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Travesuras de una bibliotecaria

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Mi trabajo es monótono, bueno, supongo que como el de todos, soy bibliotecaria, así que procuro amenizarlo en la medida de mis posibilidades, y ¡qué mejor manera que combinarlo con algo de sexo! Aunque mis compañeros me critiquen, yo lo paso genial. En fin, siempre, desde muy pronta edad, me he caracterizado por hacer cualquier tipo de travesuras...

Una semana antes, sin ir muy lejos en el tiempo que me separa de mi situación actual, me ocurrió que un usuario se retrasó un par de días en la devolución de una novela; pedí permiso a mi coordinador para ir al domicilio del usuario a reclamarlo, y me lo concedió, total quedaba cerca de la biblioteca, no tardaría más de media hora en volver. Así que fui a la dirección que se detallaba en la ficha, toqué el telefonillo, me identifiqué y, después de tocar el timbre, me franquearon el paso. El usuario era un muchacho joven, veinteañero, y poco espabilado, tuve que esmerarme:

"Hola, vengo a por la novela que debiste devolver hace dos años días", dije; "Ah, sí", dijo; "Bueno, dos días de retraso, mmm, me comes las dos tetas", dije apoyando mi dedo índice en mi mejilla, doblando el cuello, y bizqueando; "¡Cómo!", exclamó el muchacho desconcertado.

Debo decir que soy una mujer cuarentona, más bien gordita, aunque sin morbidez; mis tetas son orondas y firmes, mis pezones casi puntiagudos, mis aureolas morenas como café; en fin, mi castigo sería más un deleite para cualquier hombre, y de esta manera lo tomó el joven. Nos encaminamos juntos a su dormitorio, me desabroché la camisa, después el sujetador y me tumbé en su cama a esperar sólo vestida con un pantalón vaquero y unas cómodas manoletinas. El veinteañero se sacó la camiseta por la cabeza y se acostó a mi lado; luego alzó su torso apoyando un codo en el colchón y comenzó a comerme los pechos. Primero me los babeó por todos sitios, sin dejar un resquicio, incluso por los pliegues bajo los senos, después empezó a mordisquear suavemente con los incisivos, el canalillo, los montes, las mamas, más tarde también mamó leche de mis pezones, excitado, respirando fuertemente. "Bah, no puedo ser tan perversa, le haré al menos una paja", pensé; e inmediatamente me incorporé, le bajé el pantalón del pijama, hice que se acostara y le masajeé la polla de arriba a abajo con la mano hasta que su semen salió disparado hacia el aire de la habitación y cayó en grandes goterones sobre el dorso de mi mano.

"Bien", dije en cuanto terminó de gotear la leche, "la próxima vez que te retrases será peor, no lo olvides", sonreí, "ahora, me llevaré la novela, espero que la hayas terminado, nos vemos pronto", y salí del dormitorio y de la casa con prontitud, hasta la biblioteca.

Y…, haciendo algo de memoria, recuerdo que hace unos meses apareció por mi mesa un hombre bien vestido y afeitado, también muy perfumado, que venía a pedirme una reserva de libro. Le atendí casi sin mirarle, sólo pendiente de la pantalla del ordenador; le pedí la tarjeta; vi en el archivo que había tomado prestado una cantidad de libros desorbitada, y pensé: "Y si"...

"Caballero", dije, "es usted un gran lector, yo, en representación de la dirección de esta institución, desearía que tuviésemos una entrevista privada, es importante para nosotros saber las razones que le empujan a obtener tantos préstamos de libros aquí, así que..., si no le importa, acompáñeme a mi despacho, serán pocos minutos, ya verá"; "Oh, sí, sí, de acuerdo, vamos donde sea usted me diga", aceptó el usuario. Entonces me levanté.

Yo no disponía de despacho propio, como se pueden imaginar, pero conocía un montón de ellos en desuso repartidos por aquel vasto edificio, así que solicité al hombre que me siguiera. Por cierto, que al echarle un vistazo al completo comprobé que debía tener una polla inmensa, pues se veía sus redondeces en el tiro de su pantalón de hilo. "Qué lote me voy a dar, madre mía", pensé.

Entramos los dos juntos en un despacho polvoriento. El hombre se extrañó un poco de que ni siquiera hubiese un ordenador, pero entonces yo saqué una libretilla que tenía en el bolsillo de atrás de mi ajustado pantalón y la enarbolé agitándola: esto lo calmó.

"A ver, caballero, esta burrada de libros que usted lee..., ¿no le parecen demasiados?", pregunté; "No… no entiendo, yo"...; "¿No necesitaría usted de otra... cosita?", le interrumpí arrimándome mucho, hasta sentir su cipote en mi barriga, hasta notar que vibraba, entonces me arrodillé, abrí la portañuela de su pantalón y se lo saqué. "Buena verga tiene usted, caballero, acorde con su sabiduría, permítame que se la chupe, le va a gustar", dije, y me la metí en la boca. Al principio le di unos pocos lametones con la lengua y la besé limpiamente, sin embargo, en cuestión de minutos me la llevé dentro con ganas de saborearla bien y empecé a recorrerla en toda su longitud con mis labios. El hombre empezó a jadear, más, más, hasta que sentí su semen lanzado encima de mi lengua y oí su gemido de placer. Poco después me levanté, me relamí con su sabor, y le dije: "Caballero, de aquí en adelante esto habrá que repetirlo, continúe usted sus lecturas, que las mamadas no irán a la zaga, muchas gracias", me despedí.

Para concluir este relato, pasando por alto aquella vez que me quedé encerrada con tres estudiantes en el ascensor, que cuando consiguieron sacarnos, media hora más tarde, ya tenía yo el culo hecho un bebedero de patos, que no pude sentarme en una semana de lo que me dolía; o aquella otra vez en el almacén con dos auxiliares, a los que, estrujando sus pollas entre mis hermosas tetas, hice que se corriesen encima de éstas, que el semen, tirada en el suelo como estaba, se esparció hasta mis hombros y llegó a manchar mi melena estirada bajo mi cabeza; pues bien, quitando estas dos, y algunas más, como iba diciendo, mi relato toca a su fin, porque desde hace dos días estoy enamorada de un hombre, si, y sólo tengo sexo con él. Se llama Julio y es repartidor de mercancía pesada: un hombrón, diría yo; con más de uno noventa de estatura, una musculatura a prueba de balas y un cipote grande y gordo como un misil. Nos encanta follar, siempre, a todas horas, cuando nuestros respectivos trabajos lo permiten, claro está. Nunca he pensado follármelo en la biblioteca: eso es agua pasada, como suele decirse. Lo que más nos gusta a ambos es que él folle mi boca; sólo de escribirlo me estremezco. A ver, no es que sólo me folle la boca, no; Julio primero se desnuda, luego me desnuda a mí; a continuación nos acostamos en el lecho y él comienza a comerme el coño: se inclina sobre mi ingle, saca la lengua y lame ni rajita mientras con un par de dedos estimula mi clítoris, hasta que exploto, grito con todas mis fuerzas, y el chupa mis jugos con fruición; después eleva su enorme cuerpo sobre el mío, lo deja caer y me penetra con una fuerza descomunal, no obstante no llegue a correrse, porque cuando se ha hartado de arremeterme, se eleva aún más, hasta que sitúa su enorme barriga peluda sobre mi rostro, y entonces invade con su polla hinchada mi boca entreabierta y entra, y sale, y entra y sale, con brío, me folla la boca, y no quepo en mí de placer cuando Julio suelta un bestial rugido y su leche se derrama en fuertes escupitajos, impregnando toda mi cara con su tibieza; ese es el momento en que una electricidad orgásmica recorre todo mi ser y me siento desfallecer. Desfallezco.

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