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Confesión de un infiel (2)

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Un día, estando en el trabajo, uno de los compañeros nos informó que iba a salir a la farmacia porque tenía que comprar unas pastillas para su mujer, a la que le había llegado la menstruación y tenía dolores.

-¡Mira qué bien! Tienes una semana para usar el otro agujero. –Dijo otro compañero.

Esa frase me hizo recordar otros tiempos, cuando la metía por cualquier agujero, y que, cuando me casé, mi esposa puso el grito en el cielo por nombrarlo y no lo había hecho desde entonces. Decidí volver a practicarlo con Susana y para ello me hice con un frasco de aceite corporal (no se conocía otro para este tipo de relaciones) y lo dejé en el dormitorio del piso.

Esa misma tarde, cuando nos juntamos, le anuncié que se la iba a meter por el culito.

-¡Ni hablar! A una amiga mía se lo hizo su novio y me dijo que el dolor era insoportable. No pudieron acabar.

-No te preocupes. Verás cómo no es para tanto si se sabe hacer. Solamente duele un poquito. De todas formas, si no puedes aguantarlo, me lo dices y paramos.

Accedió y lo primero que hice fue ponerla a cuatro patas, tumbarme boca arriba bajo ella y, desde atrás, comenzar a comerle el coño.

Al mismo tiempo, mojaba mis dedos en el aceite y acariciaba su ano, presionando para que se fuese abriendo poco a poco. Cuando ya pude meter la punta del dedo, le puse una buena cantidad de aceite directamente en su ano y proseguí dilatando.

El primer dedo, entró sin problemas y poco a poco seguí dilatando para que entrase un segundo dedo, que le resultó molesto al principio. Cuando se acostumbró, le metí un tercero, que le hizo daño, pero en ese momento, su excitación estaba al máximo, aunque mi concentración sobre su coño y clítoris no estaba al cien por cien, debido a la distracción que me producía su ano.

Cuando los tres dedos entraban con soltura y buena lubricación, dejé su coño y me puse tras ella, embadurné de aceite la polla y la puse a la entrada de su ano. Me recosté sobre ella para llevar mi mano a su coño y acariciar el clítoris con suavidad, al tiempo que iba presionando con la polla para ir introduciéndola poco a poco.

Cuando notaba algo de dolor, me lo pedía y yo paraba y mantenía la posición, para reanudar la presión cuando se había relajado. Llegó un momento que el glande entró de golpe, succionado por su culo. Ella, después de la primera impresión, se relajó un momento y pude llegar a metérsela hasta la mitad. Esperé a que se acostumbrase y, ayudado por un poco más de aceite, la incrusté hasta el fondo.

Sé que le dolió, pero aguantó hasta el final. Cuando se acostumbró, comencé a moverme. Primero despacio y engrasando bien, luego aumenté la velocidad, sin dejar de acariciar su coño. Al momento estaba pidiendo más y más.

Me mantuve un buen rato sintiendo la presión de su culo alrededor de mi polla mientras entraba y salía. Luego la hice tumbarse de costado, doblar la pierna superior y, a caballo sobre la otra, seguí enculándola mientras metía dos dedos en su coño y alternativamente, acariciaba su clítoris.

A los pocos minutos anunció su corrida y yo sentí la contracción de su esfínter, vaciándome en su interior.

A partir de ese momento, follábamos todos los días, excepto sábados, dedicados a visitas sociales y domingos y festivos, que acompañaba a mi mujer a la iglesia y a ver a los padres.

En su momento, y después de un largo parto, mi mujer dio a luz a una preciosa niña que yo recibí con alegría y Casta con la promesa de no volver a tener otro en su vida.

Una vez en casa, yo me encargué desde el principio de bañarla y darle el biberón, cuando detectaron que su madre no tenía suficiente leche, todas las noches. La acariciaba cuando la tenía desnudita sobre el cambiador, pasando mis dedos por su espalda y pecho suavemente.

Con el tiempo, se reía mucho conmigo, e incluso se excitaba y movía brazos y piernas cuando presentía que iba a entrar en casa por las noches.

No sé si fue por envidia o por influencias religiosas, pero uno de los días que estaba jugando con ella, Casta me montó un lío tremendo, acusándome de pervertido, pederasta y otras cosas más. Como consecuencia de ello, cambié mi actitud. Cuando llegaba, me acercaba a la cuna, le daba unos besos en la frente y me retiraba con mucho dolor de corazón.

La niña esperaba que la tomase en brazos, y al no hacerlo se echaba a llorar sin que la calmase su madre cuando la tomaba en brazos o se ponía a bañarla. Sé que era cruel por mi parte, y que me estaba vengando de su madre con ella, pero tampoco podía pasarme los días discutiendo.

Solamente jugaba con ella cuando su madre no estaba. Llegó un momento en el que ella no aguantaba más los llantos y me pidió que volviese a bañarla yo, a lo que me negué rotundamente. Le dije que ya no me apetecía. Tras discutir un rato, me dio como alternativa el buscar a alguien que se hiciese cargo de ella, a lo que respondí que antes de entrar alguien de fuera a cuidar a mi hija, saldrían las dos por la puerta. Lo dije tan enfadado que ya no se volvió a hablar nunca más del tema.

Tampoco sé si esto fue lo que desembocó en los hechos posteriores.

Nuestras relaciones íntimas pasaron de ser casi inexistentes a totalmente inexistentes. Mi atención estuvo volcada en ratos mínimos con mi hija y muchas horas con Susana.

Yo le decía que saliese y buscase un novio para casarse, pero ella no quería porque estaba muy bien conmigo. Le hacía ver que la diferencia de edad se iba a ir notando cada vez más y llegaría un momento que se quedaría sola. Además, insistí en que me gustaría tener algún hijo con ella.

Se negaba siempre a esta propuesta, diciendo que estábamos bien así, pero yo seguía insistiendo una y otra vez. Dos años después, Susana me dijo que había conocido a un chico y que le había insinuado que le gustaba y le había pedido salir juntos.

Hasta ese momento, todo me parecía bien, pero en cuanto me lo dijo, tuve que dominar mis celos y mi deseo de poseerla en exclusiva. Atrás quedaban las palabras de que buscase a un compañero de su edad. Pero lo hablamos con tranquilidad, y ella misma me propuso, que si salía bien, se casaría con él, pero limitaría al mínimo el uso del matrimonio, para seguir con lo nuestro.

Resultó que el muchacho, de nombre Jorge, se enamoró perdidamente de ella y le pidió matrimonio. Yo la apoyé en todo. A Susana le di y puse a su nombre el ático de encima de nuestro piso para que iniciasen su vida, junto a una importante cantidad de dinero como dote.

Al novio y futuro marido, le pareció extraño que un vecino de la casa fuese tan generoso con ellos.

-¿Qué tiene que ver ese hombre contigo? –Le preguntó.

-Nada. Es un vecino muy amigo de la familia. Mi madre lleva muchos años haciendo la limpieza y atendiéndolos a él, su mujer y su hija.

-¿Y no habrá tenido algún asunto con tu madre?

-¡Cómo puedes pensar eso de mi madre o de él!

Ahí quedó la cosa, pero por lo que pude observar posteriormente, y que yo intenté mantener sin decir nada, cada vez debió tener mayor certeza sobre ello.

Por supuesto que mi esposa, hija y yo, fuimos invitados a la boda dada la relación que nos unía al seguir la portera atendiendo a la limpieza de nuestra casa. Para mi mujer, fue una obligación. La boda no tenía el glamour de la gente de su clase, pero la insistencia de la madre y mi apoyo indirecto, hicieron que me obligase a ir a mí.

Cada vez me dejaba acercarme menos a ambas y consiguió inculcar en mi hija un miedo exagerado hacia mí. Poniéndome de pederasta, sátiro e indecente a todas horas, delante de ella.

No sé el porqué de tanto odio. Si era porque conocía lo mío con Susana o fue algo que se fraguó a lo largo de los años con mis constantes ataques a sus creencias religiosas en materia de sexo.

Horas antes de la boda, Susana me envió un mensaje para que pasase rápidamente por casa de sus padres y que entrase, que la puerta estaba abierta. Cuando llegué sus padres me hicieron entrar en la habitación de ella, indicando solamente que había pedido que nos dejasen solos. Cuando entré, me esperaba con el vestido de novia puesto.

Estaba preciosa toda de blanco, sin velo, con un vestido muy bonito y sencillo, que dejaba al descubierto sus hombros y llegaba a cubrir sus pies.

-¿Qué tal estoy? –Me preguntó.

-Espectacular. –Fue lo único que vino a mi mente.

-Gracias, pero no solamente te he llamado para esto. Ven conmigo.

Me llevó hasta el borde de la cama, se agarró la parte trasera del vestido y se lo echó por encima al tiempo que se doblaba, sobre el colchón y me decía:

-Fóllame por última vez de soltera.

La vista de su culo y coño, sin bragas, con un liguero sujetando sus medias, las piernas rectas sobre unos altos tacones y separadas ofreciendo su intimidad, me la pusieron dura de golpe.

Me quedé desnudo de cintura para abajo y me agaché tras ella para lamer su coño y ano. Le dediqué un buen rato a recorrer su raja hasta el ano y presionar con el dedo su esfínter para abrirlo. Pronto me apremió a que se la metiera por el culo, cosa que hice inmediatamente.

Me coloqué tras ella, froté bien mi polla sobre su coño, metiéndola poco a poco para lubricarla y terminé apoyándola sobre su esfínter y haciendo presión. Entró inmediatamente. Ya lo tenía acostumbrado.

Empecé despacio, pero ella me pedía más y más, por lo que la estuve follando con fuerza. En la habitación resonaban los golpes de mi cuerpo contra sus nalgas. Ella gemía cada vez más fuerte, hasta que se corrió con un fuerte grito, lo que provocó mi corrida a su vez.

Esperamos un poco recuperándonos, pero el morbo que me dio al pensar que al otro lado de la puerta estaban sus padres y que lo habrían oído todo, volvió a ponérmela dura otra vez, por lo que se la clavé directamente en el coño y le estuve dando hasta que me derramé de nuevo en su interior, después de alcanzar ella dos orgasmos más.

Al terminar, ella hubiese seguido, pero yo no daba más de mí, por lo que me pidió que le acercase una compresa y unas bragas blancas que había sobre la cómoda. Se puso la compresa y sobre ella las bragas. Tras esto, se recompuso la ropa y comprobó su maquillaje al tiempo que me decía riéndose:

-Esta noche mi marido comprobará la suavidad con la que me la meterá por lo excitada que estaré.

Tras reírme con ella, salí de la habitación, con un poco de vergüenza al encontrarme con sus padres, pero se comportaron como si nada y yo me fui a recoger a mi mujer e hija para ir a la iglesia.

Tras la ceremonia habitual, la comida habitual, baile y fiesta habitual, copas de más y cada uno a su casa. Al día siguiente los novios se fueron de viaje y los demás a la rutina. Bueno, yo no volví a la rutina. Los tres días siguientes, seguí disimulando, me iba al piso, veía un rato la televisión o leía la prensa que tenía pendiente y volvía a casa.

Al segundo día me atreví a solicitar sexo a mi esposa, que como era de esperar, no solamente se negó con el consiguiente cabreo por mi parte, discusión entre ambos y acusaciones de degenerado por su parte. Acostumbrado a disfrutar diariamente del sexo de una u otra forma, me encontraba irritable solamente con pensar que iba a tardar un mes hasta que volviese Susana.

Al cuarto día, cuando llegué al piso, me encontré con María, la madre de Susana y esposa del portero, esperándome. Extrañado, le pregunté:

-¿Qué hace usted aquí, María? ¿Ocurre algo?

-No Don Roberto. Como no está mi niña y he visto lo necesitado que está, he venido por si deseaba que yo la sustituyese hasta que vuelva de su viaje de novios.

Estuve dudando unos segundos, hasta que decidí que para desahogarme también valía, aunque no fuera mmi tipo de mujer. Hay un dicho que dice: en caso de guerra, cualquier agujero es trinchera y yo quería mucha guerra.

Me acerqué a ella al tiempo que desabrochaba mis pantalones hasta llegar a su altura. Apoyé la mano en su hombro e hice una ligera presión, que entendió inmediatamente, arrodillándose y llevándose mi flácido pene a su boca.

Sin usar las manos, hizo retroceder el prepucio y dejó el glande al descubierto, dedicándole unas expertas chupadas y lamidas que hicieron que tomase consistencia rápidamente, metiéndosela cada vez más adentro. Al poco tiempo, la tenía como una piedra y ella seguía lamiendo y chupando como si hubiese vivido solamente para ello.

Tuve que apartarla para evitar correrme demasiado rápido. La hice levantarse. Llevaba un vestido tipo bata abrochado por delante con botones. La llevé hasta el sofá y la hice doblarse sobre el respaldo. Ni siquiera me molesté en desabrochar su vestido.

Se lo subí hasta la espalda, bajé sus enormes bragas y busqué con mi mano la entrada de su coño. Cuando la encontré, húmeda ya, entre una gran mata de pelo, guie mi polla y la clavé de golpe.

Un largo gemido, mezcla de dolor y placer, acogió mi entrada hasta lo más profundo, donde la dejé unos segundos para disfrutar de la presión de su coño y recuperarme del fuerte roce de la entrada.

-Por favor, don Roberto, sea suave. Hace muchos días que no entra nada por ahí.

-¿Tu marido no te folla?

-Más bien poco. Cada vez menos. De recién casados era muy fogoso y a mí me gustaba mucho, pero con los años él ha ido decayendo y yo me he ido acostumbrando.

No hablamos más. Empecé a moverme despacio. Al principio, la poca humedad de su coño hacía que sintiese una suave fricción, pero rápidamente se fue mojando cada vez más, de tal forma que pronto aceleré mis movimientos y el roce se convirtió en un chapoteo.

-Ohhhh. Don Roberto. No pare, por favor. ¡Cómo me gusta!

La separé ligeramente del respaldo para introducir mi mano por delante hasta alcanzar su coño, con la intención de masajear su clítoris. Su voluminoso abdomen y la frondosa y desordenada mata de pelo que lo rodeaba, hicieron difícil alcanzarlo.

Tuve que trabajarlo por encima de la vellosidad y ligeramente ladeado, pero conseguí el efecto que quería. En poco más de un minuto, estaba gritando su placer:

-Aaaaaahhhh. Siiiii. D. Roberto. No pare. Estoy a punto de corrermeeee.

Mantuve el ritmo. No quería acelerar su orgasmo. Mi intención era mantenerla en un punto en el que no lo alcanzase, pero que tampoco disminuyese su excitación. Sin embargo, la jugada me salió mal. No contaba con su larga abstinencia, que la llevó al máximo placer pocos segundos después:

-Siiii. Me corrooooo. Don Roberto, me corrooo. No pareeee.

Y seguí follándola al mismo ritmo. Cuando su orgasmo terminó, puso su mano sobre la mía para acercarla más a su clítoris y masturbarse con ella, sin parar.

Al presionar mi mano contra su vulva, también presionaba mi polla a la entrada lo que me producía una sorprendente sensación de estrechez en torno a ella que me obligaba a frenarme para no correrme demasiado pronto.

Estaba buscando la forma de aguantar más, cuando volví a oírla gritar.

-Mmmm. Ahhhh. Don Roberto. Me viene otra vez. Me viene otra vez. Siiiiii.

Y seguido, emitió un fuerte y prolongado grito:

-AAAAAAHHHHH.

Ya no me pude contener y me corrí con sus últimos espasmos. Cuando ella terminó su orgasmo, se le aflojaron las piernas y empezó a caer, sin que pudiese sujetarla debido a su peso, y contribuyendo solamente a que fuese bajando despacio hasta quedar arrodillada en el suelo, con la cara pegada al respaldo.

Cuando terminaba de ajustarme la ropa, oí que me decía:

-Gracias, D. Roberto, no sabe lo que necesitaba esto…

-Mañana la espero a la misma hora. Y venga con el coño bien arreglado –Le dije interrumpiéndola.

Cuando llegué al día siguiente ya me estaba esperando. Se encontraba de pie, junto al sillón donde la había follado el día anterior. El continuo movimiento de sus manos, me indicaba que estaba nerviosa.

-Desnúdese. –Le dije como saludo.

Iba con un vestido tipo bata, como el del día anterior, pero de distinto color.

-Yo… Es queeee…

-Que se desnude o se marche. No me gusta repetir las cosas. –Esta vez en tono más seco y duro, al tiempo que empezaba a desnudarme.

Empezó a desabrocharse la bata despacio, botón a botón, con la vista baja, puesta en cada uno de ellos. Mientras yo ya me había desnudado y la miraba como lo hacía.

Poco a poco iba mostrando su cuerpo. Un sujetador blanco, viejo pero limpio, de un blanco impecable, ubicado casi en su cintura, al que seguían unas enormes bragas negras que cubrían su amplio abdomen.

La verdad es que había llegado excitado mentalmente, aunque esa excitación no se reflejaba todavía en mi polla, pero al verla empezó a bajar mi interés.

No mejoró cuando se quitó el sujetador y sus tetas caídas y planas quedaron colgando y me enfadé cuando se sacó las bragas y apareció la abundante mata de pelo que su abultado bajo vientre no podía ocultar.

-Ayer le dije que viniese con ese pelo recortado…

-Perdone, D. Roberto. –Me interrumpió con la cara totalmente roja y sin saber dónde poner las manos.- Pero no sabía cómo hacerlo. Mi marido se afeita con máquina eléctrica y no me veo bien esa parte para hacerlo con la tijera.

En las revistas del ramo, las mujeres ya aparecían en las fotos con los pelos bien recortados. Se hablaba de la “raya del bikini” y muchas de ellas mostraban su vulva sin el más mínimo asomo de vello. Con Susana había practicado el recorte y eliminación, para lo que disponíamos en el apartamento de útiles de afeitar y maquinilla de cortar pelo.

Le pedí que me acompañase al baño, donde arreglaba normalmente a Susana y, al igual que a ella, la hice sentarse en el borde, con los pies dentro, pero su vientre caído no me permitía acceder. Después de pensar unos segundos, la hice acostarse boca arriba en la cama, con una toalla bajo su culo, y levanté sus piernas llevándolas hasta la cabecera, atándolas con los cordones de las cortinas que Susana se había empeñado en poner.

Quedó bien abierta de piernas y con toda la mole de carne retirada de su coño. Preparé agua, jabón, navaja, tijeras y la maquinilla manual. Procedí a recortar los pelos largos con la maquinilla del pelo, dejándolos al tamaño preciso. Los de encima del pubis a unos dos centímetros y los de la vulva rapados a todo lo que daba la máquina.

Tras descansar un momento porque la mano me dolía de manejar la máquina, procedí a humedecer la vulva y aplicar jabón de afeitar y procedí a rasurarla despacio. Tenía que meter los dedos para agarrar los labios, estirarlos y pasar la navaja, eso y un poco de intención por mi parte, hacían que rozase su clítoris y se fuese calentando.

Cuando terminé, el pelo que le llegaba desde el coño hasta casi el ombligo, había quedado reducido a un triángulo sobre su pubis y dejando un coño y ano totalmente limpios. Tras aclarar la zona con agua limpia, me dediqué a pasar la lengua por toda la zona rasurada, mojándola con mi saliva y haciéndola soltar suaves gemidos de placer.

Sus manos, que habían estado agarradas a los barrotes del cabecero, pasaron a presionar e intentar llevar mi cabeza a su clítoris. Procuraba evitar seguir su juego, desviando mi lengua a los bordes de su vulva y forzando el recorrido a ambos lados, hasta llegar a su ingle.

-MMMMM. SSSIIIIIII. –Repetía constantemente

-Por favor, D. Roberto. No puedo más. No me haga esto.

Su coño derramaba líquido sin parar, que unido a mi saliva, formaba un hilo constante que recorría su perineo, pasaba por su ano y caía sobre la toalla, creando una gran mancha de humedad. Aproveché para meter, primero un dedo, en su ano, follándolo con él hasta que entraba y salía con suavidad y luego un segundo, repitiendo la operación. Intenté presionar con un tercero, pero en ese momento noté que se sentía incómoda, así que dejé de hacerme el remolón y ataqué directamente su clítoris.

-AAAAAAHHHHH.

Se corrió inmediatamente al tiempo que subía su pelvis para presionar más contra mi boca, pero, al tener los tres dedos presionando contra su ano, el movimiento hizo que se los clavase del todo.

La posición de esos dedos, formaba un canalillo que hizo que entrase más flujo y saliva en su ano, facilitando más la penetración y ayudando a dilatar mucho mejor.

Retiré la toalla llena de pelos y húmeda, arrojándola en un rollo al suelo y coloqué una almohada bajo su culo para dejarlo a la altura conveniente, apoyé la punta de mi polla en su ano y procedí a meterla lentamente.

-Noooo, D. Roberto. Por ahí nooo. Se está equivocandooo.

-Cállese y abra bien el culo. –Le dije.

Y de un empujón, metí el glande dentro.

-AAAAAYYYYY. Me hace mucho dañoooo.

Con un dedo me puse a acariciar su clítoris por encima de la piel, mientras detenía el avance para dejar que se acostumbrara, así conseguí que fuese excitándose de nuevo y que su coño volviese a rezumar, lo que unido a algo de saliva por mi parte, contribuyeron a favorecer la penetración, que llegó al fondo en dos empujones sucesivos.

Mantuve mi polla quieta en su estrecho ano, mientras seguía acariciando su clítoris, disfrutando de la presión que ejercía. Poco a poco fue relajándose y pude empezar a moverme. Despacio al principio, pero viendo que ella seguía excitada y empezaba a agitar su culo para aumentar las penetraciones, aceleré mis movimientos. Poco después estaba gritando:

-OOOOHHHH SIIIIII. MAAAASSS. QUE MORBO. ME GUSTAAA.

Me dejé caer sobre ella para follarla más rápida y cómodamente. Tuve que adaptarme a la curva de su vientre y mis manos cayeron a ambos lados de su cuerpo, junto a sus pezones. Los fui tomando por turnos entre mis dedos, frotándolos, presionándolos y acariciándolos. Eso la hacía gemir más y más fuerte.

Así, subido sobre ella. La sacaba hasta que solamente quedaba dentro el glande para luego volverla a clavar hasta el fondo.

Durante bastante tiempo, estuve entrando en ese culo tan estrecho sin que ella dejase de pedir más y sin dejar de darle duro. Pocos minutos después, ella anunció su corrida:

-Hay, D. Roberto. No pare ahora. Siga. Siga… SIIIIII, AAAAAHHHH.

Yo estaba también al borde de la mía. Me incorporé, quedando arrodillado entre sus piernas, coloqué mi mano sobre su pubis y mi pulgar sobre su clítoris, que sorprendentemente se encontraba hinchado y duro, y seguí atacando su ano con fuerza.

No pasó un minuto más hasta que me corrí yo, llenando su recto con mi leche. Mientras los golpes de mi corrida iban saliendo, yo movía mi dedo sobre su clítoris hasta que mi orgasmo terminó. Entonces solté sus piernas, con una suave queja de ella al habérsele quedado algo agarrotadas por el tiempo en esa posición. No obstante, mantenía su respiración agitada.

Mi polla fue reduciéndose y se salió del culo. Estaba sucia. Sabía que ella quería más y yo también lo deseaba por lo que me bajé de la cama, me la señalé y le dije:

-Venga al baño a lavármela.

Ella se levantó rápidamente y empezó a caminar por delante de mí. De repente, se echó mano al culo, la llevó delante para poder vérsela y empezó a correr, volviendo a colocarse la mano de nuevo, intentando detener el líquido que escurría de él y que empezaba a bajar por el interior de sus muslos.

Cuando llegué, se encontraba sentada en el inodoro, pasando uno tras otro, trozos de papel. Yo fui directo a la bañera, tomé el aparato de ducha y ajusté la salida a una modalidad que disponía para soltar el agua en un único chorro concentrado y a toda presión que daba la red.

-Póngase a cuatro patas en la bañera y ábrase bien el culo. –Le dije, mientras ajustaba la temperatura del agua.

Ella, sin dudar, se metió y puso en la posición indicada, apoyando la cabeza sobre el fondo y separando sus cachetes, dejando a la vista su oscuro y palpitante ano.

Apoyé sobre él el chorro de agua, presionando para que entrase, hasta que empezó a quejarse por las molestias ocasionadas debido a la cantidad introducida.

Entonces retiré la ducha e intenté cerrar el grifo, pero ella no pudo contenerse, empezando a soltar el agua introducida, mezclada con heces. Intentó levantarse para ir al inodoro, pero la retuve y lancé el chorro de agua a su ano para diluir al máximo la expulsión, hasta que terminó.

Ella no se estuvo quieta. Con una mano apoyada en el borde de la bañera y ligeramente inclinada hacia adelante, llevó la otra a su coño y se estuvo masturbando al tiempo que iba soltando su carga a pequeños intervalos. En uno de estos, se corrió con un fuerte gemido.

Cuando todo quedó limpio, coloqué todo en su sitio y me metí yo para que me limpiase la polla, lo cual hizo con esmero hasta que le dije que ya era suficiente.

Duchada ella y limpio yo, la hice volver a la cama, donde me acosté boca arriba.

-Chúpemela hasta que la tenga dura de nuevo. Quiero follarla por el coño también.

Noté que se le alegraba la cara y vi cómo subía a la cama y, arrodillada a mi costado, se lanzaba a chupármela con ansia.

Todavía algo húmeda por el lavado, se la metió de golpe hasta la mitad en la boca y fue sacándola despacio, hasta que ya casi con el glande fuera, movió su lengua alrededor del borde y volvió a metérsela, ajustando bien su boca durante todo el recorrido.

Repitió la acción varias veces, consiguiendo en cada una de ellas, que fuese poniéndose dura poco a poco y meterse un poco más cada vez. Cuando ya llegó a su tope, agarré su pelo y empecé a guiar sus movimientos forzando la entrada un poco cada vez, notando cómo aguantaba las arcadas, hasta que su nariz chocó con mi pubis.

Alcanzada la máxima profundidad, la iba sacando despacio para volverla a meter de nuevo hasta el fondo. Con esto, si bien sentía placer, no era todo lo que esperaba de una buena mamada. Pronto me di cuenta de que era debido a que ella no colaboraba.

-Colabore un poco más. Así no llegaremos a nada. Presiónemela con la lengua contra el paladar y acaricie el glande con la lengua en cuanto pueda.

No hizo falta repetirlo, enseguida sentí cómo su boca se convertía en un agujero estrecho que rodeaba mi pene por todos los lados y cómo era acariciado mi glande cuando se encontraba entre sus labios.

-Siii, siga, María, ¡que placer me está dando!

Solté su cabeza y ella sola continuó, incluso puso algo de su parte. Cuando el glande salía fuera, ponía los labios en forma de “0” y lo metía y sacaba rápidamente varias veces, al tiempo que presionaba con los labios.

Mientras ella me la chupaba, y al no poder corresponderla por su hinchado vientre, aprovechaba para recorrer su raja por el exterior con mi dedo, notando su humedad, que poco a poco fue en aumento, y viendo cómo se iba moviendo y girando para facilitar mis acciones.

-MMMMMM. María, me gusta mucho su boca, pero si seguimos así me voy a correr y quiero hacerlo en su coño.

En un parpadeo estaba sobre mí, agarrándomela con una mano y separando los labios de su coño con la otra. Se la metió de golpe y se puso a dar botes sobre ella a toda velocidad. No sé si lo hizo a idea o fue algo casual, pero cuando estaba a punto de correrme, se detuvo, se la sacó completamente, se dio la vuelta y, tras ubicarse bien, volvió a metérsela en el coño.

En esa posición, su vientre quedaba entre mis piernas y podía ver mi polla encajada en su totalidad. Empezó a moverse adelante y atrás con suavidad, al tiempo que llevaba sus dedos a su clítoris. Cambiaba los tiempos a su capricho. Unas veces se movía rápido y se acariciaba con frenesí y otras bajaba el ritmo hasta la desesperación.

De repente, el movimiento rápido duró más tiempo y sus gemidos fueron en aumento:

-MMMMM. ME CORROOO. OOOOHHHH.

Se detuvo un momento, pero, tras unos azotes en su culo, enseguida continuó con la misma cadencia. Me estaba volviendo loco. Ansioso por alcanzar mi orgasmo, me puse a azotar su culo para que acelerase.

-ZASSS, ZASSS. Más rápido. Más rápido.

Repetí varias veces, cambiando su forma de moverse y haciendo caso a mis exigencias. Poco después cuando me encontraba nuevamente al borde del orgasmo, volvió a gritar la proximidad del suyo y aceleraba los movimientos de su mano frotando el clítoris, que a su vez, repercutían en mi polla y me hicieron alcanzar mi punto de no retorno.

-No pare, María. Voy a correrme. Siiii. SIIII. SIIII. ME CORROOO.

Mi orgasmo desató el suyo, y mientras yo iba soltando mi carga en su interior, ella también gritó.

-SIIIIII. Don Roberto. Yo también. YO TAMBIEEENN.

Quedamos momentáneamente relajados, en la postura que teníamos, hasta que ella se recuperó un poco y se dejó caer a mi lado, con la cabeza al lado de mis pies y mi mano a la altura de su coño. Veía salir algunas gotas de mi corrida, y se me ocurrió meterle dos dedos para ir sacándosela, pero después de hacerlo tres o cuatro veces, enseguida me dijo.

-Por favor, Don Roberto. Déjeme ahora. Sus tocamientos me excitan, pero también me resultan molestos.

Yo le hice caso y al poco nos vestimos y volvimos a nuestras casas.

Estuvimos follando durante todo el mes que Susana estuvo de viaje de novios y unos días más, hasta que la nueva pareja se organizó.

Cuando ya estaban instalados, María me informó que desde ese momento continuaría su hija, pero que si era necesaria en algún momento, vendría encantada.

Durante los seis meses siguientes, estuvimos follando como conejos por todos los agujeros, con la sola precaución de utilizar preservativo en el coño. Al cabo de ese tiempo, me dijo:

-Roberto, mi marido quiere que tengamos un hijo. ¿Qué opinas tú?

-Lo esperaba desde antes de que os casaseis. Yo también quiero tener un par de hijos más y serán de nosotros dos. A partir de ahora, dejarás que se corra dentro de ti los días que no seas fértil, dejando un margen de seguridad, y yo te follaré “a pelo” todas.

Seguimos follando normalmente hasta que se aproximaron sus días fértiles. Le pedí que estuviésemos tres días in follar antes de empezar. Para el primer día alquilé una habitación de hotel, me tomé un día de fiesta en el trabajo y quedé con ella para desayunar en una cafetería cercana sin decirle nada.

Desayunamos alegres porque ambos sabíamos lo que nos esperaba. Ella deseando ir a nuestro piso y yo disfrutando con la sorpresa que le guardaba.

Desayunamos sin prisa, y al terminar y salir del restaurante, ella esperaba que nos encaminásemos a casa, pero la hice cambiar de dirección. Empezaba el verano y hacía calor.

-¿A dónde vamos? ¿Dónde me llevas? –Eran sus preguntas repetidas.

-Tú sigue conmigo y lo verás.

Pocos minutos después entrábamos en el hotel.

-¿A qué venimos aquí? ¿Tienes que ver a algún cliente? –Me preguntó aunque noté que algo se imaginaba.

Todo quedó claro cuando fuimos hacia los ascensores sin pasar por recepción y pulsé el botón de la última planta.

-Mmm. ¿Has reservado una habitación?

-La suite nupcial. Lo mejor para ti.

Se me tiró al cuello y terminamos el recorrido del ascensor jugando con nuestras lenguas mientras mis manos recorrían su cuerpo y mi polla totalmente dura, presionaba sobre su estómago.

El ascensor terminaba dentro de la suite y solamente con pasar de nuevo la tarjeta llave, entrabas a un amplísimo salón con un enorme ventanal desde el que se podía ver media ciudad, y la otra media siguiendo por una enorme terraza que rodeaba la habitación.

De eso nos dimos cuenta después, porque nuestra entrada fue como caballos al galope, deteniéndonos un instante para orientarnos y localizar el dormitorio. No hay que decir que la ropa quedó como un reguero desde el ascensor al dormitorio.

Caímos sobre la cama desnudos y sin dejar de besarnos. Cuando me separé para lamer sus pezones, no me dejó, diciéndome.

-Fóllame. Necesito sentirte dentro.

Para mí fue una liberación. Mi polla estaba a punto de reventar y necesitaba metérsela urgentemente.

Ajusté mi posición, que ya casi estaba, situándome entre sus piernas. Ella levantó sus rodillas y las separó bien, para hacerme hueco y facilitar que mi polla cayese directamente en los labios de su vulva.

-Mmmmmm

Un ligero movimiento mientras me ubicaba, la hizo gemir. Cada vez se separaban más los labios y mostraba más todo lo que ocultaban.

Su clítoris erecto, sobresaliendo como un garbanzo, su interior rojo y muy húmedo, destilando flujo y mi deseado agujero que empezaba a verse detrás de todo esto.

Hice un recorrido por toda la vulva. Desde su entrada, evitando meterla, hasta su clítoris y más allá. Ella empezó a pedir más y más y que se la metiese de una vez, al tiempo que hacía movimientos para conseguir que le entrase.

Por fin decidí metérsela, recibiéndome con un profundo gemido.

-MMMMMM.

Empecé a moverme, sacándola casi completamente para volverla a meterla hasta el fondo varias veces, sintiendo cómo su respiración se aceleraba hasta que vi que se encontraba a punto de correrse, entonces la sacaba completamente, frotaba el glande a lo largo de su raja hasta rozar su clítoris y la volvía a meter completamente y de golpe.

A la tercera vez, se corrió con un orgasmo intenso.

-AAAAAAHHHH. ME CORROOOO. SIIIII.

Después quedó como desmayada, pero yo continué moviéndome muy despacio, entrando profundamente y saliendo casi hasta fuera, arrastrando gran cantidad de flujo que mojaba mis huevos y resbalaba hasta la cama, donde se formó una gran mancha.

Mientras disfrutaba del suave roce de mi polla con las paredes de su vagina, mi mente me jugó una mala pasada. Estaba pensando en que iba a ser padre de nuevo, cuando me llegó la sensación de que entraba en el camino de no retorno al orgasmo.

Solamente me dio tiempo de clavarla hasta el fondo y depositar allí una abundante corrida. Cuando terminé, puse una almohada bajo su culo para que su coño quedase en alto y me situé a su lado durante unos minutos, besándonos y acariciando su cuerpo.

Al pedir la habitación, había especificado que hubiese muchos ramos de flores, que al entrar de esa forma tan apasionada, ninguno de los dos habíamos visto. Ahora, más relajados, vi que había muchos ramos en la habitación, y que un suave perfume se extendía por toda ella.

Siguiendo mi mirada, Susana se dio cuenta del detalle, agarrándose a mi cuello y dándome besos. En agradecimiento por el detalle, se giró hasta mi polla y se puso a chupármela. Rápidamente volví a colocarla boca arriba y cambié la almohada de sitio para que siguiera con el coño en alto.

Tuve que sujetarla porque quería darme placer. Como no paraba de protestar, no me quedó más remedio que subirme sobre ella y metérsela en la boca. Me la estuvo chupando y lamiendo hasta que empezó a ponerse dura. En ese momento, yo me puse a recorrer su coño con mi lengua y succionar su clítoris.

Al mismo tiempo que mi polla se endurecía, su clítoris se engrosaba y su coño volvía a encharcarse. Metí primero un dedo y luego dos en su coño mientras le seguía chupando y lamiendo.

La posición conmigo arriba y ella abajo, no era la más favorable para una mamada, por lo que tuve que ser yo el que le follase la boca, disfrutando cuando se la clavaba entera, la retenía un momento y volvía a sacarla, haciendo que ella emitiese un quejido ronco y algunas toses.

Con la polla ya dura, la hice ponerse a cuatro patas, situándome tras ella para follarla. Dudé un instante al ver sus dos agujeros a mí disposición y sintiendo una gran atracción por su ano, pero recapacité a tiempo y, pensando en que había más días, se la metí en el coño, donde entró como si fuese en el agua, gracias a su lubricación y los restos de mi corrida anterior.

Su culo no dejaba de tentarme, por lo que, arrodillado tras ella y con mi polla entrando y saliendo a ritmo lento, fui chupando mi dedo pulgar y frotando en círculos sobre su ano y presionando ligeramente hasta conseguir que entrase toda la primera falange.

Poco después tenía todo el dedo dentro de su culo. Desde el interior, presionaba mi polla en sus movimientos de entrada y salida. Esos movimientos me excitaban, pero más excitaban a Susana. La presión incrementaba el roce sobre las partes más sensibles de su interior y lo expresaba con frases como:

-OOOOHHHH Roberto, ¿Qué me haces? ¿Qué me estás haciendo? ¡Qué gusto! Sigue, sigue.

Seguí machacando su coño durante largo rato. Ella pedía más, pero la postura era cómoda, el lento movimiento no me cansaba y el placer que la presión de sus paredes junto con mi dedo me producían en mi polla, no me aconsejaban hacerlo.

A pesar de mi lentitud, poco después alcanzó un orgasmo, que no debió de ser muy intenso, y quizá por eso no bajó su excitación, y al momento seguía pidiendo más.

Hasta que no llegó el momento en que empezaron a molestarme las rodillas del tiempo que llevaba en esa postura, no me decidí a cambiar el ritmo lento por otro más rápido.

La nueva velocidad y el mantener mi dedo moviéndose haciendo presión dentro de su culo, la forzaron a un nuevo y rápido orgasmo que se prolongó unos segundos más, hasta que yo no pude más y me derramé en su interior.

Mientras nos recuperábamos, volví a colocar la almohada bajo su culo y estuvimos un rato haraganeando en la cama.

En esto, llegamos al medio día y decidimos comer en la misma habitación. Cuando la trajeron, comimos en el amplio salón, y fue cuando vimos que también había muchos ramos de flores y Susana pudo contemplar la ciudad desde uno de los edificios más altos.

La escena se repitió durante toda los siguientes siete días, volviendo a la rutina después, solo que follando sin preservativo. Todas las tardes se iba a su casa con el coño cargado de mi leche para que lo terminara de llenar su marido.

Ese mes no quedó embarazada, por lo que a mitad del ciclo, volví a montar toda la parafernalia. Susana se encontraba como en una nube. Todo le parecía maravilloso.

Pero mejor fue al mes siguiente, cuando pasó la primera semana de retraso, luego la segunda y la tercera. Volvimos a repetirlo todo, por si acaso, pero comenzó el siguiente mes y pasaron las dos primeras semanas sin que le viniese la menstruación

Anunció a su marido y a su amante su embarazo mostrando los resultados de los análisis, recibiendo atenciones de reina desde ese mismo momento por parte de ambos.

Durante el embarazo, aumentó la libido de Susana al tiempo que bajaba la de su marido. Le daba reparo por si dañaba a la criatura. Para mi resultó agotador. Tenía que salir por la mañana de mi trabajo para proporcionarle dos o tres orgasmos a base de comerle el coño y masturbarla y terminar follándola y repitiendo la misma secuencia por las tardes.

Por fin llegó la hora del parto. Fue de noche y el portero, muy orgulloso, me informó por la mañana de que había sido abuelo

El propio “padre” vino por la tarde para invitarme a conocer a su hijo y darme las gracias. Al fin y al cabo, yo pagaba el seguro privado y la clínica que habían llevado el embarazo y parto.

Durante el periodo de cuarentena, desde el primer día que enviaron a casa a Susana y al niño, María, la madre de Susana, vino todos los días para atenderme. Primero venía a mi apartamento y luego se iba al de su hija, para prepararles comidas y cenas, ayudar a bañar al niño y dejarlos acostados.

No lo habíamos hablado, pero aunque sabía que Susana no iba a estar, me iba todas las tardes al apartamento, por eso me resultó sorprendente entrar en él y encontrarme a María desnuda, recogiendo cosas y limpiando el polvo. Tenía la radio puesta y no me oyó entrar.

En la misma entrada me desnudé, dejando toda mi ropa en el suelo, y me acerqué a ella mientras mi polla se iba endureciendo.

Aproveché que estaba ligeramente inclinada hacia adelante, para apoyar mi polla en su culo y agarrar sus tetas, acariciándolas y frotando suavemente sus pezones. Eso le produjo un ligero sobresalto por lo inesperado del momento, pero enseguida empezó a mover su culo, frotando bien mi capullo por toda la raja de su culo.

Llevó su mano a mi polla y tirando ligeramente de él, me llevó a la ducha, abrió el grifo y ajustó la temperatura del agua y volvió a tirar de mí para que entrase (la ducha es muy grande, cabemos hasta tres personas) bajo el agua. Me alcanzó el jabón y puso sus manos sobre la pared. No me resultó difícil saber lo que quería.

Tras mojarnos ambos y cerrar el agua, eché jabón en mis manos y lo fui extendiendo por su cuerpo. Empecé por los brazos, estirados y apoyados en la pared, recorrí sus hombros frotando suavemente, bajé por el costado hasta alcanzar sus tetas, que me encargué de enjabonar bien desde el pecho hasta el pezón y todo alrededor. Mis manos, recargadas de jabón, recorrieron su espalda hasta su culo.

Embadurné sus cachetes y le pedí que se los abriese para enjabonar bien la raja. Me di jabón por delante y me junté a ella para enjabonar también su vientre. Mi polla resbalaba por la raja de su culo, que ella echaba hacia atrás para que la punta llegase hasta su vulva.

Llevé mis manos hasta su coño, generando abundante espuma en él y con las consiguientes pasadas sobre su clítoris. Hasta entonces no habíamos dicho ni una palabra. Solo miradas y sonrisas. Pero en ese momento empezaron sus gemidos.

-Mmmmmmm. Señor, ¡qué gusto me está dando!

-La encuentro muy caliente, María. ¿Hace mucho que no folla?

-La última vez fue con usted.

Bajé mano que frotaba su coño hasta posicionarla abajo, para que en el siguiente envite le entrase ya en él, cosa que ocurrió inmediatamente.

-Aaaaahhhhh

Dio un buen gemido de placer cuando sintió cómo le entraba la mitad. Empujó con el culo para atrás, al tiempo que se doblaba en ángulo recto con lo que mi polla entró completamente haciendo que ella emitiese un nuevo gemido.

Dejé su cuerpo para agarrar con una mano una de sus caderas y con la otra meter el pulgar en su ano, y sujetándola bien, comencé a follarla con rapidez.

En algunos momentos, sus manos resbalaban sobre la pared, y era su cabeza la que frenaba mis envestidas al chocar contra las baldosas del baño.

Mis huevos chocaban contra su pelvis de la fuerza con la que la penetraba. Ambos gemíamos de placer. Más ella que yo.

Me incliné sobre ella para tomar sus pezones y estirarlos al ritmo de la follada.

Por fin, ella anunció su orgasmo:

-OOOOHHH. Señor, no pare. No pare. Me voy a correr. Me corrroooo. AAAAAAHHHH.

Su orgasmo fue intenso, después de tanto tiempo de abstinencia. Quedó doblada y tuve que sujetarla para que no cayese al suelo de la ducha. Mi polla seguía en su coño y sentía las palpitaciones que el final del orgasmo le proporcionaba.

Esas sensaciones hicieron que poco a poco fuese encarando mi propio orgasmo y me corrí plácidamente, con ligeros movimientos de entrada y salida y disfrutando de ese gusto que me estaba proporcionando.

Cuando se recuperó, el jabón se había secado en nuestros cuerpos, por lo que el agua volvió a caer sobre nosotros y nuestras manos a recorrernos mutuamente.

Mientras yo enjabonaba mi pelo, ella fue bajando mientras recorría mi cuerpo hasta quedar arrodillada. Tras aclarar mi polla, bastante flácida, y los huevos, se la metió en la boca haciéndome una mamada al tiempo que su dedo recorría mi perineo hasta el ano, donde se entretenía jugando con el esfínter.

Sentí la calidez de la boca en la punta de mi polla. El agitar de la lengua chocando con mi glande. Su mano, que unas veces acariciaba mis huevos y otras rodeaba mi ano acariciándolo suavemente. La situación me estaba volviendo loco.

Esas acciones volvieron a ponérmela dura, a pesar de que intentaba distraerme para disfrutar más de ellas.

A punto de correrme, la detuve y estuvimos secándonos mutuamente, entre largas caricias por mi parte a sus tetas, coño y culo y por parte de ella a mi polla, huevos y ano.

Fuimos a la cama, donde la hice acostarse boca arriba, poniéndome a comerle el coño, que curiosamente lo llevaba depilado.

-¿Ahora te lo depilas o solamente ha sido para estar hoy conmigo?

-Lo mantengo así desde que usted me lo arregló.

-¿Y tu marido no te ha dicho nada?

-No se ha dado ni cuenta

Me apliqué a recorrerlo con mi lengua, dándole pequeños toques a su clítoris que la encendían rápidamente de nuevo, tales eran las ganas que tenía.

Tenía agarrada mi cabeza para presionar más y moverla a su gusto, hasta que tiró hacia arriba, buscando que me colocase sobre ella. Puse mi polla en el borde, haciendo que ella se moviese para meterla dentro mientras yo jugaba con sus ganas.

Por fin decidí clavársela. Estaba tan mojada que del embiste entró completamente hasta el fondo, de su cuerpo totalmente entregado.

Gritaba y pedía más y más, mientras yo entraba y salía, una y otra vez. La sacaba hasta que el glande quedaba casi en el borde y volvía a penetrarla hasta el fondo. Estaba completamente perdida de placer. Por sus jadeos supuse que estaba por terminar de un momento a otro, por lo que aceleré mis movimientos, pasando de lentos a toda velocidad.

Instantes después alcanzaba un nuevo orgasmo.

-AAAAAHHHH Me corrooo.

Tras esto, se quedó como traspuesta. Yo aproveché para darme una nueva ducha y vestirme. Cuando lo estaba haciendo, ella, ya recuperada, me dijo:

-¿Quedamos para mañana también, Verdad?

Estuvimos follando toda la cuarentena y tres meses más. Susana se agobiaba mucho con el niño, pero entre la abuela y yo, con el beneplácito del marido, la ayudamos a sacar adelante al pequeño.

A los dos años tuvimos otro de la misma manera, y el día que nació, el marido se dejó llevar por la alegría y alguna copa de más, y cuando me acompañó a conocer a su nuevo hijo, yo besé en la frente a Susana y tomé en brazos al niño, haciéndole alguna carantoña y diciéndole las tonterías propias de los padres hacia los recién nacidos, dijo:

-Mirad qué contento está el abuelo, si hasta se le cae la baba y todo.

María, que estaba presente, Susana y yo, nos miramos unos segundos y nos echamos a reír. Él no se dio cuenta, yo dejé al niño y le pedí que fuésemos a tomar unas cervezas para celebrarlo.

Casta debía sospechar algo, pues mi insistencia por follar con ella había casi desaparecido. Un día me preguntó que si tenía a otra para atenderme en la cama. Yo se lo negué.

Ante su insistencia de por qué no quería saber ya nada con ella casi nunca. Tuve que decirle que debía ser el estrés que me producía el trabajo, porque, al llegar a casa, no tenía ganas de nada y que, así como antes me masturbaba a menudo, ahora ni de eso tenía ganas y que si alguna vez lo intentaba, no conseguía llegar al orgasmo, y a veces ni se me ponía dura.

-Eso es un castigo de Dios, por cerdo, fornicador y pecador…

Eso, y varias cosas peores más, fue su comentario a mi respuesta. No sé si era por espíritu de contradicción, que cuando le insistía, me lo negaba y ahora que no se lo pedía, daba la impresión de que era ella la que quería. No obstante, si alguna vez lo volví a intentar, siguió negándomelo.

Aprovechaba cualquier oportunidad para poner en contra mía a mí hija. Me insultaba y nos entablábamos en largas discusiones, llenas de reproches, que no llevaban a ningún lado, pero que iban minando el amor de mi hija hacia mí y acercándola más a ella.

También empezó a tergiversar mis caricias y juegos con mi hija, para decirme que estaba abusando de su pequeña, que era un pervertido y amoral,

Con quince años, fue enviada a estudiar a un colegio en Suiza, por deseo de su madre y de ella, para que estuviese más lejos de mí.

Ya no volví a saber de ella hasta su graduación. Me enteré porque Casta dijo que se iba una semana a Suiza para el fin de curso. Conseguí averiguar la fecha llamando directamente al colegio, y estuve presente, oculto entre el numeroso público.

Al terminar el acto, todo el mundo salió al jardín. Las vi a ambas hablando e intenté acercarme, pero me vieron y, dándome la espalda, se fueron en otra dirección. Jamás salió el tema de por qué había ido ni nada de nada.

Al día siguiente de volver mi mujer, me dio las instrucciones para transferirle todos los meses una importante cantidad para poder mantenerse hasta que encontrase trabajo.

Ya no volví a saber de ella hasta que renunció a su renta.

Mientras tanto, lo mío seguía adelante. Los niños iban creciendo y yo los disfrutaba, más como abuelo que como padre, pero ya era mucho para mí. Y ellos me querían más como padre que como abuelo.

Cuando yo tenía 55 años, Casta enfermó y murió. Fue muy rápido. No se arrepintió de la vida que me había hecho llevar, ni de los insultos, vejaciones y tergiversaciones. La acompañé en su lecho de muerte, pero no le dije una sola palabra. Ante los demás, estuve todo el tiempo a su lado, pero en realidad, murió sola.

Entonces me di cuenta de que mi corazón y mi amor por ella, se habían quedado totalmente fríos.

Tampoco informé a mi hija porque no sabía dónde estaba. Luego me lo echaría en cara. También siento decir que su muerte fue más una liberación que una pena.

A partir de ese día, Susana venía con los niños a ver a sus padres, los dejaba un rato con ellos y subía a follar conmigo. Luego subía a los niños y estábamos un rato juntos.

Cuatro años después, le surgió una oferta de trabajo con un puesto muy importante y sueldo acorde. De esas que no puedes rechazar. Yo por lo menos no lo hubiese hecho. El problema era que tenían que mudarse a otra ciudad, al otro lado del país.

Cuando me lo dijeron, les aconsejé que aceptasen. No querían separarse de mi ni de los padres (sobre todo Susana) pero les convencí de que podíamos ir o venir a visitarnos cuando quisiéramos, dada la buenísima conexión entre ambas ciudades con el tren de alta velocidad.

Primero se fue Jorge, el marido, para buscar sitio. Susana hizo varios viajes para visitar casas, colegios y comprar muebles, hasta que estuvo todo listo.

Durante ese periodo no dejamos de follar, teniendo que hacerme el duro ante los lloros de Susana, que cada vez veía más cercana nuestra separación, quitando hierro al asunto y dándole ánimos diciéndole que nos veríamos a menudo.

El día antes de irse, follamos en su cama de matrimonio, pero antes estuvimos jugando en la enorme bañera de hidromasaje que disponía la casa. Los niños quedaron con la abuela y nosotros tuvimos libertad para hacer lo que quisiéramos.

Hicimos submarinismo entre burbujas, comiéndole el coño un rato y luego ella a mí la polla, cambiando una y otra vez entre risas y salpicando agua por todos los lados. Follamos sentados en el fondo, en los bordes. Desmonté el cabezal de la ducha y la estuve follando por el coño, estando yo arrodillado y ella sentada, pero terminó levantando el culo porque utilicé la manguera para soltar agua a presión sobre su clítoris.

Fue mucho rato de muy excitante diversión. Las risas se mezclaban con los gemidos de placer. A cuatro patas y con el culo bajo el agua, se la metí por el coño y el culo, bombeando un rato en cada agujero.

La excitación fue subiendo por parte de ambos, hasta que ella no pudo aguantar más, y mientras la follaba por el coño y le metía un dedo en el culo, lanzo un grito y se corrió, desconcentrándome y corriéndome yo con ella.

-AAAAHHH. Me corrrooooo.

-Y yo tambiéeeeen.

Y le fui soltando lechazos al tiempo que ella contraía el coño en su orgasmo.

De ahí, nos fuimos a la cama, donde nos acostamos, apresurándose ella a meterse mi polla en la boca y ponerse a realizarme una rabiosa mamada que tuvo como efecto volver a ponérmela dura de nuevo.

Yo la recosté e intenté comérselo a ella, pero me obligó a metérsela. La metí toda de una vez, saliendo algo de agua todavía, hasta el fondo. En ese punto, ella echó mano a mis glúteos y subió sus piernas a mi espalda, forzando mis penetraciones a lo más profundo y dejándola salir casi hasta quedar el glande fuera, para volver a forzar la entrada, al tiempo que me decía:

-Más fuerte. Más fuerte. Quiero hartarme de tu polla. Dame duro Más. Más…

Lo repetía una y otra vez. Solamente se calló para gritar los tres orgasmos que tuvo, antes de correrme yo.

Nos despedimos entre un mar de lágrimas de ella y las emociones contenidas mías. Acordamos que aquella era la despedida para no prolongar el dolor y que los niños preguntasen.

A partir de ese momento, fue la madre la que la sustituyó en la cama. Me dieron una jubilación anticipada muy ventajosa, que me valió para tener libertad para ir entre semana a visitarlos y pasar un par de días con ellos.

A los dos años de irse, los padres de Susana fueron a visitarlos como ya habían hecho otras veces. Iban con coche, para ver a otros familiares por el camino, pero a la vuelta, un vehículo que circulaba en dirección contraria a gran velocidad, se cruzó de carril y se los llevó por delante.

Ya solo en mi ciudad vendí los pisos y compré en la ciudad donde estaban, trasladándome a vivir allí y donde espero terminar mis días. Reparto mi tiempo entre correr, algún día a la semana de gimnasio, pasear y Susana.

Mis hijos han estudiado sus carreras, uno médico y el otro abogado. Les he pagado los estudios y todo lo que han necesitado hasta poder establecerse por su cuenta. Tienen mucha clientela, en parte porque tengo muchos contactos en la zona y en parte por su gran valía. Les va bien.

Mis fuerzas ya no son las de antes, por eso, las relaciones con Susana se han separado mucho, pero muchos días viene a verme y hacemos el amor, mejor dicho, le hago el amor en la medida de mis fuerzas, como ayer, que vino a visitarme.

Nada más entrar en casa, nos fundimos en un beso lascivo, atrayendo y presionando nuestros cuerpos presa de deseo. Llevábamos casi una semana sin vernos. Nos desnudamos mutuamente entre caricias y besos mientras íbamos camino del dormitorio, dejé que cayese de cruzado sobre el colchón, con los pies en el suelo y yo, con una rodilla en la cama, me puse a acariciar su cuerpo sin dejar de besarnos.

No hice lo que ella esperaba, que era acariciar sus pechos y vulva. Acaricié todo lo demás y su deseo fue aumentando poco a poco. Cuando noté que estaba bastante excitada, pasé mi lengua por sus pezones, azotándolos con ella en rápidos roces.

-Mmmmmm.

Se le escapó un suave gemido. Mi mano se acercó a su vulva y pasó por encima, pero sin presionar. Solamente mi dedo medio recorrió los labios casi sin rozarlos. Volvió a gemir…

-Mmmmmm. Por favor…

Todavía estuve varios minutos haciéndola desear. Acariciando todo con suavidad y lamiendo sus pezones.

Cuando sus peticiones ya eran continuas, me arrodille en el suelo, entre sus piernas y me puse a recorrer suavemente su abierta raja con mi lengua, haciendo que ella echase las manos a mi cabeza para que presionase más y contrarrestando yo con todas mis fuerzas para que no lo consiguiese.

Llegó un momento en el que se puso a darme golpes en la cabeza…

-Más, más, más. No seas cabrón.

Me extrañó porque nunca me había hablado así. La hice ponerse a 4 patas en el borde de la cama, quedando sus agujeros a mi disposición, entonces, metí el dedo medio en el culo y el pulgar en el coño, mientras acariciaba su clítoris con la lengua.

Su respiración se hizo cada vez más fuerte, hasta que, al fin, su acelerado jadeo anunció ese primer orgasmo que no había tardado en aparecer y que potenció moviendo su culo en todas las direcciones, al tiempo que emitía un gemido ronco.

Fue un orgasmo largo, cayendo después larga sobre la cama y acostándome yo a su lado.

El sexo ya no era repetir una y otra vez. Por lo menos, por mi parte. Por eso, siempre trataba de hacerle conseguir uno o varios orgasmos antes de follarla y correrme yo.

Mi polla no estaba en su esplendor, pero lo alcanzó cuando ella se recuperó y pasó la lengua por toda ella, para luego metérsela en la boca toda entera y hacer unos movimientos rápidos como si se la estuviese follando ella misma.

Cuando la tuve dura, pasé directamente a colocarme entre sus piernas y meterla en su encharcado coño, como resultas de mi comida y su corrida. Empecé a follarla con rapidez, mientras ella apoyaba sus talones en mi culo, como le gustaba hacer.

En las últimas ocasiones, me habían pasado algunas cosas extrañas. Normalmente, terminaba bien, pero ya me había ocurrido que, a mitad de la follada, se me había venido abajo y en otra me llegó el orgasmo al poco de meterla.

Ayer, estuve machacando su coño una y otra vez hasta que volvió a correrse de nuevo. Se agarró a mi cuello mientras su cuerpo se estremecía. Arqueó su cuerpo para sentir mi polla más profundamente y sus gemidos eran auténticos gritos.

A mí, se me bajo un poco la erección. No estaba dura, pero era suficiente para poder meterla con algo de paciencia.

Susana puso toda su buena voluntad en una mamada que restaurase el perdido vigor, sin conseguirlo. Como todavía tenía erección, probó a metérsela en el coño y me estuvo cabalgando durante veinte minutos por lo menos, consiguiendo ella dos orgasmos y yo nada.

Cansados después de muchos intentos sin conseguir mi corrida, le pedí que lo dejásemos. Enfadada por dejarme así, se marchó a su casa, mientras yo me quedaba en la mía, reflexionando:

Con 72 años y con problemas de erección, ¡cuántas comidas de coño voy a tener que hacer!

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