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Lo que hubiera sido (2ª parte)

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Quisiera ofrecerles, queridos lectores, una disculpa por la ausencia. Los deberes laborales, aunado a mil y un sucedáneos me han mantenido tan ocupado que no había podido escribir hasta hace poco. Les agradezco infinitamente sus valoraciones y el contacto que unas cuantas personas tuvieron conmigo. El conversar con ustedes, me hizo mucho bien y reitero que mis puertas están abiertas a quien quiera comentar o contactarme por medio del correo electrónico.

Sin más, los dejo con la continuación de aquello que dejé medio inconcluso… nuevamente, explico que esto es sólo una fantasía… una serie de sueños húmedos que logré aderezar un poco… un puñado de ensoñaciones que, muchas veces, me transportan a otra realidad.

De nueva cuenta, va dedicado a… Ana…

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Mientras caminaba hacia el estrado, notaba el peso de todas las miradas de la muchedumbre. ¿Cuánta gente había reunida allí? ¿Doscientas personas? ¿Trescientas? A partir de cierto punto, las cifras dejan de importar y lo único que queda es la masa sin rostro de una multitud.

“Grandioso, se va a arruinar el esmoquin que alquilé”, me dije al notar el sudor que me empapaba la espalda y las axilas. El tiempo parecía transcurrir más lentamente a medida que me acercaba a la posición que se supone tenía que ocupar. Al frente y a la espera, la cual, rogaba al creador que no fuera larga. Sin embargo, las mujeres siempre se han caracterizado por hacernos sufrir en las ocasiones más importantes.

Mi visión se tornó roja y trastabillé a unos pasos de llegar a mi destino, pero logré enderezarme. “Ojalá nadie se haya dado cuenta de esto”, pensé. Recorrí con mirada culposa al gentío para ver si alcanzaba a notar algún tipo de burla, pero, nadie dio atisbo de haberse percatado. Estaba profundamente mareado y nervioso. Me obligué a mantener los ojos abiertos y vi como los contornos de mi visión se oscurecían un instante antes de volver a enfocarse. Necesitaba mantenerme despierto.

Como si mi mente lo intuyera, me hizo, como en muchas otras ocasiones, soñar despierto con la nostalgia de lo pasado y sonreí al recordar cómo es que había llegado a ese momento… Todo había sucedido en Veracruz, hacía cerca de un año…

Eran cerca de las 11 de la mañana. Amanecí desnudo, boca arriba y con la boca de mi futura esposa engullendo mi verga. Ver esa primera imagen cuando despiertas es un privilegio y goce que pocos han experimentado. Me sentía como si hubiese ganado la lotería. Desvié la mirada hacia su cuerpo y no pude evitar sonreír al notar el recuento de los daños. Elena tenía las nalgas y la vulva muy rojas aún (y marcadas). Ella captó mi mirada y sonrió. Se removió sin dejar de mamar, para colocarme sus agujeros a la altura de mi cara.

- Así es como se deben de dar los pinches buenos días – afirmé, feliz de la situación y le practiqué un obligado oral aunado a un beso negro.

- ¡Ahhhh! Buenos días mi amor –me contestó después de un buen gemido cuando notó mi lengua y despegando la boca de mi miembro, pero sin dejar de masturbarlo con sus manos– Cuando desperté y te vi la verga, se me volvió a antojar…

- Me encanta que seas golosa –le contesté y volví a cosquillear sus agujeros con mi lengua. De nuevo suspiró. Sentí su boca llenarse nuevamente con mi inhiesto miembro y no pude evitar soltar un gemido.

Ese sabor agridulce tan delicioso me inundó las papilas gustativas. En un arrebato de placer, azoté con ambas manos sus posaderas y gimió de dolor, pero no se apartó. Repetí la jugada un par de veces. Puedo asegurar que su vagina comenzó a soltar más flujo. Nuestro éxtasis llegó poco después y ambos nos inundamos la garganta de los deliciosos líquidos del orgasmo.

- Lo mejor para el desayuno es leche –afirmó con picardía mientras se relamía. Sonreí ante el gesto.

- ¿Qué quieres hacer? –le pregunté cuando se hubo acurrucado en mi pecho

- Estoy a tu entera disposición –respondió en un suspiro– Desde hoy, tú mandas y yo obedezco.

- ¿Estás segura de lo que estás diciendo? –Le pregunté jugueteando con uno de sus pezones– Después no te vayas a arrepentir, ¿eh? –le apreté con fuerza el pezón a lo que ella suspiró de placer.

- Completamente –me aseguró en un ronroneo y me seguía acariciando el pecho con ternura, pese a que yo seguía pellizcando con saña sus pezones. Como respuesta, me incorporé y ordené comida para la habitación.– ¡Oh!, ¡qué bueno! Muero de hambre. –exclamó.

- Yo igual –respondí tras terminar la orden y la observaba. Su figura me parecía la más atractiva del mundo. Nunca en mi vida había visto algo tan bello, tan lujurioso, tan sensual.– Tenemos hasta la una para abandonar la habitación –expliqué mientras tomaba uno de sus pies y lo besaba. Ella seguía acostada y se dejaba hacer– Y pienso aprovechar el poco tiempo que nos queda…

Ella como respuesta, me abrió las piernas. Yo, al verla así, entregada y descarada, me endurecí. Me dolía el miembro después de la jodienda de hacía unas cuantas horas, pero mi deseo por mi futura esposa, aunado al hecho de que la extrañaba a raudales, me impulsaba a demostrarle mi amor, mi lujuria y todo mi cariño cuantas veces me lo permitiera el cuerpo.

Su vulva estaba irritada y roja, presa de la pequeña paliza a la que había sido sometida. Y, aun así, me invitaba a penetrarla, a lacerar su intimidad con mi estaca. Le solté un firme cachete en el muslo y dos buenas palmadas en su lastimada vagina. Gimió de dolor y placer. Se la clavé entera, hasta los huevos. Ella arqueó su espalda y me abrazó con sus piernas. Yo la taladré frenéticamente desde el inicio, mientras que, con mis manos, amasaba de manera cruel sus tetas. ¡Oh, que placer! Ella gemía con una sonrisa en el rostro mientras permanecía con los ojos cerrados.

Aunque hacía unas horas habíamos cogido como animales, seguía excitado a más no poder. Si por mi hubiera sido, habría permanecido eternamente jodiendo con ella. Quería chuparla, lastimarla, penetrarla, besarla, morderla… en pocas palabras, la quería amar. Siempre.

Me incliné para besarla y me metió su lengua hasta la garganta. Me aparté después de unos momentos y le propiné una cachetada en el rostro, algo fuerte. Sólo me sonrió. ¡Cómo me calienta esa disposición al dolor! ¡Su entrega, su sumisión! “Abre la boca” le ordené y así lo hizo. Escupí y ella tragó gustosa. Como respuesta, le propiné otro cachete. Seguía sonriendo.

Aquellas acciones me calentaron más, si cabe. Bajé un poco el ritmo y tomé sus piernas. Las junté para que su coño apretara más mi inhiesto instrumento. La taladré con un ritmo normal por cerca de 10 minutos más en esa posición y me sentía a punto de explotar. Le avisé que quería terminar en su boca y ella misma se abalanzó sobre mi verga para engullirla. Instantes después echaba toda mi lefa sobre su deliciosa lengua. “No lo tragues, compártelo conmigo puta”, le insté y cuando nos estábamos besando, tocaron a la puerta.

- Un momento –grité y me volví a ella. Era un momento perfecto para una travesura. Mi vena exhibicionista surgió– quiero que te quedes desnuda y no te cubras. En reciprocidad, yo también iré desnudo…

- No –me soltó al instante, roja de vergüenza

- ¿No? –Pregunté con indignación– Es una orden

- No podría… -me dijo con la cabeza gacha– me da mucha pena…

- ¿Y? -volvieron a tocar a la puerta gritando “su comida está lista”– Voy a abrir, tal cual estoy y espero que tu hagas lo mismo, a menos que quieras que te castigue…

Dejé la frase al aire, me di vuelta y caminé desnudo hacia la puerta. Me excitaba el hecho de exhibirme y más aún el de exhibirla a ella. Cuando abrí la puerta, me encontré con una chica de unos veinte años, ataviada con el uniforme del hotel y con una generosa bandeja donde se encontraba nuestro desayuno: dos platos de chilaquiles, agua de sandía, dos bolillos, un par de pequeños platos de fruta y hielos.

La tipa era fea y se notaba humilde. Al verme desnudo y con la polla morcillona, pero aun de buen tamaño, cerró los ojos con una exclamación de sorpresa divertida, evidenciando una sonrisa, atajo, de pena ajena. Volteó el rostro hacia otro lado, mientras su tono de piel se tornaba rojo como un tomate y me tendió la bandeja. La invité a pasar y dejar la comida en la mesita que había en la habitación. La muchacha palideció y abrió los ojos evidenciando un terror puro ante el ofrecimiento. “No te preocupes, no te voy a hacer nada, ya tengo con quién…”

Me interrumpió el sonido de la puerta del baño al cerrarse detrás de mí. Una furia callada comenzó a formarse en la boca de mi estómago, mientras que la decepción me inundaba. La muchacha que traía la comida entró con extrema cautela y cuando me volteó a ver el miembro, cerró nuevamente los ojos y dirigió con fuerza su mirada hacia otro lado. Yo entré detrás de ella y mientras dejaba la comida, rebusqué entre mi ropa para extraer mi cartera y así pagarle.

Ella, completamente apenada y más roja que la grana, tomó el dinero de la comida y los 50 pesos extras que le tendí como propina y salió corriendo sin apenas agradecerme. Yo, nuevamente excitado ante la acción realizada, me dirigí al baño. Cuando abrí la puerta encontré a una Elena muerta de vergüenza, pero sonriente. Yo no pude ocultar mi molestia ante su desobediencia, pero debo reconocer que me había dado el pretexto perfecto para castigarla de nuevo, lo cual, me hacía muy feliz.

- ¿Te vio así? –me preguntó recargada sobre el lavabo y los brazos cruzados

- Por supuesto –le solté de la manera más fría que me fue posible– Y la idea era que te viera a ti también.

- Estás loco –me soltó con una risa incómoda y negando con la cabeza. Se acercó a mí intentando besarme, pero la detuve con un ademán brusco. Su mirada fue de extrañeza.

Sin previo aviso, le crucé el rostro con un buen cachete. La perplejidad cruzó su semblante y antes de darle tiempo a reaccionar, le solté nuevamente otro. Acto seguido, atenacé uno de sus pechos. Exclamó con dolor ante el maltrato, pero seguía sin entender de qué iba aquello. La tomé fuertemente del brazo y la empujé de tal manera que se inclinó sobre el escusado. Le propiné una nalgada fuerte, autoritaria que hizo que me doliera la mano.

- Me desobedeciste –reclamé con un deje de furia en la voz. Otro golpe fuerte cayó sobre su culo. Ella por fin captó todo el asunto y me expuso más sus ya lastimadas nalgas.

- Perdón –dijo y soltó un gemido lastimoso cuando le solté la tercera nalgada.

- Esto no te debería de gustar –comenté al notar la humedad que comenzaba a formarse en su vulva y le propiné tal golpe que casi se va de bruces, pero alcanzó mantener el a equilibrio.

- Perdón –repitió esta vez con un dolor implícito en la voz. Arremetí con cuatro golpes rápidos, pero no por eso menos fuertes– Perdóname.

- Vas a recibir diez golpes más en cada nalga –sentencié con frialdad e intenté ocultar toda mi emoción al poder volver vivir algo así con una mujer– Cuenta cada golpe y pide perdón en cada uno –le ordené con todo el denuedo que me fue posible y descargué el primer golpe sobre su nalga izquierda.

- Uno –soltó con dolor y añadió- perdóname.

Para cuando iba a la mitad del castigo no aguanté más y se la clavé por detrás. Mi verga entró como un guante sobre su concha y ella gimió de placer. Comencé a bombear con brío, presa de la excitación. Ella se movía al compás de mis furiosas embestidas. Tomé su cabello y jalé hacia atrás su cabeza con fuerza, obligándola a arquearse un poco. Con mi mano libre, seguí nalgueándola, mientras la mantenía en un precario equilibrio que se veía menguado con mis idas y venidas.

Le solté el cabello y le di un leve zape, para después sacarle mi verga de su concha e intentar penetrarla por el ojete. “Ábrete tú misma las nalgas, que quiero tu orto zorra”. Obedeció al instante y me ofreció su culo, mismo que penetré con cierta facilidad, debido a que los flujos de su vagina eran abundantes y hacía unas horas también habíamos disfrutado de un obligado anal después de la azotaina que había recibido, lo cual le había dejado el ojete levemente abierto.

Pese a que estaba a punto, intenté alargar aquel placer lo más que pude; sin embargo, no duré más que escasos dos minutos de bombeo frenético en su culo para después inundar sus intestinos con una escueta corrida.

Me dolió en el orgullo percatarme que ella aún seguía sin correrse, pero al instante se volteó y me besó con una indecencia que casi me saca una lágrima. Aunque no la hubiese satisfecho, ella irradiaba una felicidad sincera que era imposible ocultar y aquello me enterneció el corazón de una manera que difícilmente puedo describir. El mero hecho de maltratarla de un modo que podría considerarse criminal y que, en circunstancias diferentes, podrían haberme supuesto pasar una temporada tras las rejas, era un acto que me dividía en dos. Por un lado, había olvidado lo placentero que puede llegar a ser el lastimar físicamente a alguien. Mi lado sádico revoloteaba de felicidad y se gozaba con la tortura de aquel delicioso cuerpo. Sé que ésta declaración podría rayar en algún tipo de desorden psicológico… de hecho he llegado a pensar que en realidad necesito ayuda profesional en ese aspecto, porque no es normal que un ser humano sienta lo que yo siento cuando golpeo a una mujer.

Por otro lado, me sentía terrible al lastimar el cuerpo de la mujer que más he amado. El hecho de herir de alguna manera su persona e incluso insultarla, humillarla y rebajarla, me parecían una ofensa imperdonable. Una parte de mí, deseaba con fervor arrepentirse y ofrecerle una plétora de disculpas, besos, abrazos y demás cursilerías que pudieran, de algún modo, reparar mi falta. Pero… Estaba ella. Elena, a quien no le molestaba que realizara dichas vejaciones sobre su cuerpo y su persona. Es más, se excitaba con aquello y me incitaba a más. Le gustaba, lo disfrutaba. Puedo asegurar que deseaba que yo lo hiciera y que llegara más lejos en mis allanamientos. Es por eso que la amaba tanto y es, también, la principal razón por la que me atrevía a realizar tan inmundas acciones. Recordé y me sentí plenamente identificado con una frase que había salido recientemente en una película de superhéroes: “Sus locuras encajaban perfectamente con las mías”.

- Después seguiré con tu castigo. Por lo pronto, vamos a comer –le dije cuando se rompió el beso y nos dispusimos a desayunar.

Comimos en silencio, dedicándonos sonrisas discretas. Bueno, decir que comimos es un solo una manera de llamarlo. La verdad es que atacamos los platillos con un apetito voraz y, si mi madre me hubiera visto comer, habría citado unos cuantos párrafos del Manual de Carreño. Cuando hubimos terminado y reposado unos instantes la comida, ella vino a mi silla, se sentó en una posición impúdica y me beso suavemente. Despacio, jugueteando tímidamente con mi lengua, mientras sus manos correteaban por mi nuca.

- ¿Tienes energía para un último? –me preguntó con sensualidad. Mi mente estaba completamente dispuesto a violarla día y noche, pero, pese a que mi lívido se encontraba intacto, mi cuerpo me fallaba.

- Me encantaría, pero no creo que mi “amigo” despierte –le dije y señalé con mi cabeza dormido instrumento– está cansado. Lo he sobretrabajado un poco…

- ¿Y si lo despierto? –imploró con el tono de una chiquilla que ruega por un dulce

- ¿En serio todavía tienes ganas? –pregunté asombrado por su calentura y, si hubiera tenido a mi mano una pastilla azul, con gusto la habría tomado para taladrarla, pues me encontraba agotado

- Tengo que aprovechar… -dijo sobando mi pecho para después contonearse descaradamente ante mí y acariciarme por todos lados. Acto seguido, se hincó ante mí y comenzó mamar, chupar y estrujar amigablemente mi verga.

Me rendí al placer que me proporcionaba su boca y sus caricias, pese a que mi pene no despertaba. Estuvo así cerca de 5 minutos, pero me avergüenza reconocer que no logré una erección. Ni siquiera una semi… estaba muerto. Ella notó mi turbación y me miró con una comprensión y ternura como nadie lo había hecho hasta ese momento. En ese instante, me volví a enamorar de ella.

- No te preocupes –me dijo comprensiva. No era condescendencia ni lástima, sino comprensión pura. No había ningún reclamo en su voz, ningún deje negativo. Es más, su felicidad no había menguado en lo más mínimo y eso hizo que la amara cada vez más, si eso era posible.– Así sólo me hubieras cogido una vez, para mi eres todo un semental… Mi semental…

- Déjame devolverte el favor –le rogué y la hice acostarse en la cama. Me enorgullece decir que mis labios, dientes y lengua la hicieron acabar diez minutos después.

Y así fue como terminó nuestra pequeña salida al puerto de Veracruz. Un lugar que actualmente se encuentra sumido en una profunda crisis, pero que para mí siempre guardará un aire de encuentros, de propuestas y de perdón. Elena me había dicho que sí y eso, era lo único que me importaba en el mundo.

Sin embargo, tenía un camino, al menos, terriblemente complicado. Pese a haberlo considerado largamente, aun evitaba anticiparme a la perturbadora situación de hacer pública nuestra unión. Todo lo que implicaba dar a conocer a nuestros familiares y amigos la dichosa noticia resultaría, como mínimo, incómodo. Aun así, había que poner buena cara al mal tiempo y aunque Elena protestó, debido a que ansiaba dormir, tuvimos una plática muy profunda durante la mayor parte del trayecto de regreso a la ciudad y, de la cual, decidimos algunas cosas en relación a nuestra reciente decisión de unión.

Estábamos discutiendo esos detalles cuando por fin llegamos a la Roma antes de que muriera la tarde. Hubiésemos continuado fraguando nuestra idílica unión de no ser por la figura que se encontraba a la puerta de su casa. Debido al “big brother” en el que se han convertido las redes sociales, había investigado un poco y, cuando vi al hombre que esperaba la llegada de mi futura esposa, se formó en mi estómago un inmenso hueco que me sabía amargo. Eduardo, alias “Lalo” (nombre ficticio… ya que el tipo lleva por nombre el de un difunto cantante de ´banda´ o ´norteño´) era el novio de Elena en ese entonces y aguardaba a su encuentro, conversando con la vecina que vendía unas deliciosas quesadillas al lado de su casa.

Él era un conocido de toda la red de amigos en común que teníamos. Probablemente convivimos o coincidimos en fiestas o reuniones, pero, siendo conscientes, nunca había tratado al tipo. Era más alto que yo, con barba y bigote de candado y con porte varonil. Sobra decir que no sabía nada de él salvo lo publicado en su fb. Honestamente, pensé que había terminado con él…

Yo me quedé mudo y mi expresión de enojo debió ser evidente; sin embargo, Elena lo tomó con cinismo y desfachatez. En ese momento, no me causó gracia alguna, al contrario, me encontraba hecho una furia contenida, pero debo reconocer que, cuando hube llegado a mi casa y, rememorando la escena, tuve que masturbarme frenéticamente, pese a estar completamente agotado de tanta jodienda.

- Mira lo que son las cosas mi amor –soltó un tanto burlona Elena y con una sonrisa a medias– vamos a ver si es cierto lo que me decías ayer en la madrugada…

- ¿Lalo y tu...? –intenté articular

- Si –me aseguró sin ningún tipo de remordimiento y con un descaro que me dolió un poco– pero no te preocupes, pronto voy a terminar con él

- ¿Cómo que pronto? –protesté con vehemencia– ¿Entonces por qué te fuiste conmigo y me dijiste que sí?

- Porque no tenía idea de que querías hacer…

- Pero era obvio que quería regresar contigo –la interrumpí con un enojo visible. Comencé a negar con mi cabeza mientras sentía como la bilis subía hacia mi garganta

- Yo no sabía que querías regresar conmigo –me dijo y cuando la miré con obviedad y reproche, cambió de actitud– Bueno, parecía que sí, pero imaginé que solo querías coger y ya…

- ¡No mames Elena! –le espeté

- Pablo, cálmate –me dijo seria y adoptó una actitud picarona– Después me puedes castigar y desquitarte todo lo que quieras. Además, me dijiste que te gusta que sea una puta; pues aquí está tu puta –cínicamente me tomó de la cara y me plantó un beso que casi estuve puesto a rechazar. Casi.– Tú eres mío y yo soy tuya, eso no va a cambiar. Tampoco mi respuesta ni nuestros planes.

- Pero…

- Pero nada mi amor –su mano se dirigió a mi dormido instrumento y le dio un ligero apretón– Además, me dijiste que esto te excita, así que disfruta y despreocúpate, que voy a terminar con él…

- ¿Ahorita? –pregunté aun enojado, pero esperanzado

- No –su sonrisa perversa tumbó mis esperanzas y, pese a mi enojo, su actitud me excitó, aunque no tuve respuesta física en mí– pero pronto.

Sin darme tiempo a responder, se bajó del carro y caminó la cuadra y media que nos separaba de su hogar. El pobre de Lalo ni siquiera se percató de dónde llegaba Elena. La muy zorra le plantó un beso y dirigió una de sus manos a sus doloridas nalgas… con toda la intención de que observara aquello. No pude aguantar así que arranqué y me dirigí a mi casa. En ese instante, reitero, me molesté y me sentí tremendamente mal; sin embargo, pasadas unas horas, me excité terriblemente y me masturbé con el solo recuerdo. Ya me desquitaría con su cuerpo cuando hubiera oportunidad.

Transcurridos un par de días, volvimos a salir y transcurrieron, así, cerca de 3 meses. A veces, durante los fines de semana, íbamos a hoteles a saciar los deseos de la carne. Elena no había terminado aún con Lalo, pero me daba igual. Al fin y al cabo, era mía y cumplió con su parte del trato. Me contaba todo lo que hacía con él y a veces se tomaba fotos con su celular y me las mostraba mientras me masturbaba. Muy a mi pesar, disfrutaba con todo aquello, no obstante, seguía sintiendo desasosiego y ansiedad debido a que no veía para cuando ella terminaría esa “relación”. Aunque no lo admitiera, ella sentía algo por él y, pese a que tenía la certeza de que lo nuestro era mucho mayor, estaba casi seguro que era por ese cariño que no finiquitaba el asunto para regresar, enteramente conmigo.

Por consiguiente, todas nuestras salidas eran, hasta cierto punto, furtivas. Oficialmente yo era el otro, ya que el actual era Lalo. Elena disfrutaba de la situación y de repente, mientras cogíamos, me lanzaba frases como “cornudo, pendejo” o “que rico es tener dos vergas a disposición”, lo que, lejos de ser un impedimento, me excitaba aún más. Incluso hubo una ocasión en que, debido a mi nivel de calentura, me pasé de la raya al lacerar su cuerpo y, en primera instancia, Elena me rogó que jamás volviera a cruzar ciertos límites, pero pasados unas semanas, me rogó que volviera a ser así de duro. Pronto escribiré sobre aquello en un relato aparte…

Así que cerca de 4 meses después de todo aquello, me llegó una noticia que cambiaría mi mundo. Cuando me enteré de todo el asunto y una vez concluido éste, moví mis piezas para lograr algo que había soñado mucho tiempo antes y que, por falta de algunos factores, imaginé que se quedaría en sólo eso, un anhelo. Pero ahora tenía todo a mi favor para realizar ciertas empresas. De manera que, cuando hube tenido todo listo y planeado, le conté la buena nueva a Elena.

Nos habían dado la habitación 415 en ese hotel que se encuentra entre chabacano y viaducto, sobre la calzada de Tlalpan. Era sábado en la noche y ella se había quedado convenientemente sola. Sus padres y hermanos se habían ido a Chiapas a visitar a la familia, pero desgraciadamente estaban remodelando su casa y no podíamos disponer de ella. Ese día y desde temprano, comenzamos un maratón de cerveza que, buena falta nos hacía. Al principio fuimos a Copilco por una deliciosa pizza con cerveza de barril, después nos movimos a un billar cerca del Estadio Azteca, donde vaciamos dos cubetas llenas de indio y victoria, para terminar en el hotel Mexicali. Sólo entrar Elena me besó con pasión mientras desabrochaba con verdadera desesperación mi pantalón. Cuando tomamos, ambos nos ponemos perdidamente calientes y ella, generalmente, se deja hacer más cosas por mi…

- Hoy quiero que me lastimes mucho –me soltó melosa entre beso y beso cuando logró que mi pantalón estuviera en el suelo. Se despojó de su playera negra, quedando solo en bra y pantalón– Estoy caliente como no te imaginas… mira –se alejó un poco de mí, para quitarse su pantalón de mezclilla y mostrarme unas bragas que evidenciaban la abundancia de humedad.

- ¿Estas segura? –le pregunté devorándola con la mirada mientras me quitaba mi camisa, quedando desnudo ante ella, con la verga apuntando al cielo.

- ¿Por qué siempre me preguntas eso si ya sabes que me puedes tratar como a la peor de las putas? –me soltó cuando se desprendía de la poca ropa que tenía, dejándome ver su cuerpo desnudo y dispuesto

- Siempre es bueno estar seguro –le respondí, estático ante la visión de tan hermoso espectáculo. Me sonrió con lujuria y también permaneció parada

- Soy tuya cabrón, para que hagas lo que gustes, sin importar cuanto te implore que pares –sentenció llevando su mano a su vagina y comenzó a masturbarse lentamente

- Si tú lo dices –me acerqué a ella y le solté una cachetada firme. Instantes después la bese. Ella seguía masturbándose y me sonrió. Le propiné otro cachete y ella gimió de placer. La besé con brío y la empujé con violencia hacia la cama– Voltéate y ponte como la perra que eres.

Obedeció al momento y sin esperar más, se la clavé de un solo golpe y hasta el fondo. Sólo sentir mi miembro dentro, comenzó a moverse ella misma. Me apretaba riquísimo. Acompasé mis movimientos a los de ella, mientras, de vez en vez le soltaba una fuerte nalgada, que agradecía con un gemido de auténtico placer. “Tócate para mí”, le ordené y al instante su mano se dirigió a su clítoris.

Me incliné sobre ella para apoderarme de sus bamboleantes ubres y amasarlas con lacerante fuerza. Por momentos, pellizcaba sus pezones y tiraba de ellos hacia abajo hasta que no podía más. Elena se dejaba hacer y eso me encantaba. Soltaba pequeños golpes sobre ellos y pellizcaba aún más fuerte. Tiraba, golpeaba. Ella sólo gemía y soportaba mi peso y mis envites. Al poco rato de maltratar sus pechos, me separé un poco de ella, sin sacarle la verga ni dejar de bombearla, aunque sí disminuí el ritmo. Su vagina era un charco que me inundaba los muslos. Comencé a nalguearla. Firme y continuo. Un golpe a cada una, alternando. “Me vengo mi amor, sígueme pegando” me dijo entre gemidos, mientras la mano que se encontraba tocándose aumentó el ritmo.

No tardó mucho en terminar gimiendo como toda una puta. Yo me separé de ella y la dejé disfrutar de ese orgasmo, que, al conocerla tanto, adiviné que era intenso y, pese a que quería ligarlo con otros y poder obtener yo el mío, la deje ser. Instantes después, me volteó a ver y me dijo “gracias” a lo que le respondí hundiendo mi cara entre sus piernas para beberme sus jugos. Ella me dejo hurgar con mi lengua en sus adentros, mientras soltaba, de repente, pequeños gemidos. Cinco minutos después me despegué de ella, para, ahora yo, obtener mi muerte chiquita. Ella mantuvo sus piernas abiertas, ofreciéndome descarada y obscenamente su intimidad. Amo que sea tan zorra, tan puta… tan adicta al sexo. Yo estaba a punto, y probablemente no duraría ni dos minutos, pero, teníamos toda la noche. Así que la penetré nuevamente y la comencé a taladrar de manera frenética.

El ver sus pechos bambolearse ante mis rápidos envites me excitó a más no poder y casi un minuto después inundé su vagina con una copiosa corrida. Me despegué de ella y le solté un buen cachete en sus muslos. Elena, como tenía ordenado, se acercó a mi verga, un poco morcillona, para limpiarla.

- Tengo una propuesta que espero te guste –le dije cuando nos hubiéramos recostado y después de que nuestras respiraciones se hubiesen normalizado.

- ¿De qué se trata? –Preguntó en un ronroneo, pero al instante se incorporó y me dijo sonriente– pero antes de que me digas, yo te tengo una sorpresa y una buena noticia –me interrumpió con entusiasmo incorporándose para recoger el celular de su ropa. Se detuvo ante mí, buscando en su aparato, pero yo aproveché para dedearla. Ella me separó las piernas, facilitándome la entrada.– Quiero que sepas que oficialmente… ohhh… más lento mi amor… oficialmente terminé con Lalo – me dijo radiante y añadió – pero hice algo que no me creía capaz, pero quiero que sepas que lo hice por ti y quiero que lo veas

Me tendió su celular, donde reproduje un video. Ella, sin apartar mi mano de su concha, se inclinó un poco para engullir mi dormido instrumento. Yo la dejé hacer y me concentré en el video sin dejar de hurgar en sus adentros. En la pantalla se veía a ella misma, grabándose mientras se besaba apasionadamente con Eduardo. El tipo se dejaba hacer y con algunos movimientos de la cámara, alcancé a notar que él le estaba amasando su hermoso trasero.

- ¿Segura que ya terminó todo? –le pregunté con cierto recelo, puesto que dichas imágenes me generaban enojo… pero yo mismo se lo había pedido y, aunque no me gustara lo que veía y estuve a punto de aventar el celular por la ventana de la habitación, tuve que sostener mi palabra. Yo me lo había buscado y me abandoné a la perversión

- Hmm mmm –me aseguró sin apartar sus labios de mi pene, el cual ya comenzaba a crecer, presa de sus caricias bucales y lo que estaba viendo.

Las imágenes en la pantalla cambiaron y ella, aun sosteniendo el celular con una mano, logró desabrochar el pantalón de Lalo y bajarlo un poco, junto con su bóxer. Saltó a la vista un miembro de considerable tamaño que me hizo sentir mal, puesto que era más grande que el mío. Elena, comenzó a mamarlo con hambre, mientras se seguía grabando. En un momento dado, le cedió el celular a él, quien la siguió grabando mientras ella mamaba como si no existiera un mañana. Pese a que me sentí cohibido ante el hecho de que Lalo la tuviera más grande que yo, la realidad de que Elena le hubiera puesto el cuerno conmigo y, además, lo hubiera abandonado para regresar a mis brazos, denotaban un halago tan grande que no alcanzaba a concebir. Gracias a su hábil boca, Lalo no tardó en inundarla de semen que ella tragó gustosa y para la cámara. Aquellas últimas imágenes, aunado al hecho del que había caído en cuenta, hicieron que se me parara por completo. El video acabó ahí, pero no la mamada que yo estaba recibiendo de la mujer que más he amado en toda mi vida.

- Eres una puta –le insulté y ella me miró con picardía, sacándose mi miembro de la boca y comenzó a masturbarme lentamente.

- Soy TU puta –me aseguró, recalcando que ella era de mi propiedad– y por lo que veo, te gustó el video que te hice –dijo señalando la obviedad de mi dureza

- Te amo –le dije y la atraje hacia mí para besarla. Nos recostamos nuevamente, aunque ella no dejó de masturbarme.– Ahora quiero comentar contigo varias cosas.

- Soy toda oídos –me dijo dulcemente mientras me besaba el cuello y la oreja, provocando que yo temblara

- ¿Cuánto costaría construir una casa desde cero? –le solté alejándome un poco de sus labios que pugnaban por hacerme cosquillas en el cuello

- ¿Por qué lo preguntas? –me respondió un tanto confundida

- Si contaras con un terreno suficientemente grande, ¿cuánto costaría construir una casa desde cero? –Le expliqué– Incluyendo materiales, acabados, instalaciones, amueblado, iluminación y mano de obra.

- ¿Por qué me preguntas eso? –Me volvió a preguntar con cierto recelo y se separó de mi– A ver Pablo o me dices que pedo o me dices que pedo, porque conozco esa mirada y esas preguntitas y sé que te vas a poner de misterioso y sabes cómo me caga que te pongas así. –me sentenció comenzando a enojarse levemente

- ¿Tan obvio soy? –sonreí para mis adentros al saberme tan amado. Me conocía perfectamente.

- Sin choros ni nada cornudín mío –me soltó volviendo a tomar mi verga en sus manos y comenzando un lento sube y baja

- Quiero que construyas nuestra casa –le dije sin más, intentando ser lo más directo posible

- ¿Cómo?

- Hace un año murió mi abuelo –comencé a explicarle de qué iba el asunto– y le dejó a mi mamá una herencia considerable. Esa herencia se la entregaron hace una semana a mi mamá… son cerca de 5 millones de dólares…

- ¡¿Cinco millones de dólares!? –Exclamó sorprendida- no te creo...

- Es neta... aunque eso fue lo que le tocó a ella –continué– pero en total había dejado veinte. Se repartieron entre mis otras tías en partes iguales. Lo cual nos deja... a como está el dólar ahorita... un total de casi noventa millones de pesos…

- No mames… es un chingo de dinero...

- Si… millones que mi mamá ya compartió conmigo –le dije y al observar su cara de asombro seguí– obviamente no los noventa, pero si una parte… una parte pequeña, pero suficiente para algunas cosas que tengo en mente… entre ellas la boda

- ¿Es en serio? –me preguntó atónita

- Sí, es en serio y… al principio no sabía qué hacer con tanto dinero, pero después de pensarlo bien, quiero plantearte –comencé, nervioso, pues lo que estaba a punto de proponerle podría fracturar lo nuestro– una cuestión que quizá no te agrade tanto.

- Suéltalo ya –me instó con dulzura.

- Desde hace mucho tiempo… desde que éramos novios te dije que quería irme a vivir a otro lado. Las cosas aquí en el D.F. se están poniendo cada vez más feas y todo… en particular, me gustaría irme a California…

La noticia me había caído de perlas. Aquella suma de dinero me dio un empujón y seguridad que no creía que fuera posible. En ese momento, entendí un poco lo que explicaba el protagonista de “El lobo de Wallstreet”. Así que urdí un plan. Investigué sobre bienes raíces y algunas otras cosas más. Mi idea era, pese a no poder irme a Estados Unidos, vivir cerca de ahí y Baja California era el estado ideal. Descubrí que había una delegación de la dependencia donde trabajaba que tenía como cede Tijuana y comencé a gestionar mi cambio a esa entidad.

Dado que yo tenía visa y Elena también, nos daba la oportunidad de visitar California sin dejar las bondades de mi hermoso país. Además, los precios de terrenos y construcción eran más baratos en Tijuana que en Los Ángeles o San Diego, así que estaba por comprar un terreno en un lugar que se llama Playas de Tijuana. Me había ausentado un par de días del trabajo y volé hacia allá para inspeccionar todo el asunto y quedé enamorado de la tranquilidad, seguridad y modo de vida. Tijuana, pese a no ser estéticamente bonita, poseía muchas cualidades que no pude dejar pasar.

Por otro lado, Elena estaba por terminar la carrera de arquitectura y me pareció un bonito regalo el darle la libertad de diseñar su propia casa. A su gusto, a su modo y con la mayor parte de las libertades creativas. Se lo comenté, de esa manera y ella casi brincaba de gusto.

- Sólo hay un par de cosas que no estoy dispuesto a negociar –le dije, apoderándome de sus nalgas – El estilo debe ser neutro. Nada muy femenino, pero tampoco muy masculino

- Ok

- Y, muy importante –le dije y me callé por un momento, incapaz de adivinar su reacción– quiero que construyas… un sótano de tortura

Lo había dicho. Ese detalle en particular me inquietaba. El hecho de llevar una relación de ese tipo, aunque no en su totalidad me agradaba en sobre manera, pero siempre me quedaba con ganas de más. No sabía si ella quería más o quería menos… Y ese, era precisamente un paso que me daba miedo dar… Aunado a eso, estaba el hecho de que yo me quería ir, literalmente, a la punta del país. Aquello implicaba dejar familia, amigos… y en general toda una vida atrás y me aterraba la posibilidad de que Elena no quisiera o no estuviera dispuesta a desprenderse de todo.

- ¿Para que puedas golpearme a tu antojo? –me preguntó y, para alivio mío, con picardía

- Si… bueno… es más que eso… -balbuceé, pero ella me calló colocando uno de sus dedos sobre mis labios. Notó mi turbado semblante y me sonrió con amor y lujuria. Se colocó sobre mí y se clavó de un sentón mi carajo. Gemí profundamente.

- Mi amor, ¿acaso no has entendido nada? –sonrió y comenzó a cabalgarme lentamente. Tomo mis manos y las posó sobre sus nalgas. Las movió ella misma para que le pegara. Le solté dos nalgadas fuertes. Ella gimió de placer.– Tú eres mi dueño y lo que tú me digas que haga, eso voy a hacer.

- ¿Segura? –pregunté atónito e inseguro

- Más fuerte –me instó y mis golpes restallaron sobre su hermoso trasero– Así mi amor, así… Sé que te gusta… Más… ¡Más fuerte! Y sí, estoy segura… oh… aaaa… de hecho, me agrada la idea mucho…

Mis golpes no cesaban de caer sobre sus nalgas, cada uno más fuerte que el anterior. Mis palmas me dolían y me ardían, pero no quería parar. Ella me cabalgaba rápido y yo la taladraba con fervor. Me encontraba en un éxtasis insuperable y no quería que terminara. La seguí nalgueando con furia, escuchándola gemir de dolor y placer. No mengüé en ningún momento los golpes, que seguían lloviendo sobre ese par de glúteos ya maltrechos. Elena me miró con una cara de dolor evidente, pero me sonrió al instante y eso fue mi detonante… no pude más y la inundé con mi cimiente.

Ella, al sentir que me había venido, comenzó a masturbarse mientras me dijo que le siguiera pegando. No tuvo que decírmelo, pues, pese al dolor de mis manos, la seguía nalgueando. A los pocos instantes, ella también tuvo un orgasmo y se dejó caer sobre mi pecho, completamente rendida. Yo, sobaba sus nalgas, las cuales estaban completamente hirviendo.

- ¡Qué delicioso orgasmo! –exclamó entre suspiros

- Gracias –alcancé a decir, también con la respiración entrecortada.

- Puedes seguirme pegando –me dijo

- Pero ya te duele, ¿no? –le pregunté sorprendido

- Sí, pero sé que eso es lo que más te gusta –me dijo aun pegada a mi pecho

- Pinche Elena, sabes que te va a doler y aun así te pones –le dije y le solté una tanda de cinco nalgadas totalmente inmisericordes que la hicieron gemir de auténtico dolor; sin embargo, no se despegó de mi– eso, créeme que me gusta más que nalguearte

- A mí también me gusta que me pegues –me dijo. Nos quedamos en silencio, sólo roto por los golpes que seguían recibiendo sus posaderas y los gemidos que ella profería al recibirlos. Puedo decir que, aquellas nalgadas, pese a ser duras, eran con todo mi amor.

Aquella sumisión y disposición al dolor que yo le pudiera infringir le devolvieron la vida a mi miembro que aún se alojaba dentro de ella. Elena lo sintió crecer dentro de sí y me sonrió con dulzura. Pero en ese momento, no quise taladrarla. Quería quedarme así, unido a ella. Simplemente siendo uno mismo.

- Entonces… ¿Te vendrías a vivir conmigo a Tijuana? –le pregunté después de un rato de no decir nada, pese a que seguía con la verga parada y continuaba golpeando sus nalgas con mis manos.

- Pablo, contigo, yo me iría hasta el fin del mundo…

Tuve que meter la mano a la bolsa para simular la creciente erección que tenía. “Mierda, ¿cuánto más va a tardar ésta mujer?”. Pero poco después suspiré al escuchar la canción que anunciaba su entrada. Me había costado mucho convencerla de aquello, puesto que es extremadamente difícil que una mujer lo concediera y, gracias a ese detalle, me ató completamente a ella. Mi pecho se hinchó de orgullo al escuchar las conocidas notas del himno de “La Champions”. Inmediatamente noté las risas, el asombro y el buen humor que se esparcía entre los hombres del lugar. Algunos amigos me ovacionaron en silencio hasta que todos voltearon la vista hacia la entrada.

Y ahí estaba ella. Elena. Vestida de blanco…

CONTINUARÁ…

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