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Ay los sábados... (2 de 3)

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Sencillamente ocurrió.

De hecho es difícil todavía conocer en profundidad “porqué” ocurrió.

Y mucho más difícil es concretar en que momento ocurrió.

Pudo ocurrir, cuando al principio de todo, mamá se echaba la siesta los sábados, de forma esporádica, junto a su hija, a petición de ésta.

En realidad “petición” no es ser fiel a los hechos: Eran imploraciones insistentes y pesadas que sonaban como...

-porfa, porfa, porfa, porfa, mama, porfa, porfa. Principalmente en invierno. Por alguna razón, a la niña le encantaba como olía su camita después. Porque tenía que ser en la camita de la niña, claro.

Las sabanas estaban recién cambiadas de la mañana y ya no se tocarían en todo el fin de semana. Por lo tanto, ese olor duraba también. ¿Qué era? ¿Su champú+acondicionador ? ¿su perfume? Noo, pensaba la niña, no puede ser eso. Tenía que haber algo algo más.

La mamá de Raquel era una mujer guapa y coqueta. Muy femenina. Cuando la moda eran leotardos por encima de la rodilla con minis para insinuar tan solo un poquito de muslo, ella vestía así.

Cuando la moda era vaqueros “superslim” que marcaban la sensualidad de sus piernas, ella vestía así.

Cuando la moda eran los push-ups, sin necesidad de usarlos debidos a las generosas tetas que tenia, ella vestía así. Cuando la moda eran esas botas dominantes de tacón por encima de unos leggins, ella vestía así. Sin duda era una mamá muy guapa.

Ese cabello negro negrísimo, largo y sorprendentemente liso, necesitaba de mucha peluquería. Vaciados, puntas y mantenimiento en general. Mucha peluquería también significaba una manicura cuidada y sexy. A veces en morado. A veces en rojo. A veces en verde. Con sus anillos y pulseras doradas, nunca plateadas, se la oía caminar por donde fuera y era inconfundible. Al girarte esperabas ver una enorme largirucha estúpida y creida, sin embargo, veías una cara amable y sexy, una chica bajita con unas tetas quitaban el habla, que desprendía sensualidad involuntaria, simpatía y desparpajo por sus negros ojos, por su piel morena...

La niña nunca perdió detalle de lo guapa que era su madre. Se sabía toda su ropita, y como la combinaba. Iban de compras juntas.

Desde siempre la había querido y admirado. Desde bien pequeñita. ELLA siempre estaba allí.

Cuando tenía hambre, sueño, ella lo remediaba. Cuando no tenía ganas de ir al cole, ella lo remediaba. Nunca la reñía. Era el modelo de educación basado en el diálogo.

En esas siestas, pensando en porque mamá olía a mamá, se dormía abrazada a ella por detrás. Despertaban cogidas de la mano, con un beso de buenas tardes y a merendar. Pero Raquel ya solo pensaba en la noche.

Toda la cama olía a ella, por supuesto la almohada también. La niña se restregaba sin saber porqué ni como contra la almohada que olía a mamá. Hasta que dejaba de tener ganas de restregarse.

Pudo ocurrir en una de esas noches de sábados de friegas contra la almohada, en que se levantó a beber agua, y escuchó lo que claramente era sexo en la habitación de sus padres.

Escuchó largo rato, pero sin saber que era aquellos ruidos, ni que hacían. Pero si supo cuando escuchó a mamá gemir sin control, que algo bueno le estaba pasando. Papá también se vino al momento, pero a la niña no le interesó ese ruido. Que le había pasado a mamá, se preguntaba la niña. ¿tendría dolor?

Siguió entonces, de sábado en sábado, saliendo a escuchar, aquello que cada vez iba entendiendo más, claro, y que por algún motivo cada vez le distraía más. Mamá sollozaba mucho, después nada, después se oían besos, después nada, después volvía a chillar como si no quisiera chillar, y decía “Amooor...”

De cualquier manera la niña se iba a su camita sin haber sacado nada en claro, pero al sábado siguiente volvería a bajar para escuchar. Pero al entrar en su cama y oler a mamá, invariablemente se restregaba contra la almohada, ¡que feliz que la hacía mamá, sin saberlo!

En mi opinión estaba cantado que la nena quería más, pero os aseguro que el siguiente paso, el siguiente nivel fue de casualidad.

Buscaba su pulsera favorita. Salió de la ducha y cayó en la cuenta que no la llevaba. Bueno, estaría con las cosas del colegio. Por la tarde al volver a la escuela no estaba. Al llegar a casa, algo ausente, registró su habitación. Nada. Registró por tercera vez su mochila. Nada. No quería preguntarle a mamá por que todavía la situación no era grave. Ya está, pensó.

Aquella mañana se había ensuciado toda de barro y por eso se duchó y al mediodía echó a lavar los vaqueritos azules. En el bolsillo de los vaqueritos, antes de ducharse se la había quitado, pensó.

Si. Efectivamente allí estaba, pero removiendo la ropa de la lavadora que todavía no estaba en marcha ( primera casualidad ) le vino una ola de olor a mamá, más perceptible que la que dejaba en su camita los sábados. Dios, mucho más perceptible, pensó. ¿De donde venía? Mamá estaba en el comedor mirando la tv. Entonces lo hizo.

Olió las prendas sospechosas de emanar ese olor. A la primera la encontró.

No le interesó esa coqueta chaquetita de punto con ese escote inmenso que tanto la gustaba. Ni ninguna de las camisetas básicas con cuello de pico que marcaban las tetitas de mama. Tampoco los sostenes. Lo primero que olió y acertó eran, obviamente las braguitas violetitas, que nunca antes había visto. Eran preciosas, pensó distraida. Pero el olor era ese. Sin ningún género de duda.

No se hable más, pensó, y decidídamente se las llevó a su habitación.

Aquella noche disfrutó de su almohada que tan bién olía a suavizante de aloe vera, pero no a mamá. No tendría que esperar al sábado.

Esperando a que se durmieran sus papas, casi se duerme ella, pero afortunadamente no lo hizo.

Curioseó esa prenda como si fuera un hallazgo arqueológico o una nueva forma de vida. Así que es de aquí que sale ese olor.

Y actuó instintívamente.

Sin pensar, se las puso pegadas a la cara, de lado, de manera que los agujeros para introducir las piernas le quedaban una en la frente y otra en la barbilla, para poder sujetarlas por detrás de la cabeza y que no se cayeran. Como una experta había logrado que quedara pegadita a su nariz el centro donde mamá depositaba su coño, sin saber la nena que realmente era de ahí que salí ese olor. Simplemente pensó que era sudor o algo así, pero que bien olía.

Cabalgó la almohada hasta bien tarde, y por fin pudo acabar, respirando como si estuviera muy cansada. Cuánto quería a su mama.

Se quitó las bragas de la cara y se quedó pensativa boca arriba en la cama, con su baby de Hello Kitty arremangado hasta las rodillas, mientras se acariciaba sus partes, pues “le picaban· después de la acción.

Tuvo frío.

Era tan buena, pensaba, tan linda, que...se puso las braguitas de mamá otra vez en la cabeza y se puso a cabalgar de nuevo la almohada con frenesí. Esta vez sin nada entre la almohada y su cuerpo. Nunca antes lo había echo así. Y, claro, fué maravilloso y rápido. Que tacto, por dios.

Quería más, así que se mientras se restregaba las bragas de mamá contra su cuerpo para oler a ella pero sin saber muy bien, de hecho, porqué lo hacía, se estuvo acariciando su vulva con las bragas.

Oh que bueno está esto pensaba. Y continuó con esos sorprendentes orgasmos de madrugada.

Hacía ruiditos casi como mamá, pero no se daba cuenta.

Es curioso que en ningún momento su consciencia la traicionaba diciéndole que eso no estaba bién. Estaba genial. Ni se lo preguntó. Para nada tenía la sensación de estar “pecando”.

Pero también pudo ocurrir cuando a papá le cambiaron el turno y comenzó a trabajar los sábados en el hipermercado. Papá era una persona importante, le habían dicho a Raquel.

Y una mañana de primavera sintió frio, y llovía a cántaros.

Y otra vez sin un motivo claro decidió irse a dormir con mamá cuando papá se hubo marchado muy temprano.

Mamá ni se enteró. Simplemente abrió los ojos cuando se dió media vuelta en la cama y se encontró a su hija dormidita como un tronco. Le acarició y Raquel se despertó también.

-Buenos días, cosita- Le dijo la madre en voz baja.

-mmmm- dijo la niña, realmente dormida aunque tenía esa expresión tan tierna de estar con los ojos abiertos pero soñando todavía.

Cuando despertó de veras, lo primero que sus ojos adormecidos enfocaron fueron las enormes tetas de su madre por ese generoso escote que solo un camisón tiene.

-Que sueñito tienes, amor ¿Dormimos más?-sugirió la madre. Era sábado y estaban la mar de bien las dos bajo las mantas.

La nena asintió, y se volvieron a dormir.

Bueno, en verdad solo mamá. Que se quedó dormida de ladito hacia su hija. De repente algo la poseyó y la hizo actuar sin pensar en porqué.

Le pasó los deditos por encima del suave camison y por encima de los pechos de mamá.

Notaba los pezones. Notó la blandita y extraña consistencia que tenían unas tetas tan grandes, caiditas de lado.

Quisó saber si olían como a ella la gustaba, así que acercó su carita a los pechos. La acercó mucho. La verdad es que oliá a mama, pero no demasiado. No tanto como aquellas braguitas que ya había devuelto a la lavadora, por si acaso.

Pero que tacto tenían, las siguió tocando por encima del camisón. ¿por que no por debajo?

Bueno, ella no se lo preguntó así, sencillamente metió su manó por debajo del camisón que tuvo que arremangar con sumo cuidado, lo cual le llevó mucho tiempo.

Cuando hubo llegado a las tetas, paró un momento, todo estaba en orden, mamá bién dormida. ¿Debería?

Otra vez no se lo preguntó y comenzó a acariciarlas con suma suavidad.

La situación no tenía morbo para la nena, pero siguió descubriendo el tacto de esos pechos. Largo rato.

Mama entonces hizo ademan de despertarse y la niña improvisó que estaba durmiendo.

Mama despertó con su nena abrazada a ella con una mano en su teta por debajo del camisón. Algún extraño sueño, pensó. En realidad le hizo gracia y la despertó de buen humor.

-Neena- susurró -¿que sueñas mi vida, ja, ja?

La niña se hizo la extrema dormida a la perfección y de golpe le dio un besito en la frente y otro en la nariz. Un besito de hija a mamá, de buenos dias. Y sin más se levantaron juntas a hacer pipí y desayunar, por este orden.

La semana transcurrió agustiosamente lenta. No pudo conseguir otras braguitas. Fué de auténtica mala suerte, pensaba, porque no me digan que no se cambió las braguitas en toda la semana. Mamá era la cosa más presumida que conocía. Más que su querida Minnieh. Pero siempre se encontraba la lavadora vacía o en marcha.

Esperó pacientemente al siguiente sábado. Concentrada en un nuevo despertar con mama, no salió a escuchar si sus papas jugaban. Y se fue a dormir bien prontito.

Al escuchar el Land Rover de papa, se dirigió por fin a la enorme cama de mama.

-Hola mi vida- susurró su mama bien dormida.

Y siguió durmiendo.

Volvió a sentir el tacto de la caliente piel de su mamá, en el maravilloso cobijo de la manta de mamá. Volvió a manosear las enormes montañas de mamá, pero esta vez introdujo su cabecita también por debajo del camisón.

Quería ver esas maravillas en directo. Alucinó con los pezones de mamá, ¡se hicieron más grandes, por momentos!.

Por fin se dicidió por probar su sabor. ¿por qué? Por nada, no lo sabía. Lo hizo y punto. Le supieron genial, pero tambien le olieron genial.

Comenzó por uno, creciendo su su boquita el pezón, le daba suave besitos con cuidado, como si se fueran a asustar. Olía diferente, y también olía su propia saliva, todo junto muy raro. Muy nuevo.

Cuando estaba trasladándose con cuidado hacia el otro pecho mamá se despertó.

-¿Pero que haces cariño? -Le preguntó sorprendida mama.

La niña se hizo magistralmente la dormida, para luego hacerse la sorprendida.

-No lo se, mamá.

-Anda, vamos a desayunar cariño, que estas muy rara.

¿Podía ser que la niña la estuviera tocando, lo que se entiende por “tocar” ? Se preguntaba la madre. Imposible, se respondió ella misma. Estaría soñando y no le dió más importancia.

La niña si le dio importancia y celebró su avance y que mama no la riñiera con una masturbación contra su almohada que olía a mama aquella noche, ya que de nuevo durmieron la siesta juntas. Mama difícilmente se negaba a las peticiones de nena. ¿Una masturbación dije? No, en realidad fueron varias durante la semana.

Ahora se excitaba tan solo con recordar aquellos sábados.

Para colmo, una de aquellas semanas volvió a conseguir unas braguitas de mama.

Estas eran negritas con blonda. Qué bonitas, pensaba la niña.

Se las imaginaba las manos de mama desdoblando esas braguitas. Con sus uñitas de azul celeste. Se imaginaba ponerselas, introduciendo sus hermosos pies con las uñas a juego con las manitas. Se imaginaba estirando el elástico para dejarlo de golpe con un gesto que significaba “ya está”.

Pero luego se las imaginaba en los tobillos de mama. Con su pulsera de tobillo de oro en forma de cuerda, tan brillante. Y como doblaba esa piernecitas, con esas rodillas tan redonditas y marcadas que tanto le gustaban también, y como con sus manos, con esa piel morena y brillante por la crema bronceadora, se las quitaba.

Eso la excitaba más, y se venía fuerte como si se hiciera pipí.

Costaba no emitir soniditos, se preocupaba la nena, pero era genial. Siempre podía hacer la dormida, pensó riéndose.

Años después también se reiría de ella misma a carcajadas, con las bragas de mama en la cara masturbándose. Esas cosas las hacían los chicos, pensaría.

Definiticamente, ya había ocurrido. Pero como decía al principio es difícil decir en qué momento. Ya se había enamorado de mama, eso por supuesto.

Un sábado cualquiera, normal como cualquier otro, estaba Raquel besando los pechos de mamá, esperando a que despertara. Mamá la dejaba hacer. Total, la niña me quiere ¿eso es malo?, pensaba. Yo también la quiero a ella ¿Y qué?

La mama sin embargo, cada sábado se excitaba más, pero era un sentimiento que se entremezclaba con el sueño.

Como la dejaba hacer, se despertaba, pero luego se volvía a dormir en el silencio de la mañana escuchando los besitos y ruiditos que hacía su nena.

Una de las veces se despertó y la nena no estaba “en sus tetas”. Raquelita estaba abrazada a sus piernas, con una bracito en cada pierna, y su cabecita apoyada en su vientre, bien cerca de su coño.

¿Que haces ahí abajo mi vida?¿Se puede saber?-preguntó susurrando la madre.

La niña estaba dormida, aunque sabemos que era una gran papel que desempeñaba.

En fin, pensó la madre, si la niña está feliz. Hay que ver lo tontita que está con el tema, pensó la madre.

Se volvió a dormir. Era genial dormir con su nena hasta las tantas por fín después del ajetreo de la semana.

La nena, cual soldado en una trinchera, esperó a escuchar las respiración profunda de su mama dormida, serían las once por lo menos, pero todavía dormía. Y siguió oliendo a su madre. Ya había descubierto el olor de las braguitas pero aquello era demasiado. Era de Ahí de donde venía, que bién, pensó la niña. Lo había descubierto.

Aquella noche pensaba en como había besado por horas las tetas de mama, cómo había besado su ombligo su vientre, sus piernas, hasta sus pies sin acabar de descubrir lo que quería pero que le reportaba unas sensaciones increíbles. Antes de recordar cómo llegó a su monte de venus, ya se había venido un par de veces.

Aquella semana transcurrió a la velocidad de la luz. Cada noche disfrutaba de su mama, sin ella, claro. Con su almohada. Aún disponía de unas braguitas celestes.

Y casi sin esperarlo estaba de nuevo, el sábado de madrugada a la espera de que se marchara papa, y acto seguido era de día, y estaba en la entrepierna de su mama besando aquellas braguitas ( rosas en esta ocasión ) y palpando con su boca la carne que contenía por debajo. Estaba caliente, parecía bien blandita y olía a pura mama. Tenía que quitárselas. Pero ¿Cómo?

Mama estaba boca arriba, dejándose hacer, en realidad ya no tenía el sueño muy profundo, pero dejaba hacer a su hija. Algún extraño juego tendría en su cabecita loca.

Era complicado quitarle las braguitas a mama en esta posición sin que no se diera cuenta, pero lo intentó. La parte de adelante se movió pero claro, la parte de atrás no había manera de que bajara. Ella no tenía fuerza para hundir el colchón como para que se deslizaran las braguitas hacia abajo.

Mamá levanto entonces la cabeza pues no veía a su nena. Le había dejado los pezones como flechas apuntando al cielo. La había bañado de besos y caricias, todo eso sí lo había notado. Le besaba la entrepierna, bueno y que. Pero hacia bastante rato que notaba nada. ¿Se habría dormido? Levantó la sabana para mirar qué hacía su nena y descubrió que luchaba con sigilosos movimientos para quitarle las braguitas (!!) Entonces OCURRIÓ.

Entonces comprendió qué estaba pasando. No supo que hacer, que pensar, que decirla.

Ella de hecho, la había dejado llegar hasta este punto, que inocente había sido, pero ¿como iba a sospechar que de verdad le gustaba a su hija? Tan dulce, tan joven. ¿Por qué había ocurrido eso?

Y mientras se hacía esas preguntas actuó de forma instintiva, no pensaba. Sencillamente levantó un poquito de nada el culito para que su nena pudiera quitarle las braguitas por fin, a lo que la nena la miró sorprendida, pues esta vez la había pillado de lleno y no se hizo la dormida.

¿Si? ¿Puedo?

Parecía preguntarle a su mama con la mirada.

La mama poseída por el calor de su cama, de su nena, o que sé yo la respondió también con la mirada y con una sonrisa de complicidad, ya se había dado por vencida.

Sí Vida mía. Continúa.

Pero no te va a gustar mi cielo- susurró de forma casi imperceptible.

Pero la niña no le hizo caso, y por fin saboreó aquello que olía tan especial. Aquella carne tan blandita. Se empapó todo la cara de mama, sin reparo alguno.

Por fin saboreó a mama.

Entonces ocurrió.

(9,50)