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Rozarme con la chica del bus

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Rozarme con la chica del bus fue despertar sensaciones lésbicas ocultas en ella, una joven mujer casada llamada Adela. Aún no ha acabado, o puede que sí.

Muchas veces, por la mañana, me encuentro con ella en el bus que va al centro de la ciudad; nuestras miradas se han cruzado más de una vez. A ella, igual que a mí, le gusta lucir sus piernas, pero en lugar de llevar minifaldas, como visto yo, le gusta lucir vestidos cortitos y elegantes. Muchas veces sus muslos bronceados por el sol me han hecho sentirme incómoda en el bus al no poder dejar de mirarle las piernas… es preciosa, la expresión de su bello y sereno rostro parece que penetra mi mente. Ella coge el bus en alguna parada antes que yo, no sé en cual, porque siempre me la encuentro al subir allí sentada en los asientos de atrás, situada junto al pasillo y luciendo la delicada, cuidada y bronceada piel de sus piernas. Ella mueve los muslos con mucha más elegancia que yo, no dejando que se vean sus intimidades en ningún momento, ¡bueno!, un día le vi la parte más inferior de una liga, prenda que no pensaba que se usara aun como algo cotidiano. Al pasar mi bono bus por el lector que hay junto al conductor, automáticamente y como un resorte, giro el cuello hacia el fondo del bus esperando encontrarla a ella allí sentada y, cuando descubro que ese día no está, el mundo se me cae a los pies por unos minutos. Por las mañanas, cuando me aseo en mi apartamento compartido, no puedo dejar de pensar mientras me maquillo y me pongo guapa que me arreglo por estar atractiva para ella, no lo puedo evitar, su mirada está "en presente" cuando me maquillo o cuando me cepillo mi larga y rizada cabellera pelirroja. Cuando me pongo las braguitas escojo las más bonitas y sensuales como si ella las fuera a ver o incluso me "las fuera a quitar"… eso me pone muy húmeda con solo pensarlo, unnnnn que me las baje enrolladas de un tirón seria genial.

Desde que yo entro en el bus, si la descubro al fondo, su lugar favorito, desde ese momento mi corazón se acelera. Los asientos de atrás están vacíos casi siempre, el calor del motor, que está situado bajo ellos, los hace poco atractivos, sin embargo a la bella chica morena solo le gusta sentarse allí. Sorteando al resto del pasaje llego hasta la parte de atrás y, cuando esa morena preciosa me ve llegar cerca de su asiento esquivando a las demás personas, ¡de barra en barra!, "como una orangután pelirroja, se humedece los labios con su pequeña lengua y me mira, después mira la calle por las ventanillas con una expresión de felicidad sin mirarme allí de pie en el pasillo. Creo que le gusto.

Cada vez llevábamos nuestras prendas de vestir más cortas, ella sus vestidos y yo las minifaldas; como una competencia del deseo.

Un día decidí ser como siempre soy, decidida, y me senté en el asiento junto al de ella, a su derecha, los otros dos asientos del fondo a la derecha estaban vacíos, sentarse junto a ella era sentir una doble calor, la del calor de sentirla a ella junto a mí y el calor del motor del bus bajo mi culo; ¡y las vibraciones al acelerar el conductor si pericia!, era extraño, pero ese calor y esas vibraciones me hacían sentir "calentona". Al tenerla tan cerca aquel día, sintiéndome enamorada de ella desde hacía meses, mi corazón se aceleró!... miré hacia abajo y vi que nuestros muslos estaban a escasos dos centímetros de distancia, ¡tan cerca!, que una especie de electricidad me sacudió el muslo izquierdo. Estuve tentada de separar mis piernas hasta que se tocaran nuestros muslos; pero no me atreví, solo miré la piel desnuda de nuestras cercanas piernas, que asomaba bajos nuestras prendas de vestir, sin que lleváramos medias ese día medias ninguna de las dos. Nuestras piernas, Las dos, eran preciosas y tersas, pero mi piel de pelirroja, blanca como la leche, parecía aún más blanca junto a su bellísimo muslo suave y bronceado... sentí como mi sexo se humedecía y, el mero roce mis braguitas, contra los carnosos pliegues de mi sexualidad hacia que se me tensara la piel entre el chocho y mi suave ano.

La chica morena es preciosa, su melena es larga como la mía, pero de color castaño oscuro. Su figura es elegante y sensual y, su mirada denota serenidad. Ese día, estando tan cerca de ella, pude ver en su mano derecha un sencillo y discreto anillo de casada.

Ese día, ella acercó su muslo al mío como por casualidad y lo mantuvo apretado contra mí. La piel de mi pierna se puso como la carne de una gallina pelada, la de ella también, mi sexo entonces era ya "una fregona". Mi pensamiento estaba fijo en meter mi mano izquierda por entre sus muslos y bajo su vestido corto y ceñido de lana azul. Ella olía a gloria yo a Chanel. Mientras observaba la belleza de sus piernas, con su vestido por encima de las rodillas, me desprendí de mi aparente enamoramiento platónico por ella para poder ser la chica decidida que siempre he sido, y así atreverme a "meterle mano"; no me arrepiento, de nada.

Puse mi mano sobre mi muslo, que estaba pegado al de ella, dejando mi dedo meñique separado del resto de la mano, deslizándolo hasta "montarlo" sobre el muslo de ella, ella, al sentir como mi dedo rozaba su piel, ¡dio en suspiro!, retiró su muslo moreno cerrando las piernas como un resorte. Yo no moví mi mano de donde estaba y, a los pocos segundos, la morena preciosa "abrió las piernas", apretando mi dedo meñique entre nuestros dos muslos… (Mi coño en ese momento ya era un manantial y mi corazón era el hocico de un conejo de campo).

Saqué mi mano apretada entre nuestras dos extremidades; sin pedirle permiso y suavemente, la puse sobre la parte interior de su muslo derecho. Miré hacia adelante y vi que nadie nos estaba observando y, aunque el bus estaba medio lleno, no había nadie en la parte final del pasillo, ni en los asientos contiguos de la fila de atrás en la que nos encontrábamos. Dejé mi mano quieta agarrando la parte interior de su muslo, esperando su reacción… ella abrió más las piernas, como una gacela que se dejara cazar por una tigresa pelirroja y hambrienta de dulzura. Mi mano acarició todo su muslo, desde la rodilla hasta el comienzo de su vestido ceñido de lana azul, después ascendí por su pierna levantándole y enrollándole el vestido como si se "levantara el telón"… la piel cada vez más suave conforme me acercaba a su chocho. La respiración de ella era acelerada, sus pechos se expandían y contraían con los pezones marcados en el vestido como dos piedras, no llevaba sujetador, estaba claro por como sus pezones se dibujaban perfectamente en el vestido azul.

Mi mano alcanzó sus braguitas y, con mi dedo índice, alcé la goma de la ingle y alcancé su "bollito caliente", uuunnnnn era muy, muy suave, casi parecía que se deshacía entre mi dedo; acercó su boca a mi oído y en un suspiro de voz me dijo:

—Estoy casada, esto no está bien; no sé porque te estoy dejando —le respondí también al oído girando mi cuello hacia la izquierda:

—Si te gusta es que está bien y estar casada no es ningún problema.

—No sé, chica, tampoco quiero que pares —me dijo la preciosa morena, ya entregada a mí.

Con la mano entera, agarré sus braguitas a la altura de su coño y, tirando de ellas las llevé hasta sus rodillas, ¡preciosas!, transparentes con encajes blancos con forma de plumas de ave. Si alguien en ese momento hubiera caminado hacia el final del pasillo, la habría visto con las bragas a medio bajar… tiré mi bolso al suelo junto a mi mano izquierda, como excusa para agacharme; torcí mi cuerpo para recogerlo y; mientras lo recogía con mi mano derecha, con la izquierda, bajé sus bragas hasta el suelo; ella movió alternativamente sus zapatitos para dejarme sacárselas por los pies. Levanté mi espalda con sus bragas apretadas en mi mano, las metí en mi bolso como trofeo de caza y, al mismo tiempo, giré mi cuello para mirarla a los ojos mientras las guardaba: Su mirada era una mirada turbada y perdida, confusa; su rostro estaba rojo como un tomate por la vergüenza y por la excitación. Ya sin bragas que estorbaran le magreé el coño entero sin mesura, estrujándoselo, jugando con su cuidado vello púbico en forma de pequeño triángulo. Su sexo era muy pequeñito, sus labios casi imperceptibles, pero al presionar su rajita húmeda mis dedos se colaban en su interior… sus labios mayores, exentos de vello, eran tan suaves como la piel de mis pechos, le di pellizcos en esos pequeños y suaves labios mayores, deseaba chupárselo hasta hacerle daño. Ya le podía ver el coño entero, su vestido se había enrollado a la altura de sus caderas dejándola casi desnuda en el bus; sentí el vértigo de que nos descubrieran y cesé, me llevé mi mano impregnada con sus fluidos a la boca y me chupé los dedos como si chupara caviar, caviar salado, cálido y con sabor a ella. Tiré de su vestido hacia abajo para tapar su sexo, me sentía mal por ella, ella también tiró hacia abajo hasta ponerlo en su sitio. Allí estaba ella, una joven mujer casada roja como un tomate, sin bragas y aparentemente también sin sostén; yo me sentía mal y bien. Me bajé mis bragas con disimulo, pegando mis piernas a las de ella para que no me vieran hacerlo desde el pasillo y, fijándome antes que nadie mirara hacia mí en ese momento. Mis braguitas rosas las metí en el bolso junto a las de ella, acerqué mi boca a su oído y le di con la punta de mi lengua en el lóbulo de su oreja y le dije como en un susurro:

—¿Cómo te llamas preciosa?

—Adela, ¿y tú?

—Margarita, esto… Adela; tócamelo tú también a mí, un poquito, por favor.

No dijo nada, solo introdujo su mano bajo mi falda y me apretó el muslo izquierdo con fuerza, clavándome sus uñas color azul celeste, como su vestido. Luego agarró mi vello púbico, que aunque pelirrojo es muy abundante en el monte de venus, no así en la grieta, en la cual solo tengo pelusilla. Daba tirones a mis pelitos haciéndome daño… con dos dedos recorrió los labios externos de mi abultado y clarito chocho, abriendo mi raja y sintiendo yo como mis labios internos se hinchaban y se expandían entre sus delicados dedos. Adela me hacía cosquillas por su delicada forma de acariciarme el coño… sentí que mi mente se turbaba, mis muslos y mi vientre se tensaron, ¡y me corrí!, con un chorro, que cayó al suelo del bus. Contuve como pude un grito de placer haciendo como si tuviera tos a la vez que gritaba mientras mi flujo trazaba líneas por mis muslos al descender hasta mi asiento en el bus, pero la mayor parte de "mi agua" yacía en el suelo, en un charquito pequeño. Un señor bajó por el pasillo y se puso de pie junto a nosotras. Mi agua derramada en el suelo no la podía ver el señor, la ocultaban mis propias piernas y, a Adela solo la delataba su rostro rojo y sudoroso, ya que habíamos tapado las dos su coñito poniendo bien su vestido azul. El caballero estaba a un metro de mí, miró mi falda algo remangada, ya corta de por sí, que dejaba mis muslos suaves y claros completamente al alcance de su vista, hasta casi mi sexo, sin verse este. Observé que el hombre no dejaba de mirar mis piernas, brillantes en el interior de mis muslos por mi reciente "corrida"; también miraba con deseo la angelical y roja cara de Adela. Vi, algo sorprendida, por la prontitud del señor, como la bragueta de este se había "inflado" mientras nos miraba a las dos, era un hombre maduro pero apuesto. Su "paquete" estaba a la altura de mi boca y a un metro de distancia, por un momento y, como un tic de mi pensamiento; imaginé que se acercaba a mí, se la sacaba del pantalón y me la metía en la boca "sin miramiento"; deseché ese pensamiento, que seguro era solo fruto de mi gran acaloramiento. Llegó mi parada y no me bajé, el señor empalmado si se bajó, también la mayor parte del pasaje. Dos paradas más allá y el bus quedó prácticamente vacío, a excepción de nosotras dos al final del vehículo y de una señora mayor sentada cerca del conductor, que no dejaba de hablar con este como si lo conociera o como si buscara royo con él. Me dijo Adela al oído:

—Margarita, ¿me das tu número de móvil?

—Claro Adela, dime el tuyo; y te doy un toque.

Marqué el número que me dio y llame, su móvil comenzó a sonar. Faltaban cuatro paradas para el final del recorrido, lo anunciaba el luminoso del bus. Viendo que estábamos solas al fondo del autobús, con las ventanillas laterales a la izquierda de Adela.

Después de bajarse el pasaje y, estando más solas que ningún otro día y muy excitadas tras dar el primer paso, mi deseo se hizo más implacable hacia mi joven chica casada. Le dije que apoyara la espalda, no en el respaldo del asiento, sino en la ventanilla exterior a la izquierda de su asiento, le dije:

—Adela guapa, por favor, pega la espalda a la ventanilla y sube los pies al asiento, que te quiero besar el bollito ahora mismo, necesito chupártelo.

—No sé qué estamos haciendo ni cómo me he dejado convencer, nunca he estado con otra mujer, si se enterara mi marido... además el conductor puede "pillarnos".

—Adela, preciosa, tu marido no se enterara, seguro, por lo menos por mi... y una vez que nos hemos tocado, quedarnos a medias es solo oler "el pastel", y no probarlo, total, lo mismo es un poco más que un poco menos a efectos de infidelidad. Además, el conductor está conduciendo y hablando con esa señora, es nuestra ocasión, ¡será algo rápido y bello Adela!

—Bueno Margarita, vale —dijo bajando la mirada y subiendo sus pies.

Adela subió los pies hasta el filo de su asiento, apoyando sus zapatos en el borde. Giró su cuerpo hasta apoyar su espalda contra la ventanilla y colocar las punteras de sus zapatos mirando hacia mi costado izquierdo. Separó las piernas y su bellísimo chochito de joven mujer casada se presentó ante mí como lo más bello del mundo; mire hacia adelante y vi que la señora mayor y el chofer estaban enfrascados en una conversación bizantina. Giré mi cuerpo a mi izquierda y doble mi espalda hasta llevar mi boca junto a sus suaves labios externos; Uuunnn que rico, le di lametones suaves con mi larga lengua, lo mordí atrapando los dos lados de "su hucha a la vez", mientras mis dientes palpaban su bollo depilado mi lengua hacía olas con los labios internos de Adela, que olían a pis suave, reciente, que no me desagradó. Recorrí su sexo desde el vello púbico hasta la rugosa piel bajo su coño cerca de su ano, me sentí súper feliz… Adela se corrió con contracciones suaves frente a mi boca, sin chorro, como si se le derramara la esencia de una forma leve y sutil, como ella misma. Al levantar el torso vi que la señora mayor miraba hacia atrás y el conductor no dejaba de dar vistazos al espejo retrovisor mirándonos… al poco llegamos a la penúltima parada, la de Adela, y nos bajamos las dos. Allí estaba esperándola su marido, ellos trabajan juntos en el mismo despacho pero él va al trabajo antes en su vehículo; él nos miró y en su mirada vi que sabía que algo había habido entre las dos.

Hace un mes que ocurrió eso y durante tres semanas no contesto a mis wasap, pero ayer recibí el siguiente wasap de Adela:

—Margarita, tengo ganas de que me lo comas otra vez (yo más de comérselo a Adela) pero se lo he contado todo a mi marido, no podía dejar de compartirlo con él, fue muy emocionante; pero mi marido solo me dejara estar contigo de nuevo si dejas que te folle el, ¿Qué me dices?, ¿Qué te parece?

Aún no he contestado y no sé qué hacer, no me importa que me folle su marido, incluso me da morbo pensarlo; pero no me gusta que sea una condición para tenerla a ella, me siento utilizada.

(C) {Margaryt}

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