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Desafío de galaxias (capitulo 55)

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Envuelta en una colosal bola de fuego a causa de la extrema fricción con la atmosfera, el Fénix, descendía vertiginoso precipitándose hacia el suelo. Marisol llegó al puente de mando, sujetándose con las dos manos a los pasamanos de las paredes en medio de unos tumbos terribles, que en ocasiones hacia que levantara los pies del suelo. El capitán y su tripulación, sujetos a los sillones con los cinturones de seguridad, intentaban maniobrar la gigantesca nave mientras varias sirenas de alarma chillaban estridentes.

—¡Recuperamos los motores auxiliares!

—¡Intenta desacelerar! —ordenó el capitán, en el momento en que vio entrar a Marisol en el puente. Rápidamente se soltó, sin contemplaciones la agarro de la guerrera y la sentó en un sillón auxiliar abrochándola el cinturón.

—¡Los sistemas de frenado no responden!

—¿Qué ha ocurrido? —gritó Marisol para hacerse oír.

—¡Nos atacan! —respondió el capitán— ¡Potencia auxiliar a los impulsores ventrales!

—¿Y las naves de escolta?

—¡Destruidas! ¡refuercen la integridad estructural!

—¡Estamos desacelerando, pero no es suficiente!

—Intenta planear… impulsores adelante a plena potencia… desvía energía del soporte de vida a los amortiguadores de inercia, —ordenó el capitán. La nave, encabritada, seguía dando unas sacudidas terribles.

—¡Nos siguen disparando!

—¡Saque energía de donde sea y refuerce los escudos dorsales!

—¡Nos estabilizamos, pero seguimos demasiado rápido. Los sistemas de frenado siguen sin responder!

—¡Preparados para impacto!

Desde su sillón, Marisol vio aparecer por la puerta del puente a Sarita, que llegaba sujetándose también a los pasamanos, y portando en las manos el correaje con sus armas. Marisol la agarró, la abrazó con todas sus fuerzas y la dijo que se agarrara ella también. El Fénix dio de panza contra el suelo y rebotó siguiendo hacia delante un par de kilómetros mas, para volver a caer definitivamente. En su avance por la superficie, arrastraba por delante grandes cantidades de tierra y rocas, mientras en su interior todo se agitaba como una gigantesca coctelera. Cuándo paró, las dos mujeres seguían abrazadas y sujetas al sillón que, arrancado del suelo, fue a parar a la parte delantera del puente.

—¿Estás bien? —preguntó Marisol soltándola de su abrazo.

—Creo que no… me duele el costado.

—Y a mí la pierna, —dijo con un gesto de dolor. Su asistente se separó con cuidado y la miró la pierna.

—Está rota, y el hueso está fuera, también tienes heridas en la cara.

—¡Joder! Genial Y tu también.

—¡Toda la energía a los escudos dorsales! —tronó el capitán saliendo de una maraña de cables con sangre en la cara—. Desconecten los reactores de impulso.

—Voy a buscar al médico, —dijo Sarita incorporándose a duras penas.

— No, no, no le molestes que tendrá mucho trabajo, si es que esta vivo. ¿puedes ayúdame a levantarme? —dijo Marisol en el momento en que el Fénix recibía un impacto—. ¡Capitán, todo el mundo fuera, rápido!

Apoyándose en su asistente, y a pata coja, salieron del puente por una puerta lateral de emergencia que daba al exterior. Cuándo lo hicieron, vio que algunos de los portones estaban abiertos y la dotación estaba saliendo al exterior, llevando a heridos, o aturdidos por el impacto. A duras penas y con mucho esfuerzo, sujetándose una a la otra, se retiraron un centenar de metros mientras los escudos del Fénix seguían recibiendo impactos.

—Marisol, me estoy mareando y casi no puedo respirar, —dijo su asistente.

—Tranquila, no te preocupes, —dijo Marisol dejándose caer al suelo junto con ella. Durante unos metros más, se arrastró por el suelo mientras tiraba de Sarita hasta que varios soldados que pasaban cerca se acercaron a ayudarlas. Señalando a uno de ellos, ordeno—: tú, rápido, busca al coronel, o al que este al mando, y dile que prepare una posición defensiva en uno de esos cerros, tú busca a un sanitario para que atienda a mi asistente, y tú, busca algo para entablillarme la puta pierna. Este último salio corriendo y a los pocos segundos regresó con un listón de hierro y una correa de nailon de sujetar cargas.

—Mi señora, habría que colocar primero el hueso…

—No hay tiempo, ya lo haremos luego. Primero haz un torniquete y luego sujétala, —mientras el soldado lo hacia, y Marisol mantenía abrazada a su asistente, llegó el coronel a la carrera.

—Marisol, según los escáneres, en ese cerro cercano, hay varias cuevas, voy a organizar una defensa ahí.

—Perfecto, que tu gente ayude a evacuar el Fénix, los escudos no aguantaran mucho, y que los lleven al cerro. Los heridos a las cuevas y prepara parapetos y trincheras para fortificar la posición. Hay que sacar todo el armamento posible de la nave, además de los suministros que se puedan; no sabemos cuánto tardaran en mandarnos ayuda, y por la posición del Fénix, los hangares de vuelo están bloqueados y no tenemos cobertura aérea.

—Entendido, mi señora.

Varios soldados se fueron concentrando en torno a ella. A dos les dijo que pusieran a su asistente en una camilla y la llevaran al cerro.

—¡Mi señora, mi señora! —exclamó un cabo que llegaba corriendo con una carretilla—. Creo que esto le puede venir bien.

—Buena idea. Ponme encima y espera a que me sujete, que solo faltaba que me cayera de cabeza, —todos rieron, y sobre el carro llegó a la cima del cerro donde ya se estaba organizando todo.

—Rápido, metedla en la cueva, —ordenó el coronel.

—¡Una mierda! —exclamó Marisol—. No me voy a esconder como un conejo en una puta cueva.

—¡No me jodas Marisol! —exclamó el coronel— sé razonable: dentro estarás más segura.

—¡Me cago en la hostia, Pepe, que he dicho que no! — y mirando al soldado le ordenó—: acércame a ese parapeto.

—¿No te iras a poner también a pegar tiros?

—Por ahora no, pero si es necesario, no lo descarto.

Marión y Anahis, trabajaban en el despacho de la primera cuándo Hirell entró con la cara crispada. Ninguna de las dos había viajado con Marisol ya que seguían convalecientes de sus heridas.

—Hemos perdido contacto con el Fénix y las comunicaciones están bloqueadas.

—¿Un bloqueo enemigo? —preguntó Marión levantándose rápidamente junto a Anahis que no podía ocultar su alarma.

—El patrón es bulban, —dijo Hirell saliendo del despacho junto a las dos mujeres.

—¿Cuál es la última posición conocida? —preguntó Marión—. Quiero una línea con Bertil.

—Estaban próximos al sistema Waantoobaan, en el Sector 22.

—Bertil en línea.

—Bertil, hemos perdido contacto con el Fénix y las comunicaciones están bloqueadas, —la noticia le alarmó—. Manda rápidamente un grupo de batalla a su última posición conocida: sistema Waantoobaan, Sector 22.

—Entendido.

—Muy bien, y si es necesario, que vayan quemando los reactores.

—De acuerdo, —Bertil apartó la mirada para hablar con uno de sus ayudantes—. Me dicen que ese sistema está a catorce horas a máxima velocidad. Las primeras unidades ya están en marcha. Voy a enlazar vuestra señal para estar al tanto de lo que pase, yo salgo también para Waantoobaan.

—Muy bien.

—No hay sistemas habitados en las inmediaciones, ni presencia de la policía federal, —dijo Hirell cuándo se cortó la comunicación. Anahis, recostada sobre una de las consolas, ocultaba su rostro desencajado entre los brazos—. El puesto más cercano está a más de veinte horas. Si es un ataque, han elegido un lugar perfecto.

—Aunie no se ha trasladado todavía al Sector 73, y sé que estaba embarcando una división para llevársela con ella. Llámala y que vaya cagando hostias a Waantoobaan. Están solos y no sabemos una puta mierda de lo que está pasando, —Marión se acercó a Anahis y la acarició el cabello mientras la apretaba el hombro en un gesto cariñoso—. Voy a informar al presidente.

—No, no,—dijo Anahis incorporándose— ya me ocupó yo. Tú no te muevas de aquí.

—Muy bien, como quieras. Hirell, informa a todos las comandancias por si esto es parte de un plan más importante. Todas las fuerzas en máxima alerta.

Habían pasado tres horas, y el ataque continuaba. El Fénix, se había convertido en un amasijo de hierros retorcidos por la acción de la artillería de las naves corsarias. Los escudos portátiles que protegían el cerro, por el momento aguantaban. En las cuevas, se había instalado el hospital de campaña que estaba abarrotado. Desde su parapeto, con los prismáticos, Marisol vio aterrizar tres de las naves corsarias a seis kilómetros de su posición. A los pocos segundos, el coronel estaba junto a ella.

—¡Mi señora…!

—Lo he visto, Pepito. Que el personal no combatiente se refugie en las cuevas.

—No tenemos de eso, todos han empuñado algún arma, incluso los de la cocina—dijo mientras el médico se acercaba a ellos.

—¿Ya me vas a dejar echarle un vistazo a la pierna?

—¿Están todos atendidos? —el médico asintió con la cabeza—. Entonces sí. ¿Sarita como está?

—Con cuatro costillas rotas y un pulmón perforado, —respondió el médico mientras la quitaba la correa de nailon—. ¡Joder! Que desastre. Hay que colocar el peroné, y te va a doler de cojones. Vosotros, ayudadme: sujetadla bien y que no se mueva, —los soldados la sujetaron mientras el doctor la manipulaba la pierna. Marisol se retorcía de dolor, pero no emitió la más mínima queja. El médico colocó el hueso y cerró la herida con grapas provisionales, puso de nuevo el listón metálico y vendo la pierna, mientras Marisol resoplaba aliviada y uno de los soldados la limpiaba el sudor de la frente con lágrimas en los ojos.

—Si sigues llorando, yo también lo voy a hacer, y vamos a montar un espectáculo de cojones, —dijo bromeando mientras le acariciaba la mejilla.

—Te voy a poner un calmante.

—De eso nada: necesito tener la cabeza despejada.

—No te preocupes, que con lo dura que la tienes, esto, no te va a hacer efecto. Has perdido mucha sangre, quiero que bebas agua constantemente.

—El enemigo desembarca infantería, mi señora, —dijo el coronel dejando de mirar por los primatitos—. Parece una brigada.

—Nos doblan en número, pero la posición elevada nos da ventaja, y mientras atacan, no nos pueden bombardear desde la órbita. ¡Algo es algo! ¿Cómo estamos de artillería?

—Solo cohetes portátiles y tres morteros ligeros, con treinta proyectiles cada uno. Granadas de mano tenemos muchas.

—Ni para empezar, está claro que la defensa va a ser muy cercana.

—¡Sí! ¿Te vas a meter en la puta cueva? —insistió el coronel.

—¡Que te he dicho que no Pepe! No seas pesado: no insistas más.

—¡Es que eres una puta cabezona! —exclamó el coronel, al que conocía desde la época del Tercio Viejo, tenían amistad y confiaba en él— ¡La leche que te han dado! Vosotros, no os separéis de ella.

—¡A la orden!

—¡Que alguien me consiga un rifle y una bayoneta!

—¡Joder!, —exclamó Pepe meneando la cabeza.

—El presidente se dirige a Waantoobaan, —dijo Anahis saliendo de su despacho— está a diez horas de allí.

—No creo que sea buena idea, —dijo Marión—. Va a llegar… muy poco por detrás de nuestras fuerzas y no sabemos lo que se van a encontrar.

—Ya se lo he dicho, pero no le he podido convencer.

—La nave presidencial lleva sistemas de armas, —añadió Hirell— y siempre viaja con cuatro patrulleras de escolta.

—Esperemos que cuándo lleguen ya tengamos todo controlado.

—¡Tenemos señal de una radiobaliza! —exclamó el oficial de operaciones.

—¿Es del Fénix? —preguntó Marión con ansiedad.

—Negativo, corbeta Cazadora.

—Se confirma entonces: han sido atacados, —afirmo Anahis—. La radiobaliza solo se dispara si la nave ha sido destruida.

—¿Qué distancia hay entre la señal y Waantoobaan? —preguntó Marión.

—Tres millones de kilómetros, —respondió el oficial.

—Eso confirma que están en Waantoobaan, y allí solo hay un planeta con soporte de vida.

—Eso es decir mucho, es un planeta desolado, la temperatura media es de 44 grados y no hay agua. No aguantaran mucho.

—¡Marisol aguantara lo que sea necesario! —exclamó Anahis a punto de hacer pucheros. Su padre, que llegó en ese momento, la atrajo y la abrazo con cariño.

—Por supuesto, hijita, por supuesto.

—Pepe, ¿estás repartiendo líquidos? —preguntó por el comunicador—. Hace un calor horrible.

—La estamos racionando, no estamos muy sobrados.

—A los heridos que no les falte… ¿y por qué yo tengo una botella grande?

—¡Por qué estás herida, no te jode! Preocúpate más de mirar al enemigo, que ya están subiendo por la ladera.

—Ya lo he visto, y además, ya están en la zona de impacto. Pues ya sabes: con dos cojones.

El enemigo fue recibido con un aluvión de disparos que les hizo retroceder momentáneamente, para volver a intentarlo. Desde su parapeto, Marisol disparaba con su rifle sin descanso, pero asegurando los disparos: era una buena tiradora. La segunda oleada, se acercó más a la zona de trincheras pero fue recibida con bombas de mano y tuvieron que volver a replegarse. Estaba claro que no cejarían en su empeño, por primera vez, tenían al alcance de la mano a la comandante en jefe de su enemigo.

Cuándo el presidente llegó a Waantoobaan, la batalla estaba en su apogeo. Las naves corsarias no se habían retirado porque tenían a su infantería sobre el terreno. En oleadas sucesivas, había logrado hacer retroceder las defensas federales en algunos puntos, donde se llegó al cuerpo a cuerpo. Varios soldados bulban saltaron el parapeto por donde estaba Marisol que se defendió con la bayoneta de su rifle, pero no pudo impedir que la hirieran en el hombro con una lanza. Un grupo de soldados federales con la teniente Driss al frente, llegaron rápidamente, matando a los bulban y rodeando a Marisol para protegerla. Mientras, la teniente la atendía poniéndola un apósito con desinfectante sobre la herida pero sin quitarla la lanza para no provocarla una hemorragia mayor.

Mientras las naves federales se enfrentaban a las corsarias, que habían recuperado a las que aterrizaron en la superficie para desembarcar la infantería, el transporte con las tropas kedar, efectúo un aterrizaje de combate en un lugar próximo a la zona de impacto. Los portones se abrieron, y las tropas, perfectamente organizadas, salieron en pos de Aunie, que con escudo y espada, ya corría al encuentro del enemigo en medio de un griterío ensordecedor. La nave presidencial, por orden del presidente, se unió momentáneamente a la batalla, para posteriormente entrar en la atmosfera con sus escoltas para apoyar el progreso de la infantería kedar que, en un épico ataque, arrolló a los bulban, masacrándolos con odio desbordado. Ya en tierra, el presidente, acompañado por sus servicios médicos y un equipo de televisión federal, fue conducido a presencia de Marisol, que muy cansada y débil, continuaba tras el parapeto y mantenía asida su carabina.

—Mi señora, las operaciones en la órbita han finalizado, tres naves corsarias han huido, —le decía un oficial de enlace en ese momento.

—Que las persigan, —ordenó con un hilo de voz— no quiero que escape ninguna.

—A la orden, mi señora.

—¿Cómo estás? —dijo el presidente sonriendo y arrodillándose a su lado mientras la cogía la mano.

—¡Jodida!

—Ha perdido mucha sangre, hay que trasladarla urgentemente, —dijo uno de los médicos mientras la reconocía con un escáner de mano.

—¡No, no! primero los demás.

—¡Silencio! Ahora las ordenes las doy yo, —dijo el presidente quitándola el rifle de la mano.

—¡Joder que mandón! —la respuesta hizo reír a todos los que la rodeaban, mientras los médicos cortaban el extremo de la lanza con un láser quirúrgico.

Desde el cuartel general, veían los progresos de la batalla una vez desactivado el bloqueo de comunicaciones. Cuándo la infantería aterrizó, pudieron ver la situación en la superficie.

—La televisión federal está retransmitiendo, —dijo uno de los oficiales.

En la imagen vieron desembarcar al presidente, ataviado con ropa de campaña y ascender por el cerro hasta que llegó a la posición de Marisol. Le vieron inclinarse y coger su mano, y asistieron a la conversación. Con lágrimas en los ojos, todos, en especial Anahis, vieron como la ponían suero, la instalaban sobre una camilla y la trasladaban, mientras que, mirando a la cámara, con la cara manchada de sangre, con la mano levantaba primero el pulgar y a continuación hacia el signo de victoria. Cientos de soldados federales y kedar, se aproximaban a ella, para tocarla según pasaba manteniendo la V de victoria.

Finalizaban las horas más frenéticas e intensas desde el comienzo de la guerra.

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