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El cliente siempre tiene razón

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Cuando se instruye a los vendedores novatos existe una máxima acuñada desde la lejanía de los tiempos y reza: “el cliente siempre tiene razón”, es palabra santa. Condición “sine qua non”, y a cualquier costo. Una verdad de Perogrullo, pero con la sabiduría de la experiencia.

Estaba al frente del departamento de informática, por ende, todo lo concerniente al sector pasaba por mi escritorio, también las compras.

Sucedió que por mi oficina pasó un vendedor de insumos del rubro, me interesó y contacto con el supervisor para una consulta adicional. Palabra va, palabra viene, y casi en broma le menciono que de tener personal femenino para venta sería más efectivo. Creyó leer un mensaje subliminal, inexistente, y al día siguiente envió con la información a una agraciada vendedora, bueno un minón infernal (lenguaje coloquial mujer que está más buena que comer con la mano).

Era una muchacha de buen ver, por donde se la mire. Se presenta, conversamos sobre el tema y acordamos una venta más que importante, sobre todo en su primera gestión en ventas. Gratificada por el éxito, y tal vez para asegurarse un futuro cliente, me propuso un “almuerzo de trabajo” para seguir hablando de poder venderme una nueva línea de accesorios de importación recientemente recibidos.

- Con mucho, gusto, pero dejame que sea yo el que invita.

- Bueno… por esta vez, sí.

Salimos para almorzar, fuimos a un elegante restó, estilo francés, relativamente cerca, tampoco era cuestión de que me vieran, sobre todo con un proveedor. Todo estaba saliendo de primera, dejando de lado el tema objeto, para degustar las delicias culinarias. Todo de diez, cuando llegamos al postre, elegí sin darle alternativas, pedí un gateau con frutilla y una crema turca, con una botella de champán, de buena marca. Ese creo que fue el golpe de efecto que la descolocó.

El postre y el champán abrieron el camino al diálogo intimista. Habló, más de lo prudente, diría que mucho de lo imprudente, contaba del abandono sexual a que la condenaba su marido, que a sus treinta y cinco era una crueldad.

Realmente era cruel, dejar a esta estupenda anatomía sin atender. Se inclinó a modo de reverencia “touché”, se insinuaron en plenitud la voluptuosidad de sus pechos, despertando repentinamente mi sexualidad. La sobremesa, cargada de tensión manifiesta, nos tenía inquietos y listos para el paso siguiente.

Con el celular, llamó a la oficina, avisando que no volvería, que debía atender otras cuestiones por el resto del día. Sonrió, era la señal del tácito acuerdo. Las miradas dicen más que las palabras…

Entramos al hotel, subimos tomados de la mano, como cómplices, como amigos. Tomamos unos tragos, para darnos tiempo a generar el clima. Nos ayudamos mutuamente a desvestirnos.

Verla desnuda, con las lolas (pechos) en forma de cúpula me provocaron una erección violenta, como un colegial sorprendido. Nos besamos con una cadena de besos húmedos mientras con las manos recorría todo su cuerpo, caderas, culo, piernas. Comienzo a besarle los pies y los tobillos, subo por el interior de los muslos produciendo una inmediata respuesta en jugos vaginales.

El delicioso aroma de su conchita llena mi nariz, solo fue necesario llegar al clítoris y dedicar unas pocas lamidas para hacerla llegar a un orgasmo, que le aliviara su deseo insatisfecho.

Se le nota la codicia por retener las sensaciones que produzco en ella, debatirse en el placer del juego erótico y la urgente necesidad de entrar en acción.

- Por favor, por favor, para, me estás matando, sollozaba en el trance insoportable del placer.

Me contuvo en un abrazo, sentía que se ahogaba en el gemido contenedor de mi exploración por su cuerpo, estaba siendo atravesada por las sensaciones de un intenso orgasmo.

Algo más serena, me abrazó, con apasionada ternura, diría que agradecía el efecto liberador del orgasmo que la tomó por sorpresa.

Se sintió tocada en su emoción, necesitó compensarme, devolución de atenciones, bajó al miembro, se lo metió en la boca con tanta intensidad que me lastimaba con sus dientes, chupaba y lamía como una poseída, por la forma y el modo de mamar se notaba su pobre experiencia, pero al mismo tiempo aportaba la riqueza y sabor de la espontaneidad y sobre todas las cosas dedicarme ese momento de agradecido placer.

Nos abrazamos, las bocas en comunión, sus turgentes pechos pegados en los míos, su pubis recibiendo la presión de la pija enhiesta, enardecida buscando alojarse en su sexo. Acomodo su cuerpo para que la verga encontrara el camino con facilidad. Por lo mojada, resulto fácil, en dos o tres golpes, todo adentro. Después lo habitual entrar y salir de la vagina, se la sentía bastante estrecha a pesar de tanto flujo, produciéndole otra acabada sentida y efusivamente gritada.

- Ahora te deseo a vos, cógeme a fondo, dame tu leche.

Apurando los movimientos, llegué a una muy buena eyaculación dentro, juntándola con los estertores de su intenso orgasmo.

Separados, me abrazaba, besaba por el pecho, acariciaba las nalgas. Bajó a saludar al culpable de su felicidad, con una preciosa chupada, lamiendo los restos de sus jugos y del semen. Con estas atenciones dispensadas volvió a la vida, quedando en condiciones de darle batalla otra vez.

Se colocó boca abajo, recorrí sus muslos y besé esas nalgas de gimnasio, consistentes y paraditas. Las separo, acaricio el “marrón”, avisa que vaya al otro acceso. Le indico que levante cuanto pueda las nalgas mientras la separo, apoyo la verga entre los labios vaginales y de un golpe me dejo caer con todo en la conchita. De un viaje, le entra toda.

Empezamos a movernos, acompasadamente. La postura que más gozo le produce, y que más disfruto, tengo libertad de movimientos y puedo acariciarla toda. Tener a la mujer, debajo, entre las piernas, da la sensación de una hembra sometida por la fuerza de su macho.

Acomodamos los tiempos, la acabada fue casi en simultáneo. Hermoso relax, quedar satisfechos a un mismo tiempo.

Acordamos en volver a encontrarnos en otra ocasión y concretar la asignatura pendiente: sexo anal.

Otro día, otra vendedora para “bajarle la caña” (seducirla para tener sexo), es en lo único que pienso cuando la mujer llena mis requisitos. Si de primera no funciona la seducción, se la complico un poco para ir “ablandándola”.

Esta vez fue el caso de Diana, que no era la cazadora de la mitología, esta se dejó cazar con bastante facilidad. En la tercera visita, acordamos quedamos en que la pasaría a buscar a la salida de su trabajo.

En esta ocasión ya teníamos todo planificado. Fuimos directo a su departamento, el marido estaba de viaje por una semana, por cuanto estaba necesitada de suplir la falta de carne en barra.

Entramos, me pide que prepare unos tragos, tomo del mío. En el vano de la puerta se aparece con una breve lencería, celeste, transparente. Estaba para el infarto, la brevedad de las prendas daban realce a su cuerpo exuberante, carnes firme y redondeces desafiantes. Los pezones, erectos emergen a través de la delgada tela, en el nacimiento de los muslos destacaba la mancha oscura del vello púbico.

De la hermosa anatomía, detenida en el trasluz de la puerta, se destacan el busto erguido, vientre plano, cintura estrecha y caderas generosas. Suelto el cabello, boca insinuante, ojos brillantes y un exquisito aroma que emana de su cuerpo, expresaban la carga de erotismo y lujuria: El "glamour" hecho mujer.

Toda una revelación, no se podía creer que toda esta sensualidad estaba oculta en la vestimenta formal.

Estaba tirando la chancleta, soltando las amarras de la rutina marital. Esta esposa insatisfecha quería fiesta y se la voy a dar.

- Qué linda sorpresa.

- Me alegro que te guste, lo compré para esta ocasión. Y agregó en tono íntimo: - Todo es para vos.

El abrazo contenedor y los besos profundos que le prodigué con generosidad agradecían el despliegue sensual y voluptuoso. Las manos la recorrían debajo de la escueta tela, a la par que nos ahogábamos en besos, las manos pugnaban por adentrarse entre las nalgas paraditas y firmes.

Abrazados caímos, rodamos sobre el lecho que nos aguardaba para dar marco a nuestra pasión en carne viva.

Desaparecí la única prenda de ella y las mías en montón, al costado de la cama. Empezamos a “reconocernos”, con las manos, la boca y la lengua. Toda pasión y premura por llegar a las intimidades, los besos más obscenos y lamidas, no dejaron zona erógena por descubrir.

Ella llegó primero a mi sexo, se lo engulló de un bocado, ansiosa, se lo metía todo en la boca hecha fuego y pasión, chupaba a más no poder. Tanta dedicación me llevaba al límite, próximo a la eyaculación, la separé para demorarme mientras le aplicaba su propia medicina, lamiendo su sexo jugoso.

Le di una chupada en la “argolla” para no olvidar. Ensañarme con el clítoris fue catapultarla a la estratósfera, un estado que superó sus expectativas, un final a toda orquesta, gemidos en todos los tonos y matices. Quedó desarmada, los ojos cerrados, el sentido conmocionado por la emoción, demoró un buen tiempo en reponerse del éxtasis del intenso orgasmo.

Aproveché para extasiarme en la visión de ese cuerpo espléndido, atravesado por el tropel de la lujuria caminándole por encima.

Volvió en sí, retomó la mamada, cuando consideró que estaba como le gusta, me montó, con la poronga dentro de ella, de golpe, dijo que la sintió llegar al estómago. El golpe la hizo quejar y parar, pero de inmediato emprendió el galope, con todo hasta llegar a otro furibundo orgasmo.

Me sentía poderoso, la pausa me permitía aguanta por más tiempo. Esperé que terminara de estremecerse, para moverme yo, desde abajo se la entraba. La di vuelta, entre sus piernas se la mandé durante un buen rato, cambiamos de posición. Ahora, ella boca abajo, yo encima, entrado por la concha, bien profundo. Qué poderoso soy, así me sentía al llevarla por tercera vez a otra profusa acabada.

No le di respiro esta vez, acababa y la seguía empujando con todo. La forma de exteriorizarlo indicaba que se superaban a la anterior. Entretenida en su placer, sin consultarla, voy acariciando con el dedo ensalivado la tentadora puertita trasera, con el dedo mojado en sus jugos voy abriendo el camino sin retorno para hacerle “el marrón”.

Se da cuenta de lo que estoy pensando. Acertó, y como preguntando dijo:

- Por la cola también?

- Si no te oponés, lo hacemos "completito".

- Pero con cuidado, lo probé un par de veces, pero no era tan gruesa, me asustas…

Le aseguré que lo trataría con cuidado y esmero. Un dedo entró en esta puertita, para mojar el interior, así varias veces hasta que entendimos que ya era el momento. Durante este jueguito, no dejé de moverle el choto en la cachucha.

Cambié la conchita por el ano, empujé la cabeza y entró, otro poco más, la cabeza ya está toda adentro, el resto fácil. Con todo adentro, me sentía el rey de la creación, la tenía ensartada, quejosa y jadeando se accedía resignada a sentir como se dilataba el ano. Se quejaba, decía que dolía, tampoco le creí demasiado, es parte del juego de erótico. Disminuí los movimientos, para prolongar el placer de la penetración, alternando con acelerar a todo motor.

La culeada que le estaba dando, abría nuevas puertas al placer, desconocidas en ella. Cuando aceleré el ritmo comprendimos lo que estaba por suceder, algo por demás sabido, pero distinto.

Llegó el momento. Un quejido ahogado, me salía de bien adentro, acompañó a la profunda entrada de pija para largar tanta leche dentro del culo. Gritó, asociándose en la acaba. Seguí moviéndome en su culo con más fuerza y menos ritmo, con espasmos, para sacarme el resto de semen.

Demoro en sacarla, al realizarlo sale con un poquito de sangre, producto de algún leve desgarro producido por la violenta culeada.

Descansamos lo suficiente, era necesario. Avisé a casa que iba a regresar un poco tarde, una reunión con un cliente nuevo, seguro se prolongaría demasiado. Restauramos fuerzas con algo de bebida, tuvimos otra sesión de sexo. Quedó cansada y satisfecha. Acordamos que mientras el “gato no esté, los ratones se diviertan”, y vaya si nos divertimos.

Antes de irme me confió:

- Me he regalado para poder hacer una buena venta.

- Es cierto eso de que, el cliente siempre tiene razón?

- Sí, es cierto, acaso no te diste cuenta. Me regalé por vender.

Te ha sucedido algo así? Quiero saberlo, estoy esperándote en [email protected]

Nazareno Cruz

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