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El favor de Carlota

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Carlota vino a mi casa un día de septiembre. Carlota era alta, delgada y muy guapa; jamás vestía provocativamente, por lo que casi había que adivinar qué mujer se ocultaba bajo sus ropas, y eso era algo que me intrigaba.

Seguramente, Carlota tenía un cuerpo bonito y bien proporcionado; seguramente sus tetas, aunque caídas, debido a sus años, mantenían intacta su lozanía; sus caderas se las veía anchas, sus piernas, finas y fibrosas, su culo, redondeado y prieto; y yo me proponía comprobarlo.

En cuanto entró en mi casa, Carlota se acomodó en mi sofá cama. Hablamos: le dije que ella debería hacerme un favor; me preguntó que cuál, y le respondí que uno fácil: follar conmigo; ella me dijo que eso estaba hecho, se desnudó, abrió el sofá cama y se tumbó de espaldas.

Me comí sus pechos, babeando y chupando todos los pliegues. Luego bajé por su vientre, su ombligo, y también le comí el coño, durante bastante tiempo, hasta que se corrió dando alaridos. En pleno éxtasis de ella, aprovechando que su boca estaba semiabierta, aproximé mi pubis a su cabeza y le metí mi polla entre sus labios, y más adentro; entonces ella comenzó a mamar, ¡cómo mamaba!: mi cipote parecía a punto de estallar en cualquier momento, mientras ella avanzaba y retrocedía sobre la piel, dando grititos agudos de asfixia.

Ya estaba a punto de derramar mi semen en su boca, cuando ella escupió mi polla, elevó su bello cuerpo, y, a continuación, se la metió en su chocho. ¡Qué gusto! Cabalgué encima de ella con energía, jadeando; ella estaba ya como loca; sus tetas vibraban al compás de mis arremetidas, su cara se contraía cada vez que le venía un espasmo. Yo no podía más: me vino una oleada hacia la punta de mi polla y me corrí largamente, dejando que mi cuerpo reposara sobre el de ella. La colmé de besos y ella sonrió; creo que Carlota por haberme dado su favor ha recibido una satisfacción aún mayor que la mía.

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