Nuevos relatos publicados: 13

Primeros amores con Alexia

  • 4
  • 15.324
  • 9,32 (19 Val.)
  • 0

Mientras mis manos aferraban mis nalgas y le ofrecían acceso a mi intimidad, Alexia condujo su sexo al interior de mi ser. Lo hizo con la mayor delicadeza posible, pero mi cuerpo no conocía cuerpo extraño que lo invadía ni aquella húmeda sensación que lo invadía, por lo que durante los primeros minutos sentí cierta incomodidad. No obstante, la suave cadencia a la que se me sometía fue haciendo que mi cuerpo, como arrullado por una nana, fuera dejándose llevar.

– ¿Te molesta, darling? – me preguntó, preocupada.

– Duele un poco – respondí con sinceridad, pero sin darle mayor importancia.

– Lo siento, si quieres paro – me ofreció.

– No, no. Sigue – la espeté –. Me duele, pero me gusta que me duela por tu culpa.

Su mano acarició mimosa mi espalda, como la de una maestra orgullosa del alumno que ha aprendido perfectamente la lección y ni siquiera titubea al repetirla. Sus labios descendieron hasta mi nuca; su beso fue suave y lento, como si primero quisiera degustar el sabor de mi piel antes de darse un festín con mi cuerpo. Tras su beso, sin aviso alguno, llegó la primera sacudida.

No fui consciente de que se retiraba de mi interior hasta que estuvo prácticamente fuera. Y antes de poder preguntar qué sucedía, movió sus caderas, penetrando en mí con una furia que me hizo gritar y caer de bruces. Habría querido decir algo, cualquier cosa, pero sus siguientes movimientos hicieron que mi cuerpo se sobrecogiera con oleadas de calor, dolor y placer, todo ello entremezclado en un agradable cóctel que me dejaba sin palabras. Los pobres gemidos que lograba articular debieron de sonar patéticos, porque sus labios volvieron a rozar mi nuca, besándola calmadamente y exigiéndome con un ruidito que mantuviera silencio. Todo ello lo hizo sin dejar de entrar y salir de mí.

No pasó mucho hasta que sentí por mí mismo aquella sensación sobre la que tanto había leído. Mi pene, a medio camino de una erección que no terminaba por falta de estímulo directo, parecía desprender muy lentamente mi esencia, que recorría gota a gota el camino que la liberaría al mundo exterior. Me asaltó una húmeda sensación de plácido desprendimiento, como si mi cuerpo ya no me perteneciese, como si fuese una extensión de Alexia.

Totalmente tumbado sobre la cama, siguió moviéndose a su propio ritmo. Ya no preguntaba, ya no se interesaba por cómo me sentía, y de alguna extraña manera aquello me excitaba y me hacía sentir más conectado a ella. Alexia sabía lo que yo necesitaba. Lo sabía mejor que yo mismo, por lo que no tenía sentido preguntar.

Tras un tiempo que pudo ser una eternidad o unos pocos minutos, salió completamente de mí. La sensación de vacío que me asaltó me hizo, lo reconozco, derramar lágrimas. Era un llanto de desesperación, de pérdida absoluta, como si ahora que ella ya no estaba dentro de mí el mundo hubiese perdido toda su belleza, cualquier sentido que hubiera poseído antes. Con la paciencia de la amante veterana que intenta educar a un inexperto compañero, me hizo girarme y quedamos cara a cara. Nuestros labios se juntaron en hermoso abrazo que me dio cierto consuelo, mientras que notaba su sexo rozando contra mis nalgas, buscando a ciegas el camino que la llevase nuevamente a mi más profunda intimidad. Era una sensación excitante, pero al mismo tiempo me resultaba frustrante, como si cada segundo que pasara fuera de mí fuera una eternidad de vacío. Mi mano la condujo por el buen camino y reiniciamos nuestro apasionado baile.

Sin embargo, su furia parecía haberse calmado, sus movimientos eran más sueltos y relajados, hasta el punto de que poco a poco fueron mis caderas las que comenzaron a llevar el ritmo de nuestra danza íntima. Atrapada en una telaraña de sensaciones tan intensa como la mía, era Alexia la que ahora se dejaba caer sobre mí, deleitando mi oído con vibrantes gemidos que carecían de coherencia. Fundidos en un intenso abrazo que amenazaba con unirnos en un único ser, su cuerpo se estremeció y sentí cómo su esencia llenaba mi interior. Su cuerpo sufrió un colapso y quedó inerte, su tibia esencia derramándose fuera de mí.

Sin fuerzas, totalmente a su merced, esperé a que se recuperase. Me dejó libre, aunque no se olvidó de mí. Sus caricias llenaron mi cuerpo hasta que una explosión de pasión salpicó nuestros cuerpos. Tal era mi goce que una carcajada enorme escapó de mi cuerpo. Contagiosa, mi risa se volvió su risa, y nos acurrucamos juntos con la intención de recuperar el aliento.

(9,32)