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Acordándome de ti

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-He estado acordándome de ti

-¿En serio? ¿En plan romántico y bonito?

-Sabes que no

-Lo sé. Y, bueno… ¿En qué pensabas?

Yo acababa de llegar al piso. Llevaba la minifalda negra que tanto te gusta. Me había puesto minifalda y tacones sólo para ti. Por suerte, en el piso no había nadie. Me recibiste con un beso dulcísimo en el cuello y el abrazo más cálido que se pudiera dar. Yo me dirigí hasta la mesa y dejé el bolso. Me mirabas el escote y pusiste cara de "dios mío pero qué buena estás", lo que me dio pie para, casualmente, subirme un poco la minifalda. Te acercaste a mí rápido y apresaste mis labios contra los tuyos. Ahí empezamos a arder mientras nuestras lenguas se peleaban en un sufrir de llamas y prisas, como si fuera un beso urgente. Fue muy excitante. Sentí que comenzaba a humedecerme, que menos mal que llevaba el salvaslip y no únicamente ese tanga finísimo que dices que me hace parecer una putita.

Una puta. Eso quería ser para ti. Acabamos de besarnos y mientras tú seguías lamiendo los lóbulos de mis orejas y mi cuello, yo posé la mano sobre tu bragueta. Te noté la polla dura y eso me hizo ponerme más cachonda aún. Sentí la urgencia de que estuvieras dentro de mí. Pero no era aún el momento.

Me desabotonaste la camisa y bajaste tu lengua hasta mis pezones. Los mordisqueaste por encima del sujetador y un gemido escapó de mi boca. Volviste a besarme intensamente y yo únicamente podía sentir tu polla contra mi cuerpo mientras te cogía la cabeza. Bajaste hasta mis tetas y comenzaste a lamerlas en círculos, desde fuera hasta dentro. Después te entretuviste un buen rato en mis pezones. Yo cada vez te deseaba más y te aparté un poco. Te desabroché el pantalón y te lo bajé. Los boxers se veían enormes con aquella polla inmensa esperándome. Te arranqué los boxers y la agarré con mi mano. Estabas tan duro y tan caliente que no podía dejar de gemir imaginándome lo que vendría después. Antes de dejarme hacer más, me sacaste la camisa y el sujetador y me levantaste la falda. Posaste tu polla ardiendo sobre mi tanga, y agarrándolo suavemente me lo bajaste. Notaste mi coño húmedo y caliente y te moviste adelante y atrás, masturbándome con la polla y haciéndome desear que me la metieras hasta el fondo de una vez.

Me agaché y me la llevé a la boca. Noté mi sabor y tu calor y lamí ligeramente todo el tronco. Me detuve en el glande, mordisqueándolo suavemente, para luego metérmela toda entera en la boca, y escucharte gemir y decirte que querías que te la chupara, que era increíble verme desnuda y chupándotela. Verme de frente. Empecé a agitar tu polla y a chuparla al tiempo. Me detuviste al rato agarrándome por la cabeza y llevándome hasta el sofá. Allí me tumbaste, te agachaste y comenzaste a lamerme los labios y a juguetear rápidamente y suave con mi clítoris, que hacía ya rato estaba listo. Me metiste un dedo y noté cuánto te necesitaba mi coño. No quería un dedo. Ni dos. Quería tu polla caliente sacudiéndome. Metiste un segundo dedo. Cada vez estaba más húmeda y mis caderas se movían al compás de tus dedos.

Te apretaba la cabeza contra mí y me volvías a lamer. Entonces te rogué que me la metieras. Fóllame, por favor. Y tú me soltaste y negaste con la cabeza. Te colocaste delante de mí y empezaste a masturbarte mientras me mirabas. Dijiste: hazlo tú. Me metí dos dedos y me entregué al placer de mirarte masturbándote mientras lo hacía. Me llevaste tu polla a la boca y te la chupé mientras pensaba que no faltaba nada para que me corriera. Los dos gemíamos como animales, y justo cuanto más duro te noté, saliste de mi boca, te colocaste sobre mí y apresaste mis manos con las tuyas impidiendo que me moviera. Fue entonces cuando por fin me la metiste. Entró rápida, casi resbalándose, y acelerado y agitado comenzaste a follarme como nunca, mientras me susurrabas al oído que era una puta, que mirara cómo me movía, cómo te deseaba, en lo que me había convertido. Yo te llamaba cabrón hijo de puta, mientras seguía sin poder mover las manos. Cuando me las dejaste libres, apresé tu culo contra mi cuerpo.

Nos agitábamos cada vez más fuerte y sentía que la cabeza se me iba a ir. Subiste mis piernas sobre tus hombros y sacaste tu polla. Empezaste a meter sólo la punta, mientras yo te susurraba que era así como me gustaba, aunque eso ya lo sabías. Entrabas y salías suavemente para luego meterla entera con una sacudida que me hacía perder el sentido cada vez más. Estábamos tan húmedos que parecía que nos íbamos a escapar el uno del otro, pero entonces la volviste a sacar y aproveché para hacer que te sentaras. Me coloqué encima de ti y me metí tu polla lentamente. Los dos gemimos al unísono. Era lo mejor del mundo. Empecé a sacudirme una y otra vez. Me cogías de las caderas y me agarrabas las tetas con las dos manos. Gritabas que follaba de putísima madre, que siguiera, que siguiera, que te ibas a correr. Yo apenas podía aguantar más y me notaba cada vez más tensa, cada vez más tensa. Empezamos a sacudirnos rápidamente mientras gemíamos y gritábamos y te susurré que me iba a correr y tú te agitaste aún más rápido y me apretaste el culo contra ti mientras te corrías tú también.

Entonces, respirando aceleradamente me quedé tendida sobre tu cuerpo. Tú me acariciabas la espalda mientras me decías que era una puta adorable, y que follarme era lo mejor que se te daba en la vida.

- Fóllame, por favor.

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