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«Andaba yo en una misión de asistencia a la tercera edad auspiciada por mi convento, cuando me sucedió lo que a continuación les referiré», escribió la religiosa en el chat del foro.

«Cuente, hermana»; «Sí, cuente, todas debemos aprender de las experiencias de las demás», escribieron las otras dos; algún emoticono, perseverantes.

«Resulta que me tocó visitar, lo hacíamos por sorteo, la vivienda de un viudo anciano octogenario, vivía solo, por esas fechas yo estaría, más o menos, por la treintena en edad, y aunque mi físico no era provocador, ni lo es ahora ni lo ha sido antes, pues mi trasero es plano, mis pechos son pequeños y mi cara no es agraciada, el anciano en cuanto me vio trajinar por su casa, ya que yo le quitaba la suciedad acumulada durante días, fregaba, sobre todo el cuarto de baño, y barría, pues eso, en cuanto me vio moviéndome por su casa, sentado en el sofá del saloncito como estaba, en pijama, me llamó: «Hermana», y yo acudí. «Hermana, verá, no sé qué me ha pasado, pero la estoy observando y mire», me dijo señalándose con los ojos su abultada entrepierna. Continuó: «Usted sabe, hermana, que a mí, ya, pocos días de vida me quedan, lo sabe, y, verá, usted me podría aliviar», y volvió a señalarse su entrepierna, esta vez sujetándosela con la mano entera. Yo no sabía qué hacer. Yo no era virgen porque, una tarde en que estuve paseando en bicicleta con las hermanas, mi virgo se partió, pero, desde luego, jamás había tenido sexo, menos con un hombre, ustedes entienden.»

«Si»; «Sí, hermana, entendemos», escribieron las otras; emoticonos, serie de numerosos guiños.

«Total, me dije, bueno, haremos caridad, y le pregunté al anciano cómo deseaba hacérmelo, y él me sugirió que me recostara en el borde del sofá, que no tenía reposabrazos, con mi trasero en el borde, que me quitara las bragas y que me levantara la falda hasta la altura de mi ombligo, y eso hice, quedando mi cabeza pegada a un muslo del anciano, que, antes de incorporarse para quedarse frente a mí, introdujo una mano por la abertura de mi camisa a la altura de mi cuello y me apretó un pecho por encima del sostén; después se levantó, se bajó el pantalón del pijama, no llevaba calzón, se situó entre mis muslos, blancos y sin depilar, abiertos en uve, y, casi dejándose caer, pero agarrando con fuerza su miembro empalmado, me penetró. Noté un leve dolor que al poco se transformó en una especie de pellizco en mis partes, y dejé que me hiciera. Resultaba asombrosa la agilidad del octogenario para izar y arriar su culo en pompa, con unas energías insospechadas por mí. Yo veía su rostro deformado por el esfuerzo sobre mi cara mojada, en zonas, por la baba del anciano que le bozaba por la comisura de los labios. Pronto, comenzaron sus estertores, sus jadeos, cada vez más continuos. Mi sexo había conseguido lubricación y yo apenas sentía nada. Me quité las gafas, y fue cuando ocurrió.»

«¿Qué hermana, qué?»; « Si ¿qué?», preguntaron las del foro; más emoticonos, sorprendidas.

«Me vino el placer. Ver la cara del anciano borrosa, hizo que me concentrara más en mí misma, en mi cuerpo, y, de pronto, noté unas sacudidas en mis nervios y músculos, como espasmos, y una ola de calor se expandió desde mi vientre hasta mi cabeza, y grité, ¡grité!, sin limitaciones, grité, y el anciano quedó inmóvil.»

«¡Qué!»; «¿Qué pasó?», escribieron las dos; serie de emoticonos, preocupadas.

«No tenía pulso. Lo aparté a un lado, me levanté del sofá, recuperé mis bragas, que guardé, y me bajé la falda, luego llamé a una ambulancia y los sanitarios confirmaron su fallecimiento.»

«Vaya, hermana»; «Sí, vaya, qué experiencia», volvieron a escribir las dos del foro; vuelven los emoticonos, sonrisas suaves.

«Hermanas, me aburro, ustedes dos, ¿qué hacen?», escribió la primera.

«Nos comemos los coños la una a la otra mientras chateamos»; «Los coños, las tetas, nos pone esto de chatear en este foro de confesiones»; «Sí, estamos desnudas, las dos, en un camastro, tenemos dos smartphones sobre la mesita de noche, chateamos, nos masturbamos mutuamente, ¡ay, para, loca!, vaya, lo he escrito», escribieron las dos; emoticonos de nuevo, risas abiertas.

«Lo pasáis bien, ¿eh?, no os envidio, lo que he escrito antes me lo acabo de inventar, es todo mentira, ¡bah, los hombres, tienen un orgasmo y tardan a veces más de veinte minutos en tener el siguiente, en cambio nosotras!...», escribió la primera.

«Esta está supercaliente, si la quieres te la presto, no me deja un instante, tiene una lengua larga y dura»; «No, es ella la que siempre quiere más», escribieron las dos del foro; sin emoticonos.

«Como escribí antes, no os envidio, ahora mismo tengo entre mis muslos la boca de una novicia, y es un torbellino, me cuesta concentrarme en la escritura, estoy sentada en mi camastro, con la espalda apoyada en el cabecero, mí portátil sobre mi barriga, y ella, más abajo, me trabaja que da gusto, antes de que empezara a comerme ella a mí, me la he comido yo, no os podéis ni imaginar las tetazas que tiene, redondas, anchas y duras, ni su coño, tan depilado y esponjoso, ni su rajita, con esos labios gruesos y ese color rojizo en el interior..., ¡oye, oye, vosotras dos!, ¿seguís ahí?»

No, no había nadie en el foro, Antonia lo pudo comprobar, así que cerró el portátil y siguió a su tarea. Se metió la polla de su novio Andrés en la boca y comenzó a mamarla. Al poco, Antonia se detuvo, levantó la cabeza, agitó su larga melena rubia, se la echó hacia atrás con la mano, y dijo; «Andrés, ya sé que te excita, pero a mí me aburren ya estos foros guarros, deberíamos dejarlos, ¿no crees?»; «Vale, Antonia, los dejaremos..., pero sigue, sigue, me lo estás haciendo muy bien», contestó Andrés empujando cariñosamente con la palma de una mano la coronilla de Antonia hacia abajo.

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