Nuevos relatos publicados: 9

Desafío de galaxias (capitulo 67)

  • 13
  • 5.574
  • 9,83 (6 Val.)
  • 0

Marión, había regresado de Konark como una malva; sin duda, el trabajo de la reverenda madre había surtido efecto. Marisol no tenía claro si ese cambio era fruto del trabajo psicológico o de la experiencia de montar con ella en el todoterreno. Esta, por otro lado, había partido junto con Loewen a visitar Viridis Zavhan, acompañada por una gran comitiva repleta de monjas y monjes de máximo nivel: la reverenda madre quería causar impacto en las autoridades religiosas kedar. Posteriormente, visitaría los campos de refugiados bulban en compañía de Iris y su equipo de televisión, con la que rápidamente había hecho buenas migas. Finalmente, y por deseo del presidente Fiakro, visitaría la capital federal: Edyrme. Hacia más de doscientos años, que el más alto dignatario de Konark, no la visitaba.

Dos días después del regreso a Mandoria, el líder bulban atacó Zoltan Tedra, y como quería Marisol, Oriyan, agazapada en las cercanías, dejó que desembarcara.

Marión entró en el despacho, y sentándose sobre las piernas de Marisol se puso a besuquearla.

—¿Qué ocurre? —preguntó Marisol intentando zafarse de los besos ante Hirell y Anahis que se partían de la risa.

—Nada, ¿es que no puedo achuchar a mi mejor amiga?

—¡Joder, sí!, pero ¿alguna razón habrá? Digo yo.

—El enemigo está atacando Zoltan Tedra… como habías previsto.

—¿Y me lo tienes que decir a besos?

—¿Por qué no? Hirell no se queja cuándo lo hago, —al oír esas palabras Hirell se ruborizó violentamente.

—¡Coño!, que yo no soy Hirell, y mi chica no me quita ojo.

—No exageres, tu chica me deja, también es amiga mía, —Anahis asentía.

—Bueno, vale, déjame. ¿Sabes?, casi te prefiero en modo «raspa».

—Pues no sé quien es más «raspa», ¿tu o yo?

—¡Venga! Que quiero ver los datos.

—Todavía no hay. El ataque me lo ha comunicado Oriyan personalmente, por ahora, no quiere activar los sensores y equipos electrónicos para no alertar al enemigo.

—¿Te ha dicho cuándo…?

—Veinticuatro horas mínimo.

—¿Y vas a estar dándome besos las veinticuatro horas?

—¡Claro que no! también tengo que dárselos a Hirell.

—Pues mira, ahí le tienes: corre, empieza.

—¿Qué te crees? Ya le he dado unos cuantos, —Hirell riendo asintió con la cabeza—. Y más cosas.

—¡Pues yo que sé, dale más!

Dos días después, las naves de ataque del Ejército de Liberación de Faralia y las del FDI, al mando de Bertil, abrieron vórtices en la cercanía de la órbita y, emergiendo de ellos, atacaron a las naves bulban cogiéndolas desprevenidas. Instantes después, los transportes de tropas, emergiendo también de vórtices, iniciaron un descenso de combate sobre dos puntos de la superficie del planeta.

—Mi señora, ya estamos en situación de batalla: todas las divisiones están desplegadas, —Oriyan, con uniforme de campaña hablaba con Marisol por video enlace—. Bertil ha desplazado a la flota enemiga de nuestra vertical.

—Ya lo he visto, enhorabuena, felicita a todos.

—¿Ya has visto que su flota no se agrupa?

—Sí, sí, parece que le tienen pánico a los gravitones.

—Eso creo yo también, —añadió Oriyan riendo— y nos viene bien.

—Desde luego, en una gran noticia.

—Calculamos que aquí, tienen unos seis millones de soldados.

—Eso pensamos nosotros también; no ha traído a todo su ejército.

—Como cambian las cosas, —afirmó Oriyan— se muestran mucho más cautelosos desde que no pueden sacrificar tropas.

—Y eso les hace mucho más peligrosos, —dijo Marisol mientras Oriyan asentía— ya no se pueden lanzar a lo loco, y han demostrado, como no me harto de repetir, que aprenden rápido.

—Bueno, te dejó, tengo una batalla que ganar, pero solo quiero decirte que, me da la impresión, de que las tropas que no están aquí, las encontraremos en Próxima Tambedris.

—Sí, lo sé, su conquista no va a ser tan fácil como pensaba. Me pondré a trabajar ahora mismo.

—De acuerdo. Un beso.

—Un besito a ti también.

Marion e Hirell, retozaban en la cama después de haber estado haciendo el amor como hacían siempre nada más llegar a su habitación. Recostada sobre el torso de su chico como una gata de angora, Marión, meditaba.

—¿Cuándo me vas a decir que has decidido?

—¿Sobre qué, mi amor? —preguntó a su vez Marión, aunque sabía perfectamente a que se refería.

—¡Venga nena!, no me torees, —exclamó armándose de paciencia.

—A ti, ¿que te gustaría?

—Lo sabes perfectamente, ¿por qué me lo preguntas?

—¡Porque no lo sé!

—¡Si lo sabes! —exclamó Hirell incorporándose y abrazándola mientras la tumbaba sobre la cama—. ¡Venga dímelo!

—No voy a regresar al monasterio: he decidido arriesgarme.

—¿Arriesgarte a qué?

—A que dentro de unos años, cuándo este arrugada como una pasa y tenga las tetas caídas, ya no me quieras.

—Me da igual que tengas las tetas caídas, y si a ti, eso te preocupa, pues te las operas y en paz.

—Pero…

—Es una decisión tuya, tú eres la que tiene un problema con la futura solidez de tus tetas, —bromeó Hirell besuqueándola.

—Pero es que yo quiero estar guapa para ti, —protestó Marión intentando zafarse de sus besos.

—¡No empieces con tus neuras! Te lo repito: me da igual.

—Pero es que…

—¡No sigas!, te lo advierto, o llamo a Marisol y te lleva de la oreja a ver otra vez a la reverenda madre.

—¡Joder no!

—¿A no? yo creía que te gustaba hablar con ella.

—Claro que me gusta, pero no cuándo me revuelve el coco, y menos cuándo me monta en ese cacharro.

—¿Cuándo te revuelve el coco, o cuándo te lo arregla?

—Vamos a cambiar de tema, —intentó zanjar Marión.

—¡Vale! Y con el monasterio de Akhysar, ¿qué va a pasar?

—Según los reconocimientos aéreos, está muy dañado y seguramente sufrirá más cuándo asaltemos el planeta. Cuándo termine la guerra, lo reconstruiremos y Loewen se hará cargo de él. La reverenda madre quiere que vuelva a tener el esplendor que tenía antes de la guerra.

—Y que tú le diste.

—No, no, no; no exageres. No tuve tiempo de hacer todo lo que quería.

—Pues menos mal, si llegas a tener más tiempo habrías eclipsado a Konark.

—¡Hala! Ya te has pasado.

—Es lo que he oído comentar.

En Zoltan Tedra las operaciones se desarrollaban como estaba previsto: al plan general de Marisol, había que unir la capacidad estratégica de Oriyan para plasmarlo sobre el terreno. Todo iba bien, hasta que las fuerzas bulban, inesperadamente, lanzaron una ofensiva general y concentrada, contra las posiciones centrales del frente de avance federal, arrollándolas en un primer momento. Oriyan, para no perder su línea de frente, ya muy castigada y presionada, tuvo que hacer una retirada táctica, y replegarse hasta sus posiciones de partida.

En el Cuartel General en Mandoria, cundía el desánimo y todo eran malos presagios. Incluso algunos, aunque no públicamente, criticaba la capacidad de Oriyan para resolver la crisis, y eran muchos más los que pensaban, que lo mejor era que Marisol tomara las riendas de la campaña personalmente. Casi el único apoyo que Oriyan tenía en el Cuartel general, venia de la propia Marisol, que, aunque hablaban a menudo para comentar la situación, nunca la dijo lo que tenía que hacer. Las habladurías habían llegado a sus oídos, y si hay algo que estaba, era muy cabreada: comprendía las dificultades de Oriyan, porque ella había estado sobre el terreno en muchas batallas, mientras que los que criticaban, llevaban toda la guerra detrás de una mesa.

El frente se estabilizó, y durante un par de semanas se mantuvo estable, al término de las cuales, un emisario llegó a Mandoria con un mensaje de Oriyan. Se reunió con Marisol y durante una hora estuvieron en su despacho, con la sola compañía de Marión y Sarita. A continuación, el emisario regresó sin perdida de tiempo hacia Zoltan Tedra.

El periodo nocturno en Mandoria y Zoltan Tedra casi coincidía. A las dos de la madrugada, Marisol entró en el centro de mando seguida de Anahis.

—Informe capitán, —ordenó al oficial de guardia.

—No hay actividad reseñable en Dayaxa y Arthangay, —respondió el oficial cuándo se repuso de la sorpresa inicial— en cuanto a Zoltan Tedra, no tenemos comunicaciones, están cortadas desde hace tres horas.

Marisol miró el reloj mientras se sentaba en su butaca. Unos minutos después, llegó Sarita, preparó la cafetera y sirvió café para Marisol y Anahis. Después abrió un táper y se lo ofreció a Marisol.

—¿¡Son miguelitos de la Roda!? —pregunto cogiendo uno.

—¡Qué cojones de la Roda! —exclamó Sarita ofreciéndole también a Anahis— los ha hecho mi madre: son de Almagro, ¡qué leches!

—¡Cuidado! Ya han surgido las almagreñas furibundas.

—¡Por supuesto! —respondieron a la vez.

—Mi señora, ha entrado un mensaje por la línea protegida: está codificado, —informó el oficial de guardia, —precede de Zoltan Tedra.

—Pásamelo a está consola, —ordenó Anahis sentándose en la más próxima a Marisol. Estuvo tecleando en ella y finalmente anuncio—: el repliegue se ha completado según lo previsto, todo está preparado.

—¿Cuánto falta para que amanezca en Zoltan Tedra?

—Hora y media mi señora, —dijo el oficial de guardia— ¿desea que active el protocolo de emergencia?

—No, no; no es necesario. La operación es de ellos y la controlan desde allí; nosotros solo miramos.

—Entendido mi señora.

Cuándo amanecía en Zoltan Tedra, llegaron Marión e Hirell que se sorprendieron al verlas allí, con pinta de llevar tiempo.

—¿A qué hora habéis venido? —preguntó Marión.

—Hace un par de horas.

—¿Para qué? ¿es que no mirasteis a que hora amanecía allí?

—No somos tan listas como tú, —dijo Marisol con retintín— ¡Anda Hirell cariño! Coge un miguelito antes de que Marión se los coma todos.

—¡Uy!, ¿qué es esto? —preguntó Marión adelantándose y cogiendo uno— ¡Qué rico!

—Los ha hecho mi mama, —dijo Sarita que llegaba con café para los recién llegados.

—Están buenísimos, pero llévatelos que no quiero engordar.

—¡Eh! Son caseros, solo tienen productos naturales, no tienen grasas animales de ningún tipo, y tienen poco azúcar porque mi madre sabe que a Marisol no le gustan muy dulces.

—¡Anda! No digas bobadas y coge otro.

—Se ha restablecido la conexión con Zoltan Tedra: tenemos imagen y telemetría.

—Muéstrame la proyección táctica en la pantalla principal.

—Si mi señora. Parece… que el grueso de nuestras fuerzas ha retrocedido… y ahora están doce kilómetros por detrás.

El desenlace fue vertiginoso: cuándo los bulban se percataron del retroceso federal, pensaron erróneamente que se retiraban y lanzaron una precipitada ofensiva. Cuándo llegaron a la nueva línea de frente, la artillería pesada federal, machacó la vanguardia enemiga parándolos en seco. Mientras se quedaban estancados, las alas federales, compuestas por brigadas acorazadas, atacaron los flancos del despliegue bulban; al mismo tiempo, fuerzas aerotransportadas desembarcaban en la retaguardia enemiga. Durante toda la jornada la batalla fue encarnizada y extremadamente violenta. Anochecía, cuándo Oriyan había conseguido embolsar a toda la vanguardia enemiga, y los escuadrones de interceptores, una vez destruidos los escudos de energía, machacaban insistentemente a los sitiados. Durante toda la noche, el bombardeo fue constante, y cuándo llegaron las primeras luces del día, grupos de soldados, primero pequeños y luego batallones enteros, comenzaron a rendirse saliendo de sus posiciones con las manos en alto.

Durante el desarrollo de la batalla, Marisol asistió sentada en su sillón. Solo se retiró a su despacho, por la noche, para dormir un poco en el sofá. Al día siguiente, cuando el desenlace era irreversible, habló con Oriyan para felicitarla: más de quinientos mil soldados bulban se habían rendido, y entregado las armas.

—Mucho ojo con los prisioneros: no quiero que a nadie se le vaya la mano.

—No te preocupes, ya he tomado las medidas necesarias.

—Y otra cosa, con Bertil, en su nave, está un equipo de Bulban TV con Iris al frente: que bajen y retransmitan, y si es en directo, mejor.

—De acuerdo, ahora hablo con ellos.

—Y asígnales escoltas de confianza…

—No te preocupes.

—¿Cuánto tardaras en controlar todo el planeta?

—En una semana más o menos, pero en sofocar los pequeños núcleos de resistencia, bastante más.

—Esos no me preocupan, desde el aire se les puede tener controlados hasta que se rindan. Cuándo puedas, quiero que comiences a planificar la campaña contra Próxima Tambedris: he estado muy liada y no me he podido poner con eso.

—¿Vas a venir a vernos? Sabes que a la tropa le gusta verte.

—Y a mi a ellos, pero por ahora no puedo, primero tengo algo importante que hacer.

—¿Vas a ir a Trilóor?

—Por supuesto. El enemigo ha empezado a evacuar el planeta, a la vista de que no les hacemos ni puto caso: ahora si es posible el rescate, y ahí, voy a estar yo.

—Me lo imaginaba. ¿Se lo vas a decir al presidente?

—¡Pues claro que no! además, no necesito movilizar fuerzas, con los que tenemos en el Fénix y su grupo de escolta, suficiente.

—¡Pues cuándo se entere…!

—Creo que ya se ha acostumbrado, —la interrumpió Marisol riendo.

—De todas maneras ten cuidado.

—Y tu también… y cuídame a Iris: esa chica y su grupo nos está ahorrando muchas bajas, hace un par de años, habríamos tenido que combatir también contra todos esos soldados que se han rendido.

—La verdad es que sí.

El Fénix descendió sobre la superficie de Trilóor aprovechando el periodo de noche en la zona oriental del planeta. Las fragatas de escolta, también a oscuras como el Fénix, protegían su incursión. Avisadas de antemano, las tropas federales se habían concentrado en un punto concreto para ser evacuadas. La gigantesca nave aterrizó, y los portones se abrieron incluso antes de que tocara suelo. Cientos de soldados, transportando equipos, camillas con heridos, o ayudando a otros compañeros maltrechos, subieron rápidamente a la nave con aspecto agotado y el uniforme hecho jirines, mientras las fuerzas de infantería del Fénix tomaban posiciones en el exterior y protegían la zona. A continuación, el Fénix despegó, y a toda velocidad y seguido por los escoltas abandono el sistema sin que el enemigo se percatase. Solo al final, durante el ascenso, fueron atacados por varias fragatas bulban, que habían reaccionado tarde. Con los sistemas de armas a pleno rendimiento y las fragatas federales maniobrando para enfrentar al enemigo, la flotilla salio de la atmosfera, abrió vórtices y saltaron al hiperespacio.

Nada más hacerlo, Marisol, seguida por una Sarita cada vez más embarazada, llegó al hangar principal donde se amontonaban, y eran atendidos los soldados rescatados. Rápidamente, un oficial mayor, con el uniforme sucio y roto, heridas en un brazo tapadas con una tira de tela raída, y aspecto agotado, se acercó a ella y grito:

—¡Atención, la comandante en jefe! —todos los soldados que podían hacerlo, se cuadraron mientras él saludaba militarmente. Ante él, Marisol se cuadró devolviéndole el saludo.

—Coronel Teernhix, créame si le digo que en todo este tiempo han estado permanentemente en mi pensamiento. No veía el momento de venir y dale a usted un abrazo, —y diciendo esto, los dos se abrazaron. Después, se subió a un contenedor y continuo—: ¡chicos, buen trabajo! Ya sabéis que me gustan los soldados con dos cojones, o con dos ovarios y todos vosotros y vosotras, los tenéis, por eso, he ordenado la concesión a título individual, a todos los miembros del regimiento, de la «Medalla de Honor de la República» y a su comandante, el ascenso, por meritos de guerra, al empleo de general de brigada: general Teernhix, felicidades, —todos aplaudieron mientras algunos estrechaban la mano al nuevo general, y Sarita le entregaba el nombramiento— y ahora, como entre nosotros sobran las palabras, recuerde general que le prometí una botella de licor de Numbar, ¿pues a qué esperamos? —en medio de un griterío ensordecedor, Marisol se bajó del contenedor, lo abrió, y extrajo una botella que entregó al general junto con una cajita— general, su botella y sus insignias. ¡Vamos chicos! Id pasando las botellas, que hay para todos: cortesía del canciller de Numbar. Y si hacen falta más, asaltamos la cantina.

(9,83)