La recompensa
Durante casi media hora esperamos en el bar la llegada de Sergio, pero por mucho que miraba a la puerta de entrada este no llegaba. Comenzaba a impacientarme y sin decir nada me encaminé hacia la calle con intención de ir a buscarlo. Justo en ese momento entró él, aparentemente muy contento. Le pregunté por el motivo de su tardanza y de su repentina alegría, y con un simple “la vida es joven y hay que disfrutarla” me ventiló como a una hoja seca un día ventoso.
Le seguí hasta la barra donde el resto de amigos charlaban animadamente. Él se metió en medio del corrillo y les habló tan bajito que no pude cazar ni una sola palabra. Como es lógico, protesté por su falta de tacto y educación: “son cosas de chicos”, me respondieron igual que si fuese una mocosa cotilla.
«Empiezo a cansarme de tanto secreto y tanta tontería» pensé, con el gesto torcido y muy contrariada.
Lo suficiente para tomarnos tres cervezas por cabeza, ese fue el tiempo que permanecimos en aquel oscuro y húmedo bar de pueblo. Luego nos dirigimos al coche con intención de marcharnos de aquel lugar.
Nada más llegar donde lo habíamos dejado estacionado, Sergio me tomó de la mano y me llevó al parte trasera. Estaba nerviosa por si me ordenaba alguna otra locura. Sobre todo porque estaba dispuesta a obedecer sin rechistar: aquello empezaba a gustarme a pesar de mi apatía.
Abrió el portón trasero del todo terreno y pude ver lo que, ¡los muy cabrones!, habían preparado mientras fui al estanco; no cabía otra posibilidad, porque Sergio afirmó no haberlo hecho durante la media hora que le esperamos en la taberna y que supuestamente dedicó a charlar por teléfono con quien quiera que fuese. Me costó creer lo que veían mis ojos, y casi se me sale el corazón del pecho. Por un momento me vi como una novia en su luna de miel, solo que, en lugar de uno, eran cuatro los novios. Se lo habían currado muy bien: asientos traseros reclinados para ganar espacio, una manta en el suelo y una colchoneta a modo de cama, cortinillas en las ventanas y otra más grande separando la zona delantera por la que aparecieron Íñigo y Alonso. Juro que no se me va la imagen de la cabeza. Parecía la Suite Nupcial de un gran hotel y me puse supercachonda.
―Ahora entenderás por qué te he mandado ir al estanco. No me hacía ninguna falta el tabaco ―dijo Sergio con todo el descaro del mundo.
Buscó en sus bolsillos y sacó dos cajetillas sin empezar; una de ellas la que yo había comprado.
―Si algún día te mato… luego no vengas a quejarte, ¡cabronazo! ―le respondí sonriente―. Ya podías haberme distraído de otra forma si queríais darme una sorpresa. No veas la vergüenza que he pasado.
Estaba paralizada por la emoción de ver todo aquel despliegue de medios y Sergio consiguió que me moviera. ¡Vaya si lo consiguió!
―¡Vamos, golfa! ―Me dio un buen azote el culo que me dolió durante un rato largo―. Entre los cuatro te vamos a follar hasta que supliques que paremos ―me dijo, eso sí, con su particular forma de expresarse.
Al entrar en el coche sentí unas ganas locas de abalanzarme sobre sus vergas y chuparlas hasta dejarlos secos. Me contuve, a la espera de que ellos me lo ordenasen; en ese momento prefería ser una especie de esposa dócil y entregada y comencé a quitarme la ropa.
La puerta se cerró y Sergio me agarró del pelo mientras yo gateaba hacía la colchoneta. Sin más preámbulos trató de meterme la polla en la boca. Tuve que ceder ante su empeño por miedo a que me rompiese los dientes. Mientras me ocupaba de él, Íñigo esperaba su turno con la verga en la mano, impaciente como un primerizo. Alonso prefirió explorar mi zona trasera y, más feliz que un niño con zapatos nuevos, se dedicó a meterme varios dedos en el coño. Me preguntaba qué había sido de Javier, porque ni lo veía ni lo escuchaba. Fui consciente de su presencia cuando vi volar su pantalón, segundos antes de apartar a Javier y meterme la polla donde el otro había introducido los dedos.
―¿Esto es lo que querías? ―preguntó Javier mientras me embestía repetidamente y azotaba mis nalgas con cierta contundencia.
A pesar de que me estaba matando de gusto, bien podría haberle dicho cuatro cosas si la polla que tenía en la boca me lo hubiese permitido, porque las cachetadas me dolieron más de la cuenta. Pero no fue así, y tan solo me quedaba el consuelo de terminar lo antes posible para tumbarme en la colchoneta; el suelo era tan duro e incómodo que me destrozaba las rodillas. Sin embargo, no pude caer más en desgracia cuando vi que Alonso ocupaba el lugar que yo ansiaba para mí misma con desesperación. Llegué a pensar que me había levantado con el pie izquierdo aquel día. No contenta con la situación, traté de reclamar el privilegio que entendía mío.
―Pensaba que la colchoneta era para mí… ¿No? ―protesté a regañadientes.
―¡Eso ni lo sueñes, zorra! ―dijo Sergio con severidad―. Tú harás lo que se te diga y cuando se te diga. Siéntate sobre Alonso, que Íñigo tiene un regalito para ti ―añadió con una sonrisa maliciosa.
Como chica obediente que me había propuesto ser, me coloqué en posición, con las rodillas a ambos lados de Alonso, encima de su verga y reflejándome en esos ojos viciosos que parecían decirme: «¡Voy a follarte quieras o no!».
―¡Siéntate, putilla! ―me ordenó Alonso tras colocarme el glande entre los labios vaginales.
Podía notar como Íñigo me acariciaba el culo al tiempo que yo cabalgaba sobre quien tenía debajo.
―¡Para, Alonso, que se la voy a clavar por detrás a esta putita! ―dijo Íñigo―. ¿Dónde tienes el agujerito, que no lo veo? ―preguntó con ironía y me empujó por la espalda, obligándome a pegar las tetas contra el pecho de Alonso. Entonces lo vio y tuvo vía libre―. ¡Ahora! ¡Ahora lo veo! Lo tienes tan sonrosado y apetecible como la primera vez que te dimos por detrás. ―En ese momento se puso más contento que un borracho con un bombo y dos platillos.
Estaba totalmente preparada para lo inevitable, una doble penetración, cuando caí en la cuenta de algo que ellos habían pasado por alto… ¡Y yo también!
―Chicos… ¿Qué pasa con los condones y la crema lubricante? ―pregunté inocentemente.
―Si quieres que juguemos sin reglas… ―intervino Sergio―, tienes que dejarte de ñoñerías. Tú eres quien ha pedido esto. ¿Prefieres llevar tú el control? Si es así…, dilo ¡Tú decides!
Reconozco que tanto “tú”, “tú” y “tú” consiguió intimidarme un poco. Pensé que Sergio comenzaba a perder la calma y que podría echarse atrás en cualquier momento. Pero él sabía como manejarme… O al menos lo pretendía. ¡Y lo hacía de maravilla! En todo momento supo qué decirme y cómo. Quedé muda con sus palabras. Le miré a los ojos y no pude sostener la mirada. Terminé por agachar la cabeza y no volver a quejarme… Al menos durante el tiempo que pudiese aguantar.
Íñigo aprovechó el momento de confusión y me la metió en el ano sin miramientos. ¡Cómo un jodido traidor!
―Tienes un culito precioso y muy tentador ―me dijo muy excitado―. No sabes cuánto me gustaría ser tu novio y disponer siempre de él. Pero, ahora que me doy cuenta…, has sabido contenerte y no has gritado. ¿Ha sido un gesto de rebeldía?
Giré la cabeza hacia él y esbocé una sonrisa pícara y desafiante.
― ¡Lo siento, amiga! ―continuó hablando―. El caso es que…, tenía tantas ganas de darte por el culo, que no he podido evitar hacerlo con ganas…
―¡Y bien que te lo agradezco, Íñigo! ―le interrumpí―. Quiero que me hagáis pasar un buen rato entre los dos… ¡Lo necesito!
No fue necesario que les suplicase, porque una verga me estaba destrozando el coño y la otra me mataba por detrás. No quería chillar porque seguramente me escucharía todo el pueblo. De todas formas, así me lo había ordenado Javier, añadiendo que estábamos en un lugar público y que no era cuestión de montar un escándalo. Pero para ellos era fácil hablar, porque los chicos no tienen ni puta idea de lo jodidamente complicado que es para una chica reprimir los quejidos y gritos de placer.
Al final obtuve mi recompensa: creí ver el Cielo cuando me dijeron que podía tumbarme sobre la colchoneta. Pero, claro, me tenían reservada otra sorpresita. Sergio me dio un antifaz de gata y me ordenó ponérmelo. Los cuatro me miraban como lobos alrededor de la presa. Yo no entendía por qué me lo había dado y él mismo no tardó en sacarme de dudas.
―Hemos pensado que estaría bien gravarlo en video ―me dijo Sergio con total naturalidad.
―¿Cómo que un vídeo! ¿Para qué? ―pregunté con recelo.
Entonces volvió a surgir la voz de Javier, el aprendiz de embaucador.
―Es para que tengas un recuerdo de la tarde en que has decidido soltarte la melena y probar cosas nuevas. Nosotros no lo queremos, es solo para ti. Por eso el antifaz, por si no te fías de nosotros y piensas cosas raras.
Lo cierto es que no me disgustó la idea: bajo esas condiciones no podía negarme, sino todo lo contrario.
―No te preocupes ―añadió Íñigo―, ya buscaremos la forma de convencerte para que nos regales una copia.
El resto secundaron la idea con extrema rapidez, lo que invitaba a pensar que contaban con esa posibilidad desde un principio.
―bueno, chicos ―dije yo―, eso dependerá de lo bien que os portéis conmigo hasta que regresemos. Al que lo merezca no tendré inconveniente en hacerle una copia. Pero nada de memeces ni dulzura. Me gusta cómo ha ido todo hasta el momento; esa es la línea a seguir.
Javier, Íñigo y Alonso sonrieron como niños perversos ante la posibilidad de hacerse con la grabación, y por un momento los visualicé, mentalmente, en la intimidad de sus dormitorios, mirando el vídeo y masturbándose.
―De momento uno o dos habéis ganado muchos puntos. No digo más. ―Sonreí satisfecha. Sin lugar a dudas estaba disfrutando el momento.
Si bien es cierto que el tema del vídeo me descolocó un poco, también lo es que consiguió desmelenarme más de la cuenta. Tras colocarme el antifaz, me sentí como una gata en celo y como tal me dispuse a comportarme.
―Vamos, Sergio. Se tú el siguiente. Tengo ganas de que me folles y correrme como una loca ―le supliqué.
―¿Quién eres tú para pedir nada, zorra? Todo será cómo nosotros digamos. ―Esa fue su respuesta.
Su tono de voz conseguía intimidarme un poco, pero en el fondo me ponía muy cachonda. Era plenamente consciente de que interpretaba un papel y lo hacía de maravilla. Yo me sentía satisfecha con su forma de hacerlo y lo demostraba sonriendo. Aun así… había algo que no terminaba de gustarme del todo.
―He de deciros algo que creo necesario. ―Los miré sonriendo a pesar de mi tono serio―. Me gusta que me llamen zorra, puta, guarra y demás apelativos cariñosos en momentos muy puntuales, como ya dije antes. Es posible que alguno se os escape de vez en cuando y sabré tomármelo bien. Eso sí, sin abusar. No obstante, el que prefiero entre todos es “golfa”: resulta igual de contundente y es menos ofensivo. Ni me considero una zorra, ni una guarra, ni una puta. Ni siquiera cuando tengo sexo en grupo. Pero ser una “golfa” es diferente, porque resulta más simpático. Incluso provocador y excitante. Tenedlo en cuenta de ahora en adelante.
Los cuatro asintieron con la cabeza. No dijeron nada, pero yo sabía que tratarían de complacerme en ese sentido. Después de todo éramos amigos y se trataba de un juego, aunque se saliese de lo normal.
De ese modo dejé las cosas claras y Sergio tomó la cámara para filmar el video que bien podía haberse titulado “La golfa golfea con los golfos”.
A partir de ese momento todo ha fue puta una locura. Javier se metió entre mis piernas, me colocó la polla en la entrada del coño y vaciló unos segundos.
―¿A qué esperas? ―le pregunté, ansiosa por tenerlo dentro de mí.
Salí de dudas cuando me cogió del pelo, tiró de mi cabeza hacia él, acercó su boca a mi oído y dijo algo que los otros no pudieron escuchar, pero sí mi respuesta:
―¡Tengo ganas de que me folles!... ¡Te suplico que me folles hasta que te hartes!... ¡Soy tu puta y quiero que te corras dentro de mí!... Si lo haces…, de ahora en adelante estaré a tu disposición, siempre que quieras. No importa dónde, cómo ni cuándo, porque siempre que me reclames iré a ti con el coño mojado y el culo bien abierto. ¡Te lo juro!
Sergio, Íñigo y Alonso quedaron boquiabiertos y sin decir nada, pasmados con lo que salía de mi boca con tanta determinación. Pero yo estaba desesperada y en ese momento habría recitado ‘El Quijote’ si Javier me lo hubiese pedido.
Mis palabras surtieron el efecto que Javier buscaba. ¡Y bien que me recompensó por ello!
Comenzó a follarme como un animal, sin separar mi cara de la suya y tirándome del pelo mientras me miraba con furia. No tardé más de dos minutos en correrme como una loca. Aun así, él siguió entrando y saliendo de mí, sin darme tiempo para relajarme tras el gusto recibido. Pensaba que quería arrancarme la vida con cada penetración. Su violencia fue como un bálsamo contra el calentón acumulado. Cuando, ¡por fin!, se corrió dentro de mí, recogí con algarabía el torrente tibio y abundante. Creía que iba a desmayarme; apenas podía respirar y la cara me ardía debido al calor provocado por la máscara. Decidí quitármela: ya nada me importaba.
―Te has corrido como una golfa de primera. Sé que te mueres por tragarte mi leche como tantas otras veces. Si es así, dame las gracias y exprímeme la polla con la boca. De lo contrario, escúpeme a la cara y la próxima vez lo haré mejor. ―De nuevo me habló al oído, sofocado y fuera de sí. Acto seguido colocó la verga justo delante de mi cara.
La tragué sin pensármelo dos veces, como no podía ser de otro modo, y se la chupé hasta que derramó una gran cantidad de semen dentro de ella. En ese momento supe que había rebasado una barrera: la que supone volverse loca por una polla y por unas palabras dichas de forma oportuna y en el momento justo.
―Y los demás… ¿Qué? ―preguntó Alonso, sin dejar de grabar con la cámara de vídeo―. ¿También vendrás a nosotros de esa forma cuando te reclamemos?
Percibí celos en sus palabras, y pensé que tal vez había cometido un desliz al decir lo que dije delante de ellos. Tenía que reaccionar y así lo hice.
―Alonso, mi amor. ―Miré a la cámara porque él estaba detrás ella. En cierto modo también me respondía a mí misma puesto que quedaría grabado; seguramente lo miraría montones de veces en el futuro―. Todos sois especiales para mí. Pero, al igual que la mayoría de las chicas, me guio por impulsos. No quiero insinuar que lo haya dicho por decir, debido al calentón del momento. Ratifico cada una de las vocales y consonantes. Todos vais a tener oportunidad de sorprenderme y conseguir mi entrega incondicional si de verdad la queréis. Es solo cuestión de encontrar la fórmula adecuada. ―Le indiqué con el dedo que se acercase a mí. Tras arrodillarse en el suelo, le di un tierno beso en los labios.
―¡Uff! ― Alonso resopló tras el beso ―. No te quepa la menor duda de que lo deseo. Las chicas como tú son las que me gustan: viciosas, apasionadas y siempre dispuestas. Además, siento debilidad por tu voz y por los gestos que haces cuando hablas.
Coloqué mi dedo índice sobre sus labios, indicándole que no siguiera hablando. Bajé la mano hasta su entrepierna y le agarré la verga. Estaba totalmente erecta y pude percibir en ella la intensidad con que me deseaba.
―Siente mi deseo en tu polla del mismo modo que yo noto el tuyo en mi mano. Pero no confundas entrega con amor. Con vosotros puedo follar de todas las formas imaginables, pero mi corazón es de Sergio: mi novio, mi compañero, mi amor. Creo que es algo que tenéis claro. Tanto tú como los demás podréis tener mi cuerpo y mi mente siempre que queráis, pero nada más. Es la única condición que os impongo a los tres.
Javier me había proporcionado mucho placer, pero tener la polla de Alonso en mi mano volvía a despertar mi deseo. Además, era consciente de que ya no tenía la careta puesta y eso suponía un aliciente extra.
―Pásale la cámara a otro, Alonso ―le pedí con dulzura―. Ahora quiero que me folles tú. Vamos a ver si conseguimos que tu juguetito se relaje un poco. ―Volví a tumbarme sobre la cómoda colchoneta y abrí los brazos, dando a entender que lo esperaba ansiosa.
Alonso no tardó en penetrarme y comenzó a moverse dentro de mí. Yo miraba a la cámara sintiéndome una estrella del porno casero y eso me puso más cachonda de lo que estaba. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que follé con mi buen amigo Alonso y el roce de su verga rememoraba en mi memoria gloriosos tiempos pasados. Entonces abracé su culo con las piernas y le empujé contra mí con los pies: necesitaba velocidad y profundidad.
Estuvo follándome de ese modo durante casi diez minutos, sin sobresaltos pero de forma constante. Sin duda era un chico con aguante.
―¡Vamos, amor! ¡Córrete conmigo! ¡Estoy a punto de caramelo! ―le supliqué con insistencia.
Apenas unos segundos más tarde, se detuvo un breve instante y el esperma inundó mis entrañas, luego prosiguió con un ritmo más calmado hasta soltar la última gota.
Fue genial corrernos al mismo tiempo y fundirnos en un abrazo.
―Más que follarme, Alonso, me has hecho el amor ―pensé en voz alta―. En el futuro no quiero que me hagas el amor. ¡Es muy aburrido! Prefiero que me folles con intención de destrozarme; prefiero que descargues en mí toda tu furia. ―Terminé besando sus labios como muestra de agradecimiento. Aunque, por otro lado, no se si fue lo más acertado besarle de ese modo después de mis palabras.
Apenas Alonso salió de mí y se puso en pie, Íñigo reclamó su turno. Luego, sin cortarse un pelo, exigió que me colocase a cuatro patas porque tenía intención de darme por el culo. Los demás comenzaron a tomarle el pelo, diciéndole que era un escrupuloso porque no quería meter la polla en el orificio donde se había corrido otro. Él trató de defenderse, pero estaba en clara desventaja frente a sus tres amigos. La broma derivó en algo más serio y tuve que intervenir para que la sangre no llegase al río.
―No hay problema, chicos. Si él lo prefiere…, yo no tengo el menor inconveniente ―sentencié en un intento de poner fin al desencuentro.
No obstante, yo me encontraba muy cómoda tumbada sobre la colchoneta y no tenía la más mínima intención de renunciar a dicho privilegio. Le pedí a Íñigo que me follara por el ano en esa postura, la del misionero. Él protestó, pero, al notar mi resolución, no tuvo más remedio que agachar las orejas y conformarse. Tras penetrarme comenzó a moverse con prisa y a gemir. Yo gritaba levemente y eso le encendía mucho más. Mi propósito era conseguir que terminase cuanto antes, porque presentía que no me iba a proporcionar demasiadas alegrías. Había depositado todas mis esperanzas de conseguir un tercer orgasmo en la verga de Sergio y en su especial forma de follar: agresiva y viciosa. Por ese motivo no apartaba la vista de su instrumento y de la cámara de vídeo, que en ese momento manejaba él. Por lo tanto, igual que había hecho con Javier, empujé repetidamente el culo de Íñigo con mis pies hasta que logré que me llenase el recto de semen. Apenas habían pasado un par de minutos, y el pobre gemía y bramaba como si hubiese estado follando durante horas.
Los demás le vitorearon y volvieron a gastarle bromas. Aquel comportamiento no me gustó lo más mínimo y salí en su defensa.
―No te preocupes, mi amor. Has esperado mucho para follarme y no has podido aguantar. Es algo normal. Has conseguido que grite como una golfa y te lo agradezco; mi culito te lo agradece. No les hagas caso porque son unos envidiosos ―le dije para consolarlo.
Felizmente llegó el momento que tanto había esperado: ser montada bestialmente por Sergio, el más animal de todos. Pero Sergio no solo era un animal follando, sino que como persona de vez en cuando se comportaba como tal. En aquel momento lo demostró con creces.
―Vamos, mi amor ―le dije―, no te lo pienses que tengo ganas de correrme contigo.
―¡Vaya! ―exclamó Sergio. Su rostro y el tono de su voz no presagiaban nada bueno―. El juego consistía en que tú estarías para lo que nosotros quisiéramos y resulta que has manejado a estos flojos como si fuesen corderos. ¡Estoy muy decepcionado!
―¿Estás decepcionado?... ¿Tú? ¡Mira que novedad, don perfecto se ha decepcionado!
Se me quedó mirando sin decir nada, como si le debiera dinero. Luego se arrancó.
―No te burles, porque sabes de sobra que las condiciones eran otras. Al menos eso lo tengo claro. Pero, si piensas imponer las normas a partir de ahora, conmigo no cuentes porque doy por terminado el juego, este juego que salió únicamente de tu cabecita, ¡princesa! ―Su última palabra sonó totalmente irónica, como una puñalada por la espalda, y me temí lo peor.
―No, Sergio. No quiero que termine el juego. Te suplico que me perdones. ¡No volverá a pasar! ¡Lo prometo! ―le respondí con los nervios a flor de piel.
―Ya no sé si creerte o no ―replicó él―. De momento olvídate de mí si pretendías que te follase. Al menos hasta que corrijas el error. ¡Ya son varios los que has cometido!
Que me follase o no era lo menos importante en aquel momento; me sentía angustiada por el miedo a que reculase y diese por finalizada aquella maravillosa experiencia. Con mayor motivo si tenía en cuenta que quedaba toda una noche por delante.
―Ya te he pedido perdón, Sergio. ¿Qué más quieres de mí?
Miró a sus amigos y los cuatro sonrieron.
―Tienes que resarcirnos ―intervino Javier.
―Lo que sea. Cualquier cosa que me pidáis, juro que lo hago sin rechistar ―dije con pleno convencimiento.
En aquel momento no pude imaginar que sus mentes fuesen más retorcidas de lo que cabría esperar.
―Póntela como cuando has ido al estanco, abrochando tan solo los tres botones inferiores ―me ordenó Sergio tras entregarme la camisa. Mientras me la ponía, observé que él también se vestía.
Mis ojos volvieron a brillar al ver un pequeño rayo de esperanza. A pesar de ello, sabía que Sergio solía ser muy aficionado a las sorpresas y me temía una más.
―Ven conmigo. Vamos a dar una vuelta ―me dijo tras abrir el portón trasero del coche.
―Al menos deja que me limpie, Sergio. Mira como estoy, con restos de semen por buena parte de mi cuerpo. ―Traté de razonar con él. No hubo manera. Tampoco permitió que me vistiese con la minifalda y mucho menos que me pusiera las bragas.
De ese modo caminamos por una calle unos cien metros, hasta llegar a una tienda de ropa de caballero. Entramos en ella y todo el mundo se me quedó mirando. Tenía los muslos pringosos por el semen que había soltado durante el trayecto. Aun así, no tenía ni puta idea de qué pintábamos en aquel lugar. Salí de dudas cuando Sergio me ordenó lo que tenía que hacer. Pensé que era inconcebible lo que me pidió, pero él sabía de sobra que no me negaría por dos importantes razones: la primera, porque aquel juego extraño en el fondo me estaba gustando demasiado; y la segunda, porque yo había dado mi palabra.
―Espérame aquí. Voy a buscar al dependiente ―me dijo y se fue.
Habló con la cajera y ésta le señaló con el brazo a un hombre que había casi al final de la tienda. Se acercó a él y hablaron unos minutos. Después vinieron los dos hacia mí, sin dejar de hablar. Al llegar, el tipo comenzó a devorarme con la mirada. Tendría unos cuarenta años y parecía el típico solterón insulso de mediana edad, con un corte de pelo bastante feo y algo regordete, pero sin pasarse.
Debió resultarle curioso verme con una camisa que apenas me tapaba. Yo la cerraba con las manos y tenía las piernas cruzas a fin de disimular los chorreones de semen. No dejaba de mirarme. Entonces Sergio sacó su ingenio a relucir.
―Caballero, mi novia y yo estábamos haciendo el amor en un pinar que hay a la entrada del pueblo. Habíamos dejado la ropa en el coche y, de repente, hemos visto que unos chiquillos se acercaban a él. Un segundo después han salido corriendo con ropa entre las manos. Al comprobar qué era lo que nos faltaba, nos hemos dado cuenta de que solo se han llevado la ropa de mi novia. Mire usted cómo ha quedado la pobre. ―En ese momento me abrió la camisa sin que yo pudiese hacer nada por impedirlo.
Aquel tipo casi se muere de un soponcio al verme en pelotas y oliendo a tigre. No pudo disfrutar demasiado del espectáculo porque reaccioné con rapidez y volví a taparme.
―Sé que es una tienda para caballeros, pero tenemos prisa por marchar y no nos da tiempo a buscar otra más apropiada. Aunque solo sea para salir del paso, ¿tendría algo para ella? ―preguntó Sergio.
―No se preocupen ―respondió el dependiente―, creo que podremos encontrar algo de su agrado.
―¡Perfecto! ―exclamó Charly con satisfacción―. Vaya con ella mientras yo llamó por teléfono para denunciar el robo. Voy a la calle, que aquí no tengo buena cobertura.
Durante un rato el dependiente me estuvo mostrando ropa impersonal, de esa que sirve tanto para hombres como para mujeres, llevándome de un lado a otro del comercio. El pobre no podía apartar sus ojos de mis pechos y, en el fondo, no podía reprochárselo. Aquella situación me incomodaba mucho, pero desobedecer a mi chico cerrando la camisa podría acarrear consecuencias que no estaba dispuesta a asumir. Finalmente llegó el momento de ir a los vestidores para probarme la ropa que había elegido. Entonces le hablé.
―Discúlpeme señor…
―¡Blas! Me llamo Blas, señorita ―dijo con total cortesía.
―Bien, Blas. ¿Le importaría acompañarme a los probadores? Me da mucho corte que la gente me vea con estas pintas. ―Comenzaba la parte más embarazosa de cuanto me había ordenado el caprichoso Sergio.
No puso objeción y me acompañó. Estaba a punto de comenzar el show.
Empecé probándome un pantalón. Con él puesto, y sin nada que me tapase la parte superior, salí y le pedí opinión sobre cómo me quedaba. El dependiente no prestó atención al pantalón, sino a las tetas, como era de esperar. Del mismo modo, me puse una especie de camisa corta, y el tipo dirigió la vista hacía mi conejo recién depilado esa misma mañana.
Yo no tenía intención de prolongar aquello más de lo necesario. Por eso me armé de valor y fui directa al grano.
―Entre conmigo, por favor. Si salgo tantas veces, tengo miedo de que alguien me vea ―le pedí siguiendo las órdenes que había recibido de Sergio.
El caso es que aquella situación comenzaba a mosquearme. Por un lado, el probador era un pequeño almacén, donde dos personas cabían con holgura. Por otro lado, Blas no se negó y tampoco pareció dudar. Sospechaba que Sergio conocía aquella tienda y a su dependiente, pero ante la duda decidí seguir adelante; ya había llegado demasiado lejos.
―Blas. Tengo que decirte algo. No quiero que lo interpretes mal. ―Me armé de valor y me lancé al toro―. No me encuentro bien. El caso es que… que soy adicta al sexo y, con todo esto del robo, al final mi novio no me ha follado. ―Me detuve y tomé una buena bocanada de aire―. Por favor, hazme una paja mientras yo te hago lo mismo, y si nos gusta, después te la chupo. No podemos follar porque no tengo condón ―dije sin dejar de temblar y acto seguido coloqué la mano sobre su paquete.
El tipo se puso nervioso, aunque en ningún momento trató de rechazarme ni se mostró demasiado sorprendido. Era más que posible que se comportase como lo haría cualquier tío ante una oportunidad llovida del cielo.
―Si es lo que quieres… por mí no hay problema ―respondió mientras me miraba la entrepierna.
A pesar de que sus reacciones eran totalmente naturales, teniendo en cuenta la situación, algo seguía diciéndome en mi interior que todo resultaba demasiado sospechoso.
―Dime, Blas. ―Quise averiguar―. ¿Tú conoces a mi novio de algo? Dime la verdad porque no me gusta que me mientan.
―¡No! ¡Nunca le había visto! ―Su reacción y su respuesta me parecieron de lo más natural y espontáneo.
―¡Está bien! No te preocupes… Son cosas mías. ¡Sácala y terminemos antes de que alguien nos pille!
Tras sacar la verga, me aferré a ella con la mano y comencé a pajearla. Él bajó la suya e intento buscarme el clítoris. El caso es que encontró antes la entrada del coño y me metió un par dedos. Pronto comenzó a entrar y salir con ellos.
Pasaron un par de minutos y yo no sentía nada. Aun así, lancé algún que otro gemido con intención de excitarle más y conseguir que se corriera pronto. Pero el caso es que me estaba costando conseguirlo.
―¿Estás nervioso? ―le pregunté―. Veo que te cuesta un poco. ¿No te gusto?
―Un poco nervioso… ¡Sí! Para mí esto es nuevo.
―¿Quieres que te la chupe entonces? ―pregunté sin dejar de meneársela.
―¡Vale! Eso estaría mejor ―respondió con voz de tonto y sin apartar la vista de mis tetas.
―¡Está bien! Pero no te corras en la boca. Avísame cuando lo vayas a hacer. Como veo que te gustan mis tetas… dejaré que lo hagas sobre ellas. ¿Te parece?
―¡Sí! ¡Sí! ―Cambió la cara de tonto por una bien distinta que no me atrevería a calificar. Sobre todo porque mi forma de actuar no era más digna que la suya.
Cuando tuve la verga al alcance de mi boca, me di cuenta de que no la tenía nada mal: el tamaño era más que aceptable y estaba limpia. Volví a respirar profundamente y la metí en la boca. Por suerte, y dentro de lo que cabe, no me costó demasiado tiempo conseguir mi propósito. Tras avisarme de que le venía, escupí la verga y seguí con la mano frente a mis pechos. Apenas tardó quince segundos en soltarme, entre jadeos y suspiros desesperados, dos buenos chorros encima de ellos.
―Por la cantidad que has soltado, creo que hace mucho que no practicas con la mano. ―No pude evitar soltarlo.
―¡Gracias! ―Fue todo lo que me dijo. En el fondo me sentí defraudada porque no habría estado fuera de lugar algo como: “¡ha sido fantástico!”, “¡has estado muy bien!”, o, ¿por qué no?, “¡eres una diosa!, ¿me das tu teléfono?”.
¡En fin! Había cumplido la orden de Sergio y todo lo demás me daba igual. Cogí lo primero que pillé a mano y me limpié con ello. Por desgracia para Blas, dio la casualidad que era uno de los pantalones que habíamos elegido para probarme. Imagino que pensó que le costaría trabajo limpiarlo porque no puso muy buena cara. A pesar de ello no dijo ni “pío”: en el fondo le convenía dadas las circunstancias.
El resto fue puro trámite. Me dirigí hacia la caja donde Sergio me esperaba para pagar la ropa que había elegido. La cajera tomó la tarjeta de crédito que Sergio la entregó y la pasó por el terminal, informándonos acto seguido de que no había sido admitida por el sistema. Sergio fingió sorprenderse, porque sabía de sobra que su tarjeta era de débito y estaba totalmente seca. Se metió tanto en su papel de indignado, que golpeó varias veces el mostrador con la mano cerrada y se cagó otras tantas en el sistema bancario. Siguió maldiciendo incluso cuando salíamos del establecimiento con las manos vacías.
Después de todo lo acontecido, yo seguía casi desnuda, con la misma camisa andrajosa y con pintas de fulana. Pero sobre todo salí de la tienda desesperada por tener un último orgasmo: el que Sergio me había prometido. En ningún momento pasó por mi imaginación renunciar a él; había hecho cosas impensables y tenía la intención de conseguirlo sin importarme los métodos.
De camino hacia el coche pasamos por una casa abandonada. La puerta estaba medio caída y me dije, «¡esta es la mía!». Agarré a Sergio de la pechera y lo arrastré adentro. Desesperada, le saqué la polla y me di la vuelta.
―¡fóllame, hijo de puta!... ¡Me lo he ganado! ―le ordené con tono serio al tiempo que sacaba el culo hacia fuera y se lo ofrecía.
Él no estaba muy por la labor, pero, ante mi insistencia, accedió y me la clavó en el coño de un solo golpe.
―Cuéntame lo que ha pasado en el probador, ¡guarra! Seguro que te ha gustado ―me ordenó mientras me follaba enrabietado.
―Eso ni lo sueñes. Hasta que no me dejes satisfecha del todo, ni se te pase por la cabeza que te voy a decir nada ―respondí con total convicción.
Pero Sergio no era de los que se andan con chiquitas ni dan su brazo a torcer. Me agarró con firmeza por los hombros, giró mi cuerpo como si fuese un muñeco y me empujó contra la mugrienta pared. Aquella reacción me asustó y no pude decir nada porque me cogió del cuello con la mano izquierda y me introdujo la otra en el coño.
―Veo que no entiendes de qué va esto, ¡zorra! Aquí el único que pone condiciones soy yo. Ahora mismo me lo cuentas o… o invito a todo el que pase por la calle a que te folle, hasta que se te salten las lágrimas ― dijo con decisión.
Lejos de amedrentarme, le miré a los ojos con rabia y con intención de no ceder.
―¡Interpretas muy bien tu papel, Sergio! ―dije levantando la voz―, pero he aprendido a conocerte y sé que no lo harás. No eres de los que disfrutan viendo como un desconocido me folla. Me quieres para ti y para tus amigos. Pero te diré algo: no solo me he limitado a cumplir tus órdenes con Blas, el tipo de la tienda, también me lo he follado. ¡Y me he corrido como una golfa! ¡Cómo a ti te gusta! No tienes ni idea de lo que me ha gustado ―me mostré firme y le mentí para ver su reacción.
Pero mi plan no dio los resultados esperados y él tampoco estaba por la labor de ceder. Con mayor motivo si tenemos en cuenta que, dentro de aquel juego tan extraño, él era quien interpretaba el papel de dominador.
―Tápate y ven conmigo. Voy a demostrarte de lo que soy capaz, y vas a tener lo que quieres: emociones fuertes ―me dijo si apartar sus ojos de los míos.
Después me cogió de la mano y me llevó con prisa de vuelta a la tienda. Tras ordenarme que le esperase en la puerta, entró y estuvo hablando con el dependiente. Pocos minutos más tarde salió y regresamos al coche, a toda prisa.
Entramos y el resto de amigos quedaron sorprendidos por el semblante serio de nuestros rostros.
―¿Qué ha pasado, Sergio? Habéis tardado mucho ―preguntó Javier con cara de preocupación.
―¡Nada! ¡No ha pasado nada! ―Sergio respondió con agresividad―. Tan solo voy a dar a esta golfa lo que ha estado pidiendo a gritos toda la tarde: ¡un buen polvo!
Javier trató de insistir.
―Pero…
―¡No hay peros que valgan, Javi ―intervine para que dejara de molestar puesto que tenía a Sergio donde le quería―. Deja que se desahogue. En el fondo tiene toda la razón.
Tras desnudarse, el rostro de Sergio indicaba que seguía enfurecido. También su voz.
―¡Túmbate y abre bien las piernas! Vamos a demostrar a éstos hasta que punto te gusta meterte en el papel de zorra.
Obedecí sin perder un segundo. Los chicos se tranquilizaron al percibir felicidad en mi rostro; estaba ansiosa por sentir cómo Sergio descargaba toda su rabia dentro de mí.
Grité de dicha cuando me la metió hasta rozar el útero. A medida que me follaba, con soberbia, pensaba que todo había merecido la pena y mis gritos sonaron desesperados. Durante un buen rato no dejó de hacerlo, una y otra vez. Ni siquiera cuando me vino el orgasmo y mi cuerpo quedó como muerto.
―¡Sigue, mi amor! No dejes de follarme… ¡Por lo que más quieras! ―Supliqué sollozando para que no se detuviera. El orgasmo era de tal magnitud, que yo apenas tenía poder sobre mi mente.
Mi cuerpo tan solo se movía debido a los empujones que él me propinaba con cada embestida. Poco después de terminar el orgasmo, ocurrió algo que jamás en la vida me había sucedido: noté que volvía a quedarme sin movilidad, y cómo sensaciones indescriptibles recorrían la zona comprendida entre el estómago y las rodillas. Sin duda se trataba de un nuevo orgasmo con escasos segundos de diferencia respecto al anterior.
―¡Gracias, amor!... Eres el primero que ha conseguido arrancarme dos seguidos ―dije cuando recobré las fuerzas y el aliento―. Hazme feliz vertiendo tu leche dentro de mí.
No tardó en complacerme y pude percibir el intenso calor de su aliento en mi cuello, mientras jadeaba y soltaba una descarga de semen tras otra. Terminé con el coño inundado por sus fluidos y por los míos.
―¡Gracias, amor! Gracias por darme tanto placer ―le dije al oído con dulzura y totalmente entregada.
Pero su reacción no fue, ni por asomo, la que yo esperaba.
―¡Eres una puta mentirosa! ―me susurró con ira―. Me has mentido al decirme que te has follado al tipo de la tienda. Pero no te preocupes, no lo tendré en cuenta. Veo que has sabido adaptarte al juego y jugar tus cartas. Te reservo una sorpresa para esta noche que te va a volver loca. ―Sus últimas palabras me dejaron bastante desconcertada.
Nos separamos sin decirnos nada más. En mi mente resonaban sus inquietantes palabras. ¿Qué quiso decir con la última frase?... ¿A qué sorpresa se refería? Conociéndolo como lo conocía, estaba segura de que representaría un nuevo reto para mí. ¿Sería de mi agrado? Esa era la gran duda que quedaba en el aire.
Durante el resto del viaje, todos nos comportamos con total naturalidad. Como no podía ser de otro modo, el tema de conversación versó sobre lo ocurrido en la tienda de ropa. Los chicos rieron hasta humedecerse los ojos con mi narración. Eso sí, obvié comentar el lamentable suceso ocurrido en aquella casa derruida: no tenía la más mínima intención de preocuparlos por una tontería, aunque para mí no lo fue.
Continuará…
...Besos para quienes han llegado hasta el finaL…
...¡¡GRACIAS!!...
© ® 2.014 Mónica DELUX