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Manipuladora

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Soy Natalia.

Tenía 25 años. Habían pasado lo menos dos sin tener ninguna relación. Ahora tengo 29 años.

Quedamos un grupo de amigos y amigas para pasar unos días de vacaciones yendo de acampada a un lugar de la Sierra de Madrid. Terminamos juntándonos 14 personas. De ellas sólo conocía a 8.

Me interesaba especialmente una chica llamada Enriqueta; ensoñadora, de nariz larga y sexy; de ojos claros y pelo rizado.

En el lugar en el que estábamos hacía mucho calor y terminé quemándome a pesar de la crema que nos dábamos, porque soy muy blanca de piel. Teníamos las tiendas al lado de un lago. Yo dormí con una chica encantadora llamada Blanca.

El lugar era bonito. El cielo azul, completamente despejado. Había mucha hierba.

Nadie sabía que yo era lesbiana...Con una excepción....Había una chica llamada Elena.

Elena era exuberante. Tenía el pelo teñido de rojo. Su cuerpo era formidable, sus pechos muy pronunciados. Su rostro sumamente atractivo. Sus ojos verdes. Su edad 24 años. Se parecía a alguna vedette italiana de esas. Lógicamente tenía a los chicos locos. Pero tenía mucho carácter. Era muy agresiva. Daba la sensación de que el novio pretendía ser duro pero en el fondo era una panoli. Iba con él porque tenía dinero y además lo iba diciendo. Era la típica chica a la que le gusta tener a los hombres a sus pies y usarlos como felpudos. A mi no me caía bien pero había algo en ella que me hacía sospechar que escondía sus gustos amorosos.

Un día terminamos hablando. Las mujeres somos muy sociables. Y me contó una historia. Me dijo que su novio iba detrás de Enriqueta y que se veían a escondidas. Esto me molesto bastante porque me sentía atraída por ella. No me imaginaba que fuese poniéndole los cuernos a la gente. Desde luego que el novio no era demasiado majo pero Enriqueta no era así. Y efectivamente lo que me contó era mentira. ¡Que pretendía Elena contándome esa historia!.

La acampada terminó.

Quince días después me apunté a otra.

¿Y a que no sabéis quien iba?. Pues Elena la lianta esa.

La verdad es que aquellos días íbamos casi siempre juntas. Me contó que ya no salía con su novio, que la había dejado y que estaba sola . Era verdad que ya no salía con el novio pero lo había dejado ella y no estaba tan sola. Es decir que me seguía mintiendo. A pesar de todo comencé a conocerla mejor. Comprendí que su forma de actuar, esa agresividad era normal, para enfrentarse a la voracidad de los chicos. Los tíos se tiraban a por ella y ella tenía que defenderse. Sentí que esa chiquita necesitaba ternura y que la llevaba oculta y que solía mostrársela a las mujeres. Por ejemplo cuando hablaba conmigo. Nos pasábamos horas y horas hablando de cosas intrascendentes y mirábamos las estrellas. Un día me di cuenta al rozar mi cara con la suya accidentalmente, que la tenía empapada. Era su saliva. Cuando estaba conmigo se derretía. Me estaba enamorando de ella.

Por las mañanas nos untábamos de crema la una a la otra para no quemarnos. Nos acariciábamos y nos besábamos como dos buenas amigas. ¡Esa es la ternura que se pierden los hombres!.

Hasta que una dichosa tarde sucedió lo peor.

La gente que había decidió bajarse al pueblo y nos quedamos las dos en mi tienda.

Fue dejarnos solas y no habíamos bebido nada y tirarnos la una a por la otra por la pasión. Nuestras camisetas y nuestros pantalones cortos se apretujaron. Las dos respirábamos acaloradamente. Jadeábamos. Nos deseábamos y nos queríamos. Nos erguimos y nos quitamos la ropa con mucho nervio. Miramos nuestros cuerpos desnudos. El mío está bien, el de ella era una locura. Elena se tumbo sobre mí y yo tenía la piernas abiertas como si estuviésemos follando. Sí. Así nos corrimos. Y ella lloraba. "Te quiero mucho", me decía. Tomé la iniciativa y la agarré por detrás, sentándola sobre mí. Le lamía la espalda de arriba abajo. "Es que me tienes loca", le dije yo. Ella se revolvió y cambiamos de lugar. Ella abajo y yo arriba. Casi me tiraba del pelo y me decía: "Como te quiero cabrona".

Nos quedamos un rato una encima de la otra con los ojos cerrados.

Me levante. Me volví a sentar y me la eché encima. Nuestros pechos duros como penes se apretaban. Nos besábamos y lamíamos las caras. La saliva se nos derramaba por todo el cuerpo. Le lamía su cabello y luego escupía. La tenía encima. Me encantaba sentir su peso sobre mí. Teníamos orgasmos. Estábamos apunto de reventar de calor.

Dos días después Elena se marchó sin decir nada a nadie. Se que esa chica es lesbiana perdida pero va con los hombres por su seguridad y porque tiene mucho miedo al que dirán. Por favor si me estas leyendo ponte en contacto conmigo.

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