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Con la hija de mi pareja. Incesto sin culpas

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El deseo supera todas las barreras, la hija de mi pareja me hizo perder la cordura, el momento propicio lo poco de prudencia y la calentura no llevó a una breve pero intensa cogida, delirando de placer me vine dentro.

El verano estaba en todo su esplendor, las noches permitían quedarnos hasta bien tarde en la galería viendo el atardecer en el campo, bebiendo, con la generosidad de no tener otra cosa que hacer que no fuera el disfrute.

Era un fin de semana, de los largos, con dos días feriados, casi una especie de mini vacaciones anticipadas, podíamos realizar todas las actividades bucólicas que nos ofrecía el estar en contacto con la naturaleza, disfrutar de la piscina, disfrutar del frescor de estar con los pies dentro de ella.

Por esta vez éramos un grupo bien numeroso de parientes, la casona tenía habitaciones para hospedarnos a todos.

Desde nuestra llegada me sentía perturbado por la presencia de Elena, la hija de mi pareja, de la cual buscaba la forma de mantenerme alejado, era la única forma de que alejar los pensamientos incestuosos que sentía por ella.

Cuando conocí a su madre ella ya era una voluptuosa adolescente, que con su progenitora teníamos una relación de pareja “cama afuera” y que ella por razones de comodidad y cercanía con la universidad pasaba la mayor parte del tiempo viviendo con su padre. De todos modos entre nosotros había algo más de un exceso de respeto, era la forma que me había impuesto para no reconocer que gustaba más de lo prudente y moralmente aceptado, pero ese deseo no desapareció, tan solo estaba adormecido y cubierto por la prudencia.

Pero la causalidad y la bebida habían producido una disminución de las defensas morales y bien sabemos que cuando la pasión sube por la escalera la razón se tira por la ventana…

No recuerdo bien en qué circunstancias en un momento de esa tórrida noche, mientras todos estaban disfrutando de la música bebiendo a la vera de la piscina, Elena y yo nos encontramos en la galería del primer piso, mirando como el resto de la familia reía y disfrutaba de la noche.

De pronto ella sale de su cuarto, me quedé pasmado observándola, como si estuviera adorándola, en silencio…

Cómo si ella hubiera sentido la mirada cargada de emocionado deseo, se quedó como paralizada y volteó para mirarme. – Hola, Luis, qué te sucede. Pareciera que nunca me has visto?

No sé qué me paso, pero por un instante no pude articular palabra, sentí el pudor de haber descubierto mis más secretos pensamientos. Mis ojos no podían desengancharse de los suyos. Con una sonrisa respondía a su pregunta, no podía articular palabra para no delatar todo el deseo que sentía por abrazarla.

Bajé la mirada como un chico atrapado en falta, giró para dirigirse a la escalera, no habrá dado más de tres pasos cuando la llamé por el nombre, se detuvo y antes de que consiguiera darse la vuelta la tomé del brazo, no sé bien lo que iba a ocurrir, pero pienso que ella lo presentía…

Se giró, por un instante amagó el rechazo, pero en ese mismo instante mis ojos se volvieron a cruzar con los suyos, un instante de indecisión que me pareció una eternidad. En ese mismísimo instante me invadió el atrevimiento de la adolescencia, ese momento la locura pasional turba el entendimiento, la lucidez de la razón se quema en la turbulencia del fuego del deseo.

Durante mucho tiempo había acumulado los besos más obscenos que le quería dar, este fue el momento justo y preciso. Todos sabemos que cuando esos besos tan obscenos se hacen carne es signo inequívoco de que lo mejor está llegando. Despegarme de su boca y pensar el próximo movimiento fue la inspiración del deseo que se agigantaba en mi bragueta, es el momento preciso cuando las acciones son dirigidas por “la cabeza de abajo”. La locura nos invadió por igual de manera descontrolada.

Se “agarró” de mi brazo, y sin cruzar palabra nos refugiamos en el baño para no ser pescados infraganti por alguien que hubiera subido por la escalera. Apoyó su espalda contra la puerta, me apreté contra ella, durante un momento lo único que hicimos fuer mirarnos. Temblábamos como niños, mis sesenta años presionaban sus veintipocos. Las bocas sedientas abrevaron en los labios del otro, las lenguas iniciaron la épica del deseo.

Ella también se había dejado subyugar por las consecuencias del beso que nos prodigamos y los actos que siguieron fueron digitados por la lujuriosa situación pasional que nos invadía.

La hice girar con fuerza, hasta sentarla sobre el lavabo, me coloqué entre sus piernas, solo nos mirábamos, un instante de incertidumbre que la falta de oposición me envalentonó para continuar, respiré para atreverme a poseerla.

No era momento de palabras, Elena cerró los ojos con intención de tranquilizarse, me acarició la cara con la dulzura que el momento propiciaba, sus gestos me hacían entender que ella había leído mis pensamientos y que el miedo de lo inevitable era compartido.

En esos momentos, el deseo subía por el ascensor de todas la locuras, puse mi boca en su cuello para llenarme de su aroma, dejarle mi aliento impregnado en su piel y mis besos más calientes derritiendo sus últimas prevenciones, podía sentir como el rubor de la calentura ascendía por su rostro. La sentía estremecer cuando mis labios se posaron sobre los suyos. Me dejé comer la boca un momento donde la eternidad se manifiesta en un instante, abrió los ojos y se miró en los míos.

Asentía al deseo, se dejaba arrasar en el torbellino de la pasión.

Nuestras lenguas volvieron a enredarse con intención de no separarse nunca más, mientras mis manos hurgaban bajo la blusa buscando aprisionar los pechos entre mis manos.

Me sostenía la cabeza, ofrecía el premio de sus erectos pezones para que los secuestrara entre mis labios y escondiera en la boca.

Con la destreza de la prisa por hacerla mía, desabroche el cinto y me desnudé de la cintura para abajo.

Mis manos buscaban desplazar la bombacha para poder introducir mis dedos en su vagina, pletórica de aromáticos jugos, colabora elevando sus piernas hasta rodearme la cintura.

Todo se realizaba con la ansiedad de concretar el deseo de hacerme dueño de su calentura, el tiempo apremia y la excitación rebasaba todos los niveles.

La erección de mi pene se hizo sentir en la vulva, el más leve contacto le robó ese suspiro que escuché como los acordes celestiales, el primer empuje produjo ese gemido venido desde lo más profundo de su ser.

Sentí los pies enlazados en mi espalda, los talones presionando para poder elevarse y darme el mejor ángulo para poder mandarle todo el miembro dentro de su vagina. Envión brusco, se replica en gemido ahogado, el vaivén que devino de la penetración venía premiado con los jadeos propios de quien acompaña al hombre en un cogida a todo dar.

Nuestros cuerpos comenzaron a frotarse con fuerza y vehemencia, Elena no podía soportar el fragor del acto sin jadear con fuerza, retener a desgano las ganas de gemir con la fuerza expansiva que el placer de sentirme dentro le prodiga.

La tiranía del tiempo exige concretar el acto a como dé lugar, agarrado de sus caderas ella enlazado en mi cintura estamos conectados al máximo, la fricción profunda y penetrante enciende los motores, las pulsaciones llegan a límites nunca alcanzados, el calor derrite todas las prevenciones y altera los sentidos de la prudencia.

La turbulencia y la calentura llevan a Elena a gemir su orgasmo ahogando el grito por venir en mi hombro, siento sus dientes presionar mis carnes para estrangular el rugir del trueno cuando las vibraciones se apoderan de su ser. Ahora es mi tiempo, los embates suman fuerza y vigor al bombeo, siento venir el tropel de la esperma corriendo hacia el interior de su vagina.

No puedo pensar en otra cosa que no sea liberar la energía del macho, vaciarme dentro de su sexo, acabar de soltar esa calentura láctea hasta dejarme seco el deseo.

Permanecimos abrazados un momento, mientras los latidos de la verga se desvanecían entre los jugos que colmaban su vagina.

Me salí de Elena, ayudé a bajar del lavabo, le acerqué un generoso bollo de papel higiénico para contener el borbotón de semen que comenzaba a escurrirse de su sexo.

Se puso de pie, le di mi pañuelo para que se lo coloque en la bombacha para contener el resto del semen que podía quedar dentro.

Recién en ese instante recapacité y disculpé por no haberla consultado si podía venirme dentro.

Levantó su mano izquierda y me muestra el anillo en el dedo anular: - Tengo marido, “no problem”…

Volvimos con el resto de la familia por separado y apareciendo de lugares distintos.

Este fue el relato de mi primera vez con la hija de mi pareja, o por mejor decir “cuando cogí con mi hijastra”. Luego, ese mismo finde tuvimos oportunidad de echarnos otros dos polvos, pero el más importante siempre es el primero, por eso quise contarlo, tal vez para exorcizar ese pecado incestuoso?

Si eres la mujer que creo que eres, espero que me cuentes tus sensaciones, [email protected] está esperándote, no te demores porfa…

Lobo Feroz

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