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Historia del chip (028) Un nuevo destino - Irma 008

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Llegaron a Córcega al alba. Todo el viaje fue un infierno para Irma. Odiaba su atuendo, sobre todo la ropa interior. Quería quitarse cada prenda, quedarse desnuda. Los malditos pendientes no dejaban de atormentarla y era peor retirarlos por unos pocos minutos, cuando iba a hacer pis o lavarse las manos. Necesitaba contacto humano, manos sobre su piel. Lena no se había acercado más de lo necesario y no la había tocado ni una sola vez.

Realizaron el viaje de un tirón. Irma no se imaginaba que un avión tan pequeño pudiera hacer distancias tan largas. Imperceptible se empezó a sentir atraída por Lena. El poder y el dinero tenían ese efecto. Ahora no era alguien lejano, sino un ser que dedicaba a ella. A pesar de que debía de tener multitud de cosas en su cabeza.

En el coche se lo preguntó: “¿Por qué haces esto?” Lena hizo un gesto de contrariedad, bajando los hombros y levantando las manos.

—Creí que resultaba obvio. Quiero seducirte— dijo con galantería.

Irma negó con la cabeza a la vez que empezó a hablar. Se estaba acostumbrando a mover la cabeza antes de hablar, siguiendo las órdenes.

—No te creo. ¿Y escoges el peor día? Sin contar con que debo hacer lo que me ordenes.

Irma esperó pacientemente una respuesta de Lena, que a veces contestaba con paciencia y otras parecía la mujer más nerviosa del mundo.

—Conozco a Miss Iron. Me ha ayudado muchas veces en la fundación que tengo. Y, según ella, eres la chica ideal. Yo tengo unos gustos extraños. Bueno, me gustan tanto los hombres como las mujeres. Y probar cosas nuevas. Pero, te voy a ser sincera, no me gustan las relaciones dominantes salvo que la persona se entregue sin condiciones y de forma consciente. Miss Iron me dijo que te ayudase, que te tratase como a una amante sumisa y complaciente, pero sin sexo. No lo entendí muy bien, pero cumpliré mi parte.

—¿Y eso incluye traslados de continente por avión? — preguntó Irma con su brillante sonrisa y sorna nada camuflada.

—Sí, si fueras mi amante todo eso iría incluido. No es importante, pero a mucha gente le impresiona— le indició Lena con aplomo.

—Pues funciona conmigo— aseguró Irma. Lena volvió a hacer el gesto anterior.

—No sirve nada llegar a alguien a través del dinero. Es tirar el amor.

—¿Qué hacemos aquí? Dudo que hayas escogido este lugar al azar— preguntó Irma suavemente. Ardía en deseos por saberlo.

—Aquí tengo libertad. Puedo hacer lo que quiera. Es el paraíso de los amantes. Y la comunidad BDSM es la más experimentada. Entre otras cosas— le respondió Lena. —Pero ahora iremos a dormir. Ya estamos llegando.

—Qué ganas tengo de quitarme este horrible atuendo. Me pica todo. Suelo llevar cosas ligeras. Podías haber escogido algo más cómodo— le confesó ahora que sabía que estaban a punto de terminar el viaje.

—Ya, y permitirte calentarme con tu cuerpo. Ahora estás de luto o algo parecido. Mañana te buscaré algo más constreñido e incómodo. Vas a estar así mucho tiempo— corroboró. Siempre usaba un tono seco al dar órdenes. Irma ya iba comprendiendo como recibiría instrucciones.

—¿Y tú vas a hacer luto conmigo? ¿O eres una sádica? —Irma no pensaba que pudiera sonsacarla, pero no tenía prohibido el intentarlo.

—Si tú me lo permites, exploraremos el límite de tu dolor y de nuestro placer mutuo. Pero sólo cuando te sometas libremente a mí.

Lena lo expresó con firmeza. Irma, sin saber realmente qué estaba pasando, cabeceó.

Durmieron en camas separadas. Lena le colocó una venda en los ojos. Irma llevaba un pijama cómodo pero apretado y que cubría hasta el cuello. Era una vestimenta de invierno. Pasaría calor.

—¿Es necesario atarte las manos? ¿O podrás estar sin tocarte o retirar la venda?

—Si no fuera por mis lóbulos doloridos, no sería necesario. ¿No puedes quedarte conmigo y vigilarme?

Irma no tenía ganas de tener las manos atadas, pero no pensaba decirle que no podía tocarse los lóbulos, aunque quisiese. Sobre el resto… ¿la prohibición debía considerarse en vigor una vez que Galatea había desaparecido?

—Hoy no me quedo, no quiero que digas que te influyo de manera malsana. Te acariciaré los lóbulos un rato, pero tus manos ya no te pertenecen— recalcó Lena mientras disfrutaba observando la bella cara de Irma.

Sus dedos acariciaban las orejas sensibles y rojas de su futura amante. La respiración de Irma cambió paulatinamente, agitándose y excitándose sin poder evitarlo. Lena casi no se lo creía, a pesar de su exhaustivo conocimiento del tema. Experimentarlo era algo totalmente diferente. Irma iba a tener que acostumbrarse a las interrupciones caprichosas. Paró la caricia y llevó un dedo de sus labios a los de Irma, como un beso casto.

—Buenas noches, preciosa. Y las manos quietas.

En todo caso, sabría si se tocaba porque las cámaras grabarían todo e Irma seguramente no se quitaría la venda.

A la mañana siguiente, Lena se acercó a la cama de Irma cuando el ordenador le avisó de que se había despertado. Sin mediar palabra, se dispuso a acariciar los lóbulos descansados y sensibles de su amada sin visión. Irma dio un suspiro.

—Gracias.

—¿Quieres que te ponga yo los pendientes? — preguntó Lena. Le costaba hacer preguntas cuyas respuestas sabía de antemano.

—Por favor, siempre que lo desees— respondió efusivamente Irma.

Los pendientes colgaron rápidamente de los lóbulos tirando hacia abajo. Irma cambió su cara al notarlos hasta que la sonrisa volvió rápidamente. Por fin pudo ver a Lena, ya que le retiró la venda de los ojos. Ese debería ser el momento de un beso, pero Lena repitió el gesto de la noche anterior y sólo hizo un movimiento con el dedo.

—Tenemos mucho que hacer esta mañana. Ve al aseo, date una buena ducha y maquíllate. Labios rojos ardientes. El resto que casi no se note— ordenó en su tono cortante. Irma asintió.

La rutina quedó establecida de forma casi inconsciente para Irma, a pesar del poco tiempo transcurrido. Distinguía las órdenes sin apenas percatarse. No podía ni imaginarse el condicionamiento implantado o las escabrosas fantasías que yacían en su interior desde hacía mucho tiempo.

A toda velocidad salió hacia el baño, no quería hacerla esperar. Se quitó los pendientes en cuanto atravesó la puerta y sin hacer caso al dolor se metió en la ducha. Veinte minutos más tarde estaba en la entrada, tacones y colgantes en su sitio. Llevaba el atuendo del día anterior. Lena le agradeció la presteza. Como muestra de afecto, llevó su mano derecha a la nuca de Irma y acarició la parte inferior, terminando en el exiguo trozo de espalda desnuda. Irma se estremeció, inundada de placer. El movimiento provocó dolor en los lóbulos contraídos.

—¿Estás bien? —indagó Lena, simulando estar sorprendida por una reacción tan expresiva.

—Mi cuerpo está muy sensible. Es muy delicado. Es mejor que lo sepas si vas a cuidar de mí—confesó llevando una nueva sonrisa a su boca.

—Me encanta. Habrá que hacerlo a menudo. Igual tengo suerte y consigo atraparte.

Sin darle mayor importancia, le cogió la mano y salieron. Esta vez, condujo Lena. No había ni rastro del chófer. Tampoco usaba un coche autónomo. A la luz del día, la isla resultaba impresionantemente agreste y salvaje, a pesar de las trazas de la civilización. Estaba claro por qué había escogido Lena ese lugar. Los pendientes no paraban de moverse, pero a Irma ya no le importaba. Desde la caricia en la nuca estaba en la gloria.

Pronto tuvo que cambiar Irma de atuendo, lo que no necesariamente supuso una mejora. Iba toda de negro. Recordaba a una antigua película llamada Grease, una película que le gustaba a su abuela. La protagonista llevaba un conjunto de pantalón y top ajustados. Lena había escogido algo de mucho gusto, pero ahora Irma iba desnuda desde el principio de los pechos. La espalda también estaba descubierta hasta los omóplatos. Los omnipresentes pendientes estaban más realzados. Irma supuso que sus orejas serían protagonistas durante mucho tiempo.

Tener los hombros y la parte superior de la espalda desnudos nunca dejaba de excitarla, pero Lena no parecía predispuesta a otorgarle suficientes caricias. El conjunto le quedaba tan ajustado que apenas podía respirar. Lo más molesto, -aparte de la cintura-, eran lo apretados que sentía los senos. Estaba acostumbrada a los imposibles sostenes de un cuarto de copa, pero ahora no llevaba ninguno, algo imposible con un top tan abierto a la espalda, pero la tela circundaba los pechos sin soltarlos. Los pezones no traspasaban la tela. Quedaban bien ocultos. Iba a ser otro día complicado. Los pantalones le quedaban como un guante, sentía como encerraban su vagina, el culo y las piernas. Las bragas eran como las del día anterior. Si el tejido no fuera tan grueso, se hubieran visto traspasando el conjunto.

Lena llevaba un vestido cómodo y sin mangas. También con la espalda semidesnuda y mostrando los hombros. Se había colocado unos pendientes estilizados y tan ligeros que Irma no tenía más remedio que sentir envidia ante la discriminación entre ambas. Y las piernas desnudas en ese clima era mucho más lógico. Cuando comenzaron a caminar por una calle céntrica, Irma sintió que destacaba como si llevara un anuncio colgado. No quería olvidar a Galatea, pero su mirada se posaba en piel expuesta de Lena, que no le resultaba especialmente atractiva. Pero era su mentora, e Irma quería agradar como fuera. Dependía de ella. No quería decepcionarla. Ni a ella ni a Miss Iron. Y en su fuero interno, quería creer que Galatea estaría de acuerdo.

Necesitaba llevar los brazos a la nuca, exponer sus pechos, ofrecerlos al máximo y que sus pezones fueran acariciados durante horas. Esa había sido su manera de excitarse. Lena no podía saberlo y consideraba que no debía indicárselo, aunque ya había estado en esa posición la primera vez que le puso los pendientes. Como si por ser sumisa no pudiese mostrar sus debilidades o sus apetencias. Se contuvo, suponiendo que se enfadaría.

La idea del luto era perversa. No se mostraba aflicción con un vestido así. Era el juego de una mente traviesa. Terminó por soltarlo.

—Tienes una idea muy particular del luto.

Lo dijo mientras desayunaban en una terraza del paseo marítimo. La cantidad de mujeres en topless aturdía. La isla exudaba sexo por todas partes. En Córcega, el desnudo estaba permitido en toda la isla. Podían verse mujeres completamente desnudas en cualquier lugar.

—Sexo y muerte tienen fronteras cercanas— fue la escueta respuesta de Lena, que no perdía ojo ante el desfile de bellezas. Irma recordó las palabras de Miss Iron sobre la masculinidad.

—¿Debo verte como a un hombre? Está claro que te encantan las mujeres —preguntó con interés.

—Me gustaría ser tu hombre. Celoso, caprichoso y ávido de tu cuerpo. Posesivo y cruel. Amoroso y pasional.

—¿Cuánto tiempo pasaría antes de que mi hombre se acostase conmigo? — acometió Irma de nuevo.

—Mucho. Puedo contenerme. ¿Por qué no desnudas tu alma mientras contemplamos a todas estas féminas descaradas? Me gustaría saber sobre tu sexualidad y tus preferencias, siempre que estés de acuerdo en que sigas las mías, claro— matizó en tono sarcástico.

—Ya, ternura en pequeñas dosis. Debes saber que mis pechos están explotando aquí dentro. Odio llevarlos comprimidos.

—Cuando se acabe el luto, van a estar desnudos casi todo el tiempo. Te lo aseguro —le confirmó Lena en el mismo tono de antes. Irma se encogió de hombros y procedió a contarle su vida. Desde que comenzaron a charlar las horas pasaron a toda velocidad. Ambas mujeres se escuchaban con atención. Sólo paraban para ir al aseo o para cambiar de lugar de observación. Cada vez que Irma se quitaba los pendientes enfrente del espejo, trataba de no pensar en lo excitada que estaba. Se apresuraba y se los volvía a colocar para que el dolor amortiguase un poco su necesidad. Nunca había sentido nada parecido junto a Galatea. Libre y esclava al mismo tiempo.

Al volver a la casa, Lena le quitó los pendientes e inició un beso.

—No te acostumbres. Prefiero los lóbulos encerrados.

El beso fue corto, pero vehemente. Sin pensárselo dos veces, Irma se colocó los pendientes de nuevo, protestando los lóbulos ante el nuevo asalto. Sin darse tiempo a acomodarse, Irma besó a Lena y la retó.

—A ver si es verdad.

Irma vibró por todo el cuerpo, mezclando la sensación de la saliva de Lena con el placer y el dolor que sentía. Quería desnudarse para su ama, pero sabía que no tenía permiso. Trató de agradarla ladeando la cabeza, mostrándole lo mucho que la deseaba y lo poco que le importaba el dolor. Una mano le acarició la espalda y se acomodó en la nuca. Irma se sumergió en la sensación de éxtasis que atravesaba su columna. Era algo desconocido. Se alegró de llevar tacones. Las pantorrillas contraídas aumentaban la sensación, lo había leído en los foros que frecuentaba desde jovencita. Demasiado placer se dijo a sí misma. Debo orientarme a Lena, a su placer.

Supuso que le gustaría sentir los pechos apretados en mayor medida y los forzó hacia delante. Los pezones protestaron. La falta de costumbre y de aire hicieron mella. Cuando acabó el beso estaban las dos sudadas en medio del salón. Lena actuó primero. Le quitó los pendientes y se los entregó. Irma trató por todos los medios de no reaccionar. Le dolía cuando se los colocaba, le dolía cuando se los quitaba, le dolía cuando se movía. Ahora lo que más deseaba era una caricia para atenuar el sufrimiento. Por otra parte, no sabía si se humedecería. Lena retornó al beso. Cálido y efusivo. Irma se acopló al cuerpo de su amante. Las manos de Lena rozaron los lóbulos sensibles y receptivos. Acariciaron con suavidad y delicadeza. Acabó demasiado pronto y los sintió abandonados. Las manos fueron a los hombros, a las clavículas, a la espalda. Fuese como fuese, el placer era tenue y fugaz, el dolor constante.

Esa noche fue un suplicio porque deseaba tocarse los lóbulos más que nunca. Lena estaba en la habitación de al lado. Se negó a quedarse con ella. El miserable y estúpido luto era un cortejo cruel. Se sentía más excitada ahora con el pijama, el mismo de la noche anterior, que ya no le parecía tan apretado, después de un día en un atuendo restrictivo.

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