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Historia del Chip (030) Noche de bodas - Kim 012

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Kim ya estaba cansada de mantener la respiración. Así que ver la cama de la habitación le pareció el paraíso. Mientras Roger se escapaba al baño, ella soltó las pinzas del vestido, respiró a gusto y se colocó los mocasines. Pensó por un momento si una venda estaba fuera de lugar. Ya era tarde, no tenía ninguna, aunque podía mantener los ojos cerrados. No se quitó los cuarzos de las orejas, aunque resultaban molestos. Roger había estado toda la noche jugando con ellos y con el punto de dónde colgaban.

Ojos cerrados, calzados los pies y las orejas. Piernas infinitas alargadas por los pies obligadamente curvados hacia delante. Kim sabía que le gustaría, sin olvidar que iba a ser la primera vez que la veía así. Cierto cosquilleo le surgía desde la vagina. Roger llevaba ya un rato contemplándola cuando le preguntó.

—¿Tienes algún plan?

Kim asintió. No dejó de notar los pendientes, obedientes mientras seguían el movimiento.

—Un segundo ataque a tu miembro viril. Después una exhaustiva inspección a mi cuerpo. Cuando eyacules por tercera vez, me gustaría, si te parece bien, recibir una compensación.

Mary le había hecho prometer que nada para ella, por lo menos hasta el tercer orgasmo de él. No estaba nada de acuerdo con el plan. Pero si no hubiera aceptado... terminaría pagando las consecuencias. Estaba tan excitada y húmeda que se hubiera follado a una docena de serpientes de cualquier tamaño. No dejó que Roger contestase. Podía hacer lo que quisiera. Era su esclava. Notando como las pantorrillas protestaban ante su brusco movimiento llevó su teta derecha a la boca de él. Para impedirle hablar o para alimentarle, se le podía dejar alguna duda. La respuesta de Roger no tardó demasiado. Le introdujo el pene en la vagina y soltó su espeso líquido.

A Kim le hubiera gustado pensar que resultó algo especial, pero ni se le ocurrió. Sabía que tenía acceso a varias mujeres más con las que estaba más relajado pues no podían tener orgasmos con él. Se centró en lo importante.

—Bien. Ahora que hemos llegado a la siguiente etapa... ¿Puedo verte y tocarte? —preguntó inocentemente.

—Te mereces una compensación, pero quítate todo —requirió Roger. Kim se negó.

—Ni hablar. No pienso quedarme desnuda contigo. ¡Serías capaz de aprovecharte de mí! —enunció con alegría, desviando el tema. Si se quedaba sin los mocasines, tendría el orgasmo al instante. El chip detectaba la presencia de Roger.

Notó como los pezones eran agredidos. Llevó los senos todavía más hacia los dedos batalladores, con orgullo. Eso era bueno para sus intereses. Estuvieron hablando un largo rato.

—Kim, el juego siempre consiste en centrarse en tu cuerpo —afirmó Roger como si hablase de comprar el pan.

—Cierto, mi amo. Pero seguro que te resulta agradable que te toquen —contraatacó Kim.

—No digo que no, pero date por vencida, cede a tus impulsos y luego me exploras un pequeño rato —propuso Roger que había decidido observar pacientemente como los pezones explotaban.

Fue una noche inolvidable para ambos. Cuando terminó, Kim acabó pidiéndole ser su esclava. Sin condiciones. Roger, sin llegar a tanto, si que sugirió que aumentasen la apuesta, los rigores para Kim. Se despidieron con ese compromiso. Los dos muy satisfechos.

*—*—*

Gradualmente, Kim se acomodó más y más a las exigencias de Roger, que resultaba insaciable. Tenía dos chicas más para divertirse, lo que no era demasiado para los tiempos que vivían y le permitía a Kim recibir más orgasmos de lo habitual o al menos eso le decían otras mujeres. Así que estaba contenta. Roger parecía estar excitado a todas horas y le gustaba que disfrutase tanto como él. Iban a pasar el fin de semana juntos, al pie de una estación de esquí. Kim supuso que pasaría frío. Hoy llevaba una falda roja de cuero, alta en la cintura, abierta y con vuelo. Así que mostraba las piernas. El top de cuero, negro y de cuello alto, se ajustaba perfectamente a sus pechos, apretándolos. Los pezones trataban inútilmente de horadar el fino cuero, más ligero que el de la falda. La tela superior se iba estrechando desde una banda que no llegaba a cubrir los pechos por delante y se convertía casi en invisible por detrás. Por los laterales, los senos no necesitaban hacer esfuerzos para mostrarse en su totalidad y además debido a la precaria sujeción, bamboleaban si no los mantenían pegados a la chaqueta de Roger. Kim se moría de envidia, cuánto hubiera deseado un abrigo similar. Sentía los pechos, la espalda y las piernas frías.

En el jacuzzi del hotel, con los dos desnudos y después de haber saboreado Kim el esperma de Roger, estuvieron explorándose mutuamente. De manera delicada, con lentitud, primando más la sensualidad que la sexualidad. Por alguna razón, Roger encontró el momento adecuado.

—Cariño, te quiero enseñar algo. —Sacó una revista, -Sexy Bondage-, y abrió una página marcada.— Me gustaría que siguiéremos las directrices de este artículo.

Kim comenzó la lectura.

La nueva sexualidad

Entre los jóvenes de hoy en día se está observando un nuevo tipo de relaciones, las que se denominaron en su momento de ‘dominación’. La aparición del chip supuso un cambio en las relaciones humanas cuyo alcance final no podemos vislumbrar. Es su origen, su causa primigenia, el tema de este artículo: cómo las nuevas condiciones van a imponer una nueva sexualidad a las mujeres o a facilitarles la tarea para encontrar el erotismo perdido.

Imagino que conocen perfectamente, por su dimensión mediática, el caso de Lindsey Evans, la conocida actriz y cantante. El año pasado anunció que no volvería a llevar ropa interior… salvo por permiso expreso de su amante habitual. El debate surgido a partir de su anuncio sólo puede ser calificado de salvaje. Inmediatamente surgieron centenares de parejas que declararon que seguirían igual comportamiento. La ley no prevé sanciones para el incumplimiento de normas consensuadas entre individuos y no puede inmiscuirse en asuntos privados en las relaciones de las parejas. ¿Hasta que punto se trata de un comportamiento íntimo? Cuando Lindsey sale al escenario, sus fans saben que, debajo de sus cortísimas faldas, no hay braguitas. Y, como efecto mimético, muchas adolescentes acuden al concierto sin nada debajo excepto un cuerpo joven y fértil. Con la aquiescencia de sus novios, si lo tienen. El fenómeno podría ser considerado una anécdota, hasta que se indaga un poco.

Existen multitud de mensajes en las redes sociales, repletas de compromisos, de audio o escritos, con reglas explícitas, sanciones, premios y castigos. Mujeres que no deben cerrar las piernas o cruzarlas. Féminas que no deben tocarse, sólo su amante tiene permiso para ello o chicas que deben darle diez orgasmos a su amante antes de tener el derecho a uno propio. Son innumerables las opciones que están escogiendo las nuevas parejas.

Podría creerse que se trata de una continuación del juego sexual fuera de la cama. También que la dominación masculina es el componente principal de estas actividades. Sin embargo, los testimonios de estas mujeres muestran un aspecto muy diferente. Mujeres con pareja estable, sexo y placer habituales, deciden someterse libremente a los juegos de poder de sus parejas sin otro ánimo que el complacer a su amado, a veces con enormes rigores y sacrificios.

Después de entrevistar a una veintena de estas mujeres, he encontrado una sexualidad innovadora, un ferviente deseo de ser adecuada a los ojos de su amante. Un amor inconfundible. El aroma de la sumisión.

Cuando levantó los ojos de la revista, sonrió a Roger.

—Estoy de acuerdo con el artículo. Yo me siento feliz cuándo cumplo tus expectativas.

Roger la besó mientras jugueteaba con los pezones medio escondidos en el agua.

—Quiero saber si estás dispuesta a cumplir con un estricto protocolo, basado en parte en lo que dice la revista, más estricto y pensado para ajustarse a mis deseos —indagó cuando terminaron de besarse

—¿Podré seguir teniendo orgasmos? —preguntó con voz ansiosa Kim.

—Tendrás que ganártelos —respondió tranquilamente Roger.

—¿Cómo?

—Será una mezcla de tres cosas: perfección, capricho y azar.

La expresión de Kim denotaba su completo estupor y Roger, pellizcando los pezones de Kim fuertemente, siguió explicando su protocolo.

—Perfección implica que, si no cumples con tu papel de forma impecable, no habrás ganado el orgasmo, capricho implica que sólo si deseo darte el orgasmo podrás tenerlo y azar que tiraremos una moneda. Sólo si se cumplen las tres condiciones y en el orden adecuado podrás tener el orgasmo. De ti sólo depende la primera premisa: la perfecta aplicación de las reglas que se te impongan.

Kim pensó en ello con cierta inquietud, sin imaginarse adónde le llevaba todo esto. Mientras, Roger seguía pellizcando sin tregua los pezones. Decidió expandir más el pecho para que su novio comprendiese que no se iba a amilanar.

—¿Por qué tantas molestias? Siempre tienes la opción de negarme orgasmos —apuntó Kim tratando de no pensar en sus pechos.

—Deseo entrenarte para que disfrutes con el dolor. De forma gradual, que los dos emprendamos este camino juntos. Quiero saber que tu cuerpo me anhela y aprecia lo que le otorgo —contestó un relajado Roger, sin dejar de pellizcar.

—¿Seguiré siendo tu novia? —preguntó de nuevo Kim, sin entender demasiado.

—Naturalmente, pero aprenderás a ser la perfecta esclava de dolor: anhelante de satisfacer mis deseos por encima de tu satisfacción o tu comodidad. Orientada a mis deseos. Todos tus sentidos implicados hacia la relación.

—¿Y si no puedo aguantar? —preguntó una vez más de una forma que casi parecía una aceptación.

—Podremos considerarlo un fracaso de ambos. Será misión mía aprender a establecer los límites adecuados pedir o exigir lo que puedes dar. Con suerte y habilidad conseguir que tú misma te adecues a mis necesidades o a las fantasías que me surjan.

—¿Puedo pensarlo? —preguntó Kim sonriéndole con devoción. Roger asintió.

Después de la cena y antes de dormir, Kim vació a Roger y se echó a junto a su príncipe azul, desnuda, si bien sin orgasmo. Ya supo en ese instante que diría que sí.

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