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Desafío de galaxias (capitulo 71)

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La noticia de la recuperación del legendario monasterio de Akhysar, recorrió la galaxia de un extremo a otro. Cuándo Marión inspeccionaba las ruinas del monasterio, muy castigado durante los intensos combates, no pudo reprimir las lágrimas. Recorrió los destrozados salones de estudio, su enorme biblioteca donde se amontonaban cientos de miles, si no millones, de deteriorados libros y pergaminos milenarios, que no pudieron ser trasladados durante la precipitada evacuación. Con un nudo en el alma, intentó descender a los sótanos donde ocultó miles de objetos, reliquias y documentos, pero no pudo acceder a ellos porque todo estaba derruido y los accesos cegados por los escombros. Marisol, trataba de consolarla con palabras de ánimo mientras la acariciándola la espalda.

—No te preocupes, cuándo desescombremos, todo ira apareciendo.

—Pero todo está desmoronado y había cosas muy valiosas y delicadas…

—No le des más vueltas, o se lo digo a la reverenda madre para que cuándo llegue te de dos tortas.

—Es muy capaz de hacerlo, —dijo Marión sonriendo.

—Ya lo creo. Quédate aquí organizando lo que puedas, mientras yo último las cosas con los bulban y llega la reverenda madre con su gente: sé que tiene preparado un grupo de arqueólogos y restauradores…

—Pero me necesitas en…

—Por supuesto cariño, pero a mi mejor amiga la necesito ahora aquí, donde debe de estar: ya me apañaré, además, tengo a Anahis y a Loewen, —la interrumpió acariciándola las mejillas con cariño.

—Pero Marisol…

—Está decidido, ¿necesitas a Hirell?

—No, no, llévatelo, que te hará falta.

Los combates en Manixa fueron retransmitidos por la cadena bulban de televisión, que traslado dos equipos completos. Desde las zonas de combates, Iris ataviada con un chaleco militar y su casco de color rosa, transmitía en directo, no solo para el mundo bulban, también para toda la galaxia, y en ocasiones, desde primera línea. Tres semanas después, con el planeta totalmente controlado por las fuerzas rebeldes, Marisol hizo algo que casi le provoca un infarto al presidente Fiakro: se presentó en Manixa sin previo aviso, solo con el conocimiento del cónsul Dreiz y sus colaboradores.

El Fénix aterrizó en las afueras de la capital, una ciudad construida enteramente por lo bulban, con formas muy góticas, con una técnica muy diferente a la que se empleaba en el resto de la galaxia. A Marisol le agradó, sin serlo, le recordaba a las antiguas construcciones medievales terrestres. Acompañada por Loewen, Marión estaba en Akhysar y Anahis e Hirell permanecieron en el Fénix por motivos de seguridad, a bordo de un transbordador, Marisol partió al encuentro del cónsul Dreiz. La nave se posó en la plaza central de la ciudad en medio de una expectación enorme y en medio de un silencio casi místico. Miles de bulban, civiles y militares, se apiñaban para verla. Antes de su llegada, los reporteros de Iris, y ella misma, transmitían en directo, mezclados con ellos y entrevistando a los asistentes. Lo que más llamaba la atención es que todos sabían quién era el general Martín, aunque lo que también quedaba claro, es que su visión de ella había cambiado radicalmente. Marisol salio la primera, sin escoltas, seguida por Loewen y muy en segundo plano Sarita. Descendió de la nave, donde se encontró con el cónsul, al que saludo militarmente antes de estrecharle la mano, al igual que a sus colaboradores al tiempo que presentaba a Loewen como gobernadora militar, y que sus escoltas, con cierto sigilo, salían de la lanzadera y tomaban posiciones de forma discreta. Después, hechas las presentaciones, se aproximó a Iris, que esperaba micrófono en ristre, y le dio dos besos. En ese momento, un enorme griterío de júbilo se elevó entre las masas. Se acercó a la línea de soldados que servían de barrera y extendiendo la mano fue saludando a los civiles que ocupaban las primeras filas, acompañada por el cónsul, incluso acaricio a un niño de corta edad que una hembra sostenía en brazos. Después, se retiró saludando con las dos manos.

—Dígame cónsul, tenía entendido que los niños están en los criaderos hasta los cinco años. Pero ese claramente es más pequeño.

—Así es, general, muchas hembras han empezado a ir a los criaderos a recogerlos, cuándo han descubierto que no es necesario que estén ahí.

—¿Entonces son sus hijos? —preguntó mirando a Iris.

—Mi señora, —respondió esta— es prácticamente imposible que sean sus hijos. Los reportajes que hemos difundido sobre el engaño de los criaderos, parece que ha despertado el instinto maternal de un buen número de hembras.

—Entiendo, —y mirando al cónsul añadió—: tenemos mucho de que hablar, ¿le parece bien que empecemos?

—Por supuesto, general, cuándo lo desee.

—Sobre el tema de los humanos detenidos…

—Todos están agrupados en una única zona y están a su entera disposición.

—Excelente. Daré orden para que sean evacuados inmediatamente.

La comitiva entró en el palacio de gobierno, y después de visitarlo, se reunieron en una amplia sala.

—En primer lugar quiero hacer una aclaración, —dijo el cónsul Dreiz una vez que se habían sentado en torno a la mesa— el ejército ha decidido crear un estado mayor, al estilo del de ustedes, con veintiún miembros elegidos entre los cónsules, los capitanes de la flota, y la tropa: siete por grupo. La acción de mando directo la tiene un triunvirato, uno por cada uno de ellos, del que formo parte y soy el portavoz al haber entablado ya conversaciones con ustedes.

—Me parece una buena medida, pero, en cuanto a la población civil…

—He estado investigando sobre usted, general Martín, reconozco que gracias a… nuestra amiga mutua: Iris. He descubierto que usted es muy cuidadosa con el tema civil. No está en nuestro ánimo pasar de ser una dictadura oligárquica a ser una dictadura militar. Pero necesitamos un periodo de transición, principalmente porque en las fabricas de proteínas solo hay reservas para cuatro meses, y eso que los cadáveres de los combates ya los hemos mandado a procesamiento.

—Recibirán de nuestra parte toda la ayuda que sea necesaria, —afirmó Loewen.

—Lo sabemos gobernadora, lo sabemos, pero también sabemos que están teniendo algunas dificultades en abastecer a una población de cien millones en Hirios 5.

—Es cierto que hemos tenido algunos problemas al principio, pero ahora todo funciona mucho mejor.

—No necesita justificarse, comprendemos los problemas logísticos que afrontan, pero nosotros tenemos que tomar medidas, y por lo pronto hemos decidido racionar los recursos, y eso puede provocar tensiones entre la población: consideramos que la militarización es imprescindible.

—De acuerdo, pero no pueden estar ustedes dependiendo de las proteínas para siempre, necesitan diversificar sus fuentes de alimentación como ya se ha hecho en otras zonas de retención bulban.

—Y con muy buenos resultados, —añadió Loewen— incluso hemos formado técnicos en agricultura y ganadería que podrían serles muy útiles.

—Pero para eso seria necesario que organicen una estructura civil, —continuo Marisol.

—Nosotros también lo contemplamos, pero no por el momento. Tráigannos esos técnicos para que podamos empezar a trabajar. También sé que en otras colonias, han organizado una policía bulban: necesitaremos ayuda para reconvertir, una parte de la infantería, en fuerzas de seguridad.

—De acuerdo, pero también les vamos a traer asesores para que ustedes sepan cómo se hacen las cosas en la República, —afirmó Marisol—. Todos somos conscientes de que es necesario crear un Mundo Bulban, incluidos el presidente y el Parlamento Federal que ya ha legislado en ese sentido, pero no permitiremos que sea separado de la estructura federal del estado. Deben adaptarse a las leyes federales, como ya han hecho en las otras colonias.

—De acuerdo, lo discutiremos, pero estoy seguro de que no habrá problema, —dijo el cónsul Dreiz—. Pero hay otro asunto que queremos tratar.

—Dígame.

—Este planeta estaba deshabitado cuándo nosotros llegamos: lo hemos colonizado, hemos creado infraestructuras propias y lo consideramos nuestro. En el radio de catorce años luz, hay nueve sistemas más con posibilidades de colonización y que actualmente tienen presencia militar bulban, que por el momento apoyan al líder. Queremos ocuparnos de su conquista para crear en esta zona nuestro mundo.

—Eso no está de mi mano: soy un militar, no un político, —afirmó Marisol—, pero en principio veo un problema: el Sector 26 es la zona de apertura de un posible nuevo corredor desde Magallanes. Tal vez seria mejor que se instalaran lejos de aquí. En fin, lo discutiré con el presidente Fiakro: él tiene la última palabra. En cuanto a la conquista de esos sistemas de acuerdo, —hizo una pausa mientras miraba detenidamente a todos—. La razón me dice que debería desarmarles, pero voy a confiar en ustedes. Mi estado mayor analizara con ustedes la situación de esos sistemas y solo entonces procederán contra ellos. Solo contra los sistemas asignados. Pero cuándo esos sistemas sean conquistados, desmovilizaran el grueso de las fuerzas, almacenaran las armas y las naves aterrizaran. Espero no arrepentirme, porque si me conocen, deben saber ya que no llevo bien, ni los engaños, ni las traiciones.

—Puedo hablar en nombre de todos, y asegurarla que no se arrepentirá. Le agradecemos su franqueza. Le damos nuestra palabra de honor.

—Cuidado con lo que dice, cónsul Dreiz, el honor para mi es más importante que mi propia vida… a pesar de ser una hembra.

—Lo sabemos, mi señora, lo sabemos.

Tres semanas después, desde Nar y Petara, comenzó la campaña contra las decenas de sistemas que con presencia bulban había quedado embolsados, y tal y como habían pactado Marisol y los bulban rebeldes, comenzó el ataque al primer sistema del futuro Mundo Bulban.

El presidente apoyó los acuerdos alcanzados por Marisol con los rebeldes, pero por motivos de seguridad, unidades navales federales, asistían a las operaciones en calidad de observadores, aunque les apoyaban con sus sistemas electrónicos. Sobre la ubicación del Mundo Bulban, el presidente veía con buenos ojos, y por motivos económicos, la zona de Manixa: las finanzas de la República no estaban muy boyantes después de tantos años de guerra.

Con todos los acontecimientos acaecidos desde la conquista de Hirios 5, nadie se acordaba de Oriyan que se había fortificado en Zoltan Tedra y estaba a la espera para lanzar el ataque contra Próxima Tambedris, cuándo Marisol diera la orden. Según se terminaban de recuperar las zonas ocupadas por los bulban, grandes contingentes de tropas, y de naves, iban llegando al bastión, y esporádicamente, la impaciente Oriyan, incordiaba a Marisol para que diera la orden de ataque, pero esta se mostraba inflexible: mientras no se terminara de controlar el resto del Sector 26, no se emprenderían las operaciones contra Próxima Tambedris y Faralia.

—De verdad que Oriyan esta pesada, pero pesada pesada, como nunca ha estado de pesada, —exclamó Marisol entrando en el camarote del Fénix que comparte con Anahis. Esta, que la esperaba leyendo un libro, se echó a reír— y eso que creía que no era posible.

—¿Qué quieres? Le has puesto una golosina delante de la nariz y la dices que no la toque.

—A Próxima Tambedris no la calificaría de golosina.

—¡No seas capulla! Ya me entiendes, —exclamó Anahis dejando el libro y levantándose— ¡venga! Vamos a cenar que tengo hambre.

Las dos salieron del camarote y cogidas de la cintura se encaminaron al comedor. El cocinero, que estaba reponiendo las bandejas, cuándo las vio entrar se encaminó rápidamente a su encuentro.

—Os he guardado unos espárragos trigueros, —y bajando la voz, añadió—: españoles, nada de esos italianos que no saben a nada.

—¡Ah, genial! —exclamó Anahis, y bromeando añadió—: ¿esto no es trato de favor?

—Mi señora, en mi cocina hago lo que me sale de los…

—Y haces muy bien Juanito, —le interrumpió Marisol dándole un beso. Se conocían desde el comienzo de la guerra, era de un pueblo cercano a Almagro, Pozuelo de Calatrava a cuya laguna reconstruida iba a bañarse cuándo era pequeña. Cogieron los trigueros, dos copas de vino y se sentaron en su mesa de siempre.

—¿Sabes? Cuanto más trato con vosotros, más me doy cuenta de que sois la hostia de patriotas: los de la Tierra en general, y los de España en particular.

—Es normal, nos gusta nuestro país.

—¡Joder! A mí también me gusta el mío, y un montón, pero no se me ponen los ojos en blanco como a ti.

—A ver si la que eres rara eres tú.

—¡No, de eso nada! Yo me tomo las cosas con… normalidad, y vosotros sois mucho, pero mucho más extremistas; parece que siempre estáis dispuestos a partiros la cara con quien se meta con la patria.

—No exageres…

—¿Cómo que no? —Anahis paró a un soldado que pasaba al lado de la mesa, y que sabía que era español—: soldado, ¿si alguien se mete con España que haces?

—Le piso el cuello y me cago en sus muertos mi señora.

—Gracias soldado.

—Bueno vale, —admitió Marisol— pero te repito que es normal.

—Vale, para ti la china, —desistió Anahis— ¿Ha hablado el presidente contigo?

—Si, en tres semanas quiere que estemos en Edyrme: le hacen un homenaje por sus setenta años en política y por la noche ha organizado una cena para los allegados.

—Si, y lo va a hacer en un restaurante de los caros, fuera del complejo presidencial.

—¿Qué va a invitar en un restaurante caro? No me lo puedo creer, con lo roñoso que es, —bromeó Marisol.

—Seguro que estará unos días sin pegar ojo.

—¡Seguro!

—En tres semanas todo habrá finalizado por aquí, y podremos estar allí sin problemas.

—El cónsul Dreiz va muy despacio, en cambio, nosotros…

—Es normal, nosotros vamos a saco, sin contemplaciones: o te rindes o te aplasto. Ellos, en cambio, negocian más: es normal, su enemigo ahora es bulban. Además, aunque vayan más despacio, los objetivos los van cumpliendo en los plazos establecidos.

—Y cuándo finalicen sus operaciones, tienen que estacionar la flota y licenciar las tropas. No tendrán mucha prisa.

—Están cumpliendo y podemos dejarles a su bola. No me preocupa. Hace unos meses ni imaginábamos que algo así pudiera ocurrir.

—Sí, sí, por supuesto.

—Además, en tres semanas podemos reunir el Estado Mayor en la capital federal y soltarle la correa a Oriyan.

—No se la sueltes muy de golpe, a ver si va a salir embistiendo como los toros bravos y se rompe un pitón.

—Te estás aficionando a esos símiles taurinos tan… floridos.

—El otro día lo estuve mirando en galaxinet, y es muy interesante, en la Galaxipedia hay muchas cosas sobre el tema.

—No te vayas a creer todo lo que ponen en Galaxipedia, que en ocasiones dicen muchas chorradas.

—Ya, ya, pero en esto no: he observado que esas expresiones las usáis vosotros.

—Bueno, vale. Vámonos al camarote que tengo ganas de meterte mano, —dijo Marisol levantándose con las bandejas de la mano.

—Pues te la vas a pringar, estoy con el periodo, —dijo Anahis susurrándola al oído.

—Me da igual.

—Te recuerdo que las mandorianas tenemos el periodo muy abundante.

—Me imaginaré que soy una vampiresa y me atiborraré de sangre, —respondió Marisol haciendo un gesto con las manos como si fueran garras.

—¡Uy!, que cochina.

(10,00)