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Luisa y Joaquín la vuelven a la liar en la residencia

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Me quede mirando a sus cuatros amigos, que estaban como os dije, con la polla al aire. La verdad, es que la tenían muy grande para su edad. ¿Cuantos años debían sumar entre todos? Joaquín me animó con un cachete en el culo, a que me acercara al primero que tenía al lado. Por un momento pensé en mi novio y le pedí perdón mentalmente. Me agaché y me metí su polla en la boca y empecé a chupársela. Mientras se la chupaba, me olvidé por completo de mi novio. Había pasado de follármelo con ansia, a desear hacerlo con estos viejos. Joaquín había sido el culpable de todo. Era una pervertidora de ancianos, pero no me importaba. Quería que el poco tiempo que les quedara, lo pasaran bien, y que, con alguien como yo, joven y con este pedazo de cuerpo, disfrutarían mucho.

Los otros tres estaban ya empalmados viendo como se la chupaba al primero, del que no sabía todavía su nombre. Al poco dio un espasmo y se corrió en mi bata. Un chorro pequeño, pero suficiente para que abriera la boca y gimiera un poco. Me limpié la bata como pude y ya lanzada, me fui al segundo. Este no descubría del todo el glande y me costaba echarle la piel para atrás. El hombre me ayudó un poco echándose el prepucio para atrás, pero viendo que no daba más de sí, no sabía que podía haberle pasado, decidí chupársela tal cual. Seguí comiéndosela un rato más y mientras tanto, el tercero me sobaba el culo y empezó a meneársela. Yo le miraba mientras se la cascaba, con la polla del otro en mi boca. Estaba súper cachonda mientras veía al viejo meneársela y no me di cuenta de que, al que se la estaba chupando se corría en mi boca. Con la boca llena de lefa, me levanté, me limpié con un pañuelo que llevaba y me fui directa al tercer viejo que aún no se había corrido.

-Ahora verás lo que es bueno, le dije.

Cogí con mi mano y agarré su polla, su polla de viejo, pero dura como un palo y terminé de masturbarle hasta que se corrió, esta vez en su bata. Solo me quedaba uno, el cuarto, que no se había movido apenas, en todo el rato que estuve mamándole la polla a sus compañeros. Me sonrió un poco y me volví a agachar como si fuera el primero al que se la chupara hoy y me puse a lo mío. Era una cerda, una pervertidora de ancianos, pero ya todo me daba igual. Oí que Joaquín me animaba mientras estaba con el último. Después de unos minutos, el último abuelete se corrió y yo seguía sin saber sus nombres. Limpié su semen y ya todos andaban con la polla dentro de sus calzoncillos. Entonces me dispuse a sacarles de la habitación de Joaquín. Justo en ese momento, llegaba Josefina, una de mis compañeras. Venía a ayudarme a bajarles a la sala común. Yo le había puesto la excusa de que los había llevado a la habitación de Joaquín, para ponerles un poco de música y alegrarles la tarde. Y vaya si se la había alegrado.

Cuando dejé a Joaquín en la sala, me dijo algo al oído:

-Te espero esta noche en mi habitación.

-Allí estaré. Y le di un beso en la mejilla, nadie se enteró.

Llamé a mi novio para decirle que tenía que hacer horas extras, porque una compañera se había puesto mala y tendría que cubrir su turno. Se puso un poco borde porque no podría verme esa noche y porque había pensado en salir por ahí a cenar. Yo le dije que ya se lo compensaría otro día y él se quedó en principio tranquilo. Nos despedimos y yo seguí con mi trabajo. Cuando le llevé la merienda a Joaquín, me dijo que también tendría que darle una satisfacción a sus amigos.

-¿A todos?

-Si, a los cuatro, a los pobres les quedan 2 telediarios como mucho.

Yo le dije que no tuviera prisa, que primero me lo follaría a él y luego ya veríamos.

Llegó la noche y las dos chicas que quedábamos, nos dispusimos a acostar a los pocos que aún quedaban en el salón. Solo estábamos dos por la noche, con el médico de guardia y un par de empleados, más el vigilante. Yo le cambié a mi compañera a Joaquín, ya que le tocaba subirlo a ella y no a mí y evidentemente, con la otra no haría nada, él quería mandanga conmigo, y yo porque negarlo, también. Subimos en el ascensor y le dije a mi compañera que me demoraría un poco, porque ya terminaba mi turno y quería hablar tranquilamente con mi novio antes de llegar a casa. Ella me dio las buenas noches y nos despedimos hasta el día siguiente, con lo que me libré de ella y metí a Joaquín en su habitación y nos dispusimos a dar rienda suelta a nuestra lujuria. Puse la silla de ruedas pegada a la puerta, como intentando atrancarla. Las puertas evidentemente no tenían cerrojo por lo que pudiera pasar y si ocurría algo, entrar rápidamente. Así, si alguien intentaba entrar, al menos no podría hacerlo inmediatamente y podríamos dejar de hacer lo que estuviéramos haciendo.

Joaquín estaba frente a mí sonriendo y se acercó y me besó en la boca. Todavía no lo había hecho y la verdad es que no me importó. Nuestras lenguas se enredaron y no me dio asco ni nada, ser besada por un viejo. ¿Que importaba, si había tenido su polla rugosa en mi boca? Su lengua era mejor aún. Le bajé los pantalones y los calzoncillos y su polla salió como a presión de dentro de ellos. Apuntaba hacia a mi como un mástil. Me quité la bata lentamente mientras la miraba y luego me quité la blusa y la falda, quedándome en ropa interior. Me agaché y comencé a chupársela. Subía y bajaba dentro de mi boca. Joaquín gemía y gemía. Le tenía a mi merced. Me tocó entonces el culo y me pidió que me quitase ya las bragas y el sujetador. Obedecí. Me agaché frente a él y procedió a masturbarme. Sus dedos acariciaban mis labios, me humedecí enseguida. Con su dedo índice, húmedo de mis fluidos, acarició mi clítoris. Me dio tal placer, que acabe sentada de culo. No podía mantenerme en cuclillas. El siguió masturbándome, también sentado en el suelo, hasta que tuve un orgasmo. Me mordí los dedos para reprimir mis gemidos. Cuando me recuperé, le tumbe en el suelo y me senté sobre él, clavándome su verga en mi coño. Comenzamos a movernos a la vez. Mientras yo le cabalgaba, el me empujaba con su polla. Así conseguimos un ritmo constante, donde sus gemidos se iban elevando.

-Joaquín, no gimas tan alto, le dije. Podrían oírnos.

-Sí, es verdad Luisa, pero es que me follas como nadie.

-¿Ni siquiera tu mujer?

-Que va, ella era muy recatada para el sexo. Siempre lo hacíamos en la postura del misionero.

-Entonces, ¿nunca te cabalgó?

-Que va, nunca... nunca... aagggh... aaggh.

Se le cortaba la voz. Estaba a punto de correrse.

Me paré un momento y apreté su polla con mi vagina. El suspiró y estalló su corrida dentro de mí.

-¡Aaaaggghhhhh!

Yo le tapé la boca, pero alguien debió oírnos, porque en ese momento, la silla de ruedas se movió un poco. Una voz sonó al otro lado de la puerta.

-Joaquín, ¿estás bien?

Era el vigilante que en ese momento debía estar haciendo la ronda y debió de oír el gemido.

-Si. Dijo intentando recuperar la respiración. Yo seguía encima de él, con su semen inundando mi coño.

-Es que me pareció oír algo y...

-Nada, tranquilo. Solo era un poco de tos.

-De acuerdo. Me quedo más tranquilo. Que descanses.

Cuando oímos que se marchaba escaleras abajo, me salí lentamente de Joaquín y un poco de semen escurrió por mi coño. Me limpié bien y le limpié a él. Se puso la ropa y yo me vestí también y le metí en la cama. Le di un beso de buenas noches y salí sin hacer ruido de la habitación. Al poco rato estaba fuera de la residencia sin que nadie me viera. Antes de irme, volvió a recordarme que tendría que darle una satisfacción a sus amigos. No sabía lo que me esperaba al día siguiente.

Cuando llegué a casa, mi novio tenía ganas de sexo, así que tuve que darle sexo. Yo no tenía ninguna gana, pero tuve que fingir que estaba deseándolo y hasta dejé que me lo hiciera a cuatro patas. Mientras me follaba, me puse a mirar un desconchón que tenía la pared del dormitorio y así me olvidé de todo. Cuando se corrió, lo hacíamos sin condón, ya que yo tomaba la píldora, gemí como una loca para que él se quedara contento y enseguida me acosté y me dormí.

Al día siguiente, él ya se había ido a trabajar y me dejó una nota en la mesa de la cocina:

Anoche lo pasé de vicio. ¡Gracias cariño!

Sonreí al verla. Me puse a desayunar y me fui al trabajo.

Cuando llegué tenía a Joaquín persiguiéndome por los pasillos con la silla de ruedas. Parecía que después de lo de anoche, tenía fuerza para empujar la silla él solo. Me decía que tenía que hacer lo que me dijo y bla, bla, bla. Que pesado hombre. Yo intenté escaquearme, pero no me fue posible. Me hicieron una encerrona. Uno de los vejetes, pero no era ninguno a los que se la había chupado, me dijo que si podía ir a su habitación porque se le había caído la bandeja de la comida. Él comía en su habitación. Entré y me encontré de golpe con Joaquín y los cuatro allí en fila como aquella vez. No sé ni cómo cabían todos en la habitación.

-Anda Luisa, danos un poco de amor. Dijo el primero de ellos.

Yo me quedé mirándole pensativa. El vejete de antes sacó una caja de preservativos que tenía en un bolsillo y se la dio a Joaquín. El salió de la habitación y se quedó haciendo guardia fuera. Joaquín me enseñó los condones y yo como hipnotizada obedecí y se los cogí. Me dirigí al primero de ellos y le saqué la polla. Le enfundé con el preservativo y me desnudé. Miré a Joaquín y este me dijo que no me preocupara, que el otro vigilaba y nos avisaría. Le habían quitado el reposabrazos a las sillas de ruedas, para que pudiera montarles bien.

Le besé en la boca, pese a su edad. Lo había hecho con Joaquín y ya no me importaba. Así acabé excitándome. El viejo me sobaba el culo y yo muy cachonda, ya, le cabalgué. Empecé a moverme muy rápido, porque eran cuatro a los que tenía que tirarme. Después de un rato, el viejo echó la cabeza hacia atrás, y se corrió. Solo le salió un gemido y nada más. Yo me salí de él y pasé al segundo. Aquello se había convertido en una orgía. Después de un breve calentamiento, me tiré a este. Apenas se movió, y yo disfruté un poco, aunque sin correrme. Con el tercero fue distinto, porque este sí que puso de su parte e incluso acabó incorporándose y me folló de espaldas, conmigo apoyada a la pared.

-Así, así, así, me decía. Dámelo todo, dámelo, ¡dámelooooo!

Termino de bombearme y se corrió con un gruñido.

-Ugggghhhh...

Se salió de mí y se sentó en la silla de ruedas. Yo aún no me había corrido y esperaba que con el cuarto lo consiguiera. Con este no tuve que hacer mucho trabajo, porque como el tercero, él se encargó de todo. Me comió el coño como nadie, me masturbo, me chupó las tetas y después me la metió con ansia. Dos golpes en la puerta nos interrumpieron. Era el vigilante que nos decía que alguien venía. Joaquín se levantó, metió su verga en los calzoncillos a los tres primeros, los colocó en fila como si nada y puso la radio. Yo empuje la silla hacia el baño, con el viejo dentro de mí y nos escondimos.

-¿Que hacéis todos aquí?

Era Josefa, la jefa de las auxiliares. Oí como Joaquín le contaba que, por su cuenta, había decidido subirles a los tres a su habitación para contarles batallitas y escuchar la radio. Josefa se dio por satisfecha, porque se fue enseguida.

-Ahora vamos a acabar lo que empezamos, le dije al cuarto.

Le cabalgué como loca, estaba desesperada por correrme y así acabamos de hacerlo en el baño. Al terminar, le besé bien fuerte y le di las gracias por haberme llevado al orgasmo y me salí de él. Tras limpiarle bien el semen, le vestí y salimos del baño. Le pedí a Joaquín que me ayudara a llevarlos a sus habitaciones. El me ayudó. Y cuando terminamos de dejar al último, le dije:

-Me has convertido en una pervertidora de ancianos.

-Y bien que te ha gustado, me respondió.

Nos reímos y nos despedimos hasta otra.

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