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La ducha de mi hermana Isabel

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Mi hermana ya estaba toda encuerada cuando mi amigo Mauricio y yo nos asomamos por la ventana del baño. Me divertí mirando que la cara de mi amigo enrojeció de lujuria al mirar aquel espectáculo tan morboso y privado que Isabel nos regalaba sin saberlo.

—¿Te gusta lo que ves? —Le pregunté susurrando para no ser escuchado por mi hermana, que en ese momento estaba enjabonándose el cabello tranquilamente, de espaldas a nosotros, sin imaginar que sus blancas nalgas estaban expuestas a la vista de un par de atrevidos mirones.

—¡¡Siempre quise verla así!! —respondió en voz baja para no ser descubiertos pero muy emocionado.

—¿te gustan sus nalgas?

Yo sentía mucho placer al hacerle este tipo de preguntas a Mauricio referentes a mi hermana, pues un morbo descomunal corría por mis venas al compartir el perverso deseo que sentía por mi hermana mayor.

—¡claro... tiene un culo delicioso... me volvería loco si pudiera pasar la lengua por ese obscuro canal que separa sus nalgas!

Mauricio estaba tan maravillado como yo con la desnudez de mi hermana, y eso me emocionaba a rabiar.

Isabel ya tenía todo el cuerpo cubierto de espuma y seguía de espaldas a nosotros. Entonces inesperadamente se inclinó para lavarse los pies y nos regaló una visión que puso a tope nuestras respectivas erecciones. Las hermosas nalgas de mí hermana nos apuntaban abiertas, pero la espuma producida por la pastilla de jabón nos impedía mirar el pequeño orificio que se escondía entre ellas, era como si dicha espuma cobrara vida para proteger de nuestra vista el sagrado ano de Isabel.

Mi amigo y yo buscábamos el mejor ángulo para ver las delicias que se ocultaban en medio de aquel trasero que nos estaba llevando a la cima del deseo, pero mi hermana se enderezó para continuar aseando la totalidad de su cuerpo y nos quedamos con las ganas de conocer su ano.

Pero el show siguió, y mi hermana recorrió cada centímetro de su piel con el jabón, a cada momento siendo devorada por nuestras perversas miradas.

—¡quien fuera el jabón para poder pasearse por todos los tesoros de tu hermanita!

—¡con suerte y deja ahí pegados unos pelitos de su bizcocho...!

De pronto llevó una de sus manos atrás de ella, metiéndola en medio de sus nalgas, y la comenzó a menear levemente de arriba a abajo, dejándonos hipnotizados.

—¡No manches... creo que se está metiendo los dedos en el culo!

—¡Lo mismo pensé! —Respondí extasiado ante lo que veía e imaginaba— pero baja la voz o nos puede oír —agregué.

—¡discúlpame... es que me ganó la emoción.

Ambos observamos muy atentos los movimientos de la mano de mi hermana.

—¡para que veas que tengo una hermana muy limpia!

—¡de eso no me queda duda...ya veo que se lava muy bien el culo!

Interrumpimos nuestra vulgar conversación cuando mi hermana por fin se dio la vuelta obligándonos a babear, y no era para menos, pues el agua tibia de la regadera ya se había llevado hasta la última gota de espuma, revelando ya sin estorbos el delicioso cuerpo desnudo de mi hermana Isabel, quien a sus 43 años aún conservaba un apetecible cuerpo, producto de un vida sana. 1,67 de altura, cabello corto de color castaño oscuro, delgada y piel blanca, cara bonita, tetas medianas pero firmes, y unas apetecibles nalgas redondas y levantaditas.

De momento no supe ni donde concentrar la mirada, si en sus blancos pechos o en sus acanelados pezones o en el matorral de pelos negros que tenía entre las piernas. Todos sus encantos parecían gritarme ¡mírame a mí!

Dos o tres veces había espiado a mi hermana en la ducha, pero jamás había tenido la fortuna de verla de frente. Ahí estaba yo, extasiado con la desnudez de mi hermana, y compartiendo aquel glorioso e inolvidable momento con mi buen amigo Mauricio.

—¡puta madre... que buenota está tu hermana... daría todo por meterle la verga...! discúlpame amigo, pero la emoción me hace hablar así… ¡esto es más de lo que yo esperaba...gracias por dejarme verla encuerada... nunca olvidaré este momento!

Yo tardé en reaccionar por estar tan pasmado viendo los ensortijados pelitos que atraparon mi mirada ¡negros como el azabache!

—¡no te preocupes, yo también quisiera cogérmela... aunque sea mi hermana... pues como bien dices tú... está bien sabrosa! Y no me des las gracias a mí, dáselas a ella por meterse a bañar estando nosotros en la casa ¡la muy ingenua no pudo imaginar nuestras cochinas intenciones... y gracias a eso tú y yo estamos viéndola bien encueradita! Pero ya no hay que hablar tanto pues si nos descubre la pasaremos muy mal... así que pon atención y disfrutemos el espectáculo en silencio que ya mero llega a su fin... ya después hablaremos de todo esto, que será un secreto entre nosotros dos.

—ok, y claro que será nuestro secreto… solo déjame darle las gracias a tu hermana y ya me callo.

Entonces Mauricio hizo algo que me pareció muy cómico y tuve que aguantarme la risa. Junto las manos como quien está concentrado en dirigir una oración, claro, sin apartar la vista de mi hermana Isabel que seguía en lo suyo, y dijo lo siguiente:

—querida Isabelita... gracias por meterte a bañar hoy que vine a visitar a tu hermano, gracias preciosa chabelita por encuerarte todita y lavarte el culo como lo hiciste... gracias por no sospechar que íbamos a espiarte... gracias, mi vida, por dejarnos ver tus nalgas, tus tetas y tu panochita peluda... aunque la pinche espuma no nos dejó ver tu culito... gracias por este inolvidable momento... ojala se repita pronto...

Tuve que interrumpir su monólogo pues ya mí hermana estaba secándose con la toalla, y yo estaba impaciente por ver qué color de calzones se pondría.

—¡ya mero sale del baño, pero vamos a ver como se pone los calzones! ¿De qué color crees que serán?

—no sé... pero ojala se ponga los negritos que me prestaste la otra vez... me hice unas chaquetotas imaginando cómo se le verán puestos... por cierto… ¿todavía los usa?

Mauricio se refería a una pantaleta tipo bikini que yo había tomado "prestada" del lazo donde mi hermana solía poner su ropa a secar, y que en una noche de juerga se me ocurrió que mi amigo podría llevarla consigo unos días para masturbarse a sus anchas pensando en Isabel.

—Ahora que me lo preguntas, desde que volví a dejar ese calzoncito en su ropa no lo he vuelto a ver... pero seguramente todavía lo usa... espera... ¡ya se va a vestir... vamos a verla en calzones!

—¿no podemos entrar y preguntarle si necesita ayuda para vestirse? —dijo bromeando Mauricio

Mi hermana salió un instante del Angulo de nuestra vista cuando tomó su ropa de donde estaba colgada. Dejó la toalla sobre el depósito del wáter y comenzó a ajustarse un brasier negro, e inmediatamente procedió a ponerse una pantaleta de color beige que tenía los elásticos blancos. ¡Apreciar a mi hermana Isabel en ropa interior fue casi tan maravilloso como verla encuerada!

~¡Que bonitos calzones se puso... no son los negros, pero le quedan bien apretaditos... se le nota bien rico la pucha! ¿Habrá chance de ver los que dejó en la ropa sucia? —mi amigo tampoco apartaba la vista de aquel calzón que mi hermana acababa de ponerse

~¡Esa pantaleta no se la conocía... cuando salga del baño nos hacemos pendejos un rato y después entramos para buscar en la ropa sucia los calzones que traía antes de bañarse!

Cuando Isabel comenzó a ponerse la pijama nos retiramos de la ventana para dirigirnos a la sala cono si nada fuera de lo normal hubiera sucedido.

Mi hermana salió del baño poco después, sin sospechar que la habíamos visto completamente encuerada y que sabíamos perfectamente el color y la forma de la ropa interior que llevaba debajo de la pijama blanca.

—Hola muchachos ¿aún siguen aquí? En el refri hay jamón y queso para que se hagan unos sándwiches y cenen algo.

Mi hermana lucía adorable secándose sus aún humedecidos cabellos mientras hablaba.

—gracias Isabel, terminando de cenar se va Mauricio

—muchas gracias por todo... —dijo en doble sentido mi amigo.

—De nada —contestó cordialmente quien minutos antes nos había obsequiado. Sin estar enterada de nada, un banquetote visual inolvidable.

Mi hermana prosiguió su andar hasta su habitación, dejando a su paso un agradable aroma de mujer recién bañada. Y nuestras miradas se posaron en aquellas lindas nalgas que logramos apreciar desnudas, sin la pantaleta beige ni la pijama blanca que ya las cubrían.

Cuando mi hermana cerró la puerta de su habitación Mauricio y yo fuimos a la cocina para prepararnos algo de cenar, y ahí seguimos hablando de mi hermana, dejando pasar los minutos para ir a hurgar en el cesto de su ropa sucia.

—¿te imaginas si tu hermana supiera todo lo que vimos?

~¡No manches... me metería en una broncota!

Y eso era verdad, pero lo importante era que habíamos tenido la fortuna de ver encuerada a mi hermana sin que ella se diera cuenta, y eso me hacía sentir felizmente emocionado.

—termínate el sándwich y vamos al baño para buscar las pantaletas sucias.

No tuve que repetir la sugerencia, pues Mauricio apuró el bocado y me dijo que ya estaba listo.

Sigilosamente entramos al baño y comencé a hurgar entre la ropa que estaba dentro de un cesto. Mientras tanto Mauricio vigilaba que mi hermana no fuera a salir de su habitación.

Continuará...

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