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Cortometraje

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Una mujer y un hombre, jóvenes, desnudos. Están en el dormitorio de ella. En éste parece reinar cierto desorden. Hay libros abiertos sobre la cama, cuadernos también abiertos sobre un escritorio, la ropa de ellos en el suelo y el ordenador está encendido. Parece que la visita de él ha interrumpido el estudio de ella. Hay una ventana corredera. No está cerrada del todo, al igual que la cortina. La persiana está subida. El piso es un bajo. Son las nueve de la noche:

Iluminados por una cálida luz, los labios de Iván se posaron en mis hinchados pechos desnudos. Recogí mi melena rubia en un moño alto y fijé mi mirada felina en Iván, extasiada: me excitaban tanto las caricias de Iván, sus besos... y si cerraba los párpados aún más, así que los cerré para dejarme llevar. Me gustaba mucho Iván; era el tipo de hombre que cualquier mujer podría desear: siempre atento a mi confort: jamás me pedía algo que yo no quisiera hacer, claro que a mí me apetecía todo con él. Volví a levantar los párpados para contemplar como su varonil tez iba colonizando mi cuerpo cuando de reojo, por una rendija de la ventana semiabierta, mientras las cortinas se agitaban por la suave brisa otoñal, vi la cara de un tipo que nos observaba. Yo estaba cerca de la ventana; así que agarré un extremo de la cortina y la corrí un poco más hacia el centro de manera que el voyeur tuviera una visión más amplia. Entonces miré al desconocido y me relamí. "Iván, fóllame, así, de pie, ¿quieres?", pedí; "¿Ahora?", preguntó él; "Sí, ahora, Iván, lo deseo tanto"...

Iván se irguió frente a mí con la polla dura y hurgó con sus dedos en mi ingle hasta dar con la hendidura de mi vagina; después empuñó su polla y, fiándose del dedo que ya había introducido, me penetró con fuerza; yo solté un gritito y miré por la ventana. Allí seguía aquel tipo, mirando con más atención si cabe. Yo enredé una de mis piernas por detrás de las nalgas de Iván, quedando a la pata coja, lo que provocó que él me sostuviera por la cintura para no perder el equilibrio. Me daba bien, empujando su pene en mi interior certeramente, rozando mi clítoris, dándome gran placer. Yo posé mi barbilla sobre su robusto hombro, mordisqueé su oreja y le susurré: "Vamos, Iván, me haces tan feliz, córrete, córrete". Iván entonces aceleró sus arremetidas y comenzó a jadear. Me separé un poco y miré hacia el suelo para ver su cipote entrando y saliendo de mi chocho, lo que me ponía a mil por hora, y mi pequeño pie de uñas pintadas de rojo subido al empeine del suyo; en ese momento fue cuando, apoyando mis brazos en su espalda, como trepando, elevé la otra pierna y quedé completamente abierta. Entonces me acordé del que nos observaba y ladeé un poco la cabeza por ver si... pero no estaba.

Llegue a un intenso orgasmo que me hizo proferir gritos muy prolongados, pues Iván me acabó con una furia inusitada en su empuje, sin duda debido al esfuerzo que le supuso tenerme enganchada tanto tiempo a su cuerpo, ya que yo no era ni mucho menos una mujer de esas canijas y cien por cien manejables: mis formas femeninas costaban su peso en deleite masculino. Iván, por su parte, eyaculó fuera de mí ayudándose con su mano, poniéndome toda la barriga pringada de semen. Después, nos besamos muy enamorados.

La mujer joven, sola. Está desayunando en la cocina. Hay un tazón, un vaso de cristal transparente, dos tetrabriks, uno de leche y otro de zumo, una cafetera metálica y un paquete de magdalenas abierto. Hay un telefonillo clavado en la pared, cerca de la puerta. Son las once de la mañana:

A los pocos días de que Iván me follara en mi casa aprovechando la ausencia de mis padres, tuve una desconcertante llamada por el telefonillo:

"Sí, quién es"; "Hola, no me conoces"; "¿Qué quieres?"; "Verás, soy... soy ese que viste por la ventana cuando tú y tú novio... ya sabes."

No pude evitar una maligna sonrisa. 

"Sí, me acuerdo, eres una especie de salido", dije; "No exactamente, busco una chica para un cortometraje que estoy realizando, necesito a alguien como tú"; "Si te refieres a porno... no, te lo digo claro"; "No, no es porno lo que hago, es... otra cosa."

Decidí darle una oportunidad. 

"Mira, ahora bajo y hablamos, ¿qué edad tienes?"; "Treinta y tres"; "Me ganas por catorce, ahora bajo, espera."

Colgué el telefonillo. 

La mujer, joven, y el hombre, menos joven. Hay paso de gente por la calle. Algunas señoras pasan llevando carros de compras. Algunos señores pasan en monos de trabajo. El día es claro, luminoso:

Cuando salí del ascensor y abrí el portal ni mucho menos esperaba encontrarme con alguien así. El tipo que me esperaba vestía chaqueta y corbata, tenía la barba muy rasurada y su cabello cortado a navaja. "Buenos días", me dijo, "perdona la molestia, ¿tu nombre?"; "Eva, ¿el tuyo?; "Rubén."

La mujer joven, el hombre menos joven y otra mujer joven. Cerca del mediodía. Un local con escaso mobiliario y abundancia de luces led con una puerta de madera al fondo. Tras la puerta, un despacho. La otra mujer joven no está en ese despacho, que también está provisto de abundante iluminación de leds:

Rubén me pidió que lo acompañase a un local de puertas y ventanas acristaladas, me presentó a una chica que estaba sentada frente a un escritorio atareada con un portátil y me hizo pasar a una especie de despacho informal donde había dos sillas y una mesa baja de centro redonda; luego me expuso su proyecto en el que mi papel consistía en un primer plano de uno de mis pechos desnudo, me dijo que era lo que necesitaba pues eran preciosos, mis pechos. Quedamos de acuerdo; y, antes de irme, deseé conseguir un trofeo. Lo siguiente que hice fue pasar el pestillo a la puerta y situarme a su espalda para palparle los pectorales, bien duros, después me fui acuclillando, siempre detrás suya, y le empujé la polla, que ya se le había puesto tiesa, sobre la tela de su pantalón. "Oye", le dije, "¿hace... una mamada?" Asintió en silencio. Yo me situé de pie frente a él, me desabroché la blusa, el sujetador, me sujeté el cabello en una graciosa cola arqueando mi espalda, adelantando mis gomosas tetas, y me arrodillé frente a su entrepierna; saqué su cipote de sus slips. "Qué caliente está, Rubén, no me vas a durar", observé; dicho esto, me lo metí en la boca y comencé a mamar despacio, con mimo, pasando mi lengua por debajo de su pene, o por encima, y volviéndomela a meter en la boca sin prisas; él metió una mano bajo mi barbilla para pellizcarme las tetas, esto sumado a las asfixias por sostener el pene entre mis labios hizo que mi chocho se mojara sobremanera, entretanto con la otra mano me sostenía la cabeza por la coronilla para controlar mi ritmo, hasta que la soltó y yo empecé a cabecear con ganas: su semen se vino a mi paladar y mi lengua con un chispazo eléctrico, inundando después hasta mi garganta. Yo escupí la polla de mi boca, miré a Rubén, a su cara, muy relajada, y engullí su semen sonoramente. "Rubén", dije después, "vaya corrida, macho." 

La mujer, sola. Un aseo angosto con lavabo, inodoro y plato de ducha separado por una cortina de material sintético. Hay gel, champú, mascarilla y aceite corporal en un anaquel cercano. Hay colgada una toalla de baño. También hay un pequeño canasto para ropa sucia. Es la una de la tarde:

No he de negar que a mí también me gustó: llegué a mi casa con las braguitas empapadas. Así que entré en el cuartito de aseo con la idea de darme una ducha y mudarme de ropa interior. Me saqué la sudadera por la cabeza, mis tetas se sacudieron al liberarse de la presión del tejido; desabroché las hebillas de las sandalias para descalzarme; desabotoné mis pantalones de hilo y me los quité levantando una pierna primero y luego la otra; por último, me deshice de las braguitas, depositándolas en el canasto de la ropa sucia, no sin antes pasármelas por la nariz para oler mis propias secreciones, un olor acre y penetrante. Introduje mi brazo entre la cortina y una de las paredes y abrí el grifo del agua caliente: el vapor llenó el espacio del plato de ducha al principio, después todo el aseo. Me puse bajo el agua caliente y comencé a enjabonarme con la esponja. Empecé por mi cara, mi cuello, mis hombros... mi torso interrumpido por mis dos suaves y henchidas elevaciones provistas de carnosos pliegues; más tarde las piernas; meé y noté el tibio chorrito deslizarse en el interior de mis muslos; por último, prescindí de la esponja para asearme el pubis, pues con mis dedos tenía más precisión. Puse mi mano completamente encima de mi coño de manera que mi vello absorbiera la espuma y de este modo poder seguir frotándome. Apreté con dos de mis dedos mi rajita, y los hice recorrerla de arriba a abajo, pero un estremecimiento repentino hizo que dejara el gel por el momento y recurriera al telefonillo de la ducha, el cual descolgué, para poder hacer un urgente aclarado que me permitiera hacerme una paja pensando en Iván y en mí haciendo el amor en mi cama: él, montando sobre mí, haciéndome suya, dándome fieras sacudidas, mordiendo mis pechos; yo, debajo, abierta de piernas, recibiendo placer; ambos rodeados de mis queridos peluches, algunos sentados, otros tumbados de lado, cuyos ojos inmóviles parecían estar vigilantes a que todo estuviera en perfecta armonía.

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