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Sorprendida en la oscuridad

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La nota pegada a la puerta rezaba “ponte la venda que encontrarás enrollada en el tirador de la puerta y entra”. Ella apartó a un lado las compras que había estado haciendo esa tarde con su hermana y obedeció al misterioso mensaje sin dudarlo un segundo. Se colocó el pañuelo en los ojos y abrió sigilosamente la puerta, dejándose llevar, confiada por saber a quién pertenecía aquel manuscrito. Entró en su propia casa a tientas, dirigiéndose despacio al centro del recibidor. Sabía que a su chico le fascinaban aquellos juegos, improvisar, provocarle interés, sorprenderle, hacer lo que a ella le gustaba y complacerla en sus deseos.

El ruido de la puerta al cerrarse detrás de ella la sobresaltó. Notaba su presencia por su perfume, podía sentir su inconfundible olor que desprendía recién aseado. Aroma cercano, íntimo, sensual. Unas manos grandes y firmes la agarraron por la cintura desde atrás. En la oscuridad solo existía su olor y la sensación de estar dominada por él, capturada entre sus brazos. Se dio media vuelta y lo sintió a través de la venda, sin duda aquellas manos y ese deseo que se percibía eran de él. Le abrazó por el torso y notó que todo su cuerpo estaba desnudo. A través de su ropa percibía el calor de su piel. Con las manos lo recorría como a un desconocido, palpando sus anchos hombros, su pecho, la espalda interminable, sus glúteos apretando contra ella. Solo les unían dos sentidos, el tacto y el olor, pasión renovada, descubriendo sensaciones que ella no conocía.

Sin necesidad de desprenderse de su ropa lo tenía todo para ella, la besaba frenéticamente, acariciando su vientre, su pelo, sus labios. Para ella no existía nada más en ese momento, entregada en tinieblas al aroma de su hombre, rodeada por sus brazos, sintiéndolo. Su pene se evidenciaba entre ellos, latente, ávido de sexo bajo la ropa. Ella lo sujetaba firme, decidida, poseyéndolo, recorriendo su piel con los labios. Lo abrazaba con firmeza cuando comenzó a respirar profundamente, agitado por su masaje. Ambos de pie continuaron descubriéndose con los dedos, tocándose, reconociendo cada rincón de su cuerpo.

Su respiración se volvió más profunda, animal. Ella lo agarraba con fuerza, arañando su espalda, mordiéndole en el cuello. Las piernas le templaban, no pareciera que le quedaran fuerzas para evitar desplomarse. Su torso desnudo se agitaba, la espalda se humedecía con un sudor agradable, sensual. Los gemidos de él dominaron la oscuridad, donde solo había piel que acariciar. Fundidos en un abrazo, el abrupto suspiro caliente les sorprendió a los dos, corriendo entre las piernas de él, en medio de suspiros de placer. Le excitaba saber que aquel desconocido que la asaltaba dulcemente en su propio apartamento era su desconocido, su amante, su objeto de deseo.

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