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Quero (VI): Mondongo

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La abuela Quero entró en su casa: volvía sin éxito de dar un paseo por los alrededores en busca de algún admirador; ah, qué bien le hubiera venido un desahogo, uno real, después de las últimas experiencias vividas.

Fue al saloncito y se llevó una sorpresa al ver a su nieta sentada en el sofá escoltada por dos africanos, uno a cada lado, a cuál más bello y fornido. Su nieta hablaba con ellos:

"Bueno, sí, a mí me parece bien, pero sólo uno cada vez, en eso soy muy estricta"; "De acuerdo", dijo uno de los africanos; "¿Quién tiene una moneda?", dijo el otro.

No podía creer lo que veía, lo que oía: su nieta, con dos supermachos, y ella, sin nada, y su nieta, con uno, y luego con el otro: no debía desperdiciar la ocasión, así que, para hacerse notar, saludó con una estupenda sonrisa: "¡Hola, chicos!"

"Hola, abuela, no enciendas ningún aparato, estamos experimentando lo primitivo, de hecho no llevamos ni relojes", dijo la nieta; "¡Eso, sí, pongámonos unos taparrabos y a follar como animales!", exclamó la abuela jovial; los dos apuestos africanos se miraron; "¡Abuela!", regañó la nieta.

Alguien sacó una moneda y la arrojó al aire, fue la abuela Quero; luego la recogió del suelo pinzándola con dos dedos y la puso en la palma de su mano: "Cruz, seré el primero", dijo el africano de la derecha; "Yo, segundo", dijo el de la izquierda. La nieta se levantó, el africano de la derecha también, y ambos se introdujeron en el dormitorio. A solas quedaron los otros dos. La abuela Quero echó un vistazo y sonrió.

"Bueno, chico, pues... a esperar que acabe tu amigo toca", dijo la abuela Quero; "No es mi amigo, es mi clon", aclaró el africano; "¡Clon!", repitió Quero desconcertada; "Sí, somos iguales", dijo el otro.

Mientras, al otro lado de la puerta, la nieta le estaba haciendo la mamada perfecta al africano, al que se le puso tan dura la enorme polla, que nada más penetrar en el chocho caliente explotó de semen. "Poco has durado", protestó ella, "iré a por el otro". La nieta salió desnuda del dormitorio.

Pero, nada más abrir la puerta, vio algo inesperado: su abuela estaba, con la falda levantada y las rodillas apoyadas en el sofá, a horcajadas del otro africano, rebotando sobre él.

"¡Abuela!, ¿qué haces?", soltó la nieta; "Ah... ah... quí... fo... fo... follándome ah... ah... al... ah... clon", dijo entre resuellos la abuela; "¡Qué, qué... clon!", dijo la nieta; "Ah... ah... sí... clon... ah... en cuanto has cerrado la puerta se le ah... ah... ha puesto el mondongo empinado, como un tobogán, ah... ah... ha cerrado los ojos y yo... pues... ah... ah"; "¡Abuela!", gritó de contenta la nieta.

Por fin, la abuela Quero, quizá de una manera propiciada por impulsos mentales intercomunicados, había follado de verdad. ¿Un clon?, ¿qué más da?

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