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Gusano 03 - Sirviéndole a Philip

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Desde la noche de aquella acampada me obsesioné con el deseo de lamerle los pies a Jordan.  Cada vez que podía me encerraba en mi habitación a machacarme la polla como un mono, matándome a pajas mientras imaginaba lo que sería que él me ordenara nuevamente descalzarlo y me hiciera olerle sus pies por un rato para luego ordenarme que se los besuqueara, se los lamiera y se los chupara como una paleta.

Pero mi deseo era en vano, pues desde aquella noche no había tenido la oportunidad de volver a descalzar a Jordan y ni siquiera había podido ver nunca sus pies descalzos.  Para colmo de males, le tenía el suficiente miedo al chico como para ir a pedirle nada y menos que me dejara lamerle sus pies.

Eso sí, me comporté de manera aún más servil con él, llegando incluso a ofrecérmele para realizar las tareas más humillantes, como servirle de asiento poniéndome en cuatro patas para que él descansara su culo sobre mi doblado lomo.

Ni qué decir tengo que Jordan no volvió a tener necesidad de ordenarme lamer sus zapatillas, pues a la menor oportunidad yo me echaba a sus pies como el más agradecido de los perros para limpiar su calzado con mi lengua, sin que me importaran ya las burlas y los insultos de los otros chicos.

Él por su parte seguía tratándome con la mayor altivez, haciéndome sentir su superioridad, abusando de mi sumisión y de mi servilismo hasta convertirme en su esclavo personal, sin que valiera mi ciega obediencia y mi disposición a humillarme ante él para evitarme los continuos castigos, pues Jordan me arriaba bofetada tras bofetada y me pateaba el culo cada vez que le apetecía y sin que necesitara ningún motivo para hacerlo.

Una tarde que estábamos todos reunidos en la vieja casa que nos hacía de refugio, Jordan decidió ir a buscar a Jeff y a Cuter, aquel otro idiota que parecía la sombra del abusón, con el propósito de machacarlos un poco mientras le enseñaba a Wil y a Andy algunas técnicas de pelea.

Philip se encaprichó con la idea de acompañar a los grandes, pero Jordan consideró que no era bueno exponer al chiquillo y le dijo que debía quedarse en el refugio.  Como Philip insistiera en acompañarlo, Jordan se negó a llevarlo y para convencerlo de quedarse, me ordenó a mí que le hiciera compañía al nene y que le obedeciera en todo.

—   Has de cuenta que te quedas cuidando el fuerte… – le dijo Jordan a Philip–…y te dejo al gusano para que haga lo que tú le mandes…

—   ¿O sea que el gusano será como mi esclavo?– preguntó Philip – ¿Y si no me obedece lo puedo castigar?

—   Claro que lo puedes castigar… – le respondió Jordan riéndose por la ocurrencia del nene –…solo que no lo vayas a matar a patadas y más bien cuando yo regrese me dices si no te obedeció para yo mismo machacarlo…

La idea de que Jordan dejara a cargo a Philip siendo el más chico del grupo estando yo ahí, era de por sí humillante.  Pero si a eso le agregaba que yo debía ser algo así como el esclavo del nene, me resultaba aún peor.  Aunque ni se me cruzó por la mente desobedecer a Jordan y me sometí a la denigrante condición en la que él me había puesto.

Y tan pronto como Jordan se fue en compañía de Wil y de Andy, Philip empezó a ejercer todo el poder que ahora tenía sobre mí.  Lo primero fue ordenarme que fuera a comprarle algún refresco y una tajada de pastel.

Cuando llegué con su mandado, me hizo poner de rodillas a sus pies para entregárselo y me obsequió una buena bofetada, castigándome porque según él, yo había tardado demasiado con su compra.

Todo aquello me parecía ridículo e intenté protestar, pero el nene no me dejó decir ni media palabra y sin ningún remilgo me asentó otra bofetada, que si bien no fue tan fuerte como las que solía obsequiarme Jordan, me humilló mucho más.

Llorando de humillación debí satisfacer su siguiente capricho, que fue hacerme poner en cuatro patas frente al sillón donde estaba sentado, para que pudiera descansar sus pies sobre mi lomo mientras se comía el pastel con el refresco que yo acababa de traerle.

Se aburrió pronto de ello y decidió empezar a divertirse a mi costa, así que mientras yo permanecía con mi lomo curvado bajo el peso de sus pies, me ordenó que ladrara como solía hacerlo para Jordan.  Y habiendo ya probado su autoritarismo, no dudé en obedecerle mientras le oía reírse a carcajadas.

—   Waoouu…waoouu…waoouu… – ladraba yo mientras Philip se torcía de risa y me obsequiaba talonazos en el lomo incitándome a que lo hiciera con más entusiasmo.

En esas nos estuvimos un buen rato, hasta que se hartó de oírme ladrar, se puso en pie obligándome a mantenerme de rodillas, me agarró por los pelos sosteniendo muy firme mi cabeza y acercó su trasero a mi rostro para enseguida soltarme un apestoso gas en frente de mis narices.

Aquello me pareció el colmo y forcejee con él hasta zafarme de sus manos, quise ponerme en pie para desquitarme arriándole un buen tortazo por la cabeza, pero el pequeño sádico me lo impidió obsequiándome una patada en pleno vientre, golpeándome los huevos y haciéndome emitir un sordo gemido al tiempo que me quedaba sin fuerzas ni para respirar.

—   ¡Ahora vas a ver cuando regrese Jordan le digo que me golpeaste y vas a ver la paliza que te va a propinar! – me amenazó aquel nene tan cabrón.

Debí palidecer del miedo.  Perdí todo rastro de rebeldía y con la voz entrecortada y tratando de tomar aire empecé a suplicarle a Philip que no fuera a acusarme con Jordan y le prometí que haría lo que él quisiera, argumentándole que de todas formas yo no lo había golpeado.

Pero el nene se encaprichó con la idea de delatarme con Jordan y no tuve más remedio que suplicarle con toda humildad que no lo hiciera, prometiéndome a mí mismo que me plegaría a todos sus caprichos, con tal de evitarme la dura paliza que me esperaba si el chico me acusaba con Jordan.

Se lo pensó por unos instantes y seguramente sabiendo que me tenía completamente en sus manos, sonrió y decidió probar hasta qué punto iba yo a someterme a su autoridad y le obedecería como solía obedecerle a Jordan.

Me hizo poner de nuevo en cuatro patas y me obsequió con una verdadera andanada de patadas en el culo, haciéndome gemir por lo fuerte que me golpeaba.  Cuando se aburrió de golpearme, se sentó de nuevo en el sofá y con total autoritarismo me ordenó:

—   ¡Ahora límpiame mis sandalias, gusano!

Asumí que el chiquillo quería que hiciera como tantas veces me había visto hacérselo a Jordan.  Me estaba ordenando que le lamiera su calzado, pero yo no estaba seguro de querer humillarme de semejante forma ante aquel nene que como mínimo era seis años menor que yo.

Además que Philip no tenía puestas unas zapatillas, sino unas sandalias de correas que se ajustaban en la parte de atrás de sus tobillos, dejando buena parte de sus pies al descubierto y con lo que había caminado ese día, su empeine y sus dedos se veían llenos de polvo algo húmedo por el sudor.

Opté por empezar a repasar mis manos sobre las correas de sus sandalias, tratando de mostrarme dócil ante Philip pero sin caer tan bajo.  El chico no pareció darle importancia al hecho de que yo no le lamiera sus sandalias y me dejó hacer mientras se distraía con un programa en la vieja tele que teníamos allí como parte del mobiliario.

Sin embargo, empecé a pensar que si fuese Jordan el que estaba en el lugar del nene, yo no habría dudado ni un instante en inclinarme para lamer sus sandalias, dándome mis mañas para meter mi lengua y poder acariciar sus polvorientos, sudorosos y olorosos pies.

Fantaseando con ello, fui excitándome a cada momento y sin que Philip tuviera que molestarse en ordenármelo, me incliné y me dediqué a lamer las correas de sus sandalias, metiendo furtivamente mi lengua hasta rosar sus pies en el empeine.

Luego que le di algunos lametazos, el chico se percató de lo que yo estaba haciendo y pareció cabrearse un poco, pues sin más me asentó una patada por la cabeza y me dijo en tono de reproche:

—   ¡Que me estás babeando mis pies, gusano!

Me sentí demasiado humillado por el golpe y por lo que me dijo Philip.  Pero a esas alturas estaba ya tan caliente, que no dudé en levantar mi rostro un poco para mirarlo y ofrecérmele servilmente:

—   Es que tus pies los tienes con algo de polvo…y si tú quieres pues yo te los limpio con mi lengua…

El nene soltó la carcajada ante mi servil oferta y ello hizo que se me bajara la calentura y que me sintiera tan humillado, que desistí de lamerle sus pies.  Después de todo yo deseaba era lamerle los pies a Jordan y no a ese crío cabrón y malcriado.

Así que mosqueado por sus burlas, me aparté un poco y le dije con tono de reproche:

—   Como te burlas de mí, pues ahora no te limpiaré tus pies…

Aquella fue una mala idea de mi parte, pues Philip paró en seco de reírse, puso gesto de sádico, me asentó una patada en un cachete y con el tono más autoritario que podía usar, me ordenó:

—   ¡Maldito gusano!  ¡Sácame mis sandalias y te pones a chuparme mis pies hasta que me los dejes bien limpitos!

—   ¡No lo haré! – le respondí con un grito.

Philip hizo un puchero.  No sé si lo fingió o realmente se asustó con mi actitud, pero de inmediato hizo como que se echaba a llorar.  Me angustié demasiado pensando en que pudiera llegar Jordan y lo encontrara lacrimoso, pues eso seguramente me haría acreedor de una paliza como no me imaginaba.

Cambié entonces mi tono de voz y casi gimoteando me dediqué a suplicarle que no llorara y a prometerle que haría todo lo que él me ordenara.  Philip sonrió con gesto de triunfo, levantó sus pies ofreciéndomelos y me ordenó con altivez:

—   ¡¿A qué esperas, gusano?!  ¡Sácame mis sandalias y primero me besas mis pies y luego te digo cuando me los empieces a chupar, maldito gusano!

—   Sí Philip…como tú digas… – le respondí con un hilo de voz.

Y sin querer esperarme a que el nene volviera a ordenármelo y tratando de evitar que me golpeara de nuevo, zafé las correas de sus sandalias y se las retiré dejando descalzos sus pies, que a pesar del polvo y la humedad del sudor, se veían blancos, suaves, un tanto grandes para la edad de Philip, alargados, con un arco bien marcado, de dedos parejos y uñas bien recortadas y limpias.

Los pies del nene me parecieron muy bonitos y no me costó demasiado trabajo inclinarme y besárselos por el empeine, cerca de la juntura de los dedos.

Al verme hacer algo tan humillante, Philip se torció de risa hasta casi ponerse morado.  Me sentí tan rebajado que dejé de besarle los pies por un instante, pero cuando él se recuperó un poco de su ataque de risa, me ordenó con aspereza que siguiera besándoselos si no quería que me castigara.

Volví entonces a besarle los pies por la zona del empeine, evitando mostrarme demasiado entusiasmado.  Él por su parte no paraba de reírse y de ordenarme que siguiera besándoselos, hasta que levantó un pie lo suficiente como para ponerme la planta en mi rostro y me ordenó seguir besándole por ahí.

Y así me tuvo por un buen rato, besuqueándole los pies por todos lados, refregándome las plantas en mi cara, humillándome e insultándome, al tiempo que se reía burlonamente hasta que tuvo la idea de hacerme ladrar nuevamente, advirtiéndome que si ladraba bien, me dejaría lamerle sus pies.

Intenté resistirme a esta nueva humillación suplicándole que no me obligara a ladrar y prometiéndole que igual yo le lamería sus pies todo lo que él quisiera.  Pero a esas alturas ya el chiquillo no me admitía ninguna rebeldía.

Así que echó mano de mis pelos y haló de ellos obligándome a acercar mi rostro y sin el menor reparo me endilgó un buen par de bofetadas, al tiempo que me aclaraba que para un “miserable gusano” como yo, debía ser un honor lamerle sus pies y que debía ganarme ese honor divirtiéndolo un poco.  No tuve más remedio que satisfacer su capricho.

—   Waoouu…waoouu…waoouu… – empecé a ladrar puesto en cuatro patas, mientras Philip se torcía de risa.

Al cabo de un buen rato de hacerme ladrar y de burlarse de mí, pareció satisfecho con mi humillación y decidió ahora sí hacerme lamer sus pies.  Mal conteniendo la risa, se inclinó un poco y acarició mi cabeza con su mano al tiempo que me decía:

—   Como eres un buen perrito, te voy a dar permiso de lamerme mis pies…

En vez de un halago, aquello fue una nueva humillación para mí, así que me quedé quieto, sin querer hacer nada.  Pero Philip se encargó de obligarme a rendirme sin condiciones a su capricho y endilgándome un buen bofetón me ordenó a los gritos que me dedicara a lamerle sus pies.

Me incliné como quien no quiere la cosa y empecé a repasar mi lengua por los blancos y suaves pies del nene.  Poco a poco volví a calentarme fantaseando con que le estaba lamiendo los pies a Jordan.  Y entonces me entusiasmé y ya Philip no tuvo que volver a golpearme ni ordenarme cómo debía lamerle.

Por mi propia cuenta le lamía como un verdadero perro, repasando mi lengua a conciencia, tragándome la suciedad adherida a su empeine y viendo fascinado como los pies del nene se iban quedando blanquitos, muy suaves y muy tersos.

Él se reía al ver mi empeño en lamerle los pies y me dedicaba algún que otro insulto que a esas alturas ya no me importaban.  Cuando ya su empeine y sus deditos quedaron bien blanquitos por arriba, tomé sus tobillos y me dediqué a lamerle las plantas, y más me entusiasmé por la suavidad de esa zona de sus pies y al ver el color rosado que iban tomando.  Así le lamí las plantas por un buen rato, calentándome más a cada momento, hasta que pasé a chuparle los talones e incluso a lamerle los tobillos.

Le estaba dejando de verdad bien limpitos los pies a Philip, pues no en vano ya llevaría como media hora lamiéndoselos, cuando el nene decidió que ya había pasado demasiado tiempo dejándome ir a mi bola y entonces tomó él mismo la iniciativa.

—   ¡Abre tu hocico, gusano! – me ordenó Philip empujándome el rostro con uno de sus pies.

No quería dejar de lamerle los pies pero de todas formas obedecí sin saber qué pretendía el nene.  Y cuando abrí mi boca, sin ningún miramiento me introdujo todos los dedos de su pie derecho y empujó hasta que sentí que sus uñitas tocaban mi campanilla causándome una arcada.

Los ojos se me llenaron de lágrimas pero al nene no le importó.  Mantuvo su pie metido en mi boca hasta el fondo y con una amplia sonrisa en sus labios me ordenó:

—   ¡Ahora chupa, gusano!

No tuve más remedio que obedecerle y temiendo que me ahogara con su pie, me dediqué a chupárselo al mismo tiempo que se lo lamía, repasando mi lengua por cada uno de sus deditos y metiéndola entre sus junturas, tragándome todo lo que recogía mientras Philip me observaba divertido y a cada tanto empujaba un poco más su pie entre mi garganta.

Cuando Jordan y los otros chicos llegaron al refugio, lo primero que vieron fue a mí, puesto en cuatro patas con mi boca muy abierta, chupándole ahora el pie izquierdo al nene, que me lo mantenía bien metido hasta mis amígdalas.  Las carcajadas de los muy cabrones me hicieron soltar el llanto, pero no me atreví a dejar de chuparle el pie a Philip.

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