La abuela Quero fue abordada por un desconocido en la cola del súper.
"Hola, ¿eres la abuela Quero, verdad?"; "Sí, la misma que viste y calza"; "Ah, soy un gran admirador tuyo, tus historietas me apasionan"; "Bah, cosas del autor"; "Me gustaría... me gustaría tanto aparecer en una de ellas"...; "Ya estás apareciendo"; "Pero, ¡cómo!", dijo el admirador atusándose el pelo; "No hace falta que te peines, es escritura, y breve", aclaró la abuela Quero; "Ah", soltó el otro aliviado; "Bueno, te dejo que me toca pasar por caja"; "Adiós, abuela Quero".
"¡Qué latoso resulta crear fama siendo una ficción!", refunfuňó la abuela Quero entretanto que metía los artículos escaneados en la bolsa multiusos.
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La abuela Quero, en la oscuridad de su dormitorio, acostada sobre las sábanas de su cama, se sintió observada. "¡Qué!", exclamó incorporándose. Encima de la cómoda, el monitor estaba encendido, y un rostro la estaba observando. "¡Qué!"; después se apagó.
Se levantó la abuela Quero y abrió la puerta de su dormitorio. Su nieto jugaba con la Play en el saloncito.
"Julián, ¿qué ocurre?, acabo de ver un rostro en el monitor", explicó la abuela Quero; "Deben ser hackers", dijo el nieto; "¡Hackers!", resopló la abuela, "¿y qué quieren?"; "Verte desnuda, por ejemplo"; "¡Verme desnuda!, habrase... se van a enterar".
La abuela Quero volvió a su dormitorio, situándose de pie frente al monitor; se sacó el camisón por la cabeza, se desabrochó el sostén y se desembarazó de las bragas.
A continuación oyó un clamor de fastidio que provenía de todos sitios: el sistema se había colapsado.