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El juego de hoy

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En la butaca del dormitorio esperaba impaciente a que ella saliese de la ducha. Llevaba rato oyendo caer el agua imaginándose su cuerpo mojado tras las cortinas, la espuma deslizándose por su piel. Creía sentir en sus manos el tacto de su piel suave, acariciándola con el tibio jabón. Cuando cesó el ruido del baño se acomodó en el asiento para verla salir por fin envuelta en una toalla blanca. Anduvo por la habitación con aire ausente, sin prestar atención al tembloroso huésped que la observaba expectante. Apenas a su alcance de la mano ella se detuvo frente al gran espejo del ropero, donde desató la toalla y su espléndido cuerpo hizo aparición como un secreto revelado. Se secaba parsimoniosa, disfrutando de ver su propia piel reflejada, sus senos, su vientre, sus sensuales piernas. Recorría con sus ojos cada rincón de su cuerpo, ignorando a su chico que en una esquina se retorcía de deseo. Pero ese era el trato, el juego. Hoy tocaba solo mirar y darle gusto a la vista, recreándose en todo lo que ella hiciese sin ponerle un dedo encima.

De un cajón deslió una ropa interior blanca y unas medias a juego que se colocaba despacio, con un pie en la cama para ajustarlas a sus muslos. Acariciándose, observando las sombras y colores en el espejo, su cálida piel. A cada pieza se degustaba de frente y de lado, sin reparar en ningún momento en él, al que le sobraba la ropa y el deseo. Sudaba y apretaba los dientes, quería saltar sobre ella, quería poseerla, pero las reglas del juego de hoy eran esas. Ella se ajustó en una lenta coreografía un vestido ceñido de una pieza, con una interminable cremallera por la espalda. Se sentó frente a él para peinarse, colorear sus labios de carmín y aplicar lápiz de ojos. Disfrutaba de verse atractiva, de gustarse, de convertirse en unos minutos en una modelo frete a su espejo rodeado de tenues bombillas.

Cuando se ajustaba los tacones él amenazaba explotar, las piernas le vibraban, la boca se había secado hacía rato. En silencio disfrutaba del espectáculo en privado, se deleitaba viendo a aquella belleza arreglarse hasta el final. Ella se colocó el bolso y se miró por última vez al espejo con las manos en las caderas, girándolas cadenciosamente. Pasó por delante de él sin mirarlo, con aire de dominadora, dejándole una ráfaga de perfume suave, olor a íntimo secreto. Justo antes de cerrar la puerta se volvió y lanzó un beso a su chico, que creyó morir brevemente postrado en aquella butaca.

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