Nuevos relatos publicados: 17

Desafío de galaxias (capitulo 59)

  • 13
  • 8.437
  • 9,83 (6 Val.)
  • 0

Como ocurría siempre que lo hacia sola, Marisol no podía dormir. Echaba mucho de menos a su adorada Anahis, y es que hacia ya casi un mes que no la veía. Tumbada en su camastro, en la soledad de la tienda de campaña, intentaba repasar los acontecimientos recientes, el tedioso trabajo de ir sofocando los focos de resistencia, pero, inexorablemente, la potente imagen de Anahis se metía por medio. Introdujo la mano en el pantalón y con un dedo comenzó a explorarse la vagina, primero despacio, pero paulatinamente fue aumentando la intensidad hasta que llegó al orgasmo; su cuerpo se crispó y notó como sus pezones se endurecían con un trallazo de placer que la colmó. Cuándo se tranquilizó, cogió su comunicador y miró la hora: era medio día en Mandoria. Se sacó una foto del dedo y se la envió a Anahis con un texto: «me acabo de hacer un dedo, con este dedo, estoy hasta la raja, jejeje».

En los otros frentes de guerra, los dos ejes de avance convergían sobre Petara, y al unificarse las operaciones, el mando recayó en Esteban y Opx por antigüedad.

El despliegue del FDI estaba casi completado y solo quedaba por cubrir los sectores centrales, y ahí fue donde se produjo el ataque. Era noche cerrada en Edyrme, la capital federal, cuándo de vórtices de salto aparecieron dieciséis naves corsarias. La mitad comenzó a cañonear desde la órbita, y las otras ocho naves penetraron en la atmosfera para atacar los centros políticos principales, que, aunque protegidos por escudos de energía, desde tan poca distancia, no aguantaban el poder de la artillería pesada corsaria. Destruidos estos, comenzaron a bombardear con bombas de caída libre que abrían cráteres de más de cien metros de diámetro. Cuándo la policía federal quiso reaccionar, todo había concluido, y las naves corsarias habían desaparecido. Desde el primer momento del ataque, el presidente y los ministros, fueron puestos a salvo en los búnkeres de seguridad, pero no así los representantes que vivían por toda la ciudad, aunque muchos, lo hacían en el complejo residencial gubernamental, y que precisamente fue totalmente arrasado. El análisis posterior del ataque, dejó a las claras que, en la primera fase, el ataque había sido muy selectivo: el objetivo principal fue el poder legislativo de la República, los demás fueron objetivos secundarios, pero, ¿por qué?

Al recibir la noticia, Marisol confió el fin de las operaciones a Hirell y abandonó precipitadamente Kalinao, rumbo a Edyrme. A su llegada, el Fénix aterrizó en el puerto del complejo presidencial, mientras Marisol, en una lanzadera, inspeccionaba los daños del ataque intentando hacerse una idea clara de lo que había ocurrido. Terminada la inspección, la lanzadera aterrizó en las proximidades del derruido palacio presidencial. Seguida por Sara, y un par de escoltas, se encaminó a un grupo de instalaciones administrativas donde se había instalado provisionalmente la presidencia federal. Antes de reunirse con él, que estaba con su gabinete, Marisol y Bertil intercambiaron impresiones sobre lo que había pasado.

—¿Todo esto que me has contado lo sabe el presidente?

—No, no, mi señora, las conclusiones de la investigación, aún no son oficiales, —afirmó Bertil— pero está todo muy claro.

—No quiero que intervengas: déjame hablar a mí, —le dijo cuándo Sara les informo de que el presidente les esperaba.

—¡Pero…!

—Ya me has oído, —y sin esperar respuesta se encaminó al encuentro del presidente seguido por Bertil.

Cuándo entraron en la sala de reuniones, percibieron que la atmosfera estaba muy cargada y el presidente, inusualmente, estaba muy serio y solo la saludo con una inclinación de cabeza. Marisol, desafiante, permaneció en pie mirando fijamente a todos los ministros, y arrojo sobre la mesa los papeles que llevaba en la mano dando un golpe seco. Con el rabillo del ojo vio como el presidente se sonreía con disimulo, y tuvo la certeza que de él no tenía nada que temer.

—Por favor, general, toma asiento, —dijo finalmente el presidente— como podrás comprender, estamos… molestos con lo que ha pasado.

—¿¡Molestos!? —atronó un ministro maradoniano dando un golpe sobre la mesa con una de sus cuatro manos— ¡Estamos muy cabreados! Es inadmisible y tú, Marisol, eres la responsable…

—Para usted soy el general Martín, —le cortó— no lo olvide.

—Vamos a tranquilizarnos y a mantener la cortesía necesaria, —intervino la vicepresidenta— estamos aquí para analizar lo sucedido y buscar soluciones, no para pelearnos.

—Aquí, el único problema es un presidente demasiado condescendiente con esa mujer, —afirmó despectivamente el maradoniano apuntándola con el dedo.

—¿Estás loco? —intervino otra ministra— ¡Se te ha ido la pinza!

Todos los ministros se pusieron en pie en medio de una bronca descomunal donde incluso hubo conatos de pelea. Marisol y el presidente continuaron sentados, y cuándo Bertil se levantó de la silla, Marisol le obligó a sentarse con una mirada fulminante. Poco a poco, la situación se fue calmando y la vicepresidenta consiguió que todos volvieran a sentarse.

—¿Tal vez el señor ministro representante de Maradonia desearía abandonar este gobierno? —preguntó Fiakro al ministro en cuestión—. Tal vez, seria lo apropiado.

El maradoniano le miró con furor en los ojos, y dando un golpe en la mesa, se levantó y abandonó la sala dando un portazo.

—¿Alguno más? —y como nadie contestó, miró a Marisol—: general Martín, cuándo quieras.

—Gracias señor presidente. Cuándo comenzó el despliegue del FDI, acordé con el general Bertil, que los sectores centrales, los comprendidos entre el 1 y el 4, serian los últimos. El motivo principal es que comparten la misma entrada a Evangelium y la capital federal, Edyrme, está fortificada.

—Tal vez el general Bertil podría explicarnos lo que ha ocurrido, —apuntó uno de los ministros.

—El general Bertil está bajo mis ordenes, y seré yo quien de las explicaciones necesarias. Según la investigación preliminar, los corsarios conocían los códigos de acceso a la rejilla de defensa planetaria… —la afirmación levantó murmullos entre los ministros— pero no conocían las frecuencias de emisión de los escudos de la ciudad.

—Disculpa Marisol, pero reconozco que no estoy muy puesto en cuestiones de seguridad, —admitió el ministro de agricultura, que era español y se conocían— explícame ese punto, por favor.

—Por supuesto señor ministro. Como todos ustedes saben, el planeta está protegido por una rejilla defensiva que impide abrir vórtices en su órbita, y controla los satélites militares de defensa. El sistema se instaló al comienzo de la guerra para evitar precisamente lo que ha ocurrido, y es prácticamente inexpugnable si está operativo. Desde el ataque a Mandoria y al Fénix, el sistema lo está siempre, y solo se puede entrar en el planeta por los corredores habilitados para tal fin y que están controlados por la Policía Federal. La rejilla fue desactivada un minuto, cuarenta y seis segundos antes de que se abrieran los vórtices, y se hizo introduciendo el código de desactivación. Ahora bien, la mitad de las naves, entraron en la atmosfera para atacar la ciudad y sus complejos gubernamentales; desde la órbita, su artillería no puede con los escudos de defensa de la ciudad: tiene que descender a menos de cinco mil metros, y lo hicieron. Por lo tanto, conocían el código de las defensas planetarias pero no la de los escudos. Muy poca gente tiene acceso a esos códigos, ni siquiera el presidente Fiakro dispone de ellos. Los dos códigos están, lógicamente, en poder de la Policía Federal y también están depositados, cifrados, en un cristal de datos, en el Cuartel General del Ejército en Mandoria y, por lo tanto, ambos cuerpos están descartados como fuente de la filtración. El código de desactivación de la rejilla planetaria, y recalco, solo de la rejilla planetaria, la tienen, por cuestiones de seguridad, las cancillerías de las seis repúblicas más próximas a Edyrme, del grupo de los sistemas principales.

—Entiendo entonces que la filtración se ha producido en una cancillería, ¿es eso lo que afirmas? —preguntó la vicepresidenta.

—Sí, lo afirmo, pero no creo que sea una filtración: es una traición.

—Reconozco que esa idea se me ha instalado en la mente, y me inquieta, —admitió Fiakro apesadumbrado.

—Hay algo que me tiene confusa, y me preocupa, señor presidente, —dijo Marisol cruzando los brazos y apoyando los codos sobre la mesa— no creo que fuera usted el objetivo del ataque, mejor dicho, no creo que fuera usted el único objetivo del ataque.

—¿Por qué dices eso?

—Durante la inspección que he hecho de la ciudad y los efectos del ataque, y al contrastarlos con los datos de que disponemos, me he dado cuenta de que el complejo residencial donde se alojan los representantes, ha recibido tres veces más impactos directos que el palacio presidencial: en total setenta y tres. El bombardeo de la ciudad se hizo posteriormente, cuándo se retiraban, posiblemente para enmascarar el objetivo principal, —en ese momento Sara entró en la sala y entregó una tableta a Marisol—. Gracias Sarita.

—No entiendo que podía haber en el complejo residencial que…

—Representantes, querido amigo, —le interrumpió el presidente— representantes.

—Tengo la lista de bajas del complejo residencial, señor presidente, —dijo Marisol consultando la tableta.

—Mira a ver si están los de Maradonia, —dijo el presidente con gesto sombrío.

—Si, están los dos.

—¿Y los de Radahar, Tarkynia, Vitervia y Nólom Inzeek?

—También, —contestó Marisol después de unos segundos de consultar la tableta. El presidente se quedó pensativo.

—Fiakro, es demasiado retorcido y descabellado, —afirmó la vicepresidenta— incluso para ellos.

Todos miraban al presidente que guardaba silencio mientras reflexionaba. Marisol también guardaba silencio y Bertil, a su lado, no terminaba de entender que ocurría.

—Efectivamente, puede parecer descabellado, —dijo por fin el presidente— pero me temo que nos encontramos ante la mayor crisis desde la caída del imperio.

—Pueden controlar un sector entero, —afirmó otro de los ministros— y en el corazón de la República.

—Necesito tiempo para reflexionar, —dijo Fiakro levantándose— es mejor que no comentemos nada sobre este asunto, no tengo que explicaros la gravedad de lo que está pasando. Marisol, Bertil, id a comer algo, y en un par de horas nos vemos.

Marisol le miraba mientras almorzaban en el comedor provisional instalado por el ejército y sé echó a reír.

—¡Bertil, tío! Te veo con una enorme interrogación encima de la cabeza.

—¿Tanto se nota?

—Se nota que te cagas.

—No sé Marisol, si yo soy la persona idónea para este cometido.

—¿Y por qué no lo vas a ser?

—¡Joder!, porque no estoy familiarizado con los entresijos de la política, y en este cargo tengo…

—Te elegí a ti, precisamente por eso, y porque pienso que eres la persona idónea, —y sonriendo pregunto con picardía— ¿o dudas de mi criterio?

—¡No seas absurda! Como voy a dudar de ti.

—Pues entonces dime que es lo que no entiendes.

—Sé que los cuatro sistemas nombrados por el presidente: Tarkynia, Radahar, Vitervia y Nólom Inzeek son, de alguna manera, subsidiarios de Maradonia, pero, de ahí, a controlar todo un sector…

—¡Claro que lo controlan! Tienes que empezar a pensar en magnitudes grandes: ya no estás en Magallanes. Cuándo vas al Cuartel General en Mandoria, ¿qué ves?, ¿un precioso planeta con un régimen político prácticamente perfecto?

—Bueno, sí… más o menos.

—La República de Mandoria engloba 29.000 sistemas, de los que 197 están habitados en mayor o menor medida, principalmente, por complejos industriales y explotaciones agrícolas. Maradonia en tres veces más grande, y con las repúblicas que has nombrado, que efectivamente son subsidiarias, te aseguro que controlan un sector entero.

—Pero, no he tenido problemas en desplegar el FDI en su sector.

—Claro, porque el hijodeputa del canciller, no puede controlar ni al ejército ni a la Policía Federal…

—Por eso está intentando crear su propio ejército.

—Efectivamente.

—Y ahora, ¿qué va a pasar?

—Espero que al presidente le quede capacidad de maniobra, pero, la verdad, es que la cosa pinta mal, muy mal.

—¿Y el quitar a los representantes de en medio?

—No estoy segura, pero sé que el canciller estaba enfrentado con ellos, porque no querían obedecer sus ordenes. Supongo que intentara que los sustitutos sean más dóciles y así tener voz en el parlamento.

—¡Joder tía!, si algún día te digo que quiero dedicarme a la política, saca tu espada y pégame con ella, pero muy fuerte.

—¿No quieres sustituir a Aunie en la nueva chancillería kedar?

—¡Vamos, no me jodas! —saltó Bertil— ¡ni hablar!

Dos horas después, los dos estaban en el despacho del presidente.

—Este es el informe de la policía federal sobre el ataque al Fénix y a tu persona, —dijo el presidente entregándola una tableta.

—Conozco el informe, señor presidente, —dijo Marisol pasando la tableta a Bertil.

—¡Joder!, te enteras de las cosas antes que yo.

—Este asunto me interesa.

—Bien, entonces ya sabes que todo apunta a que la filtración de los códigos de los escudos partió de Maradonia, y sospecho que estamos ante una filtración de la misma procedencia.

—Pero no podemos acusar al canciller, no hay pruebas.

—Exacto. La situación es más peligrosa de lo que parece, y corremos el riesgo de que se extienda. Ya controla un sector y no puedo permitir que controle los adyacentes.

—Pero, aunque cambie esos representantes, solo son seis, no controla el parlamento, y además, tiene que convocar elecciones…

—No, no, no es necesario. Las leyes electorales maradonianas son muy rígidas y los periodos electorales están prefijados con exactitud. Los nuevos representantes los nombrara el parlamento hasta el siguiente periodo electoral.

—Aun así no tiene mayoría para…

—No es lo que busca, lo que quiere es difundir su mensaje xenófobo y fascista en el parlamento federal y tener acceso a los canales federales de información.

—¡Qué hijo de puta! —exclamó Bertil— lo siento señor presidente.

—Ha estado muy bien expresado, general, yo no lo hubiera hecho mejor, —y desviando la mirada hacia Marisol, continuo— hay que intervenir en Maradonia, si esperamos más, la situación solo puede empeorar. ¿La policía federal puede enfrentarse a las tropas del canciller?

—Ni por asomo. Actualmente tiene unos ochenta mil novatos, pero están fuertemente armados por los depósitos federales estratégicos.

—Entonces lo tendrá que hacer el FDI, —afirmó el presidente— y tendrás que asignar tropas.

Marisol guardó silencio unos segundos mientras miraba fijamente al presidente.

—No me parece buena idea señor presidente. La intervención de tropas federales puede provocar que el conflicto se internacionalice. Puede haber maradonianos que lo vean como una intervención extranjera, ya sabe que son muy… suyos.

—¿Y entonces?

—Creo que es mejor mantener el conflicto como algo estrictamente nacional. Entre las fuerzas de Oriyan hay varias divisiones enteramente maradonianas y en mi estado mayor está el general Cimuxtel. Déjeme hablar con él, es mejor que este asunto lo resuelvan ellos mismo.

—De acuerdo, creo que tienes razón. Pero quiero que lo tengas todo preparado por si hay que intervenir a nivel federal.

—De acuerdo.

—Y queda por conocer la conexión del enemigo con el canciller de Maradonia, —afirmó Bertil.

—Sí, eso no podemos dejarlo de lado.

—Y otra cosa más,—apuntó Marisol— todas estás cosas: la crisis de Maradonia, y los ataques corsarios, nos van a retrasar aun más. Teníamos un plazo de dos años para limpiar el Sector 26, y ya casi hemos consumido uno. Con el enemigo operando en nuestra retaguardia, no podemos continuar progresando: he ordenado a Esteban y Opx que cuándo concluyan las operaciones en Petara, estabilicen el área y se fortifiquen. Con Faralia cercada, necesitamos los recursos del FDI para presionar sus defensas…

—Y mientras no acabemos con los corsarios no podemos dedicar al FDI en otra cosa, —intervino el presidente.

—Así es, señor presidente.

—Pero lo más urgente es solucionar el tema de Maradonia, —concluyo Bertil— con ellos, el enemigo tiene información de nuestros movimientos, y eso nos pone en una situación muy peligrosa.

—De acuerdo, Marisol, habla con Cimuxtel y prepáralo todo. Espero que todo salga bien, porque nos estamos jugando mucho.

—A la orden señor presidente.

(9,83)