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Las lecturas eróticas de Magali

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Cada día, aunque fuera sólo un momento, Magali se refugiaba en la buhardilla de su casa abrazada a la lectura. En el silencio y tranquilidad de ese espacio, vacío de cualquier tipo de mobiliario salvo un enorme espejo y un baúl, devoraba uno tras otro sus libros preferidos, siempre de literatura erótica: Anaïs Nin, El Marqués de Sade, la colección de libros La Sonrisa Vertical… todos los autores conocidos y desconocidos pasaban y paseaban por sus manos y sus ojos. Antes de comenzar la lectura, como en un ritual iniciático, se despojaba de sus ropas, las guardaba en el baúl y de allí sacaba las hojas que iba a leer. Sentada en el suelo, frente al espejo descolgado de la pared, en la más absoluta desnudez, leía con fruición mientras se acariciaba su sexo en los momentos álgidos y veía en el reflejo de su imagen el fluir de su miel más íntima.

La sofisticación y placer de aquellos momentos eran tan intensos que apenas deseaba nada más. Le gustaban y atraían también los placeres del contacto carnal, pero esta sexualidad privada había llegado a tal grado de autosatisfacción y erotismo que apenas necesitaba el contacto real.

Acabada la lectura se tocaba con mayor intensidad, saltando, danzando por la habitación, tumbándose y revolcándose por el suelo, abriendo y cerrando brazos y piernas, acariciando sus pechos, caderas, muslos y sexo. Los orgasmos se sucedían en cadena, hasta caer rendida. Controlaba maravillosamente todos los resortes de la imaginación y la masturbación.

Estos actos de onanismo los realizaba dos veces al día, en los momentos de mayor intimidad. Cada noche, antes de dormir, completamente desnuda, tomaba de nuevo su libro y recogida en la cama leía concentrada hasta sentir como su sexo comenzaba a humedecerse. Entonces, al sentir los primeros jugos, abandonaba la lectura y tumbada boca arriba se abría los labios para acariciar el clítoris, primero suavemente, luego con más fuerza, con la habilidad de quien sabe bien lo que hace, hasta llegar al gigantesco orgasmo que daba paso a un sueño placentero y descansado.

Y así pasaba sus días, feliz, satisfaciendo mente y cuerpo.

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