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En tórridas tardes de siesta imaginaba a su cuñada

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No era ése el primer año en que Carmen y Martín pasaban juntos las vacaciones de verano, con sus respectivas familias. A Martin siempre le habían atraído enormemente las carnes prietas y abundantes de Carmen, ésas que sus ceñidos bañadores apenas podían contener, y, sobre todo, sus enormes pechos, dos tetas aún bien enhiestas, pese a lo descomunal de su tamaño, y que, en tórridas tardes de siesta, había imaginado mientras se masturbaba una y otra vez, sin que ella, pese a que frecuentaban playas de ambiente nudista, en que la desnudez general invitaba a liberar la piel de la esclavitud de las prendas, hubiera cedido jamás a sus insinuaciones de que las dejara al aire para que, al menos, pudiera disfrutar de su visión. Más allá de eso, solo algunas bromas cruzadas, en las que no parecía haber interés sexual alguno por parte de Carmen, que, aunque no era una mojigata, tampoco parecía demasiado interesada en su cuñado.

Tampoco era ésa la primera tarde en que ambos habían quedado solos en la casa de la playa; todos los demás, después de la comida, habían bajado a darse un chapuzón, pero ellos prefirieron quedarse a descansar. Carmen marchó a su habitación, mientras que Martin se pertrechó de un libro para tumbarse con él en el sofá del salón: pronto le venció la modorra, y comenzó a dormitar ligeramente, hasta caer en un sueño un poco más profundo.

No supo calcular el tiempo que había pasado, pero sí se despertó sobresaltado y de un respingo, comprobando, con una mezcla de estupor y agrado, que Carmen estaba de rodillas a su lado, acariciando por encima del bañador un miembro que ya empezaba a alcanzar dimensiones más que respetables.

-¡Qué haces, ‘cuñá’…!!!

- Me he levantado y, al venir a beber agua, te he visto durmiendo y me he fijado en cómo se te había puesto esto de la entrepierna. Que, por cierto, vaya tela, qué barbaridad…

- ¿Qué? ¿Te gusta? Aún no ha terminado de ponerse a punto, pero si sigues acariciándola no va a tardar…

Sin mediar palabra, ella sacó la pieza fuera del bañador, y sujetándola por su base, comenzó a acariciarla suavemente, mientras esbozaba una sonrisa maliciosa:

- Vaya pollón, ‘cuñao’; no me imaginaba que tuvieras esto tan grande. Creo que lo vamos a pasar muy bien…

- Ya lo creo, ya… Ven, déjame que yo también te ponga a punto a ti.

Ella obedeció con rapidez, y, sin soltar la herramienta, que no dejaba de acariciar arriba y abajo, se colocó a horcajadas sobre él, de manera que su coñito, aún cubierto por un bañador que ya mostraba una mancha de humedad más que evidente, le quedaba completamente a mano. Martin le retiró sin más demora la tela de la entrepierna y dejó al descubierto una vulva que, como resultado de la brutal excitación de Carmen, chorreaba un flujo espeso y abundante que se enredaba entre la mata de vello púbico rojizo que apenas cubría la carnosidad que se le ofrecía totalmente abierta. Esto endureció aún más, si cabía, el miembro de Martin, que adquirió no solo una dureza rocosa, sino también su máximo esplendor.

- Por favor, chúpamelo, necesito estar muy lubricada para que me metas todo esto…

Martin no se hizo rogar más, y comenzó a aplicar lengüetazos rápidos y profundos sobre los labios y el clítoris de una Carmen que comenzó a lanzar gemidos de placer, sin por ello dejar de masajear vigorosamente toda la artillería de su cuñado, tanto el ‘cañón’ como las ‘bombas’, que no tardaron en estallar, provocando la primera de las corridas de un Martin que, entre gemidos y estertores, proyectó un bestial chorro de semen sobre el escote del bañador de su cuñada.

- Aaaggghhh, ¿ya…?

- No te preocupes, el armamento está a punto para seguir trabajando -Martin la tranquilizó, sin dejar de chupar golosamente un coño que también lanzaba efluvios líquidos cada vez más copiosos y se enrojecía y ensanchaba notablemente, preparándose para la inminente recepción de un visitante más que esperado.

Carmen comprobó con poco disimulado gozó que, efectivamente, su cuñado no le mentía, y que su miembro mostraba de inmediato el mismo vigor y, sobre todo, el mismo calibre del que había estado disfrutando durante los minutos anteriores:

- Vaya, ‘cuñao’, es verdad, ya lo tienes otra vez a tope -dicho lo cual, comenzó a lanzar los alaridos que provenían del primero de los varios orgasmos de que iba a poder disfrutar esa tarde: una corrida tan salvaje como la de Martin, y que, al igual que a éste, la dejó perfectamente preparada para acoger esa tranca a cuyas dimensiones apenas podía dar crédito-. Quiero que me la metas ya, pero despacito, por favor, no me han follado nunca con algo tan grande.

- Tranquila, tienes el chocho muy empapado, esto va a entrar sin ningún problema…

Frotó varias veces el clítoris con el glande, y, a continuación y sin más espera, clavó toda su verga en el interior de su coño; como preveía, Martin no encontró la más mínima dificultad para insertar la totalidad de su miembro en una gruta que ardía y chorreaba a la vez, empezando a bombear con un ritmo suave y que iba creciendo poco a poco. Apenas pasaron unos minutos de folleteo vigoroso cuando Carmen volvió a correrse, de manera que la lubricación de su chochito alcanzó su grado máximo, permitiendo con ello a Martin encajarle el nabo hasta la base y facilitando que sus acometidas fueran aún más fuertes. De esa manera, no tardó Martin tampoco en correrse de nuevo, extendiendo su cremosa descarga sobre la espalda de Carmen.

- Ay, cuñao, qué bueno, vaya pedazo de polla... Mis tetas quieren agradecerte todo el gustito que me estás dando…

Carmen se desprendió de un tirón del bañador y dejó al descubierto esas enormes tetas con las que Martin venía soñando desde años atrás: el espectáculo, desde luego, merecía la pena, y la ‘respuesta’ de su miembro, que, momentos antes, había comenzado a dar muestras del lógico desfallecimiento provocado por dos corridas consecutivas, no se hizo esperar. Se acercó a Carmen, que se había tumbado nuevamente sobre el sofá, y, tras sobarlo y salivarlo suavemente, incrustó su herramienta en el canal; a los dos le sorprendió que, pese a su descomunal tamaño, desapareciera entre la inmensidad de esos dos pechos, pero esa desaparición fue breve, de manera que el glande de Martin empezó inmediatamente a percutir sobre la barbilla de Carmen, que sacó su lengua para empezar a lamerlo con fruición.

- Uhmmm, qué rico, ¿te gusta la paja cubana, ‘cuñao’…?

- Joder, que si me gusta, vaya melones…

Martin sujetaba con fuerza esas tetas que sus manos apenas abarcaban en una mínima parte, apretándolas entre sí para estrechar un canal por el que su tranca se deslizaba cada vez con mayor fuerza, encontrando siempre, al final del camino, los chupetones de Carmen, que procuraba retener el glande en su boca como si quisiera exprimirlo hasta la última gota. Pero Martin, que sabía que no iba a tardar en volver a correrse, quería regar con su caldo esas adoradas tetas, y cubrir de blanco sus pezones, oscuros y muy grandes.

- Aquí tienes, ‘cuñá’: cremita de leche para tus tetitas… -Martin las regó abundantemente, extendiendo el viscoso líquido blanco por todas las mamas, ayudándose de su ‘pincel’…- Y ahora creo que vamos a probar otro agujerito…

- No, por favor, por ahí, no; ¿qué quieres, matarme, cabrón…?

- No seas tonta, al principio igual te duele un poco, pero ya verás luego qué gustazo que te da…

Aun sin tenerlo muy claro, y con algo de temor, Carmen se dio la vuelta y puso sus inmensas nalgas a la vista de Martin, éste comprobó, ciertamente, que el agujerito del ano estaba muy cerrado y que iba a ser prácticamente imposible meter por algo tan pequeño una estaca del calibre de la suya; pero no por ello iba a dejar de intentarlo: sin estar completamente empalmado, retiró el prepucio de la punta, y arrimó ésta a un agujero que, previamente, había untado de saliva con un dedo. Empujó, y el aullido de dolor que provocó en Carmen la entrada de una mínima parte del glande, le hizo desistir de inmediato. Pero la postura de ésta, con el culo en pompa, le ofrecía una vista inmejorable de un coñito aún palpitante y húmedo, y ahí sí que no tuvo problema alguno en clavar una polla que, a la primera embestida, ya recuperó toda su dureza. Además, las corridas anteriores habían conseguido que su depósito estuviera ya casi vacío, con lo cual esta última galopada iba a ser mucho más larga que las anteriores.

Efectivamente, Carmen había perdido la cuenta de cuántas veces se había corrido en el momento en que Martin, con su respiración agitada y el nabo a punto de explotar, le avisó de que iba también a correrse... Fue el final de una tarde gloriosa, que no sería la última de aquel verano y los siguientes.

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