle. El director se quedó en el umbral de la puerta tras indicarle al mayor de los hombres trajeados que ella era Amalia, la mujer a la que buscaban.

-¿Qué ocurre? - preguntó Amalia sobresaltada.

-Las manos sobre la cabeza, está detenida -pronunció como respuesta el mayor de los hombres trajeados, a la vez que se apartó la parte delantera de la americana y se llevó la mano a una cartuchera oculta bajo ella y agarró la culata de su pistola, pero sin llegar a sacarla.

-¿Pero por qué, debe tratarse de un error?

-Su marido ha sido detenido por instigación contra la autoridad democrática, y usted también será detenida por colaboración necesaria.

-Pero...

-Silencio! No se le permite hablar nada más, al menos hasta que se le pregunte -Sentenció el hombre.- cacheadla! -instó a los otros dos hombres que le acompañaban.

-Como ordene inspector -respondieron sus acompañantes dirigiéndose a Amalia con paso firme.

-Inspector! -gritó Amalia- exijo hablar con un abogado. Además, ellos no pueden cachearme, debe hacerlo una mujer, de otro modo puede considerarse acoso sexual!

-A nosotros nos vas a dar lecciones de lo que podemos o no hacer? -respondió el inspector.- La ley ha cambiado, princesa. Ante alteraciones graves del orden público o de la seguridad de la nación hay ciertos 'privilegios' que han quedado en un segundo plano. Lo acaba de aprobar el Parlamento. Así que lo mejor es que se muestre colaborativa y nos deje hacer nuestro trabajo sin cuestionarlo. Agentes, por favor.

Tras la orden del inspector uno de los agentes se colocó detrás de Amalia y con brusquedad metió sus brazos por debajo de las axilas de la profesora y entrelazó sus manos sobre la nuca de ella, presionándole con fuerza su cabeza hacia abajo e inmovilizándola con los brazos en alto. El otro agente se colocó frente a ella, le abrió la chaqueta y comenzó a cachearla por encima de su blusa. Le rastreó primero la espalda, para después llevar sus manos a su costado y cachearla desde las axilas hasta las caderas y posteriormente registrar la parte delantera de su torso, tocando su vientre y subiendo por su estómago hasta palmar sus pechos, tanto por sus laterales, como por debajo de su sostén. Desde su posición, sobre la tarima, Amalia podía ver los rostros de estupefacción de los chicos y chicas que durante todo el año habían sido sus alumnos. Podía ver como todos ellos se encontraban sobresaltados, unos con las comisuras de sus labios entreabiertas, otros con sus caras enrojecidas tras la repentina interrupción de la lección.

Tras terminar con su torso, el agente se agachó y a pesar de que Amalia no llevaba medias, con lo que no tenía posibilidad alguna de ocultar nada en sus piernas, el agente comenzó a tocarlas, primero una y luego la otra, rodeándolas con firmeza con las dos manos y empezando por los tobillos y subiendo hacia las rodillas. Al llegar a los muslos, en vez de pasar las manos sobre la falda, el agente siguió el recorrido de cada pierna hacia arriba, subiendo con sus manos la falda más allá de medio muslo, dejando casi expuestas sus bragas a los alumnos sentados bajo ella.

Algunos alumnos se estremecieron en sus asientos, al ver ante ellos como ese agente había subido la falda de su profesora descuidadamente hasta convertirla en una minifalda. Mientras tanto, y escondidas bajo la falda de la vista de los presentes, las manos del agente continuaron haciendo su trabajo, hasta llegar a la entrepierna de la mujer, quién pudo sentir el roce de las manos del hombre entre sus ingles y contra sus labios vaginales, tan solo separados de las manos del agente por la fina tela de sus braguitas. Tras terminar el registro, el agente se incorporó y se colocó a un lado de Amalia, sin molestarse en volver a colocar la falda de la mujer, con lo que la vista desde los escaños de los alumnos era realmente provocadora, viendo como su profesora se encontraba inmovilizada desde atrás, con los brazos en alto, y con la falda medio subida, permitiéndoles ver la parte frontal de sus muslos.

Ahora, mientras Amalia se agitaba intentando zafarse del hombre que la sujetaba con rudeza, pudo ver cómo sus alumnos varones no le quitaban la vista de encima, focalizando su mirada en sus piernas, e intentando averiguar qué se escondía entre ellas. Intencionadamente o no, el agente había dejado la falda lo suficientemente subida como para mostrar la sensualidad de la maestra a sus alumnos, pero no lo suficiente como para que llegaran a ver su ropa interior. Los que más se esforzaron creyeron ver algo negro entre sus piernas, pero no pudieron discernir si las braguitas de la profesora eran de ese color, o si simplemente eran las sombras de la falda, ya que la luz caía desde arriba.

Amalia seguía tratando de zafarse del hombre que la agarraba, apremiada por la necesidad de volver a colocarse la falda, pero el hombre hacía tanta fuerza que no podía librarse de él. Entre tanto, el resto de policías contemplaban el espectáculo sin intervenir, dejándola estremecerse durante unos momentos, mostrando así su indefensión.

Finalmente, aunque sin soltarse del agente, con sus movimientos la falda fue cayendo hasta sus rodillas, con lo que Amalia ya cansada de forcejear, y sin sentir la humillación de verse expuesta ante su clase, cejó en su empeño de zafarse del agente.

Cuando el inspector vio que se tranquilizaba un poco, continuó explicándola que se la iban a llevar presa, y que como no querían separar a los matrimonios, la llevarían al mismo penal en el que habían recluido a su marido.

-Pero un momento -reparó el inspector- ¿ese traje que lleva no es suyo, verdad? -le preguntó, señalando el traje de falda, blusa y chaqueta que llevaba Amalia.

-Cómo que no es mío? -preguntó Amalia.

-He observado que el resto de profesoras van vestidas igual que usted, con lo que entiendo que se trata de un uniforme, no de su ropa de calle. No es así, director?

-Efectivamente es el uniforme escolar, inspector -Señaló el director- pero dadas las circunstancias, no veo problema alguno en que se lo lleve puesto, si así lo ven conveniente.

-De eso nada, por un tiempo no lo va a necesitar, y no veo motivo para privar al colegio de un uniforme de su propiedad.

-Inspector, tenemos uniformes de sobra -insistió el director- y además...

-Son fondos públicos, director -le interrumpió el inspector- el uniforme se queda aquí como propiedad que es de su institución.

En la clase se pudo sentir un murmullo, ante la incertidumbre de qué se propondría ordenar el inspector de policía. Si bien todos sabían que ordenaría a Amalia cambiarse de ropa antes de abandonar el instituto, suponían que la mandarían pasar al vestuario, a un cuarto de baño, o encerrarse en alguna habitación vacía. Si bien, también era cierto que los chicos, ya excitados por cómo aquellos policías habían tratado y cacheado a Amalia, en su interior deseaban que la ordenaran cambiarse de ropa en público.

-Agente, puede soltar a la detenida -indicó el inspector suavizando su voz- a lo cual el policía que la sujetaba la soltó, permitiéndole atusarse la falda y colocarse el resto de la ropa.

Por el tono aparentemente amable del inspector, y ante el gesto de permitir liberarla momentáneamente, Amalia se tranquilizó un poco, pensando que la intención del inspector sería pedirle que cogiera su ropa de la taquilla y se cambiara en el vestuario.

Pero cuán equivocada estaba.

-Amalia, quítese el uniforme y devuélvaselo a su director -ordenó bruscamente.

Amalia avanzó hacia la puerta, pero el inspector le cerró el paso.

El silencio se hizo en la clase.

-Dónde me debo cambiar, inspector? -atinó a preguntar Amalia, titubeando, pero con todo el respeto que pudo transmitir, ante el temor de que el hombre que ahora tenía el control sobre ella le privara de un mínimo de privacidad.

-Dónde se debe cambiar? -preguntó el inspector con sorna, dirigiéndose a los alumnos.

-En el vestuario -respondió rauda una alumna, conmovida por la situación.

-En el vestuario? -preguntó el inspector dirigiendo la mirada a uno de los chicos.

El chico entreabrió la boca como para decir algo, pero titubeó y muy nervioso volvió a bajar la mirada al pupitre.

-Tú que piensas, chico? -le preguntó directamente el inspector a otro alumno. Como buen observador, el inspector había visto al chaval mirar ávidamente como cacheaban a su profesora, y le notaba cierro aire de pillín.

-Si yo fuera ella y me cambiara en el vestuario, señor, creo que intentaría escapar. -El inspector profirió una media sonrisa, orgulloso de que su elección no le había defraudado.

-Eres un chico listo, pero parece que tu profesora cree que somos tontos y que va a reírse de nosotros. -Amalia, vas a quitarte aquí el uniforme - prosiguió dirigiéndose a la mujer.

Amalia se estremeció ante la brusquedad de la orden, y pudo notar como también sus alumnos se sobrecogieron de golpe.

-Señor, mi ropa está en el vestuario, cómo quiere que salga de aquí, desnuda? -protestó Amalia elevando algo el tono esta vez.

-Deme la llave de su taquilla - inquirió el inspector.

Amalia se dirigió a su bolso, colgado en el respaldo de su silla, y sacó un llavero que le entregó al inspector, sujetándolo por la llave que abría su taquilla

El inspector lanzó el llavero al chico que antes había privado a Amalia de su posibilidad de privacidad en el vestuario y le ordenó que le trajera algo para ponerse.

Mientras tanto, el inspector se sentó a la mesa de la profesora y los otros dos agentes de traje se apartaron ligeramente, dejando a Amalia en la mitad de la tarima. Así Amalia se vio desprotegida e indefensa, sitiada por detrás por el inspector, por un policía a cada lado, y con toda su clase esperando en expectación frente a ella.

Durante el tiempo que el chico tardó en ir a buscar ropa para Amalia, nadie dijo nada, ni tampoco le dieron la orden aún de comenzar a desvestirse. Amalia supuso que la intención era angustiarla durante la espera, excitar a los chavales que ya estaban anhelando el espectáculo, y permitir que Kike, el chaval que había ido a por mas ropa, no se perdiera el striptease.

Mientras tanto, Amalia comenzó a pensar qué ropa tenía en su taquillo y deseó que el chico le trajera el chándal con el que alguna vez salía a correr desde el trabajo, al menos en la cárcel le resultaría más cómodo que el traje de falda y chaqueta que llevaba.

Al rato volvió Kike, pero para su sorpresa, lo que el chico traía de la mano era no era su chándal, sino su vestido azul clarito, con un estampado de flores. Había olvidado por completo que lo tenía ahí, y desde luego, de entre la ropa que había en la taquilla Kike había realizado la elección más maliciosa. Era un vestido veraniego de lycra ligeramente por encima de la rodilla, y no se lo solía poner para ir a trabajar, pues se le ajustaba bastante al cuerpo y lo consideraba demasiado provocativo.

Para más inri, en vez de entregar el vestido directamente a su profesora, Kike se lo entregó al inspector, quien lo mantuvo entre sus manos a la vez que le ordenaba a Amalia comenzar a quitarse el uniforme.

Amalia titubeó, pero sabía que antes o después tendría que quitarse la ropa delante de todos los asistentes, así que se quitó la chaqueta y la dejó sobre la mesa. Al hacerlo, pudo ver la cara burlona del inspector, sentado a la mesa y mirándola mientras se desvestía.

Amalia tenía que elegir hacia donde colocarse para quitarse el resto de la ropa: detrás sentado a la mesa tenía al inspector, a cada lado tenía a uno de los dos agentes que vestían traje, y frente a ella tenía a toda su clase sentada en sus pupitres. Junto a la puerta de la clase estaban los dos policías de uniforme vigilando que nadie entrara ni saliera del aula sin autorización, y junto a ellos estaba el director, con su secretaria y con el jefe de estudios, los cuales formaban la comitiva que había interrumpido la clase siguiendo las instrucciones de la policía.

Antes de que Amalia comenzara a desabrocharse la blusa, el inspector indicó al director y a sus dos acompañantes que despejaran la entrada y se situaran al fondo de la clase. Nadie sabía por qué exactamente el inspector los mandaba allí, pero ante la autoridad que transmitía los tres obedecieron.

Entonces Amalia se dio cuenta de la tesitura en la que el inspector la había puesto. Estaba en medio de la tarima y debía elegir hacia donde orientarse cuando siguiera quitándose la ropa. Si se daba la vuelta, mirando hacia la pizarra, allí estaba el inspector, esperando su espectáculo particular. A cada lado tenía a un policía, y frente a ella tenía a toda su clase junto a sus tres compañeros al fondo.

A pesar de saber que estaría satisfaciendo los instintos primarios del inspector, Amalia decidió no desvestirse frontalmente ante todos los que la conocían desde hacía años, y se volvió mirando hacia la pizarra y hacía la que hasta ese mismo día había sido su mesa, ahora ocupada por ese impostor.

Como no quería mirar a la cara a su humillador, comenzó a desabotonar su blusa beige de su uniforme con su mirada dirigida al suelo. Tras quitarse la blusa la dejó sobre la mesa junto a la chaqueta y dejó su torso vestido tan solo con su sujetador a la vista del inspector. Sus pechos eran grandes, y eso la provocaba aún mayor vergüenza, pues habría preferido tenerlos más pequeños y no tener tanto que mostrar. Amalia dirigió sus manos a la cremallera lateral de la falda gris marengo de su uniforme, pues quería terminar con esto cuanto antes, pero el inspector no le permitió continuar.

-Un momento, señorita -le importunó- sobre la mesa ya se está acumulando demasiada ropa. Recoja su blusa y su chaqueta y entrégueselas a su director antes de continuar.

El muy asqueroso le iba a hacer atravesar toda la clase para entregarle parte de la ropa a su jefe. Por eso había colocado al director junto a sus dos acompañantes al fondo de la sala, para humillarla haciendo en recorrido delante de sus alumnos.

A Amalia no le quedó más remedio que, tragándose su orgullo, recoger la chaqueta y la blusa de sobre la mesa, girarse frente a sus alumnos, y caminar quince metros por el pasillo centras hasta la parte trasera del aula. Durante el recorrido pudo observar como algunas de sus alumnas miraban estupefacientes a su paso, mientras que otras incomodadas y apenadas por la vergüenza a la que estaba siendo sometida su maestra, bajaban su cabeza o dirigían su mirada hacia las ventanas, para no tener que contemplar el espectáculo. Sin embargo, la mayor parte de sus alumnos si que la miraban, si bien alguno con bastante timidez, pensando que debería apartar la mirada, pero siguiendo primero sus instintos de adolescente antes que de los dictados de sus conciencias.

Amalia avanzó a lo largo del pasillo con sus brazos cruzados sobre sus pechos, intentando taparse lo máximo posible con las prendas que llevaba de la mano. Al final del pasillo se las entregó al director, quién las recogió con resignación, y el camino de vuelta tuvo que hacerlo ya sin más prendas con las que cubrir sus pechos que el sujetador de encaje marrón que había elegido esa mañana.

Al volver a la tarima el inspector no se dignó en dirigirle palabra alguna, pero Amalia ya sabía que también tendría que quitarse la falda, con lo que de nuevo tenía que elegir hacia dónde mirar, sabiendo que se elección determinaría a quién le mostraría en primer lugar una visión frontal de su cuerpo tan solo en ropa interior. De nuevo, y apremiada por terminar cuanto antes con su humillación, al subir a la tarima decidió no volverse, si no que de cara a la pizarra prosiguió quitándose la ropa. Para ello dirigió ambos brazos al lateral izquierdo de su falda, desabrochó el botón de la cintura y procedió a bajar la cremallera. La vergüenza que sintió al bajarse la falda fue tremenda. Aún hacía buen tiempo y dado que todavía no había comenzado a ponerse las medias, tras dejar caer al suelo la falda, lo único que la protegía de su total desnudez era su conjunto de encaje marrón de braga y sujetador. Aparte de sus zapatos, claro, que al ser su calzado personal no tenía que devolverlos al instituto. Zapatos con bastante tacón, por cierto, lo que le daba más altura y la dejaba más a la vista para todo el auditorio.

-Deme mi vestido, por favor -rogó Amalia al inspector.

Pero en vez de entregarle su prenda para acabar ya de una vez con su bochorno, el inspector se reclinó en su silla, mientras mantenía el vestido azul de Amalia en su regazo hecho un rebujón, y mientras con su sonrisa burlona se tomaba su tiempo para observar el cuerpo de Amalia en toda su forma.

Amalia se sentía inmensamente avergonzada por la situación. El tamaño de sus pechos siempre la había incomodado, y normalmente elegía ropa holgada y sin demasiado escote, para disimular que sus pechos fueran de tamaño superior al de la media de las mujeres. Y ahora también se estaba dando cuenta de que las braguitas que llevaba eran de corte brasileño, que sin llegar a ser tanga, dejaban bastante que ver de su trasero. Además la tela no era demasiado tupida. Tanto el sujetador como las braguitas eran de encaje marrón en su mayor parte, excepto en los trocitos que tapaban sus zonas más íntimas, que eran de raso, también marrón. En el rostro del inspector Amalia pudo ver como se fijaba particularmente en su entrepierna, que aunque tenía sus piernas juntas, Amalia sabía que sus labios vaginales eran grandes y abultaban en la mayoría de sus braguitas. En este caso, las braguitas que llevaba eran bastante finitas, con lo que suponía que su abultamiento sería obvio a los ojos del inspector.

-Antes de que te de tu vestidito tienes que entregar a tu jefe la falda propiedad del centro que has utilizado hasta ahora -indicó el inspector.

-Por favor, inspector, sabe que esto no es justo. Permítame vestirme y terminar con esto. Deme el vestido, se lo ruego, y en cuanto me lo ponga le llevaré la falda al director.

El inspector se levantó de golpe.

-¿Vas a ser tú quién nos diga lo que es justo? -bramó con voz desafiante.

Amalia sabía que lo último que necesitaba era importunar a este hombre, con lo que con resignación se agachó, recogió la falda del suelo, y se volvió hacia el resto de la clase, dispuesta a recorrer de nuevo el camino de la vergüenza.

Esta vez utilizó la falda que llevaba para colocársela sobre su vientre y minimizar así su vergüenza, pero había mucha más carne a la vista que en el paseo anterior. Era una mujer voluptuosa, lo que hacía muy fácil distinguir sus formas femeninas desde cualquier distancia de la clase. Al caminar hacia la parte de atrás de la clase los alumnos, principalmente los chicos, iban fijándose en sus prominentes pechos, vestidos tan solo con su sujetador, y ya que antes apenas habían podido contemplar esa imagen, puesto que la primera vez los iba cubriendo con sus brazos, el que ahora le apremiara más tapar su zona de la entrepierna, le permitía a los chavales observar como el sujetador, sosteniendo los grandes senos de Amalia, se balanceaba con los pasos de la mujer.

Tras entregar la falda al director, Amalia se volvió para dirigirse apremiante de nuevo hacia la tarima. Ahora eran los policías, situados en la zona delantera de la clase, quienes estaban gozando del desfile. Para su disfrute, Amalia ya no llevaba prendas de la mano con las que poder disimular sus formas. Los alumnos, por contra, ahora podían observar desde atrás como su profesora avanzaba torpemente en ropa interior y zapato alto, apremiada por la prisa de llegar a la tarima y volver a vestirse. En cada zancada que lanzaba se balanceaban sus caderas y mostraban sus nalgas con las braguitas medio metidas en su culo. Amalia había estado tomando el sol durante el verano, pero jamás hacía topless, y los bikinis que había llevado cubrían más que la ropa interior que ahora llevaba, con lo que podían observarse las marcas blanquecinas de aquellas zonas en las que no había recibido los rayos de sol. Era particularmente notable en sus nalgas, en las que sus braguitas brasileñas permitían ver perfectamente como parte de ellas habían estado cubiertas durante los días de playa, pero ahora eran visibles a las miradas de todos ellos.

De nuevo Amalia subió a la tarima y firme esperó a que el inspector, de una vez, le entregara su vestido.

-¿No te lo has depilado últimamente, verdad? -le preguntó en alto el inspector, mientras se incorporaba de la silla que ahora ocupaba, y con la mirada fija en su bajo vientre.

Las mejillas de Amalia se sonrojaron al verse observada tan meticulosamente en sus zonas íntimas, y se dio cuenta de que si bien solía recortar su vello púbico -nunca se lo depilaba del todo- ya hacía varios días desde la última vez que se pasó la cuchilla, con lo que a pesar de que el grueso de su vello púbico quedaba oculto bajo la tela de sus bragas, al ser de encaje si que se podía atisbar que iba sin depilar. Y el inspector se había fijado en que habían ido creciendo los pelillos que quedaban alrededor de sus bragas, los que normalmente si se depilaba, pero a los que bien era cierto que recientemente no había prestado atención.

Ante tal comentario Amalia no tenía respuesta alguna, más que sentirse cada vez más humillada, taparse con sus manos su bajo vientre, y bajar la cabeza acongojada y a la espera de que ese hombre se decidiera a darle su vestido.

-Aquí tienes tú vestido -dijo por fin, pero en vez de entregárselo en mano, lo lanzó entre los pupitres de los alumnos.- Venga, vamos, ve a por él.

Amalia de nuevo se volvió hacia la clase y avanzó en dirección a donde había caído el vestido, sobre el pupitre de uno de sus alumnos.

Amalia tuvo que avanzar por el pasillo central hasta aproximadamente la mitad del aula, y entonces tuvo que irse metiendo entre los pupitres para intentar llegar a su vestido. Algunos de sus alumnos movieron sus sillas para facilitarle el paso, pero no todos lo hicieron, y con los sitios ocupados, el espacio para pasar era realmente angosto. Amalia tenía que pasar de puntillas entre las mesas, y no le quedaba más remedio que rozar a parte de su alumnado a su paso, bien con sus muslos desnudos, o bien con sus nalgas.

Realmente le estaba costando trabajo avanzar entre las sillas y mesas de sus alumnos, y el alumno sobre el que cayó el vestido no hizo amago de facilitarle la tarea, si no que con las manos bajo el pupitre, mantenía la vista fija en cómo le colgaban los pechos cuando ella se estiraba para intentar llegar al vestido.

De repente, cuando ya casi lo había alcanzado, el chico sentado en el asiento de delante se volvió de golpe, agarró el vestido, hizo una bola con él y lo lanzó de nuevo más atrás aún, pero a las mesas del otro lado del pasillo. Gran parte de los alumnos estallaron en una carcajada.

De nuevo Amalia tuvo que salir del entresijo de sillas y mesas en el que se había metido, volver al pasillo, retroceder dos filas y volver a repetir las maniobras de nuevo entre los otros alumnos.

Cuando iba avanzando vio como un alumno volvió a coger el vestido, y de nuevo, en vez de dárselo lo volvió a lanzar hacia la otra parte de la clase. Las risotadas siguieron, y Amalia decepcionada vio como sus alumnos habían entrado en el juego del inspector. Mientras, los profesores al fondo, observaban con desapruebo la situación, pero no profirieron palabra alguna por temor a desagradar a los policías, quienes desde la tarima no perdían detalle del espectáculo, moviendo sus cuellos de un lado al otro para poder obtener la mejor perspectiva de la profesora en ropa interior. Amalia estaba a punto de romper a llorar, la situación la sobrepasaba por completo.

Por fin el vestido cayó en un lateral de la clase, bajo una cajonera, y parecía que ningún alumno se disponía a recogerlo para seguir con la broma, con lo que Amalia volvió a avanzar entre dos filas de pupitres y al llegar a uno vacío, solo se interponía entre ella y su vestido un chico gordo, que mirándola con lascivia tampoco hacía amago de moverse, con lo que Amalia tuvo que colocar la silla vacía bajo el pupitre y se tuvo que arrodillar incómodamente en el reducido espacio que le quedaba, para alargar su brazo bajo la mesa del gordo y agarrar por fin el vestido. Amalia salió de nuevo al pasillo central, y con apremio se colocó allí mismo el vestido, sin esperar a llegar a la tarima. Uno de los policías avanzó hacia ella, la agarró con fuerza por el brazo y la dirigió de nuevo hacia la parte de delante, situándola frente al inspector.

-Bueno, parece que por fin nos podemos ir -le espetó con sorna- ya no tienes encima nada que no sea tuyo, ¿verdad?

Amalia solo negó con la cabeza.

-Pues esposadla y nos vamos -ordenó el inspector dirigiéndose hacia la puerta.

Amalia sabía que las esposas no eran necesarias, pero tras toda la humillación que había recibido no se atrevió a protestar, no siendo que empeorara las cosas.

-Un momento, agentes -interrumpió Kike, el chico que había ido a buscar el vestido a la taquilla.

-¿Qué ocurre, chaval? -le preguntó el inspector.

-Ocurre que si bien es cierto que Amalia ya no lleva nada encima que no sea suyo, el otro día yo le presté un bolígrafo, pero no me lo devolvió -comentó el chico, con parsimoniosa chulería.

Amalia, no se lo podía creer, algunos de esos chicos se habían venido arriba con la situación, y no veía la hora en que se la llevaran de una vez y esta pesadilla acabara.

-¿Tienes aquí el boli del chico, Amalia? -le preguntó.

-Me temo que no -musitó Amalia.

El inspector sonrió de nuevo.

-¿Y ahora qué hacemos? -preguntó.

Una vez más se hizo el silencio, pero tanto Amalia como el resto de los presentes sabían que el inspector tendría alguna solución imaginativa.

-Tengo dinero en mi bolso, dadle lo que crea que valía el bolígrafo -sugirió Amalia.

Al girarse vio que uno de los policías de paisano había introducido su bolso en una gran bolsa trasparente de las que se utilizan para trasladar pruebas, y la estaba precintando con el cierre hermético del que disponía.

-Tu bolso está confiscado para obtener posibles evidencias delictivas -le informó el inspector- ahora mismo lo único de lo que dispones en propiedad es de lo que llevas encima, a saber: un vestido, dos zapatos, unas bragas y un sujetador. Ah, y el anillo de casada. O sea... que tú eliges.

Era una elección que sin duda no habría querido tomar, pero no le quedaba otra que decidirse por algo. Desde luego, al vestido no iba a renunciar, y le incomodaba la idea de andar descalza durante no sabía cuánto tiempo ni en qué lugares. Pensó entregarle su anillo de casada al chico, pero le apenó muchísimo la idea de quedarse sin él. Además era con mucho lo más valioso que llevaba encima, no solo sentimentalmente, si no también económicamente, ese sinvergüenza no se merecía quedárselo a cambio de un triste bolígrafo.

-Mi sujetador vale más que ese bolígrafo -eligió por fin, de mala gana, pero creyendo que sería más digno continuar el resto del día sin su sujetador que sin sus bragas.

-Pues ya sabes -le indicó el inspector.

Amalia tuvo que subirse el vestido hasta su ombligo, dejando de nuevo sus bragas expuestas ante su público, y por detrás desabrochó el sujetador. Volvió a bajarse el vestido y se quitó un tirante del vestido para poderse quitar el tirante de ese lado del sujetador. Tras eso se volvió a colocar el tirante de su vestido y procedió a quitarse el otro tirante, para sacarse ya por completo el sujetador.

Tras colocarse de nuevo el tirante del vestido, entregó a Kike su sujetador. Al reclinarse hacia la mesa donde se sentaba el alumno sus grandes y redondos pechos descansaron sobre la fina tela del vestido marcando toda su forma. Tras incorporarse, los alumnos que estaban sentados en la parte delantera de la clase pudieron comprobar como su vestido marcaba no solo la forma de sus pechos, sino también las puntitas de sus pezones.

-Esposadla, nos vamos -ordenó el inspector.

Uno de los agentes agarró de malas maneras cada uno de los brazos de Amalia y llevándolos hacia atrás esposó sus muñecas. Al estirar hacia atrás la postura era más incómoda que si la hubieran esposado con las manos hacia adelante, y además permitía marcar aún más intensamente sus pechos y sus pezones contra la tela elástica de su vestido.

Agarrándola con fuerza por un brazo uno de los agentes de paisano la fue dirigiendo hacia la parte delantera del edificio. En los pasillos había algunos alumnos que habían salido de sus clases, y con asombro la vieron caminar con su ajustado vestido de lycra. Era muy hermoso verla moverse con su vestido por encima de la rodilla, que al andar le marcaba todo su contorno, tanto por delante como por detrás. Los más observadores al verla acercarse pudieron percatarse de que no llevaba sujetador. Tras pasar a su lado, y al fijarse en el movimiento de sus caderas al andar, sí que pudieron ver que por contra llevaba bragas que se le iban marcando por detrás.

Al salir a la calle vio cómo varios profesores, al tanto de que algo ocurría, se habían aglomerado frente a la puerta principal. Amalia conocía a todos ellos, tras el paso de los años que ya llevaba en el instituto, y ellos observaban atónitos como la policía llevaba arrestada a su compañera.

A la entrada pudo ver cuatro coches atravesados, dos de policía y dos de paisano, los cuatro vehículos en los que habían acudido los agentes. Junto a uno de los coches de policía había otros dos agentes, y al verla salir uno de ellos procedió a abrir una de las puertas traseras de su vehículo.

El policía de paisano la entregó al otro policía uniformado, que mientras su compañero sujetaba la puerta procedió a empujarla con fuerza y sin quitarle las esposas al interior del vehículo. Amalia se golpeó la cabeza con el techo del vehículo al entrar el él, y al tener las manos esposadas a su espalda no se pudo sujetar, sino que torpemente cayó entre los asientos, dejando sus piernas semiabiertas.

Con el movimiento su vestido se había levantado levemente, y durante los segundos que tardó en incorporarse dejó de nuevo sus bragas marrones expuestas a los dos nuevos policías y al resto de sus compañeros.

Nadie se molestó en colocarle el cinturón de seguridad, Amalia se sentó incómodamente con sus manos a la espalda, todos los policías subieron a sus vehículos, y la comitiva partió con las sirenas encendidas.

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